Felipe Ortiz de Zevallos
El Comercio, 2 de junio del 2025
“Los cambios en el corto plazo pueden resultar traumáticos, por lo que es necesario estar suficientemente preparados para adaptarse bien”, opina Felipe Ortiz de Zevallos, fundador de Apoyo.
Thomas Malone, fundador del Centro de Inteligencia Colectiva en el MIT y autor del libro El Futuro del Trabajo, ha investigado las diversas maneras en las que los humanos adoptan sus decisiones más trascendentes. Identificó cinco como las más representativas: la jerarquía, la democracia, los mercados, las comunidades y los ecosistemas. Kaihan Krippendorff, fundador de Outthinker, ha sugerido incorporar otros dos tipos a esta lista.
La jerarquía constituye la más instintiva y antigua de las maneras de tomar decisiones; hay un jefe, quien es el que manda. Los imperios del pasado, las religiones, las operaciones militares y muchas corporaciones, se asentaron sobre esta manera de decidir, la que ejerce también cualquier piloto en la cabina de mando de su avión. Y ante cualquier crisis, el modelo jerárquico ofrece, sobre todo, claridad y rapidez. Tiene como limitación el que el poder puede concentrarse a veces -y corromperse también- por lo que en ocasiones acalla, no siempre de buena manera, cualquier crítica válida a lo que el jefe decide. Por ello, en tales casos, las jerarquías podrían devenir en frágiles y temporales. Ofrecen claridad y rapidez sí, pero no se adaptan del todo bien al cambio, una dinámica evidente en el mundo de hoy.
El sistema democrático, donde decide la posición mayoritaria de quienes votan, permite distribuir mejor el poder. Aunque siendo un sistema que requiere de un debate mínimo sobre las reales opciones disponibles, resulta uno lento y además vulnerable a cualquier polarización. Es, sin duda, el sistema más legitimador cuando, por encima de todo, lo que importa es la equidad y existe una adecuada representación (que, en el Perú político de hoy, lamentablemente falta).
Los mercados también constituyen sistemas potentes que -a través de la oferta, la demanda y los precios- facilitan la toma de decisiones. Los mercados estimulan la innovación al alinear las opciones individuales -Adam Smith dixit- con el progreso colectivo. Y por mercados, no deberíamos sólo referirnos a los de bienes y servicios; hay también mercados de ideas. Las redes y plataformas sociales, por ejemplo, permiten ‘marketear’ ideas innovadoras y facilitan el que éstas puedan competir y evolucionar. Así, los mercados eficientes promueven la verdad, la colaboración y la creatividad. Cuando la demanda aumenta en cualquier mercado libre, los costos suelen disminuir, ampliando así el acceso al mismo, facilitando una innovación cruzada. De esta manera, las buenas ideas ganan conversos y acumulan respaldo, haciendo así posible el progreso.
Las comunidades son agrupaciones que merecen una atención especial porque suelen operar en función de valores compartidos y de un cuidado mutuo. Más que votar o transar, los comuneros aspiran a lograr acuerdos consensuales. Decisiones así suelen ser especialmente resilientes por venir cargadas de un firme sentido de pertenencia. Pero pueden pecar también de muy lentas, especialmente cuando tienen que enfrentar los desafíos de la diversidad y el crecimiento.
Por ecosistema entendemos una red dinámica en la cual cada actor aspira a adaptarse, como en una danza interdependiente, en relación con lo que los demás hacen. Se carece de un plan central, tampoco hay mayores controles. Puede suponerse, por ejemplo, que el desarrollo de Silicon Valley se logró así. Empero, siendo resilientes, los ecosistemas pueden resultar a veces caóticos. En los ecosistemas naturales, por ejemplo, a veces se requiere de balances adecuados para evitar un eventual colapso.
Los dos tipos que Krippendorff sugiere incorporar a la clasificación de Malone son: las constelaciones y los pactos explícitos. Una constelación constituiría una red bastante autónoma de elementos que resultan interconectados por algunos estándares comunes. En el mundo de los negocios, una cadena de franquicias podría considerarse un buen ejemplo. En ciudades distintas, de naciones culturalmente diversas, pueden abrirse locales que sean autónomos pero que, al aceptar voluntariamente ciertas reglas o protocolos comunes, pueden compartir una misma manera de hacer las cosas.
Finalmente, en un mundo bastante fragmentado, aunque globalmente interconectado, se requiere de pactos explícitos que pueden estar más basados en la necesidad que en la confianza. Las partes, en estos casos, se alinean por el beneficio mutuo, incluso cuando pudiera existir entre ellos diferencias importantes. Tales pactos suelen ser transaccionales, limitados, y complicados de negociar. La cooperación puede reducirse a lo estrictamente necesario. Pero tales acuerdos han resultado, en no pocos casos, un pegamento especialmente útil para la supervivencia de la civilización.
Ningún modelo de toma de decisiones es per se mejor o peor que otro. Entender cuándo y cómo usar el más adecuado resulta clave para navegar la complejidad del mundo de hoy: La jerarquía funciona mejor cuando la claridad y la velocidad importan más que el consenso. La democracia brilla cuando la legitimidad y la inclusión constituyen los factores claves. Los mercados son más eficientes cuando los incentivos permiten guiar un comportamiento eficaz, uno que sea a la vez descentralizado y masivo. El sentido de pertenencia, propósito e historia comunes otorga a las decisiones comunitarias una esencia particular. Los ecosistemas evolucionan en base a una adaptabilidad continua frente a un entorno complejo. Las constelaciones suelen generar acciones alineadas, sin que éstas resulten necesariamente de un control explícito. Los pactos, finalmente, permiten plasmar una colaboración, incluso cuando se carece de confianza entre las partes, siempre que prime lúcidamente la conciencia del interés común.
Cada sistema -afirma Krippendorff- prioriza alguna necesidad específica: claridad, legitimidad, eficiencia, pertenencia, adaptabilidad, alineamiento y supervivencia. Ninguno sirve para todo. A veces corresponde liderar, o votar, o transar, o escuchar, o evolucionar, o alinear o cooperar, incluso a disgusto. Tejer bien un continuo de decisiones acertadas constituye finalmente un arte.
Y la Inteligencia Artificial viene a irrumpir en el proceso de toma de decisiones. Con ella, en teoría, el bienestar general debería poder mejorar significativamente… pero recién en el mediano plazo. Las jerarquías, democracias, mercados, comunidades, ecosistemas, constelaciones y pactos tendrán que adaptarse necesariamente a ella. Los cambios en el corto plazo pueden resultar traumáticos, por lo que es necesario estar suficientemente preparados para adaptarse bien. «Diario El Comercio. Todos los derechos reservados.»