Jaime de Althaus
Para Lampadia
Una de las amenazas más letales a la democracia en el mundo es el avance de la posverdad. Cuando no hay consenso acerca de cuál es la realidad sobre la que se discute porque lo que tenemos son realidades inventadas, no hay diálogo democrático posible ni manera de resolver los problemas.
Por ejemplo, pese a la evidencia estadística de que, gracias al crecimiento económico de las últimas décadas, la pobreza se redujo sensiblemente en el Perú, ha cundido la versión de que millones de peruanos fueron dejados del lado por ese crecimiento que, además, se distribuyó de una manera muy desigual. El politólogo José Incio hace eco de esa narrativa en un artículo reciente en El Comercio.
Tenemos poca esperanza si un científico social se suma al coro de la posverdad o no es capaz de distinguir entre las percepciones sociales o las narrativas políticas, y la data. La pobreza en el Perú se redujo de mas de 60% a un 20% hasta antes de la pandemia, como consecuencia principalmente del crecimiento económico que tuvimos. Incluso el índice de Gini, que mide la desigualdad, se redujo. Richard Webb demostró en Conexión y Despegue Rural cómo los sectores rurales se integraron al mercado y sus ingresos crecieron en mayor proporción que los de los urbanos a partir de 1994.
Por supuesto, el crecimiento acelerado engendra tensiones, fricciones y malestar. Muchos mejoran sus ingresos, pero otros los mejoran en mayor o mucha mayor medida. Es lo que Eduardo Lora, del BID, llamaba “La paradoja del crecimiento infeliz”. También aparecen en el territorio grandes inversiones que establecen una asimetría casi abismal. Pero precisamente por eso la cosa se complica sin remedio si el científico social, en lugar de mostrar el lado objetivo de los procesos, agranda la sensación de agravio o se suma a percepciones que son usadas política e ideológicamente.
Salvo, claro, que se tenga como objeto de estudio precisamente el mundo de las percepciones o de las narrativas que se construyen, o de las posverdades. Pero no es el caso. Estas se dan por ciertas.
Para Incio el gobierno de Castillo ha sido una decepción porque está haciendo lo mismo que los gobiernos anteriores. Concluye que “Lo que están haciendo Castillo, Cerrón y compañía es apelar al simbolismo del pueblo para, sobre todo, favorecer a sus allegados y agrandar las brechas sociales, es decir: lo mismo de siempre”
Pero esa es una manera de diluir los desastres ocasionados por este gobierno en una falla compartida. Y no es así. Los niveles de incompetencia, prontuariado, anti-meritocracia, asalto y patrimonialización del Estado no tienen precedentes.
Lo mismo ocurre cuando se dice que “la élite económica usó su nivel de influencia para remover obstáculos como regulaciones laborales o ambientales”. Si no somos capaces de reconocer que una de las causas principales de la altísima informalidad laboral que tenemos son regulaciones laborales tan rígidas y costosas que solo las pueden solventar las empresas grandes, es porque, nuevamente, hemos caído presa de una posverdad que alimenta la reproducción inalterable de la mayor injusticia estructural que sufre el país. Si no despejamos las posverdades, no hay manera de resolver los problemas.
Sí es cierto, en cambio, como dice Incio, que “Los gobiernos anteriores no aprovecharon los ciclos económicos positivos para modernizar y fortalecer los servicios estatales como educación, salud, transporte”. Pero, nuevamente, hasta cierto punto, y hay que matizar.
No es que el crecimiento no generara recursos para estos sectores. Por ejemplo, el presupuesto de Salud se multiplicó por 7 en términos reales, en soles constantes, entre el 2000 y el 2020, según cifras del IPE.[1] Algo sin precedentes. Y, si bien se creó el Seguro Integral de Salud (SIS) y se expandió su cobertura, la verdad es que la calidad del servicio no mejoró en la misma proporción, y resulta muy deficiente. No por falta de recursos, repetimos, sino por pésima gestión, por la corrupción generada y protegida por gremios y argollas que han capturado el sector para desviar fondos y pacientes a consultorios privados.
Lo que tenemos allí es neo patrimonialismo, y si no lo diagnosticamos bien, jamás vamos a poder reorientar el servicio de salud al servicio del pueblo. Pero eso no se investiga desde las ciencias sociales, que se dejan llevar por medias verdades que no sirven sino para mantener el statu quo. Lampadia