1

EEUU: El plan disruptivo de Warren

EEUU: El plan disruptivo de Warren

Recientemente The Economist publicó un interesante artículo que resume de manera simple y muy ilustrativa el plan de gobierno de la que sería la presidenta de EEUU si se dieran las elecciones generales en el plazo inmediato, según anuncian las últimas encuestas disponibles: Elizabeth Warren del Partido Demócrata. A continuación, lo compartimos líneas abajo.

Como se puede constatar del análisis de The Economist, dicho plan está cargado de la generación de un sinfín de regulaciones en sectores que son el sostén de la economía estadounidense como el financiero y el tecnológico. En ese sentido, resulta sumamente peligroso su implementación porque implicaría que la primera gran potencia económica, considerada el bastión más representativo del capitalismo mundial, se torne en una economía con una intervención cada vez más creciente del tamaño del Estado.

Warren propone cosas como que las empresas operen bajo licencias revocables y que los inversionistas no tengan ‘responsabilidad limitada’. Dos bombas de impacto nuclear.

Por otra parte, el hecho de que Warren esté acaparando adeptos en el electorado estadounidense es prueba de algo que ya venimos advirtiendo desde hace algún tiempo: La creciente preferencia que está teniendo el intervencionismo y en particular, el socialismo, en los jóvenes en EEUU (ver Lampadia: El socialismo de los Millenials).

Lamentablemente, el populismo nacionalista que ha desquiciado Trump desde que llegó al poder con el Partido Republicano tiene gran parte de la culpa. Si bien el mérito de Trump descansa en un EEUU aún pujante en el tema económico pero con claras señales de desaceleración (ver Lampadia: El error teórico de Trump en el conflicto EEUU-China), su constante desprecio a problemáticas tan importantes a nivel global como el cambio climático, así como el fuerte sentimiento antinmigratorio que expele, ha contribuido a que grandes segmentos de la población jóven, que no se sienten representados por él, volteen a opciones más moderadas en dichos temas sin advertir las aventuradas agendas económicas que tales propuestas sostienen. Parte de estas peligrosas agendas del Partido Demócrata, también ha sido la Teoría Monetaria Moderna, de la cual hemos tratado extensamente (ver Lampadia: MMT: Insisten con desastres monetarios, Se proponen nuevos disparates monetarios) y que como explicamos, constituye un camaleón de desenfrenadas emisiones monetarias provenientes de la FED para financiar déficits fiscales insostenibles que generan hiperinflación en el mediano plazo.

Felizmente, una larga tradición de think tanks liberales en EEUU – entre los que destacan Cato Institute, Heritage Foundation, Mises Institute, entre otros – siempre ha estado vigilante de las propuestas de política pública de los partidos y sus advertencias han contribuido a impedir la implementación de planteamientos tan nefastos para la economía estadounidense. Esperamos que en esta ocasión también cumplan con su cometido y persuadan a los líderes políticos del Partido Demócrata de no cometer suicidio económico y político, si es que llegasen al poder. Lampadia

Una mujer con un plan
Elizabeth Warren quiere rehacer el capitalismo estadounidense

Tal como están las cosas, el programa de los principales candidatos demócratas tiene muy poco tiempo para mercados o negocios

The Economist
24 de octubre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Elizabeth Warren es notable. Nacida en una familia en dificultades en Oklahoma, se abrió camino para convertirse en profesora de leyes estrella en Harvard. Como madre soltera en la década de 1970, rompió con la convención al seguir una carrera de tiempo completo. En una era de regla por tweet, ella es una política desvergonzada que ahora es una de las principales exponentes para ser la candidata demócrata a la presidencia en 2020. Las encuestas sugieren que, en una competencia cara a cara, más estadounidenses votarían por ella que por Donald Trump.

Pero tan notable como la historia de Warren es el alcance de su ambición de rehacer el capitalismo estadounidense. Ella tiene un plan admirablemente detallado para transformar un sistema que cree que es corrupto y le falla a la gente común. Muchas de sus ideas son buenas. Tiene razón al tratar de limitar los esfuerzos de las empresas gigantes para influir en la política y engullir a sus rivales. Pero en el fondo, su plan revela una dependencia sistemática de la regulación y el proteccionismo. Tal como está, no es la respuesta a los problemas de EEUU.

Warren está respondiendo a un conjunto permanente de preocupaciones. EEUU tiene una mayor desigualdad que cualquier otro país rico grande. Si bien los empleos son abundantes, el crecimiento salarial es extrañamente moderado. En dos tercios de las industrias, las grandes empresas se han vuelto más grandes, lo que les permite obtener ganancias anormalmente altas y compartir menos del pastel con los trabajadores. Para Warren esto es personal. Sus padres soportaron el Dust Bowl y la Gran Depresión en la década de 1930 y luego la carrera de su padre se derrumbó debido a una enfermedad. Como académica, se especializó en examinar cómo la bancarrota castiga a quienes caen en tiempos difíciles. La idea que anima su pensamiento es la de una clase media precaria, aprovechada por las grandes empresas y traicionada por políticos que festejan con el dólar corporativo en Washington, DC.

Algunos críticos republicanos y de Wall Street afirman que Warren es socialista. Ella no lo es. Ella no apoya la propiedad pública de las empresas ni el control político del flujo de crédito. En cambio, favorece las regulaciones que obligan al sector privado a pasar su prueba de lo que es ser justo.

El alcance de estas regulaciones es asombroso:

  • Los bancos se dividirían, divididos entre banca comercial y de inversión.
  • Gigantes tecnológicos como Facebook serían desmembrados y convertidos en servicios públicos.
  • En energía, habría una prohibición del fracking de esquisto bituminoso (que, para los mercados petroleros, sería un poco como cerrar Arabia Saudita), una eliminación de la energía nuclear y objetivos para las energías renovables.
  • El seguro de salud privado estaría mayormente prohibido y reemplazado por un sistema estatal.
  • Los barones de capital privado ya no estarían protegidos por una responsabilidad limitada: en su lugar, tendrían que pagar las deudas de las empresas en las que invierten.

Esta nueva regulación sectorial complementaría las amplias medidas de toda la economía:

  • Un gravamen de seguridad social del 15% para aquellos que ganan más de US$ 250,000
  • Un impuesto sobre el patrimonio anual del 2% para aquellos con activos superiores a US$ 50 millones
  • Un impuesto del 3% para aquellos con un valor superior a US$ 1,000 millones y un impuesto adicional del 7% sobre las ganancias corporativas.
  • Mientras tanto, el estado relajaría el control de las compañías por parte de los propietarios.
  • Todas las grandes empresas tendrían que solicitar una licencia del gobierno federal, que podría ser revocada si reiteradamente no tienen en cuenta los intereses de los empleados, clientes y comunidades.
  • Los trabajadores elegirían dos quintos de los asientos de la junta.

Warren no es xenófoba, pero es proteccionista. Los nuevos requisitos para los acuerdos comerciales los harían menos probables. Su gobierno “administraría activamente” el valor del dólar.

Warren defiende algunas ideas que apoya este medio. Una razón para la desigualdad es que los rincones lucrativos de la economía están cerrados por privilegiados. Tiene razón al pedir una política antimonopolio vigorosa, incluso para las empresas tecnológicas, tolerancia cero al amiguismo y el fin de los acuerdos de no competencia que limitan la capacidad de los trabajadores de ganar salarios más altos y cambiar de trabajo. Dada la inflación, su plan de aumentar el salario mínimo federal a US$ 15 durante cinco años puede ser una forma razonable de ayudar a los trabajadores más pobres. De hecho, los ricos deberían pagar más impuestos, aunque creemos que el camino práctico es cerrar las lagunas, como un beneficio por las ganancias de capital conocidas como interés acumulado, y aumentar los impuestos a la herencia, no un impuesto a la riqueza. Y aunque un impuesto sobre el carbono es nuestra forma preferida de combatir el cambio climático, su plan para objetivos de energía limpia marcaría una gran diferencia.

Sin embargo, si se promulgara todo el plan Warren, el sistema de libre mercado de EEUU sufriría un fuerte shock. Aproximadamente la mitad del mercado de valores y las empresas de capital privado se disolverían, se someterían a una fuerte regulación o verían abolidas las actividades. Y con el tiempo, la agenda de Warren afianzaría dos filosofías dudosas sobre la economía que minarían su vitalidad.

La primera es su fe en el gobierno como benigno y efectivo. El gobierno es capaz de hacer un gran bien, pero, como cualquier gran organización, es propenso a la incompetencia, a la captura por parte de poderosos de la información privilegiada y a la indiferencia kafkaesquiana ante la difícil situación de los hombres y mujeres comunes que más le importan a Warren. Cuando las empresas de telecomunicaciones y las compañías aéreas estaban muy reguladas en la década de 1970, eran famosas por su pesadez e ineficiencia. El logro distintivo de Warren es la creación en 2011 de un organismo para proteger a los consumidores de los servicios financieros. Ha hecho un buen trabajo, pero tiene poderes inusuales, a veces ha sido duro y se ha convertido en un fútbol político.

La otra filosofía dudosa es un vilipendio de los negocios. Ella subestima el poder dinámico de los mercados para ayudar a los estadounidenses de clase media, guiando invisiblemente las acciones diversas y espontáneas de las personas y las empresas, trasladando el capital y la mano de obra de las industrias moribundas a las que están en crecimiento e innovando a expensas de los titulares perezosos. Sin esa destrucción creativa, ninguna cantidad de acción gubernamental puede elevar el nivel de vida a largo plazo.

Colores primarios

Muchos presidentes han tomado posiciones en las primarias de las que se apartaron como nominados de su partido. Si Warren llegara a la Oficina Oval dentro de 15 meses, los tribunales, los estados y probablemente el Senado la obligarían. El inmenso tamaño y la profundidad de la economía de EEUU significa que ningún individuo, ni siquiera el que está sentado en la Casa Blanca, puede cambiar fácilmente su naturaleza. Sin embargo, el plan maestro pesado de Warren tiene mucho de lo qué preocuparse. Ella necesita encontrar más espacio para el sector privado innovador y dinámico que siempre ha estado en el corazón de la prosperidad estadounidense. Lampadia




Constitución y Democracia

Daron Acemoglu y James A. Robinson, los afamados autores de Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (¿Por qué fracasan los países?), acaban de publicar un nuevo libro, The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty (El pasillo estrecho: estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad), donde afirman que las instituciones y libertades de la democracia “surgen de la movilización de la sociedad, su asertividad y su voluntad de usar las urnas cuando puede y las calles cuando no puede”.

Su análisis, publicado en un artículo de Project Syndicate, que compartimos líneas abajo, se desarrolla alrededor del comportamiento extremo de Donald Trump y la movilización política para su ‘Impeachment’ (vacancia), promovida por el partido demócrata.

Más allá del caso estadounidense, el artículo es de especial interés para el Perú, a la luz de las disputas constitucionales que nos ocupan estos días.

Una cita muy interesante de los autores es sobre lo que Madison (uno de los padres fundadores de EEUU) recalcó con elocuencia: “primero hay que dar al gobierno capacidad de controlar a los gobernados; y luego forzarlo a controlarse a sí mismo”. Algo que establece un balance de poder entre la calle y el gobierno.

En esencia, los autores plantean que cuando se producen situaciones extremas en la política, es muy importante contar con la movilización de las élites y de la sociedad. En un trance como el actual en el Perú, donde el presidente ha cruzado el Rubicón y se ha alejado de lo establecido por la Constitución, llama la atención que acá, a diferencia de los ejemplos que mencionan los autores, nuestras élites y la sociedad parecen adormiladas y desorientadas, sin capacidad de reacción.

Recomendamos seriamente la lectura del siguiente artículo:

La Constitución no salvará a la democracia estadounidense

Project Syndicate
Setiembre 24, 2019
DARON ACEMOGLU
, JAMES A. ROBINSON

CAMBRIDGE – La revelación de una denuncia anónima en la comunidad de inteligencia estadounidense que acusa al presidente Donald Trump de hacer ofertas inadecuadas a un líder extranjero reactivó las esperanzas que hace poco pendían del informe del fiscal especial Robert Mueller. Muchos que no soportan la presidencia transgresora, mentirosa y polarizadora de Trump creyeron que el sistema hallaría el modo de disciplinarlo, contenerlo o destituirlo. Pero esas esperanzas eran erradas entonces, y son erradas ahora.

La mayoría de votantes que están hartos de Trump y del Partido Republicano que lealmente se encolumnó a sus espaldas no deben esperar que el freno a Trump se lo pongan figuras salvadoras o iniciados del poder en Washington. Cumplir esa tarea es responsabilidad de la sociedad, primero que nada, votando en las urnas, y de ser necesario protestando en las calles.

La fantasía de que a Estados Unidos puedan salvarlo figuras de Washington y la Constitución es parte de una narrativa compartida en relación con los orígenes de las instituciones estadounidenses, según la cual, los habitantes del país deben la democracia y las libertades a los padres fundadores y al modo brillante y visionario con que diseñaron un sistema con la provisión correcta de controles y contrapesos, separación de poderes y otras salvaguardas.

Pero como explicamos en nuestro nuevo libro The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty (hay traducción al español: El pasillo estrecho: estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad), no es así como surgen las instituciones y libertades de la democracia; más bien, las hacen surgir y las protegen la movilización de la sociedad, su asertividad y su voluntad de usar las urnas cuando puede y las calles cuando no puede. Y Estados Unidos no es excepción.

Los padres fundadores de los Estados Unidos, como las élites económicas e intelectuales británicas en aquel tiempo, procuraron elaborar leyes e instituciones que sostuvieran un Estado fuerte y capaz, bajo el control de gobernantes con ideas similares a las suyas. Algunos consideraron que la mejor solución era alguna especie de monarquía.

La Constitución de los Estados Unidos, redactada en 1787, es reflejo de esos preconceptos. No incluía una carta de derechos, y consagró muchos elementos no democráticos. No fue un descuido. El objetivo principal de los padres fundadores era aplacar el creciente fervor democrático de la gente común y someter a las legislaturas de los estados, que habían sido empoderadas por el documento que antecedió a la Constitución: los Artículos de la Confederación.

En los días que siguieron a la Guerra de la Independencia, muchos, entusiasmados por las nuevas libertades que se les habían prometido, estaban decididos a participar activamente en la formulación de políticas. En respuesta a la presión popular, los estados perdonaban deudas, imprimían dinero y cobraban impuestos. Esa prodigalidad y autonomía pareció subversiva a muchos de los padres fundadores, en particular James Madison, Alexander Hamilton y George Washington. El propósito de la Constitución que redactaron no era sólo el manejo de la política económica y la defensa de la nación, sino también volver a encerrar al genio de la democracia en la botella.

Madison lo recalcó con elocuencia: “primero hay que dar al gobierno capacidad de controlar a los gobernados; y luego forzarlo a controlarse a sí mismo”. De hecho, los padres fundadores no creían que fuera buena idea que la gente protestara, eligiera a sus representantes en forma directa o tuviera demasiada participación en política.

A Madison también le preocupaba que “un aumento de la población necesariamente aumentará la proporción de los que sufren las penurias de la vida y secretamente anhelan una distribución más igualitaria de los beneficios. Con el tiempo, estos pueden superar en número a los no alcanzados por la sensación de indigencia”. La Constitución buscaba prevenir que ese deseo de “una distribución más igualitaria de los beneficios” se trasladara a las políticas en la práctica.

Uno de los catalizadores de la Constitución fue la Rebelión de Shays en Massachusetts occidental (1786‑87), cuando unas 4000 personas tomaron las armas y se unieron a una protesta liderada por un veterano de la Guerra Revolucionaria, Daniel Shays, contra las penurias económicas, los altos impuestos y la corrupción política. La incapacidad del gobierno federal para financiar y desplegar un ejército que suprimiera la rebelión fue un llamado de atención: se necesitaba un Estado más fuerte, capaz de contener y aplacar la movilización popular. El objetivo de la Constitución era hacerlo posible.

Pero el plan no se desarrolló según lo previsto. Los intentos de los padres fundadores de construir un Estado generaron sospechas. Muchos temían las consecuencias de un Estado poderoso, especialmente en cuanto el impulso democrático se revirtiera; se multiplicaron los pedidos de que se incluyera una declaración explícita de los derechos de los ciudadanos, algo que Madison mismo empezó a promover, para persuadir a su propio estado (Virginia) de ratificar la Constitución. Luego se presentó a la presidencia con una plataforma favorable a la Carta de Derechos, con el argumento de que era necesaria para “apaciguar las mentes del pueblo”.

La Constitución incluyó los controles y contrapesos y la separación de poderes en parte para “forzar [al gobierno] a controlarse a sí mismo”. Pero su objetivo principal no era hacer a Estados Unidos más democrático y proteger mejor los derechos del pueblo. En la visión de los padres fundadores, estos arreglos institucionales, incluido un Senado elitista de elección indirecta, eran necesarios no para proteger al pueblo del gobierno federal, sino para proteger a ese gobierno de un fervor democrático excesivo.

No es extraño entonces que, en coyunturas críticas de la historia estadounidense, no hayan sido tanto las salvaguardas del sistema contra el exceso democrático o el diseño brillante de la Constitución los que promovieron los derechos y libertades de la democracia, sino la movilización popular.

Por ejemplo, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando poderosos magnates (los “barones ladrones”) se hicieron con el dominio de la economía y la política de Estados Unidos, no les pusieron freno los tribunales o el Congreso (ya que por el contrario, controlaban estas ramas del Estado). Esos magnates y las instituciones que les daban poder tuvieron que rendir cuentas cuando la gente se movilizó, se organizó y consiguió elegir a políticos que prometieron imponerles regulaciones, nivelar el campo de juego económico y aumentar la participación democrática, por ejemplo, mediante la elección directa de los senadores.

Asimismo, en los años cincuenta y sesenta, no fue la separación de poderes lo que finalmente derrotó al sistema legalizado de racismo y represión en el sur de los Estados Unidos, sino la acción de manifestantes que se organizaron, protestaron y construyeron un movimiento de masas que obligó a las instituciones federales a actuar. Lo que finalmente convenció al presidente John F. Kennedy de intervenir (y promulgar la Ley de Derechos Civiles) fue la “cruzada de los niños” del 2 de mayo de 1963, cuando cientos de niños fueron arrestados en Birmingham (Alabama) por participar en las protestas. Como expresó Kennedy: “Los hechos sucedidos en Birmingham y otros lugares han intensificado de tal modo las demandas de igualdad que no sería prudente que ninguna ciudad, estado u órgano legislativo decida ignorarlas”.

Hoy también, lo único que puede salvar a Estados Unidos en esta hora de agitación política y crisis es la movilización de la sociedad. No se puede esperar que lo hagan figuras salvadoras o los controles y contrapesos. E incluso si pudieran, cualquier cosa que no sea una derrota contundente en las urnas dejará a los partidarios de Trump con la sensación de haber sido agraviados y engañados, y la polarización se profundizará. Peor aún, sentará un precedente en el sentido de que las élites deben controlar a las élites, y aumentará la pasividad de la sociedad. ¿Qué pasará la próxima vez que un líder inescrupuloso haga cosas peores que Trump y las élites no acudan al rescate?

Visto en esta perspectiva, el mayor regalo de Mueller a la democracia estadounidense fue un informe que se abstuvo de iniciar el proceso de juicio político, pero expuso la mendacidad, la corrupción y los delitos del presidente, para que los votantes puedan movilizarse y ejercer el poder y la responsabilidad que les competen de reemplazar a los malos dirigentes.

La Constitución no salvará a la democracia estadounidense. Jamás lo ha hecho. Sólo la sociedad estadounidense puede hacerlo.

Traducción: Esteban Flamini

Daron Acemoglu is Professor of Economics at MIT and co-author (with James A. Robinson) of Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty and The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty. 

James A. Robinson is Professor of Global Conflict at the University of Chicago and co-author (with Daron Acemoglu) of Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty and The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty.




Se proponen nuevos disparates monetarios

Se proponen nuevos disparates monetarios

Un “nuevo” enfoque de la política monetaria empieza a asomarse en las mentes de los recién entrantes congresistas por el Partido Demócrata de los EEUU, cuya vocería en este tema la dirige Alexandria Ocasio-Cortez, una millennial socialista que busca “defender a las minorías sociales y emprender acciones contra el cambio climático”.

La “Teoría Monetaria Moderna” (o MMT, por sus siglas en inglés), como se denomina en los círculos académicos, consiste básicamente en utilizar la emisión primaria de dinero de la entidad monetaria – en este caso, la FED – para financiar programas sociales asistencialistas expansivos, en un contexto de baja inflación y bajas tasas de interés.

Siguiendo esta definición, parecería tratarse de un enfoque con muy buenas intenciones ya que, en principio, aprovecharía las buenas condiciones macroeconómicas y financieras de un país para inducir un mayor bienestar en la población, a través de una mayor inyección de liquidez en el sistema bancario. Pero como señaló recientemente el notable profesor de economía y política pública de Harvard y ex economista jefe del FMI, Kenneth Roggoff, en un artículo reciente de la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), dicho enfoque falla básicamente por dos razones:

  • En primer lugar, no hay razones para pensar que las buenas condiciones de crecimiento de la economía estadounidense, en términos de alzas en la producción y bajo desempleo, no se condecirán en el futuro con un alza de la inflación y un alza en las tasas de interés. Las buenas condiciones financieras -que pueden no ser sostenibles en el tiempo – , al tornarse adversas, pueden terminar jugando una mala pasada ante una mayor emisión monetaria, en forma de MMT, la cual no haría más que acelerar el proceso inflacionario, al hacer el dinero menos escaso que antes. Esto último perjudicaría a quienes más se quería beneficiar con esta política: los más pobres.
  • En segundo lugar, es que EEUU ya cuenta con una deuda pública alta, la cual sobrepasa el 100% del PBI, y esto no sería un problema en sí, si no fuera porque la mayor parte de sus acreedores son internacionales. Una vez más, un deterioro de las condiciones financieras internacionales podría desestabilizar las arcas del gobierno federal, en cuyo caso una política monetaria expansiva para financiar más deuda de corto plazo, como propone el enfoque MMT, es lo menos recomendable.

Cabe mencionar que la idea de un banco central como instrumento para financiar los déficits gubernamentales no es reciente; sin embargo, la evidencia histórica, en particular la de América Latina, ha sido contundente en señalar que dicha política, llevada a la práctica, es sumamente peligrosa para la macroeconomía.

Y los peruanos más que nadie, lo sabemos bien porque lo hemos vivido en carne propia durante la hiperinflación en la década de los 80. En aquella época en 1985, Alan García heredó de Belaunde Terry, un gobierno altamente endeudado, con altas tasas de inflación y bajas tasas de crecimiento del PBI. Aconsejado por los llamados “economistas heterodoxos”, llevó a cabo un programa de expansión del gasto gubernamental, que terminó siendo financiado por el mismo BCRP. Se tenía la idea de que la economía se encontraba en una situación de capacidad productiva ociosa, por lo que había que incentivar la oferta agregada, lo cual no desembocaría en inflación, ya que se equilibraría con la demanda agregada. Como la historia demostró muy rápido, este argumento fue completamente rebatido con la hiperinflación rampante que, destruyó el servicio civil de aquella época.

Si bien el caso estadounidense difiere del peruano pues este último no contaba con las buenas condiciones financieras que caracterizan el día de hoy a la economía de EEUU – a excepción por supuesto de la alta deuda pública – sirve de ejemplo para ilustrar un escenario en el que si dichas condiciones ya no se sostienen, “recurrir a la maquinita” no hace más que perjudicar a quienes más se desea beneficiar con estos programas sociales expansivos.

Esperemos que dicho enfoque monetario no llegue si quiera a ser discutido en las futuras reuniones de la Junta de la Reserva Federal de la FED. Como hemos reconocido en anteriores oportunidades, las decisiones de política cuyas consecuencias no se reflexionan lo suficiente a luz de la evidencia empírica, terminan por agravar un problema que en un inicio se buscaba solucionar. Lampadia

Disparates monetarios modernos

Varios líderes políticos progresistas de EEUU abogan por utilizar el balance de la FED para financiar nuevos programas gubernamentales expansivos. Aunque sus argumentos tienen un grano de verdad, también se basan en algunos conceptos erróneos fundamentales, y podrían tener consecuencias impredecibles y potencialmente graves.

Kenneth Rogoff
Project Syndicate
4 de marzo, 2019 
Traducido y glosado por Lampadia

Justo cuando la FED de los EEUU parece haber rechazado los candentes tweets del presidente Donald Trump, la próxima batalla por la independencia del banco central ya se está desarrollando. Y esta podría potencialmente desestabilizar todo el sistema financiero global.

Varios progresistas estadounidenses destacados, que bien podrían estar en el poder después de las elecciones de 2020, abogan por utilizar el balance de la FED como fuente de ingresos para financiar nuevos programas sociales expansivos, especialmente en vista de la baja inflación actual y las tasas de interés. Los destacados partidarios de esta idea, que a menudo se conoce como “Teoría Monetaria Moderna” (MMT, por sus siglas en inglés), incluyen una de las estrellas más brillantes del Partido Demócrata, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez. Aunque sus argumentos tienen un grano de verdad, también se basan en algunos conceptos erróneos fundamentales.

El presidente de la FED, Jerome Powell, apenas pudo contenerse cuando se le pidió comentar sobre este nuevo dogma progresivo. “Creo que la idea de que los déficits no son importantes para los países que pueden tomar préstamos en su propia moneda es errónea”, insistió Powell en el testimonio del Senado de EEUU el mes pasado. Añadió que la deuda de EEUU ya es muy alta en relación con el PBI y, lo que es peor, está aumentando significativamente más rápido de lo que debería.

Powell tiene toda la razón sobre la idea del déficit, que es una locura. Los EEUU tienen la suerte de poder emitir deuda en dólares, pero la imprenta no es una panacea. Si los inversionistas se vuelven más reacios a mantener la deuda de un país, probablemente tampoco estarán muy emocionados por mantener su moneda. Si ese país intenta deshacerse de una gran cantidad en el mercado, se producirá inflación. Incluso pasar a una economía de planificación centralizada (tal vez el objetivo para algunos partidarios de MMT) no resolvería este problema.

En el segundo punto de Powell, acerca de que la deuda de EEUU ya es alta y aumenta demasiado rápido, hay mucho más espacio para el debate. Es cierto que la deuda no puede aumentar más rápido que el PBI para siempre, pero puede hacerlo durante bastante tiempo. Las tasas de interés ajustadas a la inflación a largo plazo de hoy en  EEUU son aproximadamente la mitad de su nivel de 2010, muy por debajo de lo que predecían los mercados en ese momento, y muy por debajo de las previsiones de la FED y el Fondo Monetario Internacional. Al mismo tiempo, la inflación también ha sido más baja por más tiempo de lo que cualquier modelo económico hubiera predicho, dado el fuerte crecimiento actual de EEUU y el muy bajo desempleo.

Además, a pesar de estar en el epicentro de la crisis financiera mundial, el dólar estadounidense se ha vuelto cada vez más dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Por el momento, el mundo está bastante contento de absorber más deuda en dólares a tasas de interés notablemente bajas. Cómo explotar esta mayor capacidad de endeudamiento de los EEUU es, en última instancia, una decisión política.

Dicho esto, sería una locura asumir que las condiciones favorables actuales durarán para siempre, o ignorar los riesgos reales que enfrentan los países con una deuda alta y creciente. Estos incluyen compensaciones de riesgo-retorno potencialmente más difíciles, al usar la política fiscal para combatir una crisis financiera, responder a un desastre natural o pandemia a gran escala, o movilizarse para un conflicto físico o guerra cibernética. Como ha demostrado una gran cantidad de evidencia empírica, nada pesa más sobre el crecimiento de las tendencias a largo plazo de un país, como estar financieramente paralizado en una crisis.

El enfoque correcto para equilibrar el riesgo y el retorno es que el gobierno extienda la estructura de vencimiento de su deuda, tomando préstamos a largo plazo en lugar de a corto plazo. Esto ayuda a estabilizar los costos del servicio de la deuda si las tasas de interés aumentan. Y si las cosas se ponen realmente difíciles, es mucho más fácil inflar el valor de la deuda cautiva a largo plazo (siempre que no esté indexada a los precios) que inflar la deuda a corto plazo, que el gobierno tiene que refinanciar constantemente.

Es cierto que los legisladores podrían recurrir nuevamente a la represión financiera y obligar a los ciudadanos a mantener la deuda del gobierno a tasas de interés por debajo del mercado, como una forma alternativa de reducir la carga de la deuda. Pero esta es una mejor opción para Japón, donde la mayoría de la deuda se mantiene en el país, que para los EEUU, que depende en gran medida de los compradores extranjeros.

Hacer que la FED emita pasivos a corto plazo para comprar deuda pública a largo plazo hace que la política gire 180 grados en la dirección equivocada, porque acorta el vencimiento de la deuda del gobierno de los EEUU que es privada o de gobiernos extranjeros. Contrariamente a la opinión generalizada, el banco central de los EEUU no es una entidad financiera independiente: el gobierno es el propietario de los bloqueos, las acciones y el barril.

Desafortunadamente, la FED es responsable de gran parte de la confusión que rodea al uso de su balance. En los años posteriores a la crisis financiera de 2008, la FED realizó una “flexibilización cuantitativa” (QE, por sus siglas en inglés) masiva, mediante la cual compró deuda gubernamental a largo plazo a cambio de reservas bancarias, y trató de convencer al público estadounidense de que esto estimuló mágicamente la economía. QE, cuando consiste simplemente en comprar bonos del gobierno, es humo y espejos. La empresa matriz de la FED, el Departamento del Tesoro de los EEUU, podría haber logrado lo mismo al emitir deuda de una semana, y la FED no habría necesitado intervenir.

Quizás todas las tonterías sobre la MMT se desvanecerán. Pero eso es lo que la gente dijo sobre las versiones extremas de la economía del lado de la oferta durante la campaña presidencial estadounidense de Ronald Reagan en 1980. Las ideas equivocadas aún pueden arrastrar el tema de la independencia del banco central de EEUU al centro del escenario, con consecuencias impredecibles y potencialmente graves. Para aquellos que se aburren con el crecimiento constante del empleo y la baja inflación de la última década, las cosas pronto podrían volverse más emocionantes. Lampadia




Una lucha de extremos que solo trae inquietud al mundo

Una lucha de extremos que solo trae inquietud al mundo

La gran diferencia entre la política de los países más desarrollados y la de los países emergentes, como el Perú, ha sido siempre que en ellos se había abandonado la posibilidad de giros radicales que plantearan opciones refundacionales. El juego de izquierdas y derechas se daba dentro de espacios sensatos y predecibles, en base a propuestas de mejoras y de actitudes responsables con respecto al importante rol que sus países tienen en la vida del mundo global.

Lamentablemente, ahora, los EEUU se enfrenta a una confrontación de opciones extremistas, que solo puede traer peores tiempos para todos. Ver el siguiente esquema sobre el actual proceso electoral.

A diferencia del comportamiento tradicional de la política estadounidense, lo más llamativo de su dinámica actual es la emergencia, con sorprendente ascendiente popular, de la lucha entre los dos extremos ideológicos. Tanto el Partido Republicano como el Demócrata presentan hoy candidatos bastante extremistas, que en otro momento de la historia de EEUU, no hubieran tenido el espacio que han logrado. Bernie Sanders por los demócratas y Donald Trump por los republicanos, han sorprendido al mundo con el volumen de intenciones de voto que exhiben. ¿Cómo es que estos candidatos, a menudo considerados renegados por miembros de sus propios partidos, han atraído el apoyo de sectores tan amplios de la población? Intentaremos analizarlo.

Empecemos con sus biografías:

Bernard “Bernie” Sanders, senador por Vermont, un autodenominado socialdemócrata que se dirigide mayormente a la clase media, un idealista que comenzó como activista. Participó en el Movimiento por los Derechos Civiles y estuvo en la histórica marcha celebrada Washington por el ‘Tratado y la Libertad’, donde Martin Luther King pronunció su famoso discurso: “Yo tengo un sueño”El núcleo de su programa es cortar la financiación privada masiva a los partidos. Se opone frontalmente al modelo de Wall Street y propone la creación de un sistema de bienestar a la europea (cuando Europa está teniendo que abandonarlo). Otras medidas son la gratuidad de la enseñanza universitaria, la sanidad universal y el aumento del salario mínimo.

Donald Trump, por su parte, heredó entre US$ 40 millones y US$ 200 millones de su padre, los utilizó para convertirse en un magnate de bienes raíces en la ciudad de Nueva York, donde los precios del m2 subieron impresionantemente, se declaró en bancarrota corporativa en cuatro ocasiones con el fin de aislarse de protegerse de sus acreedores y terminó con algunos miles de millones de dólares a su nombre. Sin embargo, nunca ha sido elegido para un cargo político de ningún tipo. Hace ya unos meses, en Lampadia lo declaramos “Persona no grata a la humanidad”. Ver: La crisis migratoria y humanitaria más grande de la historia.

Veamos ahora algo de sus propuestas políticas.

El discurso de Bernie Sanders es netamente populista y resulta a veces hasta simplón. Sus propuestas son, en gran medida, irrealizables, a no ser que impusiera un alza masiva de impuestos. Sanders demoniza a las grandes empresas, a los bancos de inversión y a los súper-ricos. Mientras que la mayoría de demócratas con ambiciones políticas son pragmáticos y proponen una mezcla de políticas pro-gobierno y pro-mercado, para solucionar los problemas del país, Sanders parece adorar al gobierno y detestar al mercado.

  • El “18 trillion dollar man” Wall Street Journal analizó sus propuestas de campaña y estimó que sus planes para nuevos programas federales costarían alrededor de US$ 18’000,000 de millones durante los próximos diez años.

Alrededor de US$ 15’000,000 de millones se utilizarían en la expansión del Medicare para incluir a todos los estadounidenses en un intento de imponer un sistema de salud de “pagador único” (el gobierno).

El resto de propuestas incluye US$ 1’200,000 de millones para aumentar los beneficios de la Seguridad Social, US$ 1 mil millones de millones para la construcción de carreteras y puentes, US$ 750 millones de millones para que las universidades sean gratuitas, US$ 319 millones de millones para permisos médicos y licencias por motivos familiares, y US$ 5.5 millones de millones para “iniciativas de empleo juvenil”.

  • Combatir la desigualdad – Su campaña dice que va a “impedir que las corporaciones se muden al extranjero para evitar pagar impuestos”, aunque no ofrece un mecanismo de cómo hacerlo. También propone un “impuesto progresivo a la herencia” para los estadounidenses que heredan más de US$ 3.5 millones y un nuevo impuesto a Wall Street.
  • Sueldo mínimoPretende aumentar el salario mínimo a US$ 15 en 2020, ya que “nadie que trabaja 40 horas a la semana debería estar viviendo en la pobreza”.
  • Anti Libre MercadoPromete revertir la Asociación Americana de Libre Comercio (NAFTA), la Asociación de Libre Comercio de América Central, así como las relaciones comerciales con China. Acusa a los regímenes de libre comercio de haber ” impulsado los salarios hacia abajo y de ser la causa de la pérdida de millones de puestos de trabajo” (en su página web destaca específicamente a China).

Donald Trump, mantiene la visión republicana en muchos temas como el apoyo a los recortes de impuestos, el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Se ha lanzado como candidato presidencial 3 veces: la primera en 2000, la siguiente en 2012 y ahora. Su campaña electoral se caracteriza por muchos de los rasgos del  populismo y del nacionalismo de viejo cuño. Entre sus propuestas tenemos (Según la página oficial de Donald Trump: Make America Great Again!):

  • Reformas de inmigraciónAfirma que los mexicanos “son violadores; Y algunos, supongo, son buenas personas”. Plantea construir un muro en la frontera con México, aumentar los oficiales de inmigración, poner fin a la ciudadanía por nacimiento y eliminar los créditos fiscales para los inmigrantes indocumentados.

(Lo más grave es su ‘muro’, que tendría alrededor de 3,200 kilómetros de largo y tendría un costo de construcción de entre US$ 15 a US$ 25 mil millones de millones, según estimaciones de MPI, más el costo de mantenimiento y patrullaje. Afirma que México lo pagará a través de una combinación de los derechos de aduana, remesas incautadas de los salarios de los trabajadores ilegales y tarifas más altas en visados).

  • Relación comercial con ChinaPretende declarar a China como manipulador de divisas y reprimir la capacidad de China de subvencionar sus exportaciones. Planteó elevar un arancel a los productos chinos importados en un 45%, aunque luego lo negó. Esto es ilegal según las normas de la Organización Mundial del Comercio.
  • Discriminación religiosaProhibición absoluta del ingreso de musulmanes a EEUU por: “Un odio más allá de lo que se puede comprender”.
  • Reforma de impuestos Tiene una propuesta populista para eliminar los impuestos a millones de contribuyentes y los reduciría para las pequeñas y grandes empresas. Eliminaría principalmente los impuestos federales a los ingresos salariales para personas que ganan menos de US$25,000 y la tasa impositiva para los pequeños y grandes negocios no sobrepasaría el 15%. También se corregirían los resquicios de los que ahora gozan los inversionistas en Wall Street, en particular las empresas de capital privado que se benefician de bajas tasas impositivas.
  • TerrorismoOfrece un enfoque de política exterior que carece de lógica, destacando lo lejos que iría a derrotar a los grupos terroristas. “Bombardearía a esos imbéciles, haría estallar las tuberías, las refinerías, haría estallar cada pulgada de terreno, hasta que no quede nada más.”

Estas propuestas han roto las fronteras tradicionales entre la política derechista dentro del Partido Republicano. El candidato considera que si llega a ser elegido presidente podrá obligar a otros Gobiernos, utilizando el poder económico y político de la superpotencia (y con su carácter), a plegarse a sus deseos y convicciones.

Además, Trump ha tenido la osadía de coquetear con el Ku Klux Klan. Según Martin Wolf, promueve fantasías paranoicas y está gravemente descalificado para el trabajo político más importante del mundo.

Trump y Sanders han tenido éxito debido a su capacidad de atraer a aquellos que han dejado de votar, o que se sienten en conflicto con la clase política actual. Mientras Sanders parece ser la voz en temas de la desigualdad de ingresos, Trump trae el discurso público hacia el sistema de inmigración y el extremismo islámico. A los ojos de sus partidarios, Trump y Sanders plantean cuestiones que han, en su mayor parte, desaparecido del diálogo estadounidense en muchos años.

Ambos candidatos traen a la luz cuestiones que trascienden la política de sus partidos. Sanders y Trump por igual, hablan claro y fuerte con osadía al expresar sus opiniones particulares (aunque muchas veces algo sicóticas, mayormente en el caso de Trump). Lo que dice Trump (sobre el Islam, la inmigración y el terrorismo) es solo la visión de extremistas y de gente que se deja llevar por sus emociones y sus miedos, no por un pensamiento racional. Por otro lado, Sanders ha llevado el debate sobre la desigualdad de ingresos, a un nivel no visto desde el movimiento ‘Occupy Wall Street’.

Muchos argumentan que ambos candidatos se mueven en una plataforma que no hará más que perjudicar a sus respectivos partidos. Bernie Sanders ha sido comparado con Jeremy Corbyn, el nuevo líder del Partido Laborista del Reino Unido, quien ha sido llamado “inelegible” por llevar a su partido a la izquierda dura de la peor época del laborismo, que terminó con el desastroso ‘Winter of Discontent’ (invierno del descontento) de James Callaghan, que terminó propiciando el gobierno de Margaret Thatcher.

También, ha sido comparado con el líder del Partido de la Independencia Reino Unido, Nigel Farage. Ambos hombres han utilizado sus voces de línea dura para llamar la atención de los medios de comunicación con temas de inmigración de una manera que la mayoría de la gente y la élite política tienen el cuidado de evitar.

En realidad, el movimiento electoral a favor de Sanders o de Trump no parte de movimientos en creencias del pueblo, sino que llena el vacío político resultante del debilitamiento del liderazgo político de EEUU y refleja la insurgencia electoral de la fragmentación del electorado.

Nadie sabe cuál será el final de esta aventura política. Tras los resultados del “Súper Martes”, pareciera, que por el lado de los demócratas, Hillary Clinton podrá desplazar la amenaza de Sanders, pero Trump parece afirmar su opción con mucha fuerza.

Esperamos por el bien de toda la humanidad que el futuro líder del país más poderoso del mundo, la república más destacada desde Roma, sea alguien más constructivo y sereno, pues, nos guste o no, el liderazgo estadounidense es crucial para la paz y la gobernanza global. Lampadia