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Elecciones anticipadas agravarían Brexit

Nuevos acontecimientos en el Parlamento y al interior del Partido Conservador, que lidera el primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, han agitado la crisis política producto del Brexit.

Un proyecto de ley, promovido por 21 parlamentarios conservadores, y destinado a extender el plazo de las negociaciones para una salida de la UE, motivó el desplante más imponente en la historia de dicho partido el pasado 3 de setiembre. No sólo fueron retirados como miembros del Partido Conservador, sino que además se censuró su participación en las próximas elecciones representando a dicha organización política. Ello ha puesto en evidencia una vez más la naturaleza autoritaria de Johnson, la misma que mostró cuando se dispuso a suspender el Parlamento el pasado 28 de agosto (ver Lampadia: Gran Bretaña a puertas del Brexit).

En las presentes circunstancias, y como han hecho eco diversos medios internacionales, el principal objetivo de Johnson sería forzar un adelanto de elecciones, ante la pérdida de su mayoría parlamentaria y los constantes obstáculos por parte de este mismo poder del estado para la concreción de un Brexit sin acuerdo.

Sin embargo, el verdadero problema no es tanto que dicho excéntrico personaje se asiente en el poder, sino el nefasto escenario político que sentarían tales elecciones. Como bien ha señalado The Economist en un reciente artículo que compartimos líneas abajo, “Los dos principales partidos [El Partido Conservador de extrema derecha y el Partido Laborista de extrema izquierda], en sus diferentes formas, se empeñarán en dañar la economía; y ambos representarán una amenaza para las instituciones británicas”.

En efecto, la escasa presencia de políticos moderados en dichos comicios electorales podría conllevar, sea el ganador que fuere, al colapso de la democracia británica. Ya hemos venido advirtiendo anteriormente de esta polarización reflejada en la preferencia del votante hacia los extremos de ambas alas políticas en Occidente (ver Lampadia: El cinismo del populismo). La trasgresión de las instituciones, característica del engaño populista en tales movimientos, es un riesgo del que hasta los países del primer mundo, como Gran Bretaña no han podido eximirse.

Así, la derecha británica ha degenerado también hacia el populismo. Reflejo de ello es que la práctica del policy del Partido Conservador en todos los sucesos que vienen ocurriendo en torno al Brexit (ver Lampadia: El nuevo conservadurismo) ya se encuentra muy lejos de los fundamentos liberales y pragmáticos que lo personificaban. Inclusive ha ofrecido, a través de su canciller y en contra de la austeridad fiscal que lo caracterizaba en antaño, aumentar el gasto público, dando donaciones por las elecciones por un monto de 13,800 millones de libras (o US$ 16,900 millones).

En ese sentido, consideramos que es imperativo que el Parlamento británico siga impidiendo las iniciativas formuladas por Johnson; esto es, el adelanto de elecciones y una salida sin un acuerdo. Esperemos que el proyecto de adelanto del plazo con la UE aún pueda salir a flote, ya no desde el Partido Conservador, sino desde aquellos parlamentarios independientes, más moderados y que sueñan con un mejor futuro económico y social para Gran Bretaña. Lampadia

Política británica
El Partido no-conservador de Boris Johnson

El apretado abrazo del populismo radical por parte de los conservadores prepara a Gran Bretaña para una elección peligrosamente polarizada

The Economist
7 de setiembre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Boris Johnson ha sido líder del Partido Conservador por poco más de un mes, y hasta esta semana había aparecido en el Parlamento como primer ministro solo una vez. Pero eso no le impidió llevar a cabo la mayor purga en la historia del partido el 3 de septiembre. Después de que una rebelión del Parlamento condujera a una rotunda derrota de su política intransigente del Brexit, 21 diputados conservadores moderados, incluidos siete ex miembros del gabinete y un nieto de Winston Churchill, fueron retirados y se les dijo que no se les permitiría permanecer como tories en las próximas elecciones.

Fue el paso más dramático en un largo proceso: la transformación del partido gobernante de Gran Bretaña de conservadores a populistas radicales. La captura de los conservadores por fanáticos decididos a perseguir un Brexit sin acuerdo ha provocado que el partido abandone los principios por los que ha gobernado Gran Bretaña durante la mayor parte del siglo pasado. Con una elección inminente, y la oposición del Partido Laborista capturada por una extrema izquierda igualmente radical, la siniestra metamorfosis de los conservadores es una noticia terrible.

Desechar más de 40 años de prudente pro europeísmo después del referéndum de 2016 fue en sí mismo un gran cambio. Pero bajo el mando de Johnson y su asesor al estilo Svengali, Dominic Cummings, quien ideó la campaña de salida, el partido tory se ha convertido no solo a favor del Brexit sino a favor de no negociar. Johnson afirma que está trabajando a toda máquina para obtener un mejor acuerdo de retirada de la UE. Sin embargo, en su actuación agitada ante los miembros parlamentarios esta semana, como un estudiante universitario que se abría camino a través de una viva, fue descubierto. No tiene una propuesta real para reemplazar el respaldo irlandés en disputa. Informes de que Cummings admitió en privado que las negociaciones en Bruselas son un anillo de “farsa” son también demasiado ciertos. El plan poco conservador de Johnson parece ser ganar unas elecciones rápidas, ya sea después de cerrar sin un acuerdo o, como ha resultado, alegar que han sido frustrados por “enemigos del pueblo” en el Parlamento.

La religión del no-acuerdo ha destruido otros principios conservadores. Sajid Javid, el canciller fiscalmente prudente, esta semana repartió miles de millones de libras en productos preelectorales. Dio dinero a los servicios públicos sin exigir mucho en el camino de la reforma, y se centró en el gasto diario en lugar de invertir para el futuro. Se suponía que el poder del gasto se mantenía a un lado para hacer frente a un colapso sin acuerdo. Pero la fe dicta que el no acuerdo no hará un gran daño a la economía, por lo que no se requiere una red de seguridad. Mostrar tal precaución, como lo hizo el predecesor de Javid (ahora un ex-tory), es una forma de herejía.

El comportamiento más poco conservador del gobierno de Johnson ha sido su imprudencia constitucional. No solo ha suspendido al Parlamento (habiendo dicho que no lo haría), para limitar el tiempo de los miembros parlamentarios para legislar sobre el Brexit (que, una vez más, dijo que no estaba conectado). También jugó con el uso de tácticas aún más discrecionales, como recomendar que la reina que no promulgue la legislación aprobada por el Parlamento. ¿Cumpliría el gobierno la ley?, se le preguntó a un aliado del gabinete de Johnson. “Veremos lo que dice la legislación”, respondió. En un país cuya constitución depende de la voluntad de seguir la convención y la tradición, incluso hacer tal amenaza debilita las reglas y allana el camino para la próxima ronda de abusos, ya sea por parte de un gobierno laborista o conservador.

Esta semana todavía había suficientes conservadores en el Partido Conservador para bloquear la parte más peligrosa de la política del Brexit de Johnson. Cuando fuimos a la prensa, un proyecto de ley diseñado para detener el no acuerdo se estaba abriendo camino a través de la Cámara de los Lores. Pero la derrota del gobierno, y su pérdida de cualquier tipo de mayoría, apuntan hacia una elección. Será un concurso en el que, por primera vez en la memoria viva, Gran Bretaña no tiene un partido de centroderecha. Tampoco, gracias al líder de extrema izquierda del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, tendrá una oposición dominante. En cambio, los dos principales partidos, en sus diferentes formas, se empeñarán en dañar la economía; y ambos representarán una amenaza para las instituciones británicas. Las terribles consecuencias del Brexit continúan. Lampadia




¿Hacia un segundo referéndum sobre el Brexit?

Finalmente, se vislumbra un rayo de esperanza en medio de la crisis política en la que se ve inmersa Gran Bretaña, al no contar aún con un acuerdo de salida de la UE, conforme avanzan los días hacia la fecha límite para su presentación, el 29 de marzo.

Como indica un reciente artículo de Financial Times, el líder del Partido Laborista, principal partido de oposición al Partido Conservador, ha anunciado que respaldará un segundo referéndum, planteando la posibilidad de que se revierta el Brexit.

Como señala el prestigioso diario británico, esto se da en un contexto de insistente presión por parte de los parlamentarios y miembros de dicho partido – incluidos decenas de miles de jóvenes que se han unido a este en los últimos dos años – que creen que el Brexit causará un gran daño a la economía, como bien hemos expuesto en anteriores ocasiones (ver Lampadia: El Reino Unido tendiendo al suicidio económico y político, La crisis del Brexit continúa, El debate del acuerdo de salida del Brexit continúa). Asimismo, marca un antes y un después para una coalición política que respaldó ampliamente, con cerca de 3 millones de votantes laboristas, al Brexit en el referéndum del 2016 y, más recientemente, en su manifiesto electoral del 2017.

Dado este giro político, ¿Qué tan probable es un segundo referéndum a la luz de este planteamiento del Partido Laborista, además de las recientes declaraciones emitidas por Theresa May el pasado 26 de febrero, en la Cámara de los Comunes?

En primer lugar, el éxito del planteamiento de los laboristas podría tener algunos obstáculos en el parlamento, en particular, para obtener una mayoría de votos en la Cámara de los Comunes. Como señala Financial Times, habría dos fuerzas políticas – con cierta prevalencia en cuanto a número de escaños en el parlamento – que imposibilitarían la ejecución de tal referéndum.

Por un lado, se tiene al ala conservadora pro-Brexit, que ven a dicho referéndum como un obstáculo para ejercer la “supuesta voluntad” del pueblo británico – como si aún se pudiera hablar de la existencia de tal  voluntad – a ya no pertenecer al bloque europeo. Pero más importante aún, es el temor de la izquierda euroescéptica a que sus votantes, que en 2016 apoyaran el Brexit, ya no le otorguen legitimidad al partido.

En segundo lugar, es que si se tienen en cuenta las recientes declaraciones de Theresa May en la Cámara de Comunes, el pasado 26 de febrero, las probabilidades de que se de un segundo referéndum se difuminan aún más.

Ello porque, según fuentes del diario el País, la primera ministra insiste con conseguir el respaldo a su acuerdo de salida  – que sufrió una aplastante derrota en el parlamento el pasado 15 de enero – sometiéndolo a una votación adicional, el 12 de marzo, revelando su preferencia de no convocar a referéndum. De no aprobarse tal acuerdo, ha planteado la posibilidad de negociar una extensión de la fecha límite, si es que los parlamentarios rechazan una salida sin acuerdo.

Inclusive ha propuesto presentar un documento que detalle el impacto económico que tendría una salida de Gran Bretaña de la UE sin un acuerdo de salida, lo cual constituye una completa falta de respeto y hasta desfatachez hacia el pueblo británico, que desea saber los términos que implicarían la salida de su país del mercado único.

Estas declaraciones solo ponen en evidencia una vez más lo que venimos advirtiendo en anteriores publicaciones: la falta de racionalidad por parte de la clase política británica dirigente para tomar decisiones sin tomar en cuenta las atroces consecuencias, en materia económica y política, que tendrían para con su pueblo. Y en la cúspide de esta irracionalidad, se ubica la insistente demanda de May por salir de la UE con acuerdo o sin acuerdo.

Afortunadamente, y contra todo pronóstico, se ha deslindado la posibilidad de aplazar la fecha límite de la negociación, lo cual da mayor margen de acción para elaborar un acuerdo de salida con una mayor sensatez y cordura y por qué no, para seguir insistiendo con un segundo referéndum, como una verdadera solución democrática. No hay nada mejor que escuchar la voz del pueblo, en plena riña de políticos que, como siempre, creen tener la solución a todos los problemas del país. Lampadia




Cuando la clase dirigente defrauda en su hora más fina

El Reino Unido ha tenido siempre una clase dirigente presente en la conducción de sus gobiernos, y nos ha dado ejemplos de liderazgo extraordinarios, empezando por el portentoso liderazgo de Winston Churchill, que supo resistir la soledad de sus propósitos (los ataques más severos) para terminar imponiendo su criterio sobre la necesidad de enfrentar a Hitler. A ese extraordinario momento de su vida, en el que supo estar a la altura de las circunstancias y más allá, a esa ‘hora más oscura’ que supo tornar en su ‘hora más fina’ le debemos, todos los ciudadanos de occidente, el haber podido vivir en libertad durante los últimos 70 años.

Pero hoy, el Reino Unido, está en otra. Está en el medio de una crisis auto-infligida, justamente, por la debilidad de sus líderes actuales.

Crisis en la política de Gran Bretaña

Faltan tan solo ocho meses para que el Reino Unido abandone oficialmente la UE, tras la elección del Brexit en el 2016, y la incertidumbre es increíblemente alta. Los británicos están en un escenario de altísima incertidumbre.

Las posibilidades de que las conversaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea lleguen a un acuerdo son cada vez menores. A pesar de que el tiempo se está agotando, sus argumentos continúan siendo muy distantes. Theresa May ha publicado su último plan de compromiso y ve poco espacio para nuevas concesiones. Michel Barnier, el principal negociador de la UE, también tiene poco espacio para maniobrar. Quizás algún acuerdo de última hora sea acordado por el Consejo de Ministros a finales de este año; pero aumentan los riesgos de que no lo haga.

Se ha desatado una gran lucha política en el gobierno del Reino Unido sobre Brexit y podría ser el fin de la primera ministra Theresa May. Tres miembros del gabinete de May, el canciller Boris Johnson, el ministro del Brexit David Davis y el ministro del Departamento para la salida de la UE, Steve Baker, renunciaron al gobierno en protesta por el manejo de las negociaciones con la Unión Europea por parte de May.

¿Qué paso? May llegó al poder poco después del voto en pro del Brexit, prometiendo ser una mano firme en las negociaciones. Ofreció un ‘Brexit duro’ e incluso trajo a los políticos pro-Brexit a su gobierno, incluidos Johnson, Baker y Davis.

Desde el principio May ha destacado por su debilidad y falta de instinto político. Por ejemplo, cuando los conservadores gozaban de una cómoda mayoría, decidió llamar a elecciones, perdiendo la mayoría y teniendo que organizar alianzas inestables que solo le permiten sobrevivir, una y otra vez, a las sucesivas crisis que tiene que enfrentar.

Todos los análisis serios sobre las consecuencias del Brexit, muestran que Gran Bretaña tendrá que asumir tremendos costos económicos y sociales. A pesar de la inclinación de May y su equipo-Brexit, con el tiempo, May fue dando muestras de aceptar un “Brexit suave”. Ese es el apodo de un modelo que afirma que no pertenece a la UE, pero aún tiene acceso al mercado único europeo. Para seguir ese modelo, el Reino Unido debe permitir principalmente el libre flujo de bienes, servicios, dinero y personas. O sea, ser, pero no ser parte de la unión. Todo con tal de no reconocer el error.

Esto no es una opción para los activistas pro-Brexit, que prefiere un “Brexit duro”, en el que supuestamente GB se ahorraría los aportes a la unión y podría restringir la inmigración.

El gabinete de May está profundamente dividido entre esos dos bandos, y se le está acabando el tiempo para presentar sus términos a la UE. En junio, después de una reunión de 12 horas, May surgió con un plan acordado por el grupo: el Reino Unido buscaría un “área de libre comercio” con la UE para bienes industriales y agrícolas, preservando su acceso a los mercados de la UE y gobernado por un “Libro de reglas común”.

Pero no hubo consenso: para Johnson y otros pro Brexit duro, el plan era demasiado suave. Entonces renunciaron en protesta. Ahora, todo el partido de May está en crisis, y algunos miembros amenazan con desafiar su liderazgo si ella no cambia de rumbo.

¿Qué sucederá?

No queda claro qué sucederá, sin embargo, existen varias opciones. Una opción es que el Reino Unido decida que no pagará la “tarifa de divorcio” de alrededor de € 50 mil millones que acordó en diciembre pasado como parte de un acuerdo de retiro. Sin dicho acuerdo, la UE afirma que no habrá una “fase de implementación”. Como resultado, el próximo año, el comercio del RU con la UE estaría sujeto a aranceles y controles fronterizos. Sin duda, se harán tratos a lo largo del tiempo para solucionar el desorden y se encontrarán formas de reactivar el comercio, pero la disrupción sería enorme y es poco probable que la economía se recupere por completo durante muchos años.

Otra opción es que el Reino Unido abandone la UE con un acuerdo de mantener, por el momento, el status quo en términos de intercambio y todos los demás arreglos diarios. En otras palabras, la “fase de implementación” seguiría adelante incluso en ausencia de un acuerdo de retirada total, y el Reino Unido cumpliría con su acuerdo de pagar a la UE mientras se realizan nuevos intentos para negociar una relación a largo plazo.

Esto parece políticamente tentador, pero no es tan fácil como parece. ¿Qué pasa si no se llega a un acuerdo el próximo año o el año siguiente? ¿Se volverá permanente este arreglo a corto plazo, al igual que la relación de Noruega con la UE, diseñada para durar unos pocos meses en 1994, pero que todavía está en vigor?

Otra alternativa es que el Reino Unido decida permanecer en la UE después de todo. El gobierno retira su carta notificando a la UE su decisión de abandonar la UE, pero se necesitaría un nuevo referéndum en el Reino Unido y el gobierno de Theresa May se opone. Las encuestas recientes indican que un nuevo referéndum, diseñado para poner fin a una profunda crisis política interna, daría como resultado una votación para permanecer en la UE, después de todo.

¿Cuál de estos cuatro escenarios es más probable?

Nadie puede estar seguro. Hay problemas con cada uno de ellos: financieros, legales y políticos. Cada uno tendrá sus seguidores y sus críticos. Solo una cosa es segura: si no hay un acuerdo entre el Reino Unido y la UE, Gran Bretaña tendrá que sufrir grave problema.

Lo único seguro es que GB ha olvidado los ejemplos de liderazgo de Churchill, Thatcher y Blair, tiene a la persona menos indicada en el gobierno: un partido conservador sin una clara identidad, un partido laborista regresivo a las políticas que los llevaron a sufrir el ‘winter of discontent’ (la crisis que llevó a Thatcher y el liberalismo británico al poder en 1979) y, por lo tanto, un liderazgo débil que no permite ver el camino por delante. Lampadia




Reformas de Nueva Zelanda 25 años después

Reformas de Nueva Zelanda 25 años después

Poco se sabe en el Perú de la exitosa y profunda reforma económica, política y administrativa que llevó a cabo Nueva Zelanda, como política de Estado, desde 1985. Esta reforma, considerada como “uno de los episodios más notables de liberalización que puede ofrecer la historia”, fue impulsada por el partido laborista de la  izquierda.

Los años 80´s no solo fueron duros para el Perú y América Latina. Como consecuencia de un Estado benefactor insostenible, políticas públicas proteccionistas de larga data, una economía sin incentivos para generar riqueza y una burocracia estatal ineficiente, Nueva Zelanda aterrizó en la década de los 80’s arrastrando una crisis económica y política que demandaba a gritos reformas radicales en el modelo económico y en la administración pública. 

El contexto previo

Entre 1950 y 1985 Nueva Zelanda registró la tasa de crecimiento más baja entre las economías de la OECD, creciendo menos de la mitad del promedio de estos países. De ser el quinto país más rico del mundo en 1950, pasó a ocupar el vigésimo lugar en el año 1985, a pesar de su extenso “Estado de Bienestar”.

Estos resultados se pueden entender porque Nueva Zelanda era considerada la economía más protegida de la OECD. En efecto, desde 1950 existían extensos controles de precios y, en promedio, un quinto de todos los productos de consumo tenían precios fijados desde el Gobierno; las empresas nacionales tenían protección frente a la competencia de las importaciones; el mercado laboral tenía una pesada regulación basada en criterios redistributivos antes que en productividad; y abundaban numerosas empresas estatales mal administradas, entre otras agudas distorsiones. La crisis que venía arrastrando el Estado neozelandés se agravó fuertemente con el ingreso de Gran Bretaña a la Comunidad Europea, lo que redujo fuertemente sus exportaciones a ese país (que alcanzaban el 70% de las exportaciones totales), así como por la crisis petrolera del 1973, y el incremento de la deuda pública para financiar programas sociales y el gasto en pensiones, que llevó al país a un déficit fiscal de 7% del PBI a comienzos de los 80’s. La crisis fue de tal magnitud que el Gobierno del Partido Nacional tuvo que convocar elecciones anticipadas en julio de 1984. Estas elecciones las ganaría el partido Laborista de izquierda.

La “Gran Transformación”

A partir de 1985 Nueva Zelanda se embarcó en un extenso proceso de transformación que no solo incluyó las “tradicionales” reformas de primera generación asociadas a la apertura comercial, privatización de empresas públicas, simplificación del sistema tributario, eliminación de subsidios a la industria, liberalización de precios y salarios, flexibilización del mercado laboral, reducción del gasto público y disciplina monetaria, ya que el plan de reforma contempló también una profunda metamorfosis en el sector público, principalmente, en el Poder Ejecutivo.

El servicio público de Nueva Zelanda funcionaba con fuertes rigideces burocráticas y los funcionarios públicos gozaban, prácticamente, de estabilidad laboral absoluta. Los Directores y jefes llegaban a sus cargos por criterios de antigüedad antes que por méritos.  El sector público se percibía como lento y costoso, y uno de las principales preocupaciones derivaba de la ineficiencia en la utilización de los recursos públicos, debido a la falta de transparencia y rendición de cuentas. Así, entre 1988 y 1989 se promulgan dos leyes claves (la State Sector Act y la Public Finance Act – ley del sector estatal y de las finanzas públicas), que tuvieron como objetivo lograr mayor transparencia en la gestión, otorgarle a los gerentes públicos mayor libertad para cumplir sus metas -incluyendo mayor flexibilidad en el manejo de sus recursos humanos y financieros-, y una orientación hacia el logro de resultados. El Gobierno logró además introducir un sistema de incentivos basado en bonos de desempeño o la posibilidad del despido ante los malos resultados. Las regulaciones laborales en el aparato estatal se empezaron a regir por las mismas normas que en el sector privado, acabando con la estabilidad absoluta. El nombramiento de los gerentes se empezó a realizar por un periodo fijo, que no coincidía con el ciclo electoral, para separarlo del proceso político.

Todas las evaluaciones de la experiencia neozelandesa indican que se registraron importantes ganancias en productividad y eficiencia, y que la reforma del Estado fue un gran éxito. Como señaló el ex embajador neozelandés Darryl Dunn, en una entrevista para El País de Montevideo, Nueva Zelanda cambió en “las actitudes hacia las instituciones del Estado, en el sentido de darse cuenta de la necesidad de reformas”.

Es rescatable que al margen del color político, Nueva Zelanda haya podido construir un consenso entre el Partido Nacional, de derecha, y el Laborista, de izquierda, para hacer de esta profunda reforma una política de Estado perdurable.

Nueva Zelanda ha sido visitada  innumerables veces por misiones de muchos países de la tierra desde la década del 90´ para evaluar el diseño, implementación y resultados de esta gran reforma de Estado. Como hemos manifestado en Lampadia, el Perú tiene la necesidad de emprender importantes reformas en educación, institucionalidad, infraestructuras y clima de inversión, todos temas en los que Nueva Zelanda descolla a nivel mundial y tiene mucho que enseñarnos. 25 años después de la transformación de Nueva Zelanda, creemos que sería de extrema utilidad organizar visitas de estudio, del sector público y del privado, para recoger los elementos políticos y técnicos que hicieron posible el gran salto hacia la prosperidad de este país.  Lampadia