Por Philip Stephens
Publicado en Financial Times
05 de Mayo de 2016
Traducido y glosado por Lampadia
Propone desmantelar la arquitectura global establecida por los EEUU después de la guerra.
Se escuchan dos cosas sobre los EEUU en las capitales nacionales en todo el mundo. La primera es que Estados Unidos ya no es la superpotencia que era antes; la segunda, que han puesto todo lo importante en ‘stand-by’ hasta que salga el resultado de la elección presidencial en Estados Unidos. Ahora, hay que añadir una tercera: la presidencia de Donald Trump sería su peor pesadilla.
El declive de EEUU ha sido exagerado durante mucho tiempo. Los EEUU sigue siendo la única superpotencia: es la única nación con la capacidad de intervenir en casi todos lados. Se encuentra en el vértice de un formidable sistema de alianzas. Lo que ha cambiado en la última década es que ahora hay algunos controles y el clima político en el país.
Dicho esto, no hay otra nación más que pueda igualar a los EEUU. Pasarán décadas antes de que China iguale su alcance militar y capacidad tecnológica. Washington sigue siendo un líder indispensable del orden global. Decidir a quién se pone en la Casa Blanca es una decisión de los estadounidenses, pero la elección es muy importante para todos los demás.
Más aún ahora que Trump se ha convertido en el presunto candidato republicano. Se puede decir mucho sobre su triunfo en las primarias: de cómo el Grand Old Party de Abraham Lincoln se convirtió en el autor de su propia destrucción; acerca de cómo un promotor inmobiliario que se volvió una estrella de televisión dio en el clavó de las ansiedades y la ira de la población sobre el estancamiento de los niveles de vida y la dislocación cultural que para muchos estadounidenses se ha convertido en la historia de la globalización; y, por desgracia, cómo los medios de comunicación conspiraron en el proceso al considerarlo durante una gran parte del tiempo una estrella de taquilla para lucrar del ocio.
Es cierto también que los políticos populistas de derecha e izquierda en todo el mundo democrático están tocando melodías similares. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional de Francia, promueve la misma islamofobia, al igual que el partido de la derecha Alternative für Deutschland. En Gran Bretaña, el pro-Brexit se basa en la hostilidad popular hacia las élites políticas para lograr arrancar al país de su propio continente.
La política tiende a acomodarse a los eventos. La tentación ahora es decir que, bueno, tal vez no sería tan malo como parece. Los candidatos siempre juegan a su base durante las primarias antes de virar de nuevo al centro. Trump no será diferente. El punto, sin embargo, es que este candidato es diferente. El presunto candidato no es un conservador, ni siquiera un republicano. Su plataforma mezcla el populismo económico de la izquierda con un exagerado nacionalismo de derecha. Lo que considera política exterior puede ser mejor descrito como un aislamiento belicoso. Las políticas de amurallar México y la restricción de los musulmanes en los EEUU no son cosas que pueden ser fácilmente ignoradas u olvidadas.
Ah, se oye a la vieja escuela de republicanos responder que no puede ganar en noviembre. Ha alienado al 70 % de las mujeres y aún más hispanos y afroamericanos. Sus índices de desaprobación personales son altísimos. Por lo que la aritmética básica lo condena a la derrota. Lo que realmente le preocupa al establishment republicano es que puede bajarse al partido entero con él. Los demócratas tendrían ahora una buena oportunidad de recuperar el control del Senado.
Es cierto que una cosa es que los republicanos lo elijan como candidato y otra muy distinta que los estadounidenses lo pongan en la Casa Blanca. Y sin embargo… ha habido una lección en las primarias es que los oponentes han subestimado a Trump.
También llama la atención que los republicanos – los más confundidos por Trump – parecen bastante más seguros que sus oponentes demócratas, que Trump va a explotar en el camino a la elección. Hillary Clinton sería un presidente bien calificado. Los demócratas saben que esto no la convierte en una buena candidata.
Con respecto a la política exterior de Trump. El slogan es ‘Haz que América sea grande otra vez’. Ya no se caminaría de puntitas. Los enemigos, en particular Isis, no sabrían lo que les golpeó. La imprevisibilidad, en el libro de Trump, es un punto fuerte. Mayormente, sin embargo, uniría un nacionalismo sin complejos al antiguo aislacionismo.
Quiere que los aliados de Estados Unidos en Europa y Asia paguen por la presencia estadounidense, o sino, verán a los EEUU regresar sus fuerzas de vuelta a casa. No le importa si naciones como Japón y Corea del Sur responden a la inseguridad en el Este de Asia con la construcción de sus propias bombas nucleares. Es un admirador de Vladimir Putin, el presidente de Rusia. Los acuerdos comerciales considerados perjudiciales para los negocios y los empleos de Estados Unidos (casi todos) serían destruidos y, además, se incorporarían nuevas tarifas a las importaciones procedentes de China.
Si juntamos todo esto, Trump propone, en efecto, el desmantelamiento de la arquitectura global establecida por los EEUU al final de la segunda guerra mundial. El racional que sustenta esta absurda postura es que la Pax Americana ha sido una empresa totalmente altruista, un orden internacional regalado por un generoso Estados Unidos a mundo ingrato.
La cruda realidad, por supuesto, es que estas reglas e instituciones han incorporado los intereses nacionales en el sistema internacional. La prosperidad y seguridad de Estados Unidos no pueden ser separadas de su preponderancia en el balance de poder global. Esta es la razón por la que China y otros países emergentes están demandando una voz más fuerte en la gestión del sistema. Volcar todo esto por la borda disminuiría en gran medida el poder de Estados Unidos. La decisión depende de los americanos, pero esa elección sería mala para todo el mundo. Lampadia