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“Los robots deberían pagar impuestos”

“Los robots deberían pagar impuestos”

¿Cómo deberían lidiar los gobiernos con la probabilidad de que los robots y la automatización reemplacen muchos de los empleos humanos? Esa es una de las grandes preguntas de la Cuarta Revolución Industrial. En Lampadia hemos venido intentando responderla mediante distintos métodos: un bono ciudadano, mejor educación y capacitaciones, creación de nuevos puestos de trabajo y un análisis del futuro de los empleos. En todo caso, detrás de todas las alternativas está la mayor productividad que generaría el salto tecnológico, el que directa o indirectamente, debería compensar los requerimientos de los trabajadores o ex trabajadores.

Para el cofundador de Microsoft, Bill Gates, la respuesta es sencilla: gravar a los robots. Sin embargo The Economist afirma que esto trae otros peligros, como deisminuir la innovación.

The Economist agrega en su artículo ‘Por qué no es bueno aplicar impuestos a los robots’ (compartido líneas abajo): “Un robot es una inversión de capital, como un horno o una computadora. Los economistas generalmente aconsejan no gravar estas cosas que permiten que la una economía produzca más. (…) las inversiones en robots pueden hacer que los trabajadores humanos sean más productivos que prescindibles; gravarlos podría empeorar la situación de los empleados afectados.”

Según The Economist, la solución no está en gravar a los robots, sino en que los gobiernos tomen medidas de distribución de la propiedad de las acciones cuando las empresas sean públicas, o graven las ganancias cuando no lo son. No debemos cometer el error de visualizar a los robots (y la automatización) como nuestros enemigos, porque solo perderemos una gran oportunidad de desarrollo y crecimiento.

Este es un tema muy complejo, que genera grandes debates entre las mentes más brillantes del mundo, desde Bill Gates hasta el Foro Económico Mundial del año pasado y líderes globales. Lo que debemos rescatar de estas distintas declaraciones es que tenemos que poner este tema sobre la mesa. Existe un análisis muy complejo que se debe realizar en torno a los robots y la automatización, desde la capacitación a los humanos, la redistribución de empleos y hasta los temas éticos sobre cómo se relacionarán con nosotros (¿seguiremos las leyes de Asimov?). En Lampadia queremos mantener a nuestros lectores a la vanguardia del debate. Lampadia

Por qué no es bueno aplicar impuestos a los robots

La propuesta de Bill Gates es reveladora sobre el desafío que plantea la automatización

The Economist
25 de febrero de 2017
Traducido y glosado por Lampadia

Bill Gates es difícilmente un ludito (movimiento del ludismo en contra las nuevas máquinas y la tecnología que destruían el empleo). Sin embargo, en una reciente entrevista con Quartz, un portal, expresó escepticismo sobre la capacidad de la sociedad para gestionar una rápida automatización. Para prevenir una crisis social, pensó, los gobiernos deberían considerar un impuesto sobre los robots. Si, como consecuencia, la automatización se ralentiza, mejor. Es una idea intrigante aunque impráctica, que revela mucho sobre el desafío de la automatización.

En algún futuro distante, los robots con conciencia propia podrían pagar impuestos sobre la renta como el resto humanos (presumiblemente con igual de entusiasmo que nosotros). Eso no es lo que Gates tiene en mente. Sostiene que los robots de hoy deben ser gravados, ya sea por su instalación o por las ganancias que las empresas disfruten al ahorrar en los costos del trabajo humano desplazado. El dinero generado podría utilizarse para capacitar a los trabajadores y tal vez financiar una expansión de la atención en salud y educación, que proporcionen muchos trabajos difíciles de automatizar en la enseñanza o el cuidado de los ancianos y los enfermos.

Un robot es una inversión de capital, como un horno o una computadora. Los economistas generalmente aconsejan no gravar estas cosas, lo que permite a las  economías producir más. Se piensa que los impuestos que desincentivan la inversión,  hacen más pobre a la gente sin que se genere dinero. Pero Gates parece sugerir que invertir en robots es algo así como invertir en un generador de carbón: aumenta la producción económica, pero también impone un costo social, lo que los economistas llaman una externalidad negativa. Puede que la rápida automatización amenace con desalojar más rápidamente a los trabajadores de lo que los nuevos sectores pueden absorberlos. Eso podría conducir a un desempleo de largo plazo, que sería socialmente costoso y potencialmente impulsaría una política gubernamental destructiva. Podría valer la pena implementar un impuesto sobre los robots que reducen costos, al igual que un impuesto sobre las emisiones nocivas de fábricas puede desalentar la contaminación y tienen un efecto positivo en la sociedad.

La realidad, sin embargo, es más compleja. Las inversiones en robots pueden hacer que los trabajadores humanos sean más productivos que prescindibles; gravarlos podría empeorar la situación de los empleados afectados. Los trabajadores, individualmente, pueden sufrir al ser desplazados por los robots, pero los trabajadores en su conjunto podrían estar mejor porque los precios bajan. Disminuir el despliegue de robots en la atención de la salud e impulsar a los seres humanos en estos puestos de trabajo podría parecer una forma útil para mantener la estabilidad social. Pero si eso significa que los costos de la atención de la salud crecerán rápidamente, reduciendo los aumentos en los ingresos de los trabajadores, entonces la victoria es pírrica.

Cuando llegue la automatización más rápida, los robots podrían no ser el objetivo fiscal adecuado. La automatización puede entenderse como la sustitución del trabajo por el capital. Para salvar a los seres humanos de la penuria, el razonamiento dice que una parte de los ingresos de capital de la economía debe ser desviada a los trabajadores desplazados. La expansión de la propiedad de capital es una estrategia; la gente podría poseer vehículos sin conductor que operan como taxis, por ejemplo, y dependen de este flujo de ingresos para una parte de sus ingresos. La imposición de los robots y la redistribución de los ingresos es otra.

Pero a medida que las máquinas desplazan a los seres humanos en la producción, sus ingresos enfrentarán las mismas presiones que afligen a los seres humanos. La parte del ingreso total pagado en salarios (la “participación de trabajo”) ha estado cayendo durante décadas. La abundancia del trabajo es parcialmente culpable; los propietarios de los factores de producción –como, por ejemplo, Silicon Valley- están en mejor posición para negociar. Pero las máquinas no son menos abundantes que las personas. El costo de producir la millonésima copia de una pieza de software es aproximadamente cero. Cada conductor de camión necesita una instrucción individual; pero un sistema de conducción autónomo capaz puede ser duplicado infinitas veces. La abundancia de máquinas no demostrará ser más capaz de obtener una parte justa de las ganancias que los seres humanos.

Un nuevo documento de trabajo de Simcha Barkai, de la Universidad de Chicago, concluye que, aunque la participación de los ingresos de los trabajadores ha disminuido en las últimas décadas, la parte que fluye hacia el capital (incluidos los robots) se ha reducido más rápidamente. Lo que ha crecido es el margen que las empresas pueden cobrar sobre sus costos de producción, es decir, sus ganancias. Del mismo modo, un documento de trabajo de la Oficina Nacional de Investigación Económica publicado en enero sostiene que la disminución de la participación laboral está vinculada al aumento de las “empresas superestrellas”. Un número creciente de mercados son “el ganador gana más”, en el que la empresa dominante gana fuertes ingresos.

Las grandes y crecientes ganancias son un indicador del poder de mercado. Ese poder podría provenir de los efectos de networking (el valor, en un mundo en red, de estar en la misma plataforma que todos los demás), las culturas productivas superiores de las empresas líderes, la protección gubernamental o algo más. Las olas de la automatización pueden requerir compartir la riqueza de las firmas superestrellas: a través de la distribución de la propiedad de las acciones cuando son públicas, o gravando sus ganancias cuando no lo son. Los robots son un villano conveniente, pero Gates podría reconsiderar su objetivo; cuando las empresas disfrutan de posiciones ineludibles en el mercado, tanto los trabajadores como las máquinas pierden. Lampadia




Aristóteles, robot esclavos, y un nuevo sistema económico

Aristóteles, robot esclavos, y un nuevo sistema económico

Por John G. Messerly, publicado en “Reason and Meaning” el 27 de mayo 2015

Traducido y comentado por Lampadia

John G. Messerly es un Académico Afiliado del ‘Institute for Ethics and Emerging Technologies’ (IEET). Recibió su doctorado en filosofía en la Universidad de St. Louis en 1992.

Comentario de Lampadia:

Recientemente, estamos siguiendo de cerca la llamada ‘tercera revolución industrial’ que está basada en un salto tecnológico exponencial. Esta tendrá muchísimos impactos en la vida de los seres humanos. Uno de los más angustiantes es el del empleo y otro, poco analizado aún, es el de los aspectos éticos.

En este artículo de Messerly, encontramos una excelente contribución a estos temas, que mientras más pronto podamos conocer, más pronto podremos prepararnos, y ojalá, ser parte del diseño del futuro que empieza a desenvolverse.

En Lampadia vamos a crear pronto un nuevo repositorio sobre la revolución tecnológica, sus impactos y nuestras capacidades para superarlos.

 

Aristóteles, robot esclavos, y un nuevo sistema económico – Messerly

El libro de Jaron Lanier “¿Quién posee el futuro?”, trata sobre el papel que juega la tecnología tanto en la eliminación de puestos de trabajo y el aumento de desigualdad de ingresos. Al inicio del libro, Lanier cita el libro ‘Política’ de Aristóteles:

“Si cada instrumento pudiera realizar su propio trabajo, obedeciendo o anticipándose a la voluntad de otros, como las estatuas de Dédalo, o los trípodes de Hefesto, que, dice el poeta, por su propio acuerdo entraron en la asamblea de los dioses; Si, de igual manera, el aparato tejiera y el plectro tocara la lira sin una mano que los guíe, los jefes de los obreros no querrían siervos, ni los amos esclavos.”

 

 

Aristóteles vio que la condición humana depende en gran medida de lo que las máquinas pueden y no pueden hacer; por otra parte, podemos imaginar que las máquinas van a hacer mucho más.

Si las máquinas hicieran más de nuestro trabajo, todo el mundo, incluso los esclavos, serían más libres. Entonces, ¿cómo respondería Aristóteles a la tecnología actual? ¿Abogaría por un nuevo sistema económico que responda a las necesidades básicas de todos, incluidos los que ya no tienen que trabajar; o trataría de eliminar a aquellos que no poseen las máquinas que dirigen la sociedad?

Seguramente esta pregunta es relevante en el mundo moderno. Si, como sugiere Lanier, sólo aquellos cerca de los equipos que ejecutan la sociedad tienen buenos ingresos, entonces que ocurre con el resto de nosotros? ¿Qué pasa con los trabajadores de la fábrica de acero y las fábricas de automóviles, los carniceros y cajeros de los bancos, y cada vez más, los contadores, profesores, abogados, ingenieros y médicos cuando la inteligencia artificial mejora? (Lanier analiza cómo va a suceder en su libro.)

A Lanier le preocupa que los autómatas, especialmente la Inteligencia Artificial (IA) y la robótica, crearan una situación en la que no tenemos que pagarles a otros. ¿Por qué pagar por un servicio de limpieza si se tiene una sirvienta robótica, o a los ingenieros de software si los equipos son auto-programables? Aristóteles utiliza la música para ilustrar su punto. Dijo que fue terrible esclavizar a la gente para que hagan música (tocar instrumentos en su tiempo era indeseable e involucraba mucha mano de obra), pero necesitamos la música, así que alguien debe ser esclavizado. Si tuviéramos máquinas para hacer música o pudiéramos vivir sin ella, eso sería mejor. La música es una opción interesante, porque en la actualidad muchos quieren utilizarla para ganarse la vida, pero casi nadie hace dinero por su música a través de la publicidad de Internet. Las personas pueden ser seguidas en línea por su música o su blog, pero rara vez se les paga por ello.

Así que, ¿qué hacemos? ¿Tenemos que eliminar a las personas aparentemente innecesarias, para ya no tener que lidiar con ellas? (Recuerde que casi todos nosotros serremos innecesarios en un futuro cercano) ¿Tendrán que retirarse del país o de la comunidad cerrada donde nuestra aparente seguridad es comprada por puestos militares del imperio y sus mercenarios pagados de todo el mundo? ¿Cuando las primeras víctimas de la sociedad duermen en las calles, pueblan nuestras prisiones, sufren desempleo, o involuntariamente se ven forzadas a unirse a nuestros ejércitos voluntarios? (Recuerde esto ustedes contadores, abogados, profesores e ingenieros de software, ¡que este mundo está viniendo para ustedes también!) ¿O deberíamos reconocer cómo nos beneficiamos de los demás, de nuestros diversos temperamentos y talentos, desde la seguridad y el sustento que logramos en números?

 

 

Así que la pregunta a la que nos enfrentamos ahora es la siguiente: ¿qué sucede con las personas ‘extra’, casi todos nosotros, cuando la tecnología hace todo el trabajo o uno es remunerado solo por el trabajo que las máquinas no pueden hacer? ¿Al resto de nosotros nos eliminan o morimos de hambre lentamente? Sorprendentemente Lanier piensa que estas preguntas están fuera de lugar. Después de todo, la inteligencia humana y los datos humanos son los que impulsan las máquinas. Más bien, la cuestión es cómo pensamos sobre la labor que las máquinas no pueden hacer.

Creo que Lanier está en lo cierto. Podemos pensar en el trabajo no automatizado desde algo escencial hasta algo frívolo. Si pensamos en ello como frívolo, entonces también lo son las personas que lo producen. Si no nos preocupamos por la expresión humana en el arte, la literatura, la música, el deporte o la filosofía, entonces ¿por qué preocuparnos por las personas que lo producen?

Pero incluso si las máquinas escriben mejor música o poesía o blogs sobre el significado de la vida, aún podríamos valorar el esfuerzo humano. Incluso si las máquinas hicieran todo el trabajo de la sociedad aún podríamos compartir la riqueza con la gente que quiere pensar y escribir y tocar música. Tal vez la gente simplemente quiere disfrutar de estas actividades. Ningún ser humano juega al ajedrez tan bien como las mejores supercomputadoras, pero la gente todavía disfruta jugando al ajedrez; yo no juego al golf tan bien como Tiger Woods, pero igual lo disfruto.

Voy a ir más lejos. Supongamos que alguien quiere sentarse en la playa, surfear, esquiar, jugar golf, fumar marihuana, ver la televisión, o coleccionar monedas. ¿Y a mí que me importa? Tal vez una sociedad compuesta por personas satisfechas haciendo lo que quieren es mejor que una informada por la ética protestante del trabajo. Una sociedad de fumones, que miran televisión, esquían, juegan golf y surfean, probablemente sería más feliz que en la que vivimos ahora. (La evidencia muestra que los países más felices son los que tienen las redes más fuertes de protección social, los que tienen las vacaciones pagadas y más generosas licencia políticas; los países europeos y escandinavos occidentales.) La gente todavía escribe música y libros, levantar pesas, hace voluntariado, y visita a sus nietos. ¡No necesariamente se convertirán en adictos a las drogas!

Esto es lo que yo imagino. Una sociedad donde las máquinas hacen todo el trabajo que los humanos no quieren hacer; y los seres humanos se expresarán de la manera que quieran, sin perjudicar a los demás. Una sociedad mucho más como Dinamarca y Noruega, y mucho menos como Alabama y Mississippi. Sí creo que todas las personas tienen el derecho, sí derecho, de vivir con la cantidad mínima que se necesita para vivir una vida humana decente. Todos nosotros nos beneficiaríamos de esta disposición, ya que todos tenemos mucho que aportarnos el uno al otro. Les dejo con algunas palabras inspiradoras del joven californiano auto-didáctico, Eliezer Yudkowsky:

No existe ningún mal que tenga que aceptar porque “no hay nada que pueda hacer al respecto”. No hay niño maltratado, ningún campesino oprimido, ningún mendigo hambriento, ningún joven adicto al crack, ningún paciente de cáncer, literalmente, no hay uno al que no pueda mirar a los ojos. Estoy trabajando para salvar a todo el mundo, sanar el planeta, resolver todos los problemas del mundo.