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Marino notable, héroe de guerra

Marino notable, héroe de guerra

Juan Carlos Llosa Pazos
Capitán de Navío
Para Lampadia

Desde hace mucho tiempo atrás, la historia de la Marina de Guerra del Perú conmemora a aquellos marinos notables que cumplieron un rol preponderante en los tantos momentos que el destino ha puesto a prueba a la institución naval. La lista de honor que lidera Miguel Grau es larga, correspondiéndole un lugar de preferencia en ella, al Contralmirante Aurelio García y García.

Fue don Aurelio, no sólo fue  un destacado marino de guerra -a quien se le designó como primer comandante de la fragata blindada Independencia construida en Inglaterra  en 1865, lo cual ya dice bastante  de su reputación profesional- sino también un destacado escritor que publicó a título personal, obras muy versadas como el Derrotero de la Costa del Perú (1870),  además de haber liderado una trascendental misión en  1872  en Japón y China,  que sentó  las bases de las  relaciones diplomáticas del Perú con ambos imperios.

La profesión naval se nutre del avance tecnológico en el armamento, tanto como otras en su respectivo campo. Su empleo genera procedimientos, doctrinas, lecciones aprendidas. Como es el caso, por ejemplo, del impacto que tuvo en los círculos navales, el uso exitoso del misil aire-superficie (SAM) Exocet en la guerra de las Malvinas en 1982. El resultado del Exocet en combate frente al destructor HMS Sheffield, tuvo gran influencia en la comunidad naval mundial lo que aumentó considerablemente su demanda en las marinas de guerra.

Impacto inusitado también tendrían en la guerra naval, el uso efectivo del buque a vapor, el torpedo, el submarino, la aeronave embarcada, entre otros.

Luego de Trafagar en 1805, fueron pocas las batallas o los combates que se darían en el mar a lo largo de ese siglo. Para finales de la década de 1860, las acciones navales que atrajeron el interés de los marinos de la época, fueron los combates navales de la guerra de Secesión (1861-1865) y la Batalla de Lissa (1866) en el Mediterráneo. En la primera destaca el buque blindado llamado monitor, diseñado por el Capitán de Navío inglés Cowper Coles, y en la segunda el uso del espolón.

En nuestra región, los combates de Abtao y Dos de Mayo en la Guerra con España (1865-1866), dejaron como lección, la necesidad de contar con unidades navales de importante capacidad de fuego para defender puertos estratégicos como Callao, Arica o Valparaíso. Este último, inerme, había sido severamente castigado en 1865 por la escuadra española del Capitán de Navío Casto Menéndez Núñez. El bloqueo naval a puertos era una estrategia naval muy presente en las doctrinas de la época. 

Contralmirante Aurelio García y García (1834-188)

Por ello la necesidad de contar con monitores o también llamados vapores de terrón, que eran unidades poco maniobrables en alta mar, pero de gran performance en costa, que también podían navegar perfectamente en ríos.  Dado lo sucedido con España, el escenario geoestratégico en el Pacifico sur en ese momento, obligaba a orientar el esfuerzo en la defensa de la costa, ante un posible ataque futuro de una fuerza expedicionaria naval de ultramar como la española. Considerarlo así era una prospectiva válida.

El monitor entra en desprestigio en 1870 cuando se hunde estrepitosamente el último que diseñó el Comandante Coles con él a bordo. Gran Bretaña abandona definitivamente el monitor. De ahí el cambio de la tendencia de la construcción naval a blindados de mayor porte y de armamento más eficiente, como el Cochrane y el Blanco Encalada.  Es ahí donde perdemos el paso, lanzando los dados equivocados. Nos las arreglamos para encontrar la forma más absurda para no hacernos de esa tecnología. Nos dormimos en los laureles del 2 de mayo del 66 y en la ingenuidad estratégica, lo que coincidió con el incremento de la producción de salitre que empezaba a dejar de lado al guano. Fatal. Nuestro vecino daría por su parte un oportuno –para sus intereses- giro de timón   hacia el mar, al que había abandonado. Los proyectiles sin réplica sobre Valparaíso, lo habían demostrado con claridad en 1865.

El esquema defensivo marítimo de la década del 60 de ese siglo, está muy relacionado con lo que más tarde constituiría el concepto estratégico naval que se llamó Escuela joven o Jeune Ecole, surgido en Francia hacia la década de 1880. Esta escuela fue impulsada por personalidades como el Ministro de Marina francés Almirante Théophile Aube, y cuyo modelo estratégico abogaba por concentrar las fuerzas navales en el litoral cuando resultaba materialmente infranqueable la superioridad naval de los potenciales adversarios. La Jeune Ecole tuvo muchos adeptos en nuestro país de la postguerra del 79.

Los monitores Atahualpa y Manco Cápac, no fueron inservibles en la guerra del Pacifico, por el contrario, tuvieron una muy destacada actuación. La justificación operacional y técnica que dio   don Aurelio fue independiente de los posibles sobornos o sobreprecios que se hubiesen acordado entre agentes gubernamentales y proveedores –si es que realmente fue así lo que no está probado- o por su falta de mantenimiento por cuestiones presupuestales una década después. Harina de otro costal.

Los monitores tenían apenas 4 años de botados al mar cuando fueron adquiridos por el Perú, mucho más que el promedio de lo que hemos podido adquirir a lo largo de nuestra historia. La   presencia en el Callao del Atahualpa durante la guerra fue disuasiva para la flota enemiga que bloqueó el puerto. Igual sucedió con el Manco Cápac en Arica meses antes. Cuando lo desafiaron, le causó mucho daño a la fuerza naval bloqueadora del puerto, llevándose por delante de un certero cañonazo, al Comandante del Huáscar con pabellón enemigo, o de una feroz andanada a 27 tripulantes del Cochrane.  Cumplió con creces el cometido por el cual fue adquirido.

El Monitor Manco Cápac (1861-1880)

Por otra parte, don Aurelio, conocido como uno de los cuatro ases de la Marina, tuvo un destacadísimo papel junto a Grau en la captura del vapor Rímac, hecho que impactó hondísimo   en la moral del enemigo. Por otra parte, como señala el distinguido historiador Héctor López Martínez en su libro “Guerra con Chile. Episodios y personajes (1879-1885)”, que García y García: “Con la Unión viajó a Punta Arenas a interceptar un trasporte. Este fue un viaje memorable, hecho en muy difíciles condiciones materiales y en donde brilló muy alto el nombre de nuestros marinos” (Minerva, 1989).

Se ha dicho más de una vez –con argumentos que no son exactos o no están impuestos del contexto del momento- que García y García dejó solo a Grau en Angamos. El asunto se tiene que analizar en relación al cumplimiento de la misión asignada, no a la desinformación hecha por los periódicos del adversario de la época, o a las rivalidades o rencillas limeñas que eran ajenas al entorno operacional. La misión de ambos buques no era inmolarse como Leónidas, sino hacer el mayor daño posible a su adversario, considerando golpe y repliegue.

Ambos jefes eran comandantes de división naval –lo que hoy llamamos grupos de tarea para operaciones- es decir no estaban subordinaos el uno del otro, y tenían órdenes concretas de no presentar combate al enemigo, salvo que no hubiese alternativa, de acuerdo a lo que establecían las antiguas ordenanzas españolas, que en esencia estuvieron vigentes en la Armada peruana hasta las reformas de 1886. Cada uno sabía bien lo que tenía que hacer: evitar las trampas y en caso de no serle posible a cualquiera de ellos, presentar combate mientras que el otro debía replegarse para seguir luchado, como así sucedió.

La Corbeta Unión (1865-1881)

Su propósito era hostigar las líneas de comunicaciones marítimas del enemigo en una estrategia que se denomina flota en potencia y para ello se requería sorpresa, velocidad y maniobrabilidad, características estas últimas con las que la Unión superaba por diseño al Huáscar. Por ello, don Aurelio pudo escapar de la trampa de Angamos. Ese era su deber, es decir poner a salvo la unidad de las garras del enemigo. No prestar auxilios a ninguna otra, por crudo que esto suene. Por el menor andar del monitor no consiguió hacer lo mismo Grau, de ahí que cumplió la ordenanza hasta el sacrificio. Nada pudo hacer en su favor la Unión.  Eso lo sabían muy bien ambos comandantes.  Como afirma Gárezon, el último comandante del verdadero Huáscar, que al entrar en combate era el Oficial de derrota y señales del monitor, ninguna comunicación hubo entre ambos buques al inicio del enfrentamiento, más que despedidas batiendo gorras al viento deseándose buena suerte. Es verdad que hubo cierta disconformidad a bordo de la Unión, pero su comandante, el Capitán de Navío Nicolás Portal hubo de hacerles ver a algunos Oficiales jóvenes, que tenían que cumplir las órdenes superiores. Ese era su deber como profesionales.  

La gloriosa corbeta Unión cuyo nombre hoy ostenta nuestro buque escuela a vela, saldría ilesa de la cacería -en la cual se había previsto aniquilar a los dos buques peruanos- para meses más tarde darle un golpe durísimo a la escuadra enemiga, al romper dos veces el bloqueo de Arica el 17 de marzo de 1880 en plena luz del día, dejándolos en ridículo.

Por eso los marinos de guerra honramos orgullosos la memoria del Contralmirante don Aurelio García y García, notable profesional y valeroso guerrero de la Patria. Lampadia




Seguridad nacional, economía y pandemia

Seguridad nacional, economía y pandemia

Juan Carlos Llosa Pazos
Capitán de Navío, Jefe del Estado Mayor de la Comandancia General de Operaciones de la Amazonia
Para Lampadia

La seguridad nacional suele ser uno de los asuntos más complejos que los estados deben abordar como parte de sus obligaciones fundamentales e intransferibles, dadas sus dimensiones y los intereses involucrados. Según el Libro Blanco de Defensa de nuestro país es la situación en la cual el Estado tiene garantizada su independencia, soberanía e integridad y, la población los derechos fundamentales establecidos en la Constitución.

Las amenazas a la seguridad nacional son múltiples y algunas veces hasta parecen inverosímiles, en un momento dado, como lo es ahora la pandemia del coronavirus por su alcance global.

De todo aquello que signifique amenazas para los estados, la guerra suele ser la mayor perturbación a la seguridad nacional (SN), y ha sido y probablemente seguirá siéndolo, un fenómeno político que acompañe al hombre hasta los estertores de su existencia, en la que sólo habrán de cambiar sus modalidades, magnitudes y adversarios, nunca sus efectos malignos. Otrora excálibur y tizonas, arcabuces y mosquetes, hoy satélites artificiales para uso militar y misiles inteligentes de casi infalible precisión. Sus escenarios recurrentes de tierra, mar, aire, y aún del espacio, han sido rebasados por un quinto fabricado por el hombre y cuya configuración lo hace incontrolable: el ciberespacio. Aquel es el ambiente operacional donde se desarrollan lo que se conoce como guerras de quinta generación.

Como es conocido, nuestro país a lo largo de su devenir independiente, ha tenido que lamentar la pérdida de miles de vidas por agresiones externas e internas, que consiguieron vulnerar nuestro principal valor como sociedad, que es la paz. Las experiencias vividas nos han hecho ir optimizando los modelos de organización de la Seguridad Nacional, e incluso incorporar algunas conceptos y teorías de lo que se conoce en el mundo académico de seguridad y defensa como Revolución en Asuntos Militares (RAM). Sobre lo primero, con la Ley N° 28478 Ley del Sistemas de Seguridad y Defensa Nacional, se crea el organismo rector del sistema que es el Consejo de Seguridad Nacional, en cuyo seno se aprueban la política de seguridad y defensa nacional y las directivas que de aquella se derivan. Tal vez esta organización podría completarse con una dependencia o agencia estatal integradora del más alto nivel como el Homeland Security de los EEUU (creada en   el 2002). Sobre lo segundo, las RAM, uno de los aspectos más destacable lo constituye el énfasis en las operaciones y doctrinas conjuntas.

La SN puede ser vista como una moneda de dos caras. En una aparece el frente interno y en la otra el externo, que se ha extendido a la llamada seguridad internacional, que tiene en Barry Buzan, profesor emérito de relaciones internacionales del London School of Economics uno de sus  principales teóricos. En el frente externo, la disuasión estratégica, para la cual hay que estar siempre preparado, sigue siendo considerada la principal garantía de seguridad nacional, así como los acuerdos internacionales colectivos y de cooperación continental y regional ante amenazas que son trasversales, transnacionales y omnipresentes.

En el frente interno, la disuasión no es precisamente un tema central cuando se lucha contra delincuentes ideologizados como son los terroristas, que van mutando sus estrategias y medios para conseguir sus objetivos demenciales en una guerra sin tiempo, en la que no persiguen ni el dinero ni las comodidades que este brinda, sino adueñarse del poder político en todo el territorio de la república o al menos en algún espacio significativo de este, donde la ley sea la suya.  Estos grupos pueden establecer, en un entorno de seguridad subcontinental afectado por diversos   movimientos subversivos, conexiones internacionales para radicalizar y extender la violencia desmedida.   

En general los modelos de seguridad nacional dependen de las circunstancias y del enfoque que les de cada estado. Sobre ello hay una basta y muy interesante bibliografía, que parte del modelo clásico centrado en la territorialidad y que casi no se distingue de la defensa nacional. En ese modelo, la geopolítica decimonónica jugó un papel principal. Aquella disciplina académica ha evolucionado considerablemente desde la Segunda Guerra Mundial y aún más después del fin de la Guerra Fría. De circunscribirse a ese enfoque -que más obedece a particularidades pasadas- se puede correr el riesgo dar una mirada incompleta al entorno de seguridad, incluso cuando se coloca el acento en el orden interno, al dejar de lado por ejemplo la lucha contra la criminalidad transnacional.

Los modelos actuales de seguridad nacional contemplan temas críticos como la geoeconomía o la inteligencia económica, y ahora con mayor razón la seguridad biológica o bioseguridad, un aspecto que en lo que va del año, se ha vuelto crítico para la seguridad alrededor del mundo por sus múltiples efectos entre ellos en las economías.  

Como sostiene el economista Antonio Fonfría investigador del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI) de la Universidad Complutense de Madrid, en su ponencia sobre seguridad económica y estrategia de seguridad nacional, “el crecimiento económico está necesariamente vinculado a la seguridad y con ello ha sido notoria la intervención de las FFAA con sus capacidades logísticas, ha tenido un impacto enorme en la seguridad económica como bien público”. En la conferencia llevada a cabo en junio del presente año durante el ciclo de conferencias de “Seguridad y Defensa en Tiempos del COVID-19” importante evento organizado por la Escuela Superior de Guerra Naval de la Marina de Guerra del Perú por los 90 años de esa casa de estudios, el investigador español afirmó que la pandemia del coronavirus es un fallo en la seguridad que está teniendo consecuencias muy graves en la inversión a nivel global, y que afectan la seguridad nacional. Según el experto español a la luz de los acontecimientos de este año, un nuevo modelo de seguridad debe contemplar un adecuado equilibrio entre las demandas de aquella y las exigencias de los mercados. La ubicación de su centro de gravedad variará según las perspectivas que en política tengan conservadores, liberarles y socialdemócratas, señala Fonfria.

En la búsqueda de este equilibrio, la filosofía conservadora, por ejemplo, podría posicionar el centro de gravedad más hacia la seguridad nacional que a la libertad de los mercados, y en virtud a ello dictar   medidas restrictivas, económicas y financieras, que lleguen incluso a intervenciones durante el tiempo que duren las emergencias. Sin duda bajo ese esquema, las reglas del mercado se sujetarían menos de lo habitual al Laissez faire. Para muchos entendidos, el C-19 deja como lección aprendida en adelante, que la seguridad económica no puede estar fuera de una estratégica de seguridad nacional.

Otro tema de interés a raíz de la pandemia, tiene que ver con el considerable impacto de las llamadas fakes news que generan zozobra en los públicos y por consiguiente pueden desencadenar hechos lamentables. Para contener los perjuicios de las fake news se debe incluir la comunicación estratégica como disciplina inherente a la seguridad nacional.

Sobre todo esto, en nuestra realidad podríamos deslizar algunas preguntas ¿Qué sabemos los peruanos de nuestra seguridad nacional?, ¿Cuántas universidades, organizaciones sin fines de lucro u otros centros académicos estudian este crucial asunto para aportar soluciones viables? ¿Cuánto interactúan universidades y escuelas de postgrado privadas y públicas, con el fin de compartir conocimientos y experiencias con las escuelas superiores de las FFAA? Tal vez sea momento de reflexionar sobre la convivencia de promover más el estudio multidisciplinario de temas de SN.  Es posible que con ello se contribuya a formar una tecnocracia de la   que surja de una visión compartida de los retos que demandará en el futuro la seguridad nacional. Lampadia