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El peligro de una guerra entre grandes potencias

El peligro de una guerra entre grandes potencias

La geopolítica global se vuelve cada vez más complicada. The Economist analiza la posibilidad de una  ‘próxima gran guerra’, entre EEUU y sus eternos rivales: Rusia y China.” Argumenta que “los poderosos cambios a largo plazo en geopolítica y la proliferación de nuevas tecnologías erosionan el extraordinario dominio militar que EEUU ha gozado con sus aliados”.

El final de la Guerra Fría provocó un momento en el que no había una alternativa creíble al capitalismo democrático liberal. Rusia estaba aparentemente fatalmente debilitada y China aún no era la potencia económica en la que se convertiría años más tarde.

A fines de la década de 2000, Rusia, con poder y recursos concentrados en las manos de Vladimir Putin, se mostró recientemente asertivo en sus inmediaciones y se impuso sobre Georgia y Ucrania. Por su parte, China finalmente afirmó sus supuestas ambiciones regionales y comenzó esfuerzos firmes para construir infraestructura física en las disputadas islas en el Mar del Sur de China.

La nueva estrategia nacional de defensa de EEUU delineada por el Pentágono coloca a China y Rusia como las principales amenazas. La administración Trump ha promocionado su nueva política nuclear, lanzada a fines de la semana pasada por el Pentágono, como una evaluación dura y realista de las amenazas extranjeras y las capacidades de EEUU. The Nuclear Posture Review supuestamente describe “el mundo tal como es, no como deseamos que sea”, y pide una expansión del arsenal nuclear de Estados Unidos para enfrentar las capacidades en evolución de otras potencias nucleares.

El presidente Trump también afirmó el nuevo enfoque durante el discurso del Estado de la Unión de la semana pasada. “Debemos modernizar y reconstruir nuestro arsenal nuclear, con la esperanza de nunca tener que usarlo, pero haciéndolo tan fuerte y poderoso que disuada cualquier acto de agresión de cualquier otra nación o de cualquier otra persona”, dijo.

Como dice The Economist “Hoy, Trump dice que quiere hacer que Estados Unidos vuelva a ser grandioso, pero lo está haciendo de una manera incorrecta. Rechaza a las organizaciones multilaterales, trata las alianzas como un equipaje no deseado y admira abiertamente a los líderes autoritarios de los adversarios de Estados Unidos. Es como si Trump quisiera que Estados Unidos dejara de defender el sistema que creó y se uniera a Rusia y China, como otro truculento poder revisionista.”

Dada esta situación, The Economist advierte que “un conflicto en una escala e intensidad no vistos desde la segunda guerra mundial es de nuevo plausible”, y agrega que “el mundo no está preparado para ello”.

El mundo ha entrado en una situación muy precaria. Podría, como afirma el artículo de The Economist líneas abajo, llevarnos a otra guerra. pero también podría generarse una nueva geopolítica global que tendrá la obligación de proteger la democracia liberal y el libre mercado. 

Por lo tanto, como hemos afirmado en Lampadia anteriormente, alguien deberá ocupar el enorme espacio de liderazgo, que defienda el Estado de Derecho, la globalización y el proceso de integración, para así poner fin al eventual conflicto entre grandes potencias. Lampadia

La próxima guerra

El creciente peligro de un conflicto entre grandes potencias

Cómo los cambios tecnológicos y la geopolítica están renovando las amenazas

The Economist
25 de enero, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

En los últimos 25 años, la guerra ha cobrado demasiadas vidas. Sin embargo, a pesar de que las luchas civiles y religiosas se han desatado en Siria, África central, Afganistán e Irak, un enfrentamiento devastador entre las grandes potencias mundiales se ha mantenido como algo casi inimaginable.

No más. La semana pasada, el Pentágono emitió una nueva estrategia de defensa nacional que coloca a China y Rusia por encima del jihadismo como la principal amenaza para Estados Unidos. Esta semana, el jefe del estado mayor de Gran Bretaña advirtió sobre un ataque ruso. Incluso ahora, Estados Unidos y Corea del Norte están peligrosamente cerca de un conflicto que corre el riesgo de involucrar a China o convertirse en una catástrofe nuclear.

Como sostienemos en el informe especial sobre el futuro de la guerra, los cambios poderosos a largo plazo en la geopolítica y la proliferación de nuevas tecnologías están erosionando el extraordinario dominio militar del que disfrutaron EEUU y sus aliados. Conflictos de una escala e intensidad no vistas desde la segunda guerra mundial, son posisible una vez más. Y el mundo no está preparado. 

Las penas de la guerra

El peligro más acuciante de este año es una guerra en la península coreana. Donald Trump ha prometido evitar que Kim Jong Un, el líder de Corea del Norte, pueda atacar a Estados Unidos con misiles balísticos y armas nucleares, una capacidad que puede que obtenga en los próximos meses como sugieren sus recientes pruebas, si no es que ya la tiene. Entre muchos planes de contingencia, el Pentágono está considerando un ataque preventivo incapacitante contra las instalaciones nucleares de Corea del Norte. A pesar de la baja confianza en el éxito de semejante ataque, debe estar preparado para llevarlo a cabo, si el presidente lo ordena.

Incluso un ataque limitado podría desencadenar una guerra total. Los analistas reconocen que la artillería norcoreana puede bombardear Seúl, la capital de Corea del Sur, con 10,000 rondas por minuto. Los drones, los submarinos enanos y los comandos de tunelización podrían desplegar armas biológicas, químicas e incluso nucleares. Decenas de miles de personas perecerían; y muchos más si se usan armas nucleares.

Esta revista ha argumentado que la perspectiva de tal horror significa que, si la diplomacia falla, Corea del Norte debería ser contenida y disuadida. Aunque defendemos nuestro argumento, la guerra es una posibilidad real. Trump y sus asesores pueden concluir que un Norte nuclear sería imprudente, y probable de causar una proliferación nuclear, y que es mejor arriesgar una guerra en la península de Corea hoy que un ataque nuclear en una ciudad estadounidense mañana.

Incluso si China se mantiene al margen de una segunda guerra de Corea, tanto el gigante asiático como Rusia están entrando en una competencia de renovación de grandes potencias con Occidente. Sus ambiciones serán aún más difíciles de tratar que las de Corea del Norte. Tres décadas de crecimiento económico sin precedentes han proporcionado a China la riqueza para transformar sus fuerzas armadas, y han dado a sus líderes la sensación de que ha llegado su momento. Rusia, paradójicamente, necesita afirmarse ahora porque, a largo plazo, está en declive. Sus líderes han gastado mucho para restaurar el poder duro de Rusia, y están dispuestos a tomar riesgos para demostrar que merecen respeto y un asiento en la mesa.

Ambos países se han beneficiado del orden internacional que Estados Unidos estableció y garantizó. Pero ven sus pilares -los derechos humanos universales, la democracia y el imperio de la ley- como una imposición que excusa la intromisión extranjera y socava su propia legitimidad. Ahora son estados revisionistas que quieren desafiar el status quo y ver a sus regiones como esferas de influencia para ser dominadas. Para China, eso significa Asia Oriental; para Rusia: Europa del Este y Asia Central.

Ni China ni Rusia quieren una confrontación militar directa con Estados Unidos (seguramente perderían). Pero están utilizando su creciente poder duro de otras maneras, en particular explotando una “zona gris” donde la agresión y la coerción funcionan justo por debajo del nivel que podría poner en riesgo la confrontación militar con Occidente. En Ucrania, Rusia ha mezclado la fuerza, la desinformación, la infiltración, la ciberguerra y el chantaje económico en formas que las sociedades democráticas no pueden copiar y son difíciles de impedir. China es más cautelosa, pero ha reclamado, ocupado y guarnecido arrecifes y cardúmenes en aguas disputadas.

China y Rusia han aprovechado las tecnologías militares inventadas por Estados Unidos, como la guerra de precisión de largo alcance y la guerra de espectro electromagnético, para aumentar drásticamente el costo de la intervención en su contra. Ambos han utilizado estrategias de guerra asimétrica para crear redes de “acceso / negación de área”. China apunta a empujar a las fuerzas navales estadounidenses hacia el Pacífico, donde ya no pueden proyectar con seguridad el poder en los mares de China Oriental y Meridional. Rusia quiere que el mundo sepa que, desde el Ártico hasta el Mar Negro, puede invocar una mayor potencia de fuego que sus enemigos, y que no dudará en hacerlo.

Si Estados Unidos permite que China y Rusia establezcan hegemonías regionales, ya sea conscientemente o porque su política es demasiado disfuncional para obtener una respuesta, les habrá dado luz verde para perseguir sus intereses mediante la fuerza bruta. Cuando se intentó por última vez, el resultado fue la primera guerra mundial.

Las armas nucleares, fueron en gran medida una fuente de estabilidad desde 1945, pueden ahora aumentar el peligro. Sus sistemas de comando y control se están volviendo vulnerables a la piratería mediante nuevas armas cibernéticas o el “cegamiento” de los satélites de los que dependen. Un país bajo tal ataque podría encontrarse bajo presión para elegir entre perder el control de sus armas nucleares o usarlas.

Ciudadelas vanidosas

¿Qué debería hacer Estados Unidos? Casi 20 años de deriva estratégica han jugado a favor de las manos de Rusia y China. Las guerras fracasadas de George W. Bush fueron una distracción y minaron el apoyo en casa para el rol global de Estados Unidos. Barack Obama siguió una política exterior de reducción de personal y se mostró abiertamente escéptico sobre el valor del poder duro. Hoy, Trump dice que quiere hacer que Estados Unidos vuelva a ser grandioso, pero lo está haciendo de una manera incorrecta. Rechaza a las organizaciones multilaterales, trata las alianzas como un equipaje no deseado y admira abiertamente a los líderes autoritarios de los adversarios de Estados Unidos. Es como si Trump quisiera que Estados Unidos dejara de defender el sistema que creó y en cambio, se uniera a Rusia y China como otro truculento poder revisionista.

Estados Unidos necesita aceptar que es un beneficiario principal del sistema internacional y que es el único poder con la capacidad y los recursos para protegerlo de un ataque sostenido. El poder blando de la diplomacia paciente y constante es vital, pero debe estar respaldado por el poder duro que China y Rusia respetan. Estados Unidos conserva mucho de ese poder duro, pero está perdiendo rápidamente la ventaja en tecnología militar que inspiró confianza en sus aliados y miedo en sus enemigos.

Para igualar su diplomacia, Estados Unidos necesita invertir en nuevos sistemas basados ​​en robótica, inteligencia artificial, big data y armas de energía dirigida. Con retraso, Obama se dio cuenta de que Estados Unidos necesitaba un esfuerzo concertado para recuperar su liderazgo tecnológico, sin embargo, no hay garantía de que sea el primero en innovar. Trump y sus sucesores necesitan redoblar el esfuerzo.

El mejor garante de la paz mundial es un EEUU fuerte. Afortunadamente, todavía disfruta de ventajas. Tiene aliados ricos y capaces, las fuerzas armadas más poderosas del mundo, una experiencia de guerra sin rival, los mejores ingenieros de sistemas y las empresas tecnológicas más importantes del mundo. Sin embargo, esas ventajas podrían fácilmente derrocharse. Sin el compromiso de Estados Unidos con el orden internacional y el poder duro para defenderlo de los desafíos decididos y capaces, los peligros crecerán. Si lo hacen, el futuro de la guerra podría estar más cerca de lo que crees.

Líneas abajo glosamos algunos pasajes del reporte especial de The Economist sobre: El futuro de la guerra.

De: Los nuevos campos de batalla El futuro de la guerra

The Economist, 25 de enero, 2018. Traducido y glosado por Lampadia

La guerra sigue siendo una competencia de voluntades, pero la tecnología y la competencia geopolítica están cambiando su carácter, argumenta Matthew Symonds.

Este informe especial, ofrecerá sus predicciones con humildad. También las limitará a los próximos 20 años más o menos. No especulará sobre el presente peligro de que estalle la guerra por las armas nucleares de Corea del Norte. Describirá las tendencias a largo plazo de las guerras que pueden identificarse con cierta confianza.

En el último medio siglo, las guerras entre estados se han vuelto extremadamente raras, y aquellas entre grandes potencias y sus aliados casi inexistentes. Por otro lado, las guerras intraestatales o civiles han sido relativamente numerosas, especialmente en estados frágiles o fallidos, y generalmente han demostrado ser duraderas. Es probable que el cambio climático, el crecimiento de la población y el extremismo sectario o étnico garanticen que tales guerras continúen.

Cada vez más, se lucharán en entornos urbanos. El número de megaciudades con poblaciones de más de 10 millones se ha duplicado a 29 en los últimos 20 años, y cada año casi 80 millones de personas se mudan de áreas rurales a urbanas. Las intensas guerras urbanas, como lo demostraron las recientes batallas de Alepo y Mosul, continúan siendo implacables e indiscriminadas, y continuarán presentando problemas difíciles para las bienintencionadas fuerzas de intervención occidentales. La tecnología cambiará la guerra en las ciudades tanto como en otros tipos de guerra, pero todavía tendrá que combatirse en lugares cercanos, bloque por bloque.

Aunque la guerra interestatal a gran escala entre las grandes potencias sigue siendo improbable, todavía hay margen para formas menos graves de competencia militar. Tanto Rusia como China ahora parecen reacios a aceptar el dominio internacional de Estados Unidos. Ambos han demostrado recientemente que están preparados para aplicar la fuerza militar para defender lo que ven como sus intereses legítimos: Rusia al anexar Crimea y desestabilizar a Ucrania y China mediante la construcción de islas artificiales militares y ejerciendo fuerza en las disputas con los vecinos de la región en los mares de China Meridional y Oriental.

En la última década, tanto China como Rusia han gastado mucho en una amplia gama de capacidades militares para contrarrestar la capacidad de Estados Unidos de proyectar el poder en nombre de aliados amenazados o intimidados. Su objetivo no es ir a la guerra con Estados Unidos, sino hacer que la intervención estadounidense sea más riesgosa y más costosa. Eso ha permitido cada vez más que Rusia y China exploten una “zona gris” entre la guerra y la paz. La zona gris se presta a una guerra híbrida, un término acuñado por primera vez hace unos diez años. Las definiciones varían, pero en esencia es una confusión de medios militares, económicos, diplomáticos, de inteligencia y criminales para lograr un objetivo político.

La principal razón por la que las grandes potencias tratarán de alcanzar sus objetivos políticos sin tener la intención de llegar a una guerra abierta es la amenaza nuclear, pero de ello no se deduce que el “equilibrio del terror” que caracterizó a la guerra fría seguirá siendo tan estable como en el pasado. Rusia y Estados Unidos están modernizando sus fuerzas nucleares a un costo enorme y China está ampliando su arsenal nuclear, por lo que las armas nucleares pueden estar vigentes por lo menos hasta finales de siglo. Tanto Vladimir Putin como Donald Trump, en sus diferentes formas, disfrutan un poco sus competencias en temas nucleares. Los acuerdos existentes de control de armas nucleares se están deshilachando. Los protocolos y entendimientos que ayudaron a evitar el Armageddon durante la guerra fría no han sido renovados.

Rusia y China ahora temen que los avances tecnológicos puedan permitir que Estados Unidos amenace sus arsenales nucleares sin recurrir a un primer ataque nuclear. Estados Unidos ha estado trabajando en un concepto conocido como Conventional Prompt Global Strike (CPGS), aunque las armas aún no se han desplegado. La idea es entregar una cabeza armada convencional con un alto grado de precisión, a velocidades hipersónicas. Rusia y China están desarrollando armas similares.

Otras posibles amenazas a la estabilidad nuclear son los ataques a los sistemas nucleares de comando y control con armas cibernéticas y antisatélite en las que todos invierten, que podrían utilizarse para desactivar temporalmente las fuerzas nucleares. Fundamentalmente, la identidad del atacante puede ser ambigua, dejando a los atacados inseguros sobre cómo responder.

La aparición de los robots asesinos

El mundo sabe lo que es vivir a la sombra de las armas nucleares. Existen interrogantes mucho mayores sobre cómo los rápidos avances en la inteligencia artificial (IA) y el ‘deep learning’ afectarán la forma en que se llevan a cabo las guerras, y tal vez incluso la forma en que la gente piensa en la guerra. La gran preocupación es que estas tecnologías pueden crear sistemas de armas autónomas que puedan tomar decisiones sobre la muerte de humanos independientemente de quiénes los crearon o desplegaron. Una “Campaña internacional para detener a los robots asesinos” está tratando de prohibir las armas letales autónomas incluso antes de que aparezcan. En 2015, más de 1,000 expertos en inteligencia artificial, entre ellos Stephen Hawking, Elon Musk y Demis Hassabis, firmaron una carta a tal efecto, en la que advirtieron sobre una próxima carrera armamentista en armas autónomas.

Es improbable que se presente tal prohibición, pero hay espacio para el debate sobre cómo los humanos deberían interactuar con máquinas capaces de diversos grados de autonomía. Los establecimientos militares occidentales insisten en que para cumplir con las leyes del conflicto armado, un ser humano siempre debe estar al menos en el circuito. Pero algunos países pueden no ser tan escrupulosos si se considera que los sistemas completamente autónomos confieren ventajas militares.

Dichas tecnologías se están desarrollando en todo el mundo, la mayoría de ellas en el sector civil, por lo que están destinadas a proliferar. En 2014, el Pentágono anunció su “Tercera estrategia de compensación” para recuperar su ventaja militar mediante el aprovechamiento de una gama de tecnologías que incluyen la robótica, los sistemas autónomos y Big Data, y para hacerlo de manera más rápida y efectiva que los adversarios potenciales. Pero incluso sus defensores más ardientes saben que Occidente nunca podrá volver a confiar en su tecnología militar superior. Robert Work, el subsecretario de Defensa que abogó por la tercera compensación, argumenta que la ventaja militar más duradera de Occidente será la calidad de las personas producidas por las sociedades abiertas. Sería reconfortante pensar que el factor humano, que siempre ha sido un componente vital en guerras pasadas, aún contará para algo en el futuro. Pero hay incertidumbre incluso sobre eso. Lampadia

 

 

 

 

 




Para el Perú, los recursos naturales son una bendición

Para el Perú, los recursos naturales son una bendición

A pesar de los múltiples ejemplos de realidades exitosas y de sustanciosos análisis sobre el tema, se sigue hablando de la maldición de los recursos naturales y de la enfermedad holandesa para justificar las supuestas debilidades de nuestro “modelo primario exportador”, el cual nos llevaría eventualmente a una gran crisis. Sin embargo, esta vez el Banco Interamericano de Desarrollo, en su informe “Gobernanza con transparencia en tiempos de Abundancia”, producido por 19 especialistas (publicado en Lampadia), nos ilustra sobre los beneficios de las industrias extractivas llevadas con transparencia y una regulación eficaz, afirmando que “el debate de las políticas públicas en estos  países [de Sudamérica] debe ir más allá de esta simple dicotomía [la maldición de los recursos naturales] y tener en cuenta de qué maneras el sector extractivo interactúa con el resto de la economía, sobre todo en los niveles institucional y local.”

Esta dicotomía de la que se habla tanto está vinculada a las experiencias económicas, sociales e institucionales de cada país, y no puede ser generalizada. Entonces, ¿en qué sociedades los recursos naturales se convierten en una maldición y en cuáles en una bendición? En Lampadia hicimos un primer análisis de este tema en marzo del 2013, ver: Recursos naturales: Bendición, no maldición.

El trabajo del BID hace un exhaustivo análisis del tema, se afirma que: a lo largo de la historia, existe mucha literatura que indica que los recursos naturales son perjudiciales para el desarrollo, y que generaron políticas como la de sustitución de las importaciones. Sin embargo, con años de experiencia y estudios, se han impugnado estas conclusiones, ya que se ha encontrado evidencia que “los países ricos en recursos naturales tenían mejores indicadores de capital humano (…) y los pobres tienen más probabilidades de beneficiarse del crecimiento en las economías extractivas en desarrollo que en las economías no extractivas en desarrollo”.

Un ejemplo cercano de esto en nuestro propio país, es el de Moquegua, la región con mayor PBI per cápita del país (S/. 50,213). Su producción crecerá en 5% en 2015 y, según el gobernador regional, Jaime Rodríguez, en un año se constituiría en una economía de pleno empleo, gracias a la expansión de la actividad minera, en conjunto con la actividad agraria y pesquera. 

Fuente: Grupo Propuesta Ciudadana

Es claro que las grandes dotaciones de recursos generan altas tasas de crecimiento en las primeras etapas de la extracción y tasas más lentas cuando los depósitos de recursos maduran. Países muy exitosos como Australia, Noruega y Estados Unidos han logrado un gran desarrollo gracias a las actividades extractivas.

Lo que afecta las fluctuaciones macroeconómicas en los mercados emergentes son las políticas internas y el marco institucional que regula las inversiones y la producción minera. Existe una correlación positiva entre la recaudación de ingresos, las decisiones de los productores y el desempeño económico del sector extractivo.

Por ejemplo, en el caso del Perú, el BID cita la investigación Cooper y Morón (2012) sobre el sistema tributario peruano, la cual afirma que “una ley aprobada en septiembre de 2011 sustituyó el sistema basado en regalías a partir de las ventas brutas por un nuevo marco basado en tasas marginales aplicables al margen ope­rativo y que exige que las nuevas empresas que entran en el mercado paguen impues­tos. Esta reforma significó un cambio en la base imponible, desde el valor de mercado de la producción hasta los beneficios opera­tivos.

 

Por lo tanto, según el BID, el debate sobre el modelo primario exportador y las políticas extractivas no de­bería fundarse en argumentos basados en teorías de la dependencia o en la maldición de los recursos naturales. Al contrario, debería avan­zar hacia una mejor comprensión de cómo el sector extractivo puede interactuar de la mejor manera con el resto de la economía. Este es el mismo enfoque que utilizo el IPE en su estudio “Efecto de la minería sobre el empleo, el producto y recaudación en el Perú“.

Será necesaria una gobernanza efectiva para poder lidiar con problemas de diseño e implementación de políticas en los múltiples sectores relacionados como: agua y saneamiento, infraestructuras, medioambiente y protección social.

Durante los últimos veinte años, el Perú ha fortalecido su economía con el desarrollo de mercados abiertos y la prevalencia de sus instituciones democráticas. Estas políticas han permitido reducir la pobreza en más del 60%, desde 1990, multiplicar el PBI per cápita en 6.9 veces (US$ ppp), disminuir la desigualdad y la desnutrición crónica.

Ya se han perdido 67 mil millones de dólares de inversión minera por el aumento de los conflictos sociales (Ver: El costo económico de la no ejecución de proyectos mineros ) y se ha estancado el crecimiento de nuestro país. Es estúpido e inmoral no aprovechar el aporte potencial de nuestros recursos naturales para cerrar las brechas económicas y sociales acumuladas durante las décadas perdidas (60, 70, 80s), en educación, salud, infraestructuras, ciencia y tecnología y superación de la pobreza.

No sigamos creyendo en fantasmas inexistentes y actuemos de manera transparente,  responsable y racional para lograr el desarrollo del país mediante la explotación de nuestras grandes reservas productivas. Máxime ahora que estamos entrando en la tercera revolución industrial que, como afirma el historiador Yuval Harari (Ver Diálogo sobre la tecnología y el futuro), quienes pierdan el tren no tendrán una segunda oportunidad. Hoy en día, si un país, un grupo de personas, se queda descolgado, no tendrá una segunda oportunidad, no tendrán ninguna relevancia”. Lampadia