Andrés Balta
Perú21, 28 de agosto del 2025
«En pocas palabras, llevó al viejo mundo a estados religiosos y militares enemigos del comercio».
La serie Los Elegidos es una gran producción sobre la vida de Jesús y la de sus apóstoles y otros discípulos. La serie amplía y robustece la cultura judeocristiana y hace menos imperfectos nuestro entendimiento del evangelio y de los misterios de la fe. Sin embargo, en este artículo no escribiré de eso. Lo haré sobre un episodio y una escena de Jesús.
En el episodio Jesús prepara a sus apóstoles sobre su muerte inminente y les dice lo que va a suceder. En el mismo episodio él se prepara y realiza una acción violenta que podría ser de las más controversiales de su vida. Aquella en la que tumba puestos, tira al suelo monedas, libera ganado, rompe muebles, expulsa con violencia a los mercaderes del atrio del templo judío de Jerusalén y termina con una mirada desafiante y enojada frente al pueblo judío y las caras y ojos de sus más altas autoridades religiosas. Jesús provoca el desenlace de su muerte, a manos de un pueblo que lo había recibido como rey unos días antes.
Una lectura equivocada de esa escena llevó a Europa al pobrismo espantoso de la Edad Media, con medio millar de leprosorios, desaparición de los caminos y el comercio, envilecimiento de las monedas y desaparición de los bienes y servicios, al extremo que solo quedó, para la venta de los nobles, sus doncellas vírgenes a árabes y otros reinos del Oriente. En pocas palabras, llevó al viejo mundo a estados religiosos y militares enemigos del comercio.
Poniendo a un costado la fe y credo en Jesús, —que sí tengo como mi salvador—, una interpretación mía, libre y controversial de las acciones de Jesús en el Atrio de los Gentiles es:
Jesús tenía claro —desde siempre— que los estados y reinos de todas las épocas tienen como su dueño al diablo. La Biblia dice que Jesús fue tentado por el diablo a recibir los reinos de la tierra porque a él le pertenecen, si se postraba ante él para adorarlo. En ese contexto, en el Atrio de los Gentiles, Jesús estuvo en un recinto de concesiones de uso de área pública para ventas y compras de ofrendas a Dios para redimir pecados, en un mercado cautivo de animales que aprovechó esa “excusa religiosa” para cobrar tributos, a través de operaciones con sobrecostos que cubrían ganancias e impuestos dobles para el Estado teocrático judío y el Imperio romano. Al final del camino del dinero, las monedas terminaron con la cara del César. En esa segunda oportunidad no fue dar “al César lo que es del César”. Fue contrario y distinto, Jesús enfrentó a las entrañas de los poderes judío y romano y actuó resuelta, directa y violentamente para dar “a Dios lo que es de Dios”.