Jaime de Althaus
Para Lampadia
Lamentablemente faltó un voto para que la votación para la bicameralidad alcanzara los 87 necesarios para que se pueda aprobar luego en segunda votación en la siguiente legislatura. Pero la reconsideración tuvo luz verde de modo que es posible que se vuelva a votar esta semana.
Es vital para la democracia y la gobernabilidad levantar la presión a los congresistas para alcanzar los 87 votos, pero, lejos de eso, medios como La República y opinólogos varios que siempre reclamaron que este Congreso, tan gobernado por intereses particulares, se ocupe de dar reformas, ahora que se dispone a ello lo acusan de hacerlo solo para buscar la reelección indirecta o a cambio de blindajes.
La tentación demagógica es grande. Incluso un congresista preparado como Carlos Anderson, en lugar de hacer pedagogía para explicar por qué la bicameralidad es conveniente para la democracia y reclamar la reelección directa que está ausente en este proyecto, prefiere señalar que muchos congresistas apoyan la reforma porque quieren reelegirse en el Senado. Flor Pablo se abstuvo porque el proyecto no elimina la “reelección indirecta”. Siguen la estela abierta por Vizcarra, que en ejercicio ultra demagógico de populismo político abolió la reelección, castrando cualquier posibilidad de alcanzar una clase política profesional y consolidar los propios partidos políticos.
¡Lo que hay que hacer es exactamente lo contrario!: criticar el proyecto por no restablecer la reelección directa e indefinida. Ese es su principal vacío.
Votaron en contra de la reforma las bancadas de izquierda porque, en el fondo, no están interesadas en la gobernabilidad sino en que los problemas no se resuelvan para agudizar las contradicciones. Algunos quieren que se vaya a referéndum para insistir en que se consulte de paso por la asamblea constituyente. Pero en muchos casos las razones son más pedestres: votaron en contra porque no consiguieron el canje que pedían: que Fuerza Popular votara a favor de la ley mordaza. Es una vergüenza condicionar el voto por una reforma tan importante a un canje, y peor aún a un canje por una ley que puede ser usada para afectar la libertad de expresión.
Por supuesto, hay votos más sofisticados.
Flor Pablo, por ejemplo, no votó a favor además porque no se incluyó una cuota indígena en ambas cámaras, tal como figuraba en el proyecto anterior. Pero en una democracia liberal y representativa se participa a título de ciudadano del país, no de una etnia.
Se trata de integrar la comunidad política, no de dividirla. Tampoco se puede restringir la libertad de elección: si soy indígena, ¿estoy obligado a votar por otro indígena? Menos aún sería admisible el doble voto: por mi representante indígena y luego por el representante de mi circunscripción electoral. ¿Cómo se resuelve eso?
La congresista no se percata de que si de lo que se trata es de asegurar representación a las poblaciones indígenas, mucha mayor cantidad de representantes indígenas habrá si vamos a un sistema electoral basado en distritos electorales pequeños, uni o binominales.
Si cada provincia o cada dos provincias eligen a uno o dos representantes, las provincias que tienen alta proporción de electores indígenas, que son muchas, elegirán representantes indígenas, algo que es mucho más difícil cuando la circunscripción electoral es departamental, porque allí tiene mucho peso el voto de la ciudad capital o de las ciudades grandes.
Para eso, claro, el siguiente paso luego de aprobada la bicameralidad, sería instaurar por ley un sistema de circunscripciones electorales pequeñas para elegir diputados. Y la reforma de la bicameralidad lo hace posible porque establece que:
“La Cámara de Diputados cuenta con un número mínimo de ciento treinta diputados, elegidos por un periodo de cinco años mediante un proceso electoral conforme a ley. El número de Diputados puede ser incrementado mediante ley orgánica en relación con el incremento poblacional”.
Fuera del grave error de no reponer la reelección, el proyecto de reforma está bien planteado. Los candidatos a la presidencia de la república pueden ser simultáneamente candidatos a senador o diputado, lo cual convierte al Congreso en un foro político y de concertación de mayor nivel con presencia de los líderes partidarios, y sirve para darle más consistencia y disciplina a las bancadas.
El proyecto resuelve bien el tema del flujo de los proyectos de ley entre las dos cámaras para que haya fluidez y celeridad y evitar entrampamientos. Los proyectos nacen en Diputados y el Senado los revisa y modifica o no, y luego los envía al Ejecutivo. Si se pasa del plazo de revisión, el proyecto va directamente al Ejecutivo para su promulgación u observación. Si el Senado rechaza el proyecto, este se archiva.
Pero una debilidad del proyecto es que no sube la proporción de votos necesaria para insistir en una ley observada por el Ejecutivo, que sigue siendo la mitad más uno del número legal de ambas cámaras, en lugar de los dos tercios como debería ser para darle más poder de veto al Ejecutivo ante leyes contraproducentes. Aunque la existencia de dos cámaras ayuda a contener impulsos populistas.
Es muy importante que esta reforma se apruebe. Agregándole la reelección inmediata e indefinida, que es algo que, finalmente, depende del pueblo y es su derecho. De paso, ayudaría al Congreso a ir pasando a una agenda legislativa de reformas, redimiéndose. Lampadia