Cuando un chofer se queda dormido, el vehículo sigue su marcha hasta estrellarse. La trayectoria de una sociedad no es tan ciega ni tan pasiva, aunque, con frecuencia, los vaticinios suponen que somos una masa de metal ciega e inerte. Las sociedades sufren accidentes, pero no tantos como los anunciados por los que pretenden ver el futuro. Lo que ellos no toman en cuenta es que el rumbo de las sociedades está siendo influido a diario por una multiplicidad de decisiones e iniciativas creativas, no solo del Gobierno –el conductor oficial– sino de otros que también participamos en la vida económica y social del país.
Entre las proyecciones lineales más famosas que fracasaron por no haber previsto la corrección de rumbo, está la de Malthus, quien anunció terribles hambrunas por el aumento de la población. Malthus no se imaginó los avances tecnológicos que elevarían enormemente la producción y el comercio internacional de alimentos. Otro error predictivo fue el de Marx, quien proyectó la “inmiserización” y la eventual revolución de los obreros. Sin embargo, un siglo después, Europa se había convertido en un continente casi sin pobreza, con obreros bien pagados, protección social generalizada y gobiernos democráticos.
Una proyección menos conocida fue la de los expertos que se reunieron en Nueva York en 1898 para la primera conferencia mundial de planificación urbana. El problema inmediato que los ocupó fue el estiércol generado por los 160 mil caballos de la ciudad. Produciendo un promedio de 15 a 20 libras al día, ocasionaban niveles insostenibles de congestión, suciedad, enfermedades traídas por las moscas y accidentes mortales. Se pronosticó que para 1930 una montaña de guano taparía toda la ciudad hasta la altura de un tercer piso. Desconcertados, los expertos terminaron la conferencia al tercer día, a mitad del programa. No obstante, en menos de una década, el transporte motorizado empezó a reemplazar a los caballos y salvó a los neoyorquinos de una horrible muerte por asfixia.
En el Perú, la creatividad social ha producido respuestas inesperadas a diversas necesidades, entre ellas los comedores populares, las rondas campesinas y las asociaciones colectivas que negocian el apoyo estatal (mayormente en forma pacífica) y ordenan sus propias actividades, como hacen las asociaciones de pobladores en los asentamientos humanos cuando garantizan los derechos de propiedad. La migración masiva del campo a las ciudades, iniciativa imprevista hace un siglo, fue una corrección de rumbo, que terminó rescatando del abandono y de la improductividad a millones de campesinos. Si bien ese “desborde popular”, que ha sido fuente de continuos conflictos, no fue una solución decidida por el Estado, en su mayor parte su reacción también constituyó una respuesta positiva, pues se adaptó constructivamente a esa nueva realidad. De haberse quedado en el campo, esos millones de peruanos hoy constituirían una potente amenaza a la estabilidad política.
La lección más reciente de la capacidad de corrección de rumbo, también imprevista, la acaban de dar los votantes limeños que optaron por priorizar la continuidad política y de gestión práctica para frenar el impulso ciego del afán revocador.