David Tuesta
Perú21, 1 de mayo del 2025
«El mundo ya sufre las consecuencias de decisiones mal calibradas. Perú, como economía abierta y dependiente del comercio global, no tiene margen para el autoengaño».
Donald Trump prometió devolver la grandeza a Estados Unidos. En cambio, ha terminado asestando uno de los golpes más severos a su economía y al resto del mundo. ¿Make America Great Again? Una frase potente, pero que hoy parece destinada al fracaso. Sus políticas comerciales, envueltas en un discurso nacionalista, han distorsionado los mercados y ya anticipan una trayectoria de inflación y desaceleración global que nos arrastrará a todos.
Desde que asumió la presidencia, Trump ha desatado una guerra arancelaria sin precedentes. El FMI, en su más reciente World Economic Outlook, lo confirma: el crecimiento global para 2025 se recorta de 3.3% a 2.8%; el de EE.UU., de 2.7% a 1.8%; el de China, de 4.6% a 4%; y el de Europa de 1% a 0.8%.
¿Cómo se desplegará esta crisis? Dependerá de la intensidad con que evolucionen las medidas. El impacto puede escalar en cuatro niveles. Primero, las divergencias estructurales: mientras EE.UU. estimula con gasto fiscal, Europa enfrenta baja productividad y China muestra una débil demanda interna. Segundo, la guerra comercial: aranceles de +50 puntos porcentuales en el comercio bilateral China–EE.UU., seguidos de represalias globales y un contraataque estadounidense que duplica los aranceles a casi todos los países. Tercero, la incertidumbre: las regiones más expuestas al comercio sufren una fuerte retracción de inversión y consumo. Cuarto, el shock financiero: condiciones globales más restrictivas, con alzas en las primas de riesgo y caídas en los precios de activos, que podrían extenderse por al menos dos años.
La economía mundial ya está reaccionando. Las cadenas de suministro se desordenan, la competencia se reduce y los precios suben. Lejos de proteger al productor nacional, los aranceles actúan como un impuesto silencioso al consumidor. Y mientras las exportaciones se desploman, también lo hacen el empleo y la inversión.
Aunque los tribunales norteamericanos parecen empezar a reaccionar, el daño ya está hecho. Incluso si se revierten algunas medidas, reconstruir la confianza comercial tomará años. Las economías no se reinician con un decreto ni con un tuit.
¿Y el Perú? No saldrá ileso. China representa el 35% de nuestras exportaciones; EE.UU., otro 14%. Una caída en la demanda de ambos países afectará nuestras cuentas externas y fiscales. En un escenario base, el Perú podría perder hasta 0.5 puntos del PBI en 2025, y 1.2 puntos en un contexto de mayor tensión global. Incluso sin más shocks, el canal arancelario directo podría restar 0.2% del PBI por la caída en exportaciones.
El mundo ya sufre las consecuencias de decisiones mal calibradas. Perú, como economía abierta y dependiente del comercio global, no tiene margen para el autoengaño. Es momento de reforzar nuestra resiliencia interna e impulsar, sin más dilaciones, políticas que potencien nuestra alicaída productividad. Quedarse inmóvil ya no es una opción.