Por: Moisés Wasserman, Diario «El Tiempo» de Colombia, GDA
El Comercio, 4 de agosto de 2019
Dicen que la indignación, tan de moda hoy, es un fenómeno típicamente occidental. El término en inglés que mejor la define es ‘righteous anger’, y no es fácil de traducir al español. El diccionario señala que equivale a “ira justa”; me parece más aproximado “ira justiciera”, o quizá “ira del justo”.
Se dice que en otras culturas –no occidentales– hablar de ‘ira justa’ es incurrir en una contradicción en los términos, un oxímoron. Para Séneca, en su ensayo “De ira”, la rabia es una clase de locura que expulsa el pensamiento racional. Su escuela estoica, que valoraba la razón como fuente suprema de la virtud y la felicidad, consideraba la ira como la mayor amenaza. Incluso les recomendaba a los soldados atacar al enemigo sin rabia. El furioso Aquiles de la “Ilíada” era lo opuesto a un héroe, que debe mantener su calma durante el desastre. “Es imposible ser justo y furioso al tiempo. El deseo de castigo al culpable debe surgir de un sentido de deber y lealtad, no de la rabia”. Contaba Séneca que Platón, furioso con un esclavo, le pasó el látigo a un acompañante, pidiéndole que lo castigara, porque él estaba demasiado rabioso como para hacerlo.
Parece que la humanidad es más propensa a la ira que a la razón. Y temo que esto ocurre no solo en Occidente. Todas las guerras de expansión religiosa y nacional en la historia se movieron alimentadas por una ira profunda contra el otro, el que no cree lo que yo creo ni se comporta como la ‘gente decente’. En todo caso, siempre contra alguien al que se considera moralmente inferior.
Hoy en día vemos muchas manifestaciones de esta ira justiciera que, como pensaba Séneca, tiene mucho de ira, poco de justicia y muchísimo menos de razón. El estado de indignación constante en las campañas políticas y en las redes sociales legitima un matoneo encendido, un discurso incivil y descalificador, una burla y una violencia.
La ira da buenos rendimientos en política, pero solo temporales, porque quien se mueve por la rabia y la indignación no aprecia las ideas; su programa político se concentra en aquello con lo que hay que acabar. La experiencia con movimientos que suben como la espuma con la indignación es que bajan con la misma velocidad. Los votantes indignados no son ni de derecha ni de izquierda, son antis, y migran fácilmente de un extremo al otro. Son, además, insensibles a las incoherencias lógicas. Entre los ‘chalecos amarillos’ de Francia, por ejemplo, hay quienes odian a Emmanuel Macron por considerarlo burgués, pero pronto votarán por Marine Le Pen. Hay ‘verdes’ que queman llantas para protestar por el calentamiento global y se oponen al aumento del precio de la gasolina (lo que es una forma para disminuir su consumo). En Europa es evidente que el voto de la derecha se está nutriendo con indignados de izquierda.
Los tiempos de indignación son tiempos de confusión. Todo puede pasar porque la indignación, además de irracional, es irresponsable. El indignado nunca rinde cuentas y nunca reconoce una equivocación.
–Glosado y editado–