Víctor Fuentes Campos
El Comercio, 30 de abril del 2025
“Tal vez no lo notemos todos los días. Pero esa estabilidad silenciosa es la que permite que la economía avance sin sobresaltos. Y eso, en el Perú de hoy, no es poca cosa”, opina Víctor Fuentes, gerente de políticas públicas del IPE.
La gran mayoría de peruanos, principalmente los más jóvenes, da por hecho —y en muchos casos subestima— la importancia de una economía con una inflación controlada y un tipo de cambio estable. Después de todo, más de la mitad del país no había nacido cuando, en agosto de 1990, la inflación llegó al 12.377%. Tampoco existían en septiembre de 1992, cuando el recién creado Nuevo Sol perdió casi 14% de su valor frente al dólar en un solo mes, tres veces más que la subida del tipo de cambio tras el mensaje presidencial de Castillo en julio de 2021.
Esa historia, aunque reciente, ya no está en la memoria colectiva. Y eso es, en parte, una buena noticia: significa que los beneficios de una economía de mercado y un Banco Central que ha hecho bien su trabajo nos han “mal acostumbrado”. Pero también plantea un riesgo: que olvidemos por qué es importante cuidar lo que hoy parece normal.
Entre 2001 y 2024, la inflación promedio anual del Perú ha sido de apenas 3,0%, la más baja de toda América Latina, incluso menor que la de países dolarizados como Ecuador (3,8%) y bastante por debajo del promedio regional (6,8%). ¿Qué significa esto en términos simples? Por ejemplo, si con S/1 se compraban 10 panes en 2001, hoy en Perú se comprarían 5 panes. En el promedio de América Latina, apenas 2 panes. Una inflación baja permite que el dinero conserve su poder de compra y que las familias puedan planear su gasto con mayor tranquilidad.
Lo mismo ocurre con el tipo de cambio. En lo que va del siglo XXI, el Sol ha perdido solo el 3% de su valor respecto al dólar, muy por debajo de la depreciación del peso chileno (62%), del peso colombiano (87%), del peso mexicano (109%) y del real brasileño (191%). Esa estabilidad tiene efectos concretos: se pueden tomar decisiones de consumo e inversión con cierta predictibilidad. Así, por ejemplo, al comprar un auto valorizado en dólares, los peruanos sabemos su valor en soles con un alto nivel de confianza. En cambio, en otros países, hay que sacar la calculadora y buscar el mejor momento posible en un escenario de alta volatilidad.
La estabilidad genera confianza. Y la confianza es la base de cualquier economía sana. Nada de esto sería posible sin el trabajo del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), que ha sabido aplicar una política monetaria prudente, usando con criterio herramientas como la tasa de interés de referencia, la intervención acotada en el mercado cambiario y el manejo de las reservas internacionales. Esa solidez técnica ha evitado crisis mayores incluso en contextos políticos muy inciertos.
En un país donde muchas instituciones generan dudas, el BCRP ha sido una excepción: una institución seria, confiable y libre de interferencias políticas. Por eso, cuidar su autonomía y defender los pilares del modelo económico no es una postura ideológica. Es proteger, de forma práctica, el bienestar diario de millones de peruanos. El otro gran pilar ha sido una economía de libre mercado, sin controles de precios y con un Estado con un rol empresarial menos protagónico.
Tal vez no lo notemos todos los días. Pero esa estabilidad silenciosa es la que permite que la economía avance sin sobresaltos. Y eso, en el Perú de hoy, no es poca cosa.