Raúl Benavides Ganoza
El Comercio, 31 de octubre del 2025
“Con diálogo, técnica y buena voluntad es posible transformar lo que hoy es un problema en una fuente de desarrollo sostenible para el país”.
En el Perú existen miles de pasivos mineros históricos que representan un desafío ambiental y social. Sin embargo, no todos suponen un riesgo real, y muchos podrían transformarse en oportunidades económicas y de desarrollo. La clave está en aplicar una mirada pragmática y técnica que priorice la rehabilitación de los verdaderos focos de daño.
Mucho se habla de los pasivos mineros, pero las soluciones propuestas no siempre son las mejores. El primer obstáculo es la definición misma de lo que entendemos por pasivo minero.
Según la normativa vigente, se tiende a considerar cualquier excavación o hueco en la tierra como tal, sin distinguir entre los que causan daño ambiental o social y los que no.
¿No deberíamos, acaso, concentrar el trabajo y la inversión en los primeros y dejar de lado los segundos?
Rehabilitar los pasivos que realmente causan daño debe ser la prioridad. Muchos de ellos, además, pueden convertirse en oportunidades de negocio si se manejan correctamente.
Por ejemplo, existen relaveras antiguas que hoy presentan problemas de estabilidad o generan aguas ácidas. Su retratamiento podría no solo resolver el impacto ambiental, sino también generar márgenes económicos atractivos.
En el caso del oro, muchas minas operaron con precios de apenas US$30 por onza, mientras que hoy superan los US$4.000. Con ese escenario, revalorizar relaves antiguos sería un buen negocio.
Si la legislación no facilita este tipo de proyectos a los mineros formales, la informalidad ocupará ese espacio, generando nuevos pasivos que, nuevamente, terminarán siendo responsabilidad del Estado y de todos los peruanos.
Algunos pasivos, como antiguos campamentos mineros, podrían transformarse en infraestructuras útiles: hoteles, escuelas o centros de innovación. Un ejemplo claro es Colquirrumi, en Hualgayoc (Cajamarca), donde se ha logrado dar una nueva vida al territorio convirtiendo las instalaciones en una escuela técnica.
No tiene sentido destruir estos espacios si pueden generar valor y bienestar. Sin embargo, la autoridad ambiental prioriza las sanciones y multas, mientras el Ministerio de Energía y Minas no impulsa proyectos de rehabilitación para zonas que no representan riesgos reales.
La mina Santa Bárbara, en Huancavelica, es otro ejemplo emblemático. Este histórico yacimiento de mercurio, vital durante la colonia, podría convertirse en un atractivo turístico. Tal como quieren el pueblo y las autoridades de Huancavelica.
El Ministerio de Cultura promueve su conservación por su valor patrimonial, pero la autoridad minera exige su cierre.
En España, la mina de Almadén, también de mercurio, fue reconvertida en patrimonio histórico y centro turístico.
¿Por qué no hacer lo mismo en el Perú? Casos similares se repiten en Hualgayoc, Castrovirreyna, Caylloma (Arequipa), Cerro de Pasco y muchos más.
Frente a este panorama, el Capítulo de Ingeniería de Minas del Colegio de Ingenieros del Perú, CD Lima, ha decidido organizar el II Simposio Internacional de Pasivos Ambientales y Cierre de Minas, del 18 al 20 de noviembre, con la participación de expertos, abogados, académicos y autoridades.
El objetivo: proponer soluciones técnicas y económicas viables que permitan atender estos pasivos de manera efectiva y pragmática, evitando daños al ambiente y a las personas.
El reto es claro: convertir los pasivos en activos para beneficio de todos. Con diálogo, técnica y buena voluntad es posible transformar lo que hoy es un problema en una fuente de desarrollo sostenible para el país.






