Daniela Ibáñez de la Puente
El Comercio, 2 de junio del 2025
“La apatía es el verdadero mal de nuestra política”.
Vivimos con un miedo constante de que la pesadilla se repita. Las elecciones en el Perú ya no son un escenario de celebración de la democracia ni del triunfo de la voluntad popular. Hemos madurado, hemos crecido: prevemos, nos preparamos para el golpe, nos autorregulamos emocionalmente para no perder la cordura. Las opciones políticas ya no nos generan emoción, sino terror.
Las pesadillas suelen sentirse largas y extenuantes, aunque en realidad duren apenas unos minutos. Así también, el tiempo entre la primera y la segunda vuelta pasa en un abrir y cerrar de ojos. Pero, por supuesto, la pesadilla no comienza en esos momentos frágiles, sino mucho antes. Es aquí cuando el contenido de nuestros sueños turbulentos se vuelve disímil.
Muchos interpretan que las fisuras profundas en la sociedad peruana –la temida polarización– son la raíz de todos nuestros problemas. La ven como una hierba con tentáculos malignos que jalan a la sociedad hacia extremos opuestos, derriban puentes, frustran cualquier posibilidad de diálogo y nos impiden hablar un mismo lenguaje.
Estas personas están enamoradas de la idea del “centro republicano” –que algunos incluso llaman “radical”, lo cual, desde un punto de vista literario, es un oxímoron–, que en sus mejores sueños se manifiesta como una escena en tonos grises, protagonizada por un señor de aspecto distinguido que toma café en librerías decoradas con estética europea.
Sin embargo, mi pesadilla se ve de forma distinta. Los polarizados son, en realidad, una subespecie dentro de la sociedad peruana. Son casi una ilusión. Este fenómeno no ocurre solo en el Perú, sino en todo el mundo: es un grupo minoritario el que exhibe un comportamiento de intensa polarización. Por el contrario, el comportamiento mayoritario es totalmente opuesto.
Y de ahí proviene precisamente mi temor: la apatía. Muchos habrán escuchado el famoso “no leo las noticias porque me da ansiedad, me frustra”. Este tipo de personas se retrae y no está al tanto de lo que sucede políticamente en el país. No opinan porque no se informan; las noticias los desilusionan y sienten que no tienen nada que aportar. De hecho, esta es la mayoría racional. Muchos académicos se preguntan por qué las personas votan en democracia si un solo voto no hace la diferencia. Esa es la cruda realidad. En el orden espontáneo de nuestra sociedad apolarizada, la apatía es el comportamiento racional.
Mi pesadilla se parece a un foco que se quemó. La corriente lo sobrecargó y la luz no volvió a encender. En esta pesadilla, el debate de ideas no existe. O peor aún: algunos ya tienen ensayada la respuesta facilista frente a su amigo polarizador –“me identifico como de centro”–; es decir, como les cuesta tomar una posición, no toman ninguna. La apatía es el verdadero mal de nuestra política.