Luego del dramático ‘shutdown’ del gobierno de Estados Unidos hace dos semanas, la pregunta más relevante es ¿y ahora qué? Aquí hay al menos dos temas a considerar. En primer lugar, ¿qué significa esta situación para el fu-turo bienestar de millones de estadounidenses? Por otra parte, ¿qué implicancias tiene para el sistema internacional cuando la economía más grande, la democracia más influyente del mundo, opta por la autodestrucción?
En cuanto a la primera pregunta, el gobierno de Estados Unidos cerró el 1 de octubre porque existe una di-visión paralizante entre los partidos sobre los beneficios que el Estado debería otorgar a los ciudadanos, particularmente sobre el juicio de garantizar que todas las personas tengan un seguro médico. Un aspecto paradójico es que los 26 estados del país opuestos a la reforma en salud –la misma que ocasiona esta di-visión y el ‘shutdown’– son los que presentan las más altas concentraciones de pobreza y diversidad racial, y cuyas poblaciones serían las más beneficiadas por ley de salud, pero son gobernados por republicanos que se oponen a que el Estado intervenga en estos temas. La disputa de fondo, entonces, no es el techo de endeudamiento, sino el rol del Estado frente a las necesidades básicas de millones de sus ciudadanos.
En segundo lugar, tomando en cuenta que al inicio de este año se vivió una situación parecida sin llegar a cerrar el gobierno, diez meses más tarde, en circunstancias más críticas, ¿qué confianza podrá inspirar Estados Unidos en la comunidad internacional? Los medios de comunicación y las redes sociales en estos días han manifestado serias preocupaciones sobre el futuro rol global del gi-gante del mundo, el que no solo tiene impacto en todas partes por su fuerza militar, sino por la interdependencia de su moneda con las del resto del mundo, especialmente en China y Japón, los países más comprometidos en la deuda de Estados Unidos y los que se podrían ver gravemente impactados si Estados Unidos dejara de honrar esta. Los países en desarrollo también corren serios peligros en cuanto al bienestar de sus economías y, en algunos casos, hasta en la funcionalidad de sus Estados. Como lo mencionó un periodista del “Times of India” en un artículo reciente, “un grupo de políticos americanos intransigentes no solo toman como rehén al presidente Barack Obama, sino al mundo entero”.
Sin embargo, tal vez lo más peli-groso en estos momentos es el mensaje transmitido sobre la crisis de liderazgo en Estados Unidos. ¿Qué implicancias tendrá que los líderes nacionales sean incapaces de negociar, tanto en términos económicos como políticos? ¿Qué se demuestra cuando el reino de la democracia muestra que esta produce estos encuentros paralizantes justo en un contexto –irónico, por cierto– en que China, con su sistema de partido único, no democrático, sea el que emerge en la escena global como un nuevo líder dedicado al sueño chino?
Ciertamente, un posible resultado es la generación de varias incógnitas acerca de la continuada validez de la democracia como un sistema de gobierno superior cuando, en el país de Jefferson, esta se encuentra en jaque y amenaza con desestabilizar el resto del orden mundial.
Pese a que se anticipa un acuerdo antes del 17 de octubre, la fecha en la cual Estados Unidos llegaría a des-honrar su deuda externa, ya mucho del daño está hecho, tanto a escala interna, donde los estadounidenses permanecerán más divididos que nunca, como a escala externa, pues, aunque Lady Liberty vuelva a abrir sus puertas, tal vez ya no ofrecerá el mismo sueño americano, el que ha permitido que la nación más rica del mundo se financie vendiendo bonos de la tesorería con éxito precisamente por la buena, sobria y democrática reputación de este país. Pareciera que los tiempos han cambiado.