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La Corona y el martillo

La Corona y el martillo

Las emergencias no deben ser ocasión para agrandar al Estado, sino para agilizarlo

David Belaunde Matossian
Para Lampadia

Antes de los extraordinarios acontecimientos de las últimas semanas, se perfilaba ya con fuerza en la región un movimiento en favor del “más Estado”, impulsado en particular por enardecidas turbas en nuestro vecino del sur. Ahora, con el reto del coronavirus, los estatistas de todas las banderas sienten que tienen un argumento adicional. Existe también el riesgo de una creciente complacencia hacia el autoritarismo. Estas son concepciones y tentaciones a las que debemos resistir con fuerza.

1 – “Más Estado” no es la respuesta a la necesidad de prevenir o combatir una pandemia.

¿Cuáles son los países que hasta ahora han combatido más exitosamente la pandemia? Aquellos que reaccionaron con celeridad en la fase inicial de expansión del virus – Taiwán, Hong Kong, Singapur, Japón, en buena medida también Corea del Sur y probablemente Rusia – que testearon masivamente, aislaron los casos, y restringieron sus accesos fronterizos. Estos representan un amplio espectro en términos de ratio de gasto público / PIB – de 15% a 42% (los tres primeros, entre 15% y 18%).

Mientras tanto, entre los países que más sufren figuran algunos con altísimos niveles de gasto / PIB (España 41%, Italia 48%, Francia 56%). Y es que toda la estupenda infraestructura hospitalaria de estos países sería incapaz de lidiar con necesidades que en los casos de infección viral tienden a crecer a un ritmo geométrico – de ahí la necesidad de “aplanar la curva”. El mayor caso de éxito en Europa, Alemania, con un alto número de infectados, pero mortalidad de solo 0.3%, tiene una infraestructura hospitalaria comparable a la de Francia. En cambio, cuenta con una red de laboratorios que le permiten hoy realizar 160,000 tests a la semana y eso les da una ventaja considerable.  

Es decir, aunque sería beneficioso contar con un mayor número de camas de hospital y de UCI, por ejemplo, el factor determinante en una pandemia es la contención rápida, la cual se logra con más agilidad de decisión, y una mayor capacidad de acceder a recursos de contención que pueden estar en el sector privado como en el público. En Estados Unidos, empresas privadas tenían kits de prueba contra el virus, pero fueron detenidos por la burocracia y reglas alambicadas de la agencia a cargo de la certificación, la FDA.

2 – “Más Estado” tampoco es la respuesta adecuada para contrarrestar los efectos económicos de las medidas de cuarentena.

El aislamiento social forzado y diversas medidas menos extremas como el cierre de establecimientos públicos están teniendo un efecto devastador sobre las economías de los países desarrollados, y sin duda lo tendrán en nuestro país si esta situación se prolonga. En Estados Unidos, por ejemplo, Goldman Sachs prevé una disminución de -24% del PIB en el segundo trimestre, algo jamás antes visto.

Para contrarrestar esto, se requiere, sin duda, la intervención del Estado. Revisando las medidas propuestas inicialmente aquí, así como en Europa o Estados Unidos, sin embargo, es notorio que estas no requieren una estructura costosa en términos de gasto corriente. Distribuir ingresos de supervivencia a la población, aplazar fechas de declaración y pago de impuestos, relajar normas bancarias para aumentar la liquidez en el sistema para evitar que se rompa la cadena de pagos no requieren de un estado grande. Incluso si hubiera que hacer préstamos directos a las empresas en la eventualidad de que el sistema financiero decidiera no asumir riesgos, el impacto sobre gastos de estructura no sería dramático. Todas estas medidas sí requieren, en cambio, funcionarios competentes, y un amplio margen fiscal, el cual solo es posible si anteriormente ha habido disciplina presupuestal y una economía dinámica que generaba ingresos fiscales. Es una ventaja que tenemos hoy en el Perú.

Luego, cuando tengamos que reactivar la economía, ¿qué ruta seguiremos? ¿Más gasto público aún? Más eficaz será relajar normas laborales, reducir el número de fiscalizaciones al sector informal, y permitir moratorios en contribuciones a las AFP o CTS, por ejemplo, para darles a las empresas un respiro y permitir mayores contrataciones. Asimismo, destrabar proyectos de concesiones es vital, y facilitar la creación de nuevos negocios. Es decir, además de inyectar fondos públicos, es clave para la recuperación que destrabemos, desregulemos y generemos mayor seguridad jurídica.

Es más, luego del estímulo, tendrá que venir el ajuste presupuestal, si queremos tener la flexibilidad de reaccionar a la próxima pandemia. Para ello tendremos que usar herramientas tales como el presupuesto base cero, sobre el cual hemos hablado en otra ocasión.

3 – El desequilibrio de poderes y la falta de cuestionamiento civil son un remedio perverso

Aunque el gobierno se ha ganado la confianza de la población al “no pensarlo demasiado” y haber tomado acciones drásticas que en principio deberían frenar el avance del virus – evitando así que los servicios de salud se vean desbordados – el que no se le cuestione nada es preocupante. El rol del parlamento ha sido nulo (salvo para proponer medidas absurdas como la posibilidad de retirar dinero de las AFP) y la prensa, de facto, no es más que un vehículo de comunicación del gobierno. En realidad, es importante que en casos como este se dé un cuestionamiento. ¿De cuándo a esta parte hemos venido a creer en la infalibilidad gubernamental?

De un punto de vista práctico, en primer lugar, hay mucho que preguntar. Por ejemplo ¿Las medidas tenían que ser tan severas o se podría haber aplanado la curva lo suficiente dejando operar a más sectores? ¿Los 15 días de aislamiento social obligatorio son suficientes? En principio ese es el tiempo que, como en Hubei, toma determinar si las medidas tienen efecto, pero ¿se pueden luego relajar las medidas sin que haya rebrote, sabiendo que, por haber estado aislada, la población no ha desarrollado inmunidad de grupo? ¿O para entonces ya habremos testeado y aislado todos los casos, sabiendo que hay más de los que se reporta? ¿O ya tendremos la infraestructura suficiente para aguantar el rebrote? ¿Y si no se ha cumplido con esas condiciones, volveremos a la cuarentena?

De un punto de vista filosófico, en segundo lugar, el que se prive a la gente de su libertad, que se les impida ir a ganarse la vida, sin que el gobierno no esté bajo constante presión de justificar cada acción con números, estadísticas, discusión detallada sobre por qué tal solución y no tal otra, etc., llama la atención. Como lo recordaba recientemente Yuval Noah Harari en un editorial del Financial Times, cuidado, ya que las situaciones temporales tienen tendencia a volverse permanentes. Siempre habrá una segunda o tercera derivada de esta pandemia, o circunstancias diferentes, en las que también se requerirá acatamiento sin cuestionamientos, y eso es peligroso.

En suma, recordemos: una crisis como esta siempre requerirá intervención estatal. Sin embargo, esta debe ser vista como un conjunto de medidas temporales que deben darse rápidamente. Es necesario, entonces, estructuras flexibles y holgura fiscal conseguida con disciplina presupuestal y una economía dinámica. Y, también, es indispensable más debate. Por ello el legado de esta crisis debería ser, hasta cierto punto, lo contrario de lo que los devotos del Dios Estado contemplan. Lampadia




La primavera chilena

CEP Chile
Leonidas Montes
Director del CEP

Foto: Internet

Fue un fin de semana triste y también deprimente. Un alza de pasajes gatilló situaciones que nadie hubiera imaginado. La efervescencia social nos recordó una vez más ese estado de naturaleza hobbesiano, donde la vida fuera de la sociedad sería ‘solitaria, pobre, repugnante, brutal y corta’. Por eso, según Hobbes, debemos ceder parte de nuestra libertad para establecer un contrato social que nos garantiza vivir en paz. En estos días de rabia y bronca –ya hablaremos de la ira- hemos olvidado lo que significa ese principio hobbesiano que nos limita e impone deberes, pero también esa vieja idea aristotélica del zoon politikón, ese animal social que somos nosotros. En efecto, somos seres humanos que vivimos en sociedad, con otros. Esta idea fundamental sienta los cimientos del Estado moderno. Y del liberalismo que inspira nuestra sociedad moderna. No en vano John Locke establecía los principios de “la vida, la libertad y la propiedad” como los cimientos la sociedad.

Partamos por lo principal. La tolerancia, ese gran valor liberal, nos exige un esfuerzo para tolerar aquello con lo cual no concordamos o que nos produce rechazo. La tolerancia es un ejercicio social que nada tiene que ver con la simple indiferencia. Ésta es solo el acto de ignorar. No nos exige nada, solo centrarse en uno mismo. La tolerancia, en cambio, nos exige ponernos en la situación del otro, tratar de entenderlo y eventualmente esforzarnos por tolerar aquello con lo que no estamos de acuerdo. Pero lo que no se puede tolerar es la violencia y los atentados contra “la vida, la libertad y la propiedad”. Esto atenta contra el tejido que mantiene unida a la sociedad. Destruir los cimientos de nuestra sociedad es atentar contra lo más sagrado de nuestra convivencia: nuestro estado de derecho. Son inquietantes las imágenes de los robos y saqueos, y de la ira destruyendo aquello que nos enorgullece y nos une: el Metro de Chile. Es un ataque cobarde y egoísta a un símbolo de integración y unión. El Metro es una empresa estatal que es de todos y para todos. Destruirlo es intolerable e inaceptable y nos distancia del sentido humano del zoon politikón.

Ahora vamos a la ira. Sloterdijk, en su libro Ira y Tiempo, cuyo título evoca a Heidegger con su Ser y Tiempo, nos recuerda que desde la Ilíada la ira ha acompañado la historia de Occidente. Y su tesis más provocativa es que durante el siglo XX la izquierda fue la banca de la ira ciudadana, una ira que, por supuesto, también era esperanza. Los ciudadanos depositaban su ira a la espera de los intereses que se prometían y esperaban. Con el fracaso del socialismo y la crisis de corrupción que ha azotado a la política, los ciudadanos ahora no tienen una banca para depositar la ira. Como no hay banco, los intereses y las esperanzas han desaparecido. Y lo que es peor, los ciudadanos depositan la ira en sí mismos. Una ira que explota y se define en la subjetividad. Existe un individualismo que es preocupante. Y aquí hay un gran desafío para nuestra clase política que no canaliza la ira, ni refleja las esperanzas.

Las razones detrás del individualismo, eso que algunos pretenden reducir solo al neoliberalismo, es más profunda. Tiene que ver con esa pérdida del sentido social, con esa orfandad que genera el olvidar que somos seres sociales que vivimos con otros. Chile ha vivido un rápido y sostenido crecimiento muy centrado en el individualismo metodológico que es propio de la economía neoclásica. Hablamos mucho de la planilla Excel, como dijo alguna vez Lucía Santa Cruz, pero soslayamos que vivimos en sociedad. El progreso, bien lo sabemos, es más complejo que el PIB per cápita. En cierto sentido nos quedamos solo con el Adam Smith de la Riqueza de las Naciones, y todavía no hemos visto la importancia de su Teoría de los Sentimientos Morales. Hay una preocupante carencia de empatía a todo nivel.

En esta crisis social y política, todos somos responsables. Pero los más irresponsables son los que ignoran lo que está en juego: los principios que sostienen nuestra vida en común.