Richard Webb, Director del Instituto del Perú de la USMP
El Comercio, 10 de setiembre de 2017
Caminando por las calles de la vida, como siempre algo distraído, hace poco descubrí que había doblado una esquina. Salí de la calle Setenta para ingresar a la Ochenta y me entró la curiosidad, ¿cómo será este nuevo barrio?
En realidad, ya desde la Sesenta y Setenta tenía indicios de cómo sería esta vecindad de las calles altas pero, habiendo llegado ya, puedo descubrir su perfil con mayor claridad. Me impresionan en particular dos contrastes entre lo que veo y la imagen que me había formado en años anteriores, cuando transitaba por las avenidas bajas del otro extremo de la ciudad.
La primera sorpresa concierne a la salud. Siempre había escuchado que la Ochenta estaba en un barrio con problemas de salud, pero no estaba preparado para las proporciones casi epidémicas de lo que ahora pude observar. Allá, en los alrededores de la Veinte es inusual encontrarse con casos de limitación física. Según la estadística, el número de personas con limitaciones de vista o de oído, o para caminar, o de memoria, o para comunicarse con otros, fluctuaba entre uno y dos de cada cien residentes. Ciertamente, a lo largo de mi tránsito por las sucesivas calles había observado un gradual aumento en la presencia de esos males físicos, pero no estaba preparado para el cuadro de proporciones casi bíblicas que se presentó a mis ojos en la Calle Ochenta: uno de cada tres residentes era víctima de alguna limitación física, conformando un barrio poblado por personas dependientes de sillas de ruedas, lentes de todo calibre, audífonos y medicamentos, y personas que padecen de algún daño a sus capacidades mentales. Una consecuencia de ese cuadro de alta limitación era la extrema dependencia de esa población limitada de la ayuda de familiares, enfermeras y cuidadores.
Pero allí no termina el problema. Además de las limitaciones físicas, que en su mayoría son duraderas o permanentes, los residentes de la Ochenta padecen de una mucha mayor incidencia de otras enfermedades, como la artritis, la hipertensión, el asma, el reumatismo, la diabetes, la tuberculosis, el VIH, alto colesterol. Apenas uno de cada diez residentes de esa zona se salva, sea de una limitación física, o de alguna enfermedad.
Sorprende entonces descubrir que según los estudios pioneros realizados por Carol Graham y Stefano Pettinato, del prestigioso Brookings Institution de Washington, una segunda faceta del perfil de los vecinos ochentones es su alto positivismo. En un gran número de ciudades del mundo estos personajes comparten esa característica del positivismo, declarándose más felices y satisfechos con la vida que sus vecinos de las calles inferiores. El grado de satisfacción que se declara en la Calle Ochenta supera incluso el que se reporta en los barrios de la inocencia, las avenidas Diez y Veinte.
Una de las políticas sociales que se encuentra en debate se refiere a la estrategia para mejorar la seguridad y las condiciones de vida de los residentes de la calle Ochenta. Como paso previo para realizar ese debate, sugiero a los interesados darse un paseíto para conocer el barrio y a sus residentes.