Entrevista a Ruth Shady
Arqueóloga
La República, 4 de mayo del 2025
Emili Camacho
La docente, arqueóloga y directora de la Zona Arqueológica Caral recuerda las situaciones de riesgo en las que se ha puesto por defender nuestro patrimonio, insiste en que el Gobierno debe dar protección al sitio que investiga y explica el porqué de su vocación.
La arqueóloga que estudia Caral, una civilización asentada en el valle de Supe hace cinco mil años, es una nómade involuntaria. La falta de apoyo y la burocracia han hecho que, en los treinta años que lleva con esta investigación, mude una y otra vez el local en el que somete a pruebas el resultado de sus excavaciones. Al desinterés del gobierno se suman las amenazas, el ataque que sufrió el 2003 y hasta un juicio absurdo. Pero Ruth Shady sigue firme en su intento por hacerle entender al país lo valioso de su trabajo. ¿Por qué lo hace? Esta semana se dio tiempo para responder esa interrogante.
Usted es una profesional reconocida dentro y fuera del país, goza de la simpatía de la población, de las personas que viven cerca de Caral, y podría retirarse cuando lo quiera. ¿Alguna vez lo ha pensado?
Mire, mi trabajo lo inicié hace 30 años, en Caral, pero yo siempre estuve muy interesada por la investigación arqueológica. Desde que yo era niña, ya estaba interesada en conocer y recuperar la historia, bajo la influencia de mi padre, que no era peruano, era de Praga, pero siempre tuvo mucha admiración por la historia, me hacía conocer los sitios arqueológicos y me hacía reflexionar sobre la diferencia entre lo que habíamos sido y lo que éramos en el presente.
¿A qué sitios arqueológicos la llevó de chica?
Al valle del Chillón, al valle de Chancay. Me decía: “Mira, hija, cómo vivieron tus antepasados y cómo viven ahora. Mira ese niño no tiene ni zapatos”. Y siempre estaba la comparación. Me decía: “¿Por qué esa diferencia tan marcada entre ustedes, lo que fueron y lo que son ahora?”. Por eso yo, cuando estaba en el colegio, en el Juana Alarco de Dammert, propuse crear un club de museos. Pero ninguno de mis compañeros se interesó, solamente convencí a una amiga. Pero, digamos, desde entonces, me interesaban esos temas. Y cuando yo ya estaba en la universidad, mi madre siempre se preocupaba y me decía: “Hija, como arqueóloga, tú no vas a conseguir nunca trabajo, porque además eres mujer, tienes que escoger otra disciplina, otra profesión”. Y entonces decidí estudiar dos profesiones en simultáneo. En el día estudiaba Arqueología y Antropología, en las tardes me iba a estudiar Inglés en el Instituto Peruano Norteamericano, y en la noche estudiaba Pedagogía, por si acaso no conseguía trabajo.
Entonces, esa vocación la mantiene hasta ahora.
Eso es lo que me anima, exactamente, y también trabajar en la Universidad de San Marcos como docente, para promover en mis estudiantes el interés por recuperar la historia, para conocimiento y transmisión a la sociedad, y no solamente por desarrollo turístico, que puede ser importante desde la perspectiva económica, pero más necesario es saber lo que fuimos. Y por eso me he interesado tanto en recuperar la historia de la civilización Caral, porque es una de las cinco civilizaciones más antiguas del mundo, y porque también demuestra que no fuimos menos como seres humanos. Es la civilización más antigua de todo el continente americano hasta donde la investigación se ha desarrollado, y sirve muchísimo, creo yo, para fortalecer la autoestima de nuestros conciudadanos.
¿Y usted tiene temor de que todo lo que usted ha avanzado en el proyecto Caral se pierda cuando usted ya no esté?
No creo, porque, como le decía, siempre estamos procurando formar arqueólogos con esa visión de contribuir al desarrollo del país. Lamentablemente, tenemos todavía muy poca consideración hacia la importancia de la investigación en nuestro país, y menos todavía a la investigación arqueológica, y solamente hay una perspectiva de desarrollo turístico.
Hablemos de la situación de violencia que hay alrededor del proyecto Caral. Algunas personas no recuerdan que usted ya fue atacada alguna vez. Recibió un tiro, en el 2003.
Sí, en el 2003 nos estaban esperando cuatro personas, habían puesto piedras en el camino, y el carro se tuvo que detener, pero yo llevaba dos estudiantes de la universidad en la parte de atrás del carro. Yo iba adelante con el chofer y le dije: “Señor no se detenga, porque esta gente va a hacernos daño”. Entonces, el señor trató de saltar las piedras, pero sacaron armas y empezaron a dispararnos. A mí me cayó una bala en el lado izquierdo, en uno de los senos. Al chofer le cayó en el muslo, pero él saltó las piedras y logramos huir. Yo metí mi mano del dolor, porque el impacto de una bala es terrible, yo sé lo que significa ese dolor, por esa experiencia que tuve, y me caía cantidad de sangre, y al señor también. Así que llegamos a Caral, donde teníamos la casa del arqueólogo ya instalada. Inmediatamente, solicité a los arqueólogos que estaban allí que nos llevaran al hospital de Barranca. El director de ese momento, que estaba en el hospital, conocía Caral, estaba muy identificado con el trabajo que hacíamos, nos dio muy particular atención, pero lamentablemente no tenía los instrumentos necesarios para saber el efecto que había tenido la bala en mi persona. Me sugirió que fuera a Huacho, y que era más seguro que fuera a Lima. Y eso es lo que hice y, bueno, ya tendría que contarle mucho más al respecto, porque con el tiempo, en la parte donde me cayó la bala, apareció un tumor, tuve que hacerme todo un tratamiento particular y especial.
¿Es el momento en el que ha estado más cerca de morir?
Sí, es el momento en que casi he podido morir, efectivamente, pero yo traté de darle solución al problema, porque llevaba dos estudiantes jóvenes en la parte de atrás del carro. A ellas no les cayó nada porque se echaron al piso del carro.
Vivir bajo amenaza
¿Cuántas veces la han amenazado, doctora?
No, mire, el tema es que, después del 2009, cuando logramos que Caral fuera reconocido por 23 países y la Unesco como patrimonio mundial, por la importancia y todas las reflexiones que le deja la humanidad, siempre tenemos problemas, porque el precio de las tierras ha ido subiendo fuertemente. El problema que se da es que no teníamos seguridad, porque, incluso, el gobierno regional de entonces construyó la casa para el policía al costado de la casa del arqueólogo, y no nos faltaban cinco policías, pero conforme fueron cambiando los gobiernos nos dejaron después con tres, luego con dos y después con ninguno. Y lamentablemente hasta el día de hoy no tenemos ningún policía permanente, a pesar de que el Gobierno Regional de Lima compró un vehículo para la policía.
¿El problema principal en Caral es de tráfico de tierras o hay otros problemas alrededor?
No. Son dos clases de problemas. Hay una familia, Mejía Solís, es el apellido. Esta gente siempre está invadiendo Caral, ni siquiera cualquier otro sitio, sino principalmente Caral. Y eso que ellos no llegaron, como le contaba hace un rato, con la reforma agraria. A ellos no les tocó ni un pedazo de tierra, ellos han llegado posteriormente de Áncash. Sin embargo, su padre se ubicó en el sitio de Caral. Puso ahí su casa, pero como no tenía condiciones para la agricultura, él prestaba servicios. Y los hijos se fueron a vivir a Barranca. Luego, uno de ellos vino a pedirnos trabajo, un tal Julián Solís Saavedra. Y como había un pequeño local de la época de los hacendados, este señor me pidió permiso para ocupar esa casa. Y como nosotros recién empezábamos los trabajos de investigación, solamente éramos yo y dos personas más, pensé que estando el señor allí íbamos a estar acompañados.
¿Qué pasó luego?
Bueno, le puedo explicar que esa familia a la que le permitimos ocupar esa pequeña casita que había quedado ya no respeta el sitio arqueológico. La familia de ese señor también ha invadido la parte de Caral. Tuvimos que hacer una serie de gestiones con la Fiscalía, con la Policía y finalmente logramos que lo sacaran. No fue fácil y las amenazas de muerte de esa familia son permanentes.
¿Y es de esta familia de la que proceden las amenazas?
Sí, bueno, es esa familia, pero también otras personas seguramente. Últimamente, lo que ellos tratan de hacer es convencer a la gente de diferentes partes del valle para que me maten a mí y maten al subdirector. Porque si solo me matan a mí, dicen que el subdirector va a reemplazarme, pero si nos matan a los dos, ellos van a poder elegir las tierras que sean de su interés. Hay un sujeto que tiene un bar que ha instalado en el pueblo de Caral y allí invitó a la gente del valle para decirle lo que le estoy explicando a usted.
¿Y cuándo fue esa reunión?
Bueno, yo me enteré porque a mi oficina del Ministerio de Cultura llegó un señor del valle de Supe y me dijo: “Doctora, por favor, no vaya al valle de Supe hasta que tenga seguridad porque ha habido esta reunión”.
Los 30 años de Caral
¿Hace cuánto tiempo que no va a Caral?
Desde que empezó el covid y luego por las amenazas. La gente viene, me comunica, ese señor que me avisó es el presidente de un centro poblado y vino a Lima. Se identifica con el trabajo que hacemos y por eso me dijo que no nos expongamos. Además, a dos arqueólogos que habían llegado al sitio arqueológico les pegaron y los amenazaron. Por eso, varios arqueólogos han renunciado y hemos tenido que contratar a gente joven, tenemos que estar instruyéndolos y formándolos.
El año pasado se cumplieron treinta años del inicio del proyecto Caral. Leí algo que me sorprendió, las delegaciones diplomáticas acudieron a la ceremonia central del aniversario, pero entiendo que no hubo altos funcionarios del gobierno.
Bueno, efectivamente, llegaron varios embajadores, porque Caral tiene mucho impacto, no solo a nivel de América. Vinieron personalidades de Europa, de Estados Unidos. En Estados Unidos nos han estado apoyando económicamente. Con Francia trabajamos también, con el Instituto de Investigación Francés que tenemos aquí en Lima, y también con Brasil. A mí me han invitado a Argentina, a la Universidad de Córdoba. Expresaron el orgullo que sentían de que hubiese habido en Caral una civilización tan antigua como la del viejo mundo. Entonces, yo creo que Caral ha impactado mucho en diversas naciones
Y en comparación al reconocimiento de esos países está el silencio del gobierno.
Bueno, a veces ocurre así. Pero en algunas oportunidades sí hemos recibido ayuda, pero de muy pocos. Nosotros empezamos en el 94. Y en el año 2000 o 2001 llegó el presidente Paniagua. Pero previamente vino el ministro de educación, Marcial Rubio, con su esposa. Se quedaron muy sorprendidos. Y luego me llamaron del Ministerio de Educación para decirme que el ministro iba a ir con el Presidente de la República. Y así fue. Por primera vez en mi vida tuve una experiencia como esa. El presidente llegó con todos sus ministros en una avioneta. Y yo les hice recorrer el sitio y les explicaba lo que estábamos haciendo a través de pequeñas excavaciones. Me acuerdo que no tenía qué invitarle al presidente, solamente había enviado a un arqueólogo a que comprase unos tamalitos en Supe.
Así que el doctor Paniagua terminó comiendo tamalitos de Supe.
¡Que son riquísimos! Y también hubo café. Lo interesante es que luego me invitaron a almorzar a Palacio Gobierno. Ambos estaban muy interesados en que esa investigación avanzara. Se habían quedado muy sorprendidos y entendían el significado que esa investigación tenía para el Perú.
Y después del breve periodo del doctor Paniagua, ¿usted sintió respaldo en los gobiernos venideros?
Nunca más hemos recibido algo así. Hemos tenido muchas limitaciones. Pero Paniagua fue el que nos asignó un presupuesto para continuar con las investigaciones. Empezamos con un millón quinientos mil soles.
Burocracia contra investigación científica
Siento que a veces la burocracia, en lugar de ayudarla, conspira contra usted. Después de la pandemia nos enteramos que le habían hecho una insólita denuncia por peculado doloso. ¿Cómo ha quedado eso?
A través de los años hemos tenido diversas dificultades. La primera, más fuerte, fue cuando nos sacaron del Centro Cultural de San Marcos. A las pocas semanas me llamaron por teléfono de una empresa que se llamaba Lima Tours. Me preguntaron cómo íbamos a hacer investigación sin un local. Eduardo Arrarte se llamaba el dueño de la empresa. Él y su familia decidieron darnos un local bien grandecito en la plaza San Martín. Nunca nos cobraron nada. Allí nos quedamos más de cinco años. Y en cuanto a lo que usted me pregunta, del peculado doloso, eso fue cuando Lima Tours decidió vender su empresa. Tuvimos que dejar su local. Entonces una ministra me llamó y me dijo que tenían un local en La Molina, que podíamos ocupar. En esa casa pudimos establecer nuestros gabinetes de análisis, porque nosotros hacemos excavaciones, pero los materiales que se extraen tienen que ser analizados por especialistas diversos. Y eso se hace en gabinetes. Después de ocupar más de diez años ese lugar, cambió la administración del gobierno.
Y ahí les quitaron la casa.
El Pronabi (Programa Nacional de Bienes Incautados) decidió venderla. Yo averigüé que después de que una dependencia del Estado ocupa un local por más de diez años, ya no procede que le quiten su local. Hicimos toda la gestión. Pero no respetaron para nada. Acudí al Ministerio de Cultura para que nos apoyaran, pero finalmente no logramos que se cambiara nada en absoluto, lo que sí nos dieron es un espacio que debimos acondicionar para poner nuestros gabinetes. En esos días vino esa denuncia.
¿Y en qué ha quedado todo eso?
Me ayudó el hermano de un amigo que vive en Francia. Me dijo: “Es improcedente lo que están haciendo” Pero ya la habían vendido la casa.
¿Y la denuncia fue archivada?
Esa denuncia fue archivada.
¿Qué es lo más importante que deberíamos aprender de Caral, de esta civilización en la que ustedes no han encontrado armas ni murallas, que era aparentemente pacífica?
Lo que yo puedo decirle es que, si bien hemos sido una de las cinco civilizaciones más antiguas del mundo, me llamó mucho la atención que los centros urbanos no hubiesen tenido murallas, ni armas. Pero sí hemos visto que hubo mucho interés por las relaciones interculturales en condiciones de paz. Hemos encontrado una serie de elementos a través de los cuales podemos comprender cómo se vivió en esa época. Las condiciones fueron de respeto, de vivir en armonía con la naturaleza. Nunca ocuparon los valles como actualmente se hace. Cuando el río crece y se desborda, las casas que están asentadas en los valles son destruidas, no se tiene una visión real de las condiciones del territorio. En cambio, en la época de Caral, los centros urbanos estaban encima del valle, sobre tierras eriazas. Entonces, nosotros lo que queremos es comprender cómo es que ellos manejaron el agua y la tierra. Y hemos estado por eso en un trabajo multidisciplinario, con especialistas diversos. Y efectivamente tenemos un mensaje para el mundo, porque encontramos en Caral y en los otros centros urbanos, una serie de elementos sobre lo que fue la agricultura, también una serie de objetos minerales que no hay en el territorio del Perú. O sea, no solamente hubo un manejo transversal, costa, sierra y selva del territorio, sino que se proyectaron a largas distancias, a Ecuador, a Bolivia, a Chile. En este afán seguimos trabajando, para poder entender el respeto intercultural que hubo en esa civilización.