Iván Arenas
El Comercio, 4 de noviembre del 2025
“Lo que está ocurriendo es la utilización perversa y la corrupción ideológica de una condición legal con un fin absolutamente rentista y extorsivo”.
En las alturas de Moquegua, en Ichuña con exactitud, meses atrás aparecieron –en plena reunión municipal– un abogado, un “comunero” y un asesor, con papeles en mano a exigir que se le reconozca a su comunidad como un “pueblo pastoril originario”. Dirigentes y asesores de la comunidad originaria de Fuerabamba, cada vez que se desata alguna “crisis” con las operaciones mineras formales y modernas, suelen presentarse en medios limeños con sus ponchos y chullos, no obstante apenas los usan en la “vida real”. Días atrás, un abogado de izquierdas defendía su propia condición de “minero ancestral” y para ello aseguraba que el “oro de Atahualpa provenía de Pataz”.
Los ejemplos anteriores representan la corrupción ideológica alrededor de las tesis sobre los pueblos indígenas u originarios, doctrina oficial en una parte de la academia, la antropología y la sociología nacional, tesis que dicho sea de paso son política pública. Allí está lo de la consulta previa, como ejemplo.
Quienes observen las causas de los recientes conflictos alrededor de la minería (de toda la minería, tanto formal como informal, moderna como artesanal) darán cuenta de que en los últimos años hay una “explosión”, un aumento afanoso por el reconocimiento oficial por parte del Estado del estatus de originario o ancestral de las comunidades y pueblos.
Pero lo que sucede en Ichuña, en Fuerabamba y en Pataz y en otros lugares aledaños a operaciones o proyectos mineros es la utilización perversa y la corrupción ideológica de una condición legal, de un “derecho” diferenciado, de una “discriminación positiva” con un fin absolutamente rentista y extorsivo. En Fuerabamba, los dirigentes desconocen los acuerdos e invaden propiedades ajenas y se alían con la informalidad y la ilegalidad en minería; en Ichuña –ante el desarrollo de inversiones mineras– intentan validarse como originarios y en Pataz, con el objetivo de “legitimar” la invasión de concesiones de terceros, se construyen historias “ancestrales”. Aquí solo hay tres ejemplos de la corrupción ideológica a la que nos lleva al extremo las políticas originarias, indígenas o ancestrales.
Antes vale hacer alguna precisión. Sus defensores objetarán que el “espíritu” de la política convertida en ley (consulta previa, otra vez) no es mala, a pesar de que algunos dirigentes, asesores o abogados utilicen este “derecho” (de pueblo indígena u originario) como parte de una negociación rentista. Argumentaré que lo que se ha hecho mal ha sido convertir en política pública algunas premisas y tesis de antropólogos y sociólogos cuyas anteojeras ideológicas han originado caos en la realidad.
De acuerdo con los criterios oficiales estatales que identifican y determinan a los pueblos indígenas u originarios, se considera que debe existir una “continuidad histórica”, una “conexión territorial” o una “autoidentificación”. Si uno revisa bien, concluirá que todos los argumentos anteriores son idealistas, metafísicos, basados en un “armonicismo cultural” y en un “indigenismo” primero y en un “indianismo” después, que construyen el mito indígena.
¿Desde cuándo una comunidad es ancestral o indígena? ¿Desde “tiempos anteriores” al Estado como se aduce en los documentos oficiales? ¿A qué “tiempos anteriores”? ¿No serían acaso los Caral (la primera “polis”, además) y sus descendientes en Végueta o Supe, los primeros y únicos pueblos originarios?
No debemos soslayar la enorme influencia de Quijano o Dussel, quienes con sus teorías decoloniales proponen otras epistemologías frente a un supuesto “eurocentrismo” con una etapa “colonial” que da paso a una modernidad de “violencia y dominación”; no obstante, el teorema de Pitágoras se usa en China como en Uganda y que en términos estrictamente categóricos no ha sido igual el imperio español (que desarrolla instituciones) que el imperialismo de factoría inglés.
Pero ha sido el romanticismo alemán y sus filósofos quienes construyen el “Estado de la cultura”, el “volksgeist” sustancializado, ideas que se conectan con las bases racistas nazis. Allí está el “antaurismo” y la “nación cobriza”, que no es sino la interpretación extrema de aquellas teorías. Puro pensamiento reaccionario que “protege” de manera paternal a “pueblos originarios intocables frente al mestizaje”.
Por supuesto que reconocemos cierta continuidad histórica (la nación histórica), pero debemos erradicar los excesos de estas antropologías y sociologías que han originado la corrupción ideológica.






