Iván Alonso
El Comercio, 16 de mayo del 2025
“¿Cómo hace una población que supuestamente se empobrece para acceder a las cosas que provee el sector privado? Algo no encaja del todo bien”.
La elección del primer Papa peruano (o peruano-estadounidense) opacó la noticia de la disminución de la pobreza en el 2024, una noticia que, a decir verdad, no tenía mucha luz propia para brillar.
Según el INEI, el índice de pobreza bajó de 29% en el 2023 a 27,6%, y la pobreza extrema, de 5,7% a 5,5%, la primera reducción en tres años, en ambos casos, pero aún lejos de los niveles previos a la pandemia y al gobierno de Perú Libre.
Lo más llamativo de la evolución reciente de la pobreza, de la dificultad para recuperar el terreno perdido a partir del 2020, es que se trata de un fenómeno urbano y costero fundamentalmente. Tanto la sierra rural como la selva rural han retomado la tendencia decreciente de la década pasada. No así la sierra urbana ni la selva urbana, donde la pobreza es hoy entre seis y ocho puntos porcentuales mayor de lo que era. En la costa urbana, el aumento es aún mayor.
Como consecuencia de estos movimientos, el Perú se ha vuelto menos desigual en materia de pobreza. Lamentablemente, es una reducción de la desigualdad que se debe al empobrecimiento de una parte importante de la población. Donde más se nota ese empobrecimiento es en Lima y Callao, en Loreto, en Tacna, Tumbes y Ucayali.
La evolución de los índices de pobreza, sin embargo, es difícil de reconciliar con la evolución de las condiciones de vida de los pobres, que reporta también el INEI en el mismo informe. En las casas de los pobres, las paredes de ladrillo reemplazan a las de quincha o adobe, y los pisos de cemento a los de tierra. Estas tendencias no se han interrumpido, sino más bien acelerado, después de la pandemia. Cada vez son más las que tienen televisión por cable y celular, y muchas más las que tienen internet; cada vez más las que cocinan con gas, y no con leña. Lo que sí se ha estancado es el porcentaje de las que tienen agua y desagüe; o sea, las cosas de las que se encarga o se debería encargar –o quizás sería mejor que deje de encargarse– el Estado.
¿Cómo hace una población que supuestamente se empobrece para acceder a las cosas que provee el sector privado? Algo no encaja del todo bien. Quizás la medición de la pobreza no sea tan exacta o quizás haya que mirar con lupa para distinguir a los que realmente se han empobrecido de los que siguen prosperando.