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La conectividad aislacionista de la modernidad

En contra de lo que nos dice el sentido común sobre la conectividad del mundo moderno, Esteban Montoya, de la Fundación para el Progreso, un centro de difusión de ideas de Chile, analiza la realidad de la conectividad y concluye que más bien se asienta a nuestro alrededor, un mundo muy solitario, que refuerza nuestros deseos, prejuicios y creencias, en pequeños grupos de interés. Un sorprendente mundo de desconexiones. Veamos:

Los filtros de una multitud solitaria

Fundación para el Progreso (FPP) –  Chile
Junio 2019
Esteban Montoya

Nunca habíamos estado tan conectados en la historia de la humanidad. El avance tecnológico durante la década de los 90’ trajo consigo el internet y con este se abrieron las puertas del paraíso de la conectividad: información, objetos, servicios y poder saber de una manera mas o menos rápida cómo estaban nuestros seres queridos en distintas partes del mundo. Algo impensado que, tal vez sin intención, empezó a redefinir nuestra manera de comunicarnos, relacionarnos y por lo tanto de cambiar la visión de asociatividad que se tenía: ahora podemos hablar con quien queramos, donde queramos, cuando queramos.

Ya en pleno siglo XXI utilizamos el internet con mayor avance tecnológico para crear una herramienta aun más potente en términos de rapidez, libre expresión y difusión: las redes sociales. Facebook, Twitter, Instagram y WhatsApp son los principales estandartes de una nueva generación en la comunicación. Ahora podemos acceder a información con una facilidad increíble, expresar nuestras opiniones incluso en el mismo campo que un personaje político. ¿Lo mejor? Ahora podemos cuestionar el poder, tener más información sobre la transparencia, saber dónde y cómo nuestros recursos se están utilizando. Esta vez nos podemos empoderar, enfurecer o agradecer de manera más directa.

¿Qué tan ilusorio es lo mencionado anteriormente? ¿Nos hemos preguntado eventualmente si queremos estar tan conectados, tan expuestos?  ¿o solamente queremos nuestro espacio privado, pero con todas las facilidades del siglo XXI? La transformación de la sociedad gracias a la conectividad, las redes sociales y la inmediatez del internet no está exenta de un ejército de juicios de valor que varían en lo positivo como negativo, pero lo cierto es que, correcto o no, este cambio tiene consecuencias para la configuración social dignas de analizar.

Hay buenas razones para ver este cambio a través de los lentes de The Lonely Crowd (la multitud solitaria), obra sociológica y concepto acuñado por David Riesman, Nathan Glazer y Reuel Denny en 1950,[1] siendo bastante influyente hasta mediados de la década del 80. ¿Cómo un análisis de la sociedad del siglo pasado puede aplicarse a tiempos actuales? The Lonely Crowd fue un trabajo de investigación que describía el “carácter social” de la sociedad norteamericana, detectando un cambio en el modo en que el estadounidense seguía ciertos lineamientos de la sociedad, sobre todo con la relación frente a la autoridad.

Riesman catalogó este carácter social en tres tipos diferentes[2]; en un extremo del plano, está la comunidad “dirigida por la tradición” son aquellos con un fuerte e irreflexivo respeto por la autoridad, donde no existía el espacio de autodeterminación personal ni acción autónoma, donde las actuaciones propias eran guiadas porque así “debían hacerse”. El siguiente tipo social, más al centro del espectro es el tipo “dirigido hacia dentro”, quien al tomar decisiones en su actuar no se deja llevar por “lo que está” sino por su propia internalización, es decir, algo similar al “súper yo”, que deriva de enseñanzas de autoridades pasadas, como padres o abuelos. Es un tipo social mucho más liberado de la autoridad y no se deja dirigir por voces externas. En el otro extremo de este plano, está el “tipo dirigido hacia fuera o por el otro”, quienes ubican la autoridad de forma horizontal (a diferencia de los otros dos tipos), que es lo mismo a dirigirse por los pares, amigos, colegas, parejas, pero rompen con la lógica de la verticalidad.

¿Por qué esto es relevante? Porque para Riesman, la sociedad contemporánea se ha visto mucho más cómoda con el tipo dirigido por los otros, donde las actuaciones y aprobaciones de comportamiento no son por voces internas, tampoco por tradición sino por sus pares, o en desmedro de estos,[3] los medios de comunicación o -ahora- las redes sociales, obteniendo desde ahí la orientación, la expectativa y la consecuente aprobación.

Esta horizontalidad algo difusa y poco clara en materia de autoridad (para discernir lo incorrecto y lo correcto) y el cambio interno hacia el externo tiene, para Riesman, una consecuencia: el aislamiento de este tipo social en torno a su grupo de pertenencia, puesto que de ahí sólo existía la aprobación. Un ostracismo social voluntario.[4] El peligro encarnado era diluirse en esa comunidad aislada, perdiendo la individualidad de cada integrante, olvidándose de cualquier arraigo propio o del sentido del lugar.

Estas características son perfectamente asimilables a tiempos actuales, toda vez que la irrupción de las redes sociales se ha convertido no sólo en el espacio de encuentro entre personas, sino también la fuente principal de información. ¿Dónde está el problema? En la nueva clase de ostracismo logrado por las redes sociales. Quienes tuvieron como propósito unir al mundo, hoy generan comunidades particulares, aisladas de cualquier otra, bajo el dogma de su creencia e intereses propios, desapareciendo del mapa de la discusión y deliberación, forjando una verdad inalterable y divina. Como bien sostuvo John Stuart Mill, “debemos considerar que, por verdadero que sea -la opinión- nunca será una verdad viva, sino un dogma muerto, si no la podemos discutir de modo audaz, pleno y permanente”.[5]

¿Por qué esto no fue posible antes? Por el avance en la sofisticación en cómo se nos presenta la información, generando los llamados filtros burbuja.[6] Nuestras preferencias son detectadas por avanzados algoritmos de distintas plataformas virtuales quienes recopilan nuestra información, desde gustos por galletas hasta nuestro candidato favorito. Esta información es sistemáticamente usada para bombardear de noticias, opiniones o videos similares a nuestros gustos, de manera tal que incluso tres personas buscando el mismo concepto jamás tendrán los mismos resultados, porque tienen diferentes intereses.

“Esta burbuja, que incrementa el aislamiento de la comunidad cerrada impide el
conocer y poder debatir con otras ideas o formas de pensar.”

Este bombardeo es un auténtico ajuste en nuestro mundo, creando un universo paralelo sólo de nuestros gustos y del cual no somos conscientes. Creemos de forma inocente que el acceso a dicha información es libre, consentido y transparente, pero al mismo tiempo, objetivo.[7] Esta abstracción de la “realidad” a un mundo lleno de personas, ideas y objetos que piensan como uno, logran que nos enajenemos de nosotros mismos, que exista un muro entre el “yo” y la realidad, el mundo real. Esta burbuja, que incrementa el aislamiento de la comunidad cerrada impide el conocer y poder debatir con otras ideas o formas de pensar. La información que recibimos solamente trabajará en función de nuestro sesgo confirmatorio, siempre dándonos la razón.[8] El debate se cierra, la comunidad también, y, por lo tanto, en esa conectividad rápida pero poco profunda y reflexiva, nos hace estar en todos lados, y al mismo tiempo en ninguno.

Esa soledad no es individual, es grupal, pero ajena a lo que pasa más allá de sus dogmas muertos. La multitud no sólo se vuelve sectaria, sino también solitaria.

Bibliografía:

[1] Riesman, David. Et al. (2001). The Lonely Crowd: a study of the changing american character. Yale University Press, United States of America.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Stuart Mill, John (1978). On Liberty. Middlesex, England, Penguin Books Ltd, pp. 96.

[6] Pariser, Eli (2017). El filtro burbuja: cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Edición Taurus, Barcelona.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.




Sobre cómo acercarse a la felicidad

La felicidad es uno de los objetivos más importantes en la vida, sin embargo, es también uno de los más difíciles de estudiar. El psiquiatra Robert Waldinger es el director del Harvard Study of Adult Development (Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard), uno de los estudios más largos y más completos de la vida adulta jamás realizados. Waldinger describe algunos de los secretos de la felicidad revelados por el estudio en una reciente charla (video) en TED.com  (que publicamos líneas abajo).

Este extraordinario estudio empezó hace 75 años con 724 participantes, la mitad eran estudiantes de Harvard y la otra jóvenes de uno de los barrios más pobres de Boston en 1938. La investigación ha pasado por 4 generaciones de participantes, y de los iniciales solo quedan vivos 60 al día de hoy. Pero al tratarse de un estudio tan extenso y con una muestra tan diversa, sus conclusiones tienen un especial valor.

Durante todos esos años los investigadores hicieron encuestas periódicas a los participantes, preguntando por su nivel de satisfacción con su matrimonio, trabajo y actividades sociales. Incluso cada 5 años los sometían a una revisión médica completa. Su objetivo era encontrar el secreto de la felicidad, cual era la clave más importante para ser feliz en esta vida. Hace poco,  los investigadores le preguntaron a un grupo de estudiantes cuál era su objetivo de vida, el 80% respondió que ser rico y el 50% añadió que ser famoso. Veamos que dice el estudio desde la realidad en comparación con dicha pregunta. 

Fuente: TED

Lo que encontró el estudio de Waldinger es que la gente más sana y feliz invertía más en sus relaciones familiares y sociales que el resto de personas. “El mensaje más claro de estos 75 años de estudio es este: Las buenas relaciones nos hacen más felices y más saludables. Punto.” Afirma Waldinger. Y es que existe una relación directa entre las relaciones personales con la calidad y esperanza de vida, concluyendo que cuanto más fuertes sean nuestros lazos sociales menos enfermedades sufriremos al envejecer.

Waldinger resume su investigación en 3 puntos principales:

1. Las conexiones sociales nos hacen bien y la soledad nos mata

Resulta que las personas con más vínculos sociales con la familia, los amigos, la comunidad, son más felices, más sanos y viven más que las personas que tienen menos vínculos. Y experimentar soledad resulta ser tóxico. Las personas que están más aisladas de lo que quisieran de otras personas encuentran que son menos felices, son más susceptibles a recaídas de salud en la mediana edad, sus funciones cerebrales decaen más precipitadamente y viven menos que las personas que no están solas.
 

2. Lo que importa es la calidad de las relaciones más cercanas

Las personas más satisfechas en sus relaciones a los 50 años fueron las más saludables a los 80 años. Las relaciones cercanas parecen amortiguar algunos de los achaques de envejecer. Pero las personas que estaban en relaciones no felices, los días que informaban tener más dolor físico, este se magnificaba por el dolor emocional.
 

3. Las buenas relaciones no solo protegen el cuerpo, sino que también protegen el cerebro

Estar en una relación de apego seguro con otra persona a los 80 y tantos da protección, las personas que están en relaciones en las que sienten que pueden contar con la otra persona si lo necesitan, los recuerdos de esas personas permanecen más nítidos más tiempo.

Waldinger cierra su presentación en TED con una célebre cita de Mark Twain: “No hay tiempo, muy breve es la vida para disputas, disculpas, animosidades, pedidos de cuenta. Solo hay tiempo para amar, y solo un instante, por así decirlo, para eso”.

Consideramos interesante compartir este tema con nuestros lectores para resaltar que es posible alcanzar el bienestar en sociedades donde hay un sentido de unidad, donde todos están luchando juntos. Lampadia