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Las mayores transformaciones sociales no nacen de las marchas

Las mayores transformaciones sociales no nacen de las marchas

Brillante artículo del colombiano Thierry Ways, que explica que la prosperidad de la humanidad se genera con la iniciativa privada, la creatividad y el desarrollo tecnológico, y no de los procesos políticos. “Los alcances de la acción política son mediocres comparados con los de la ciencia, la industria y el comercio”.

No dejen de leerlo, trae un mensaje muy importante para el nuevo gobierno y para todos los peruanos.

Thierry Ways
20 de noviembre 2019
El Tiempo – Colombia

Los latinoamericanos somos un pueblo en exceso politizado; creemos, erróneamente, que los cambios sociales que valen la pena proceden principalmente de la política. No sé quién nos metió en la cabeza la idea de que allí están cifradas las soluciones de nuestros problemas. Hemos vivido siempre entre etiquetas: centralistas y federalistas, liberales y conservadores, uribistas y petristas, como si esos rótulos agotaran las posibilidades del pensamiento. Si un malvado imperio extranjero hubiera querido diseñar un plan para mantenernos distraídos y alejados del cauce de la modernidad, no podría haberlo hecho mejor.

Quizá porque hemos aportado tan poco al progreso de la humanidad, nunca aprendimos en carne propia que las mayores transformaciones sociales no nacen de las marchas y las arengas, sino del ingenio y el comercio. El ábaco, la brújula, el celular, los desinfectantes, los elevadores, la farmacología, la genética, el hormigón armado, el inodoro, el jet, el clínex, el linotipo, la máquina de vapor, la nevera, la odontología, la píldora anticonceptiva, el queroseno, la radiotransmisión, la siderurgia, los telares, las UCI, las vacunas, la web, la xerografía, el yugo, la zootecnia: cualquiera de estas cosas hizo avanzar a la humanidad más que cualquier manifestación, protesta, cabildo o comité. “Al mundo no lo cambian las masas –escribió el martes en estas páginas Eduardo Escobar–, sino los ingenieros del secreto material que suelen trabajar en silencio para construir milagros como el clip”.

Decía Hans Rosling en una conocida charla TED que el invento más mágico de la era industrial fue la lavadora eléctrica, pues reemplazó el lavado manual de ropa, tediosa y fatigante tarea que en gran parte del mundo todavía realizan casi exclusivamente las mujeres. Cuando llegó la lavadora, la madre del futuro físico sueco pudo empezar a ir a la biblioteca, leer novelas, aprender inglés e inculcarle a su hijo el amor por los libros. “¡Gracias, industrialización! –exclama Rosling–. ¡Gracias, fábrica de acero! ¡Gracias, estación eléctrica! ¡Y gracias, industria química, por darnos tiempo para leer!”.

No me atraen las marchas, ni la de hoy ni ninguna. Porque, para un ciudadano corriente, como yo, los alcances de la acción política son mediocres comparados con los de la ciencia.

América Latina, en contraste, insiste en un camino trágico y equivocado: vive obsesionada con la acción política como herramienta de cambio, en perjuicio de la técnica y el emprendimiento. Que es como dotarse de guantes de látex para trepar un poste engrasado.

Por eso no me atraen las marchas, ni la de hoy ni ninguna. Porque, para un ciudadano corriente, como yo, los alcances de la acción política son mediocres comparados con los de la ciencia, la industria y el comercio. Y porque los logros de la política no pasan por el cedazo del mercado, sino que se imponen por la fuerza del Estado.

Un ingeniero, artista o empresario tiene éxito solo si un buen número de personas consideran atractivo su trabajo; sobrevive en su oficio solo si produce algo con valor para los demás. El político o activista no pasa por ese filtro. Una colectividad suficientemente vociferante, intimidatoria –o corrupta– puede imponerle a la sociedad sus propósitos sin preocuparle si generan costos impagables para otros grupos, si profundizan injusticias u obstaculizan el desarrollo. Incluso puede que a los líderes de esas colectividades no les convenga mejorar realmente las condiciones de vida de las personas que dicen representar, pues son astutos y saben que su poder deriva de que esas personas vivan siempre inconformes, para que ellos oficien permanentemente de salvadores.

Son dos maneras distintas de hacer avanzar la sociedad: la iniciativa privada y la acción política. No critico a los marchantes, pero prefiero la primera. Y la promuevo. Y si más personas la defendieran, progresaríamos mucho más rápido.