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Bancos Globales: ¿Están llegando a su final?

Bancos Globales: ¿Están llegando a su final?

Mal administrados y sin ganancias, los bancos globales necesitan un replanteamiento.

The Economist, 07 de marzo 2015

Traducido, glosado y comentado por Lampadia

Los bancos están en problemas una vez más, y no solo los bancos de inversión como Lehman Brothers o especialistas en hipotecas como Northern Rock; un puñado de grandes bancos globales o “redes”. Estos gigantes mamuts de las finanzas, si no pueden mejorar su rendimiento, merecerán el mismo destino.

La presión es intensa. El mes pasado JP Morgan Chase se sintió obligado a explicar a los inversores por qué no deben ser divididos. Citigroup espera sus resultados del examen anual de la Reserva Federal: si falla, como lo hizo el año pasado, sus directivos serán expulsados. Deutsche Bank está replanteando su estrategia, después de años de débil desempeño. HSBC, el banco local del mundo, ha sido golpeado por escándalos fiscales en su operación suiza y a mostrado pobres ganancias.

[Casi todos ellos han tenido que enfrentar altísimas multas por su participación en la crisis financiera. Bank of América pagó una histórica multa de US$ 16.65 mil millones y Citigroup un total de US$ 7 mil millones. Además, se eliminó a toda la dirección y administración de los principales bancos. El dinero que facilitó Estados Unidos para evitar la crisis fue recuperado por el tesoro íntegramente y con utilidades.]

En el papel, los bancos globales tienen sentido. Proporcionan la tubería que permite a las multinacionales mover dinero en efectivo, gestionar el riesgo y la financiación del comercio en todo el mundo. Desde el comienzo de la era moderna de la globalización, en la década de 1990, muchos bancos encontraron seductora la idea de abarcar todo el mundo con sus operaciones.

En la práctica, sin embargo, ha sido una pesadilla hacerlos funcionar. Su expansión sigue siendo enorme. Citi está en 101 países, emplea a 241,000 personas y cuenta con más de 10,000 propiedades. Hablar de las mejores prácticas globales es algo hueco, dados los delitos menores que los bancos han sido acusados de facilitar, incluyendo el lavado de dinero en México (HSBC y Citigroup) y romper sanciones (Standard Chartered y BNP Paribas). Ningún jefe, salvo por Jamie Dimon de JPMorgan Chase, da una impresión convincente de estar en completo control, incluso él sufrió una pérdida de $ 6,000 millones el 2012. Algunos, como el Royal Bank of Scotland (RBS), decidieron  que ya habían sufrido suficiente y anunciaron una retirada de las operaciones globales, y se han comprometido a concentrarse en sus mercados de origen. Otros, como Citi y HSBC, están reduciendo paulatinamente su presencia global.

En parte, el origen de este proceso son las regulaciones creadas después de la crisis financiera. Las reguladoras tuvieron razón cuando decidieron no dividir a los bancos globales inmediatamente después de la crisis financiera de 2007 / 8 a pesar de que Citi y el RBS necesitaban un rescate a gran escala. Las subdivisiones habrían multiplicado en demasía el número de grandes bancos a los cuales vigilar. En cambio, de esta manera, los supervisores los regulan más estrechamente – juntos, JPMorgan Chase, Citi, Deutsche y HSBC tienen ahora un 92% más de capital que el 2007. Los bancos globales probablemente acabarán teniendo que llevar alrededor de un tercio más capital que los nacionales sólo porque, si no lo hacen, las consecuencias seríantremendas. Los reguladores nacionales quieren que las operaciones locales de los bancos sean delimitadas, evitando ciertas ganancias “eficientes”. El costo de cumplir con todas las nuevas reglas es inmenso. El HSBC gastó $ 2.4 mil millones en su cumplimiento el 2014, un aumento de alrededor del 50% en comparación con el año anterior. La discusión de los requerimientos de capital en la última presentación de Citi ante los reguladores ocupa 17 páginas.

En parte como consecuencia de todo esto, los bancos globales están ahora reprobando una prueba diferente: la del valor para los accionistas. La mayoría de estos titanes luchan porlograr una rentabilidad de capital mejor a la de las compañías eléctricas (mucho más seguras). El año pasado, Citi logró un triste 3.4%. JPMorgan Chase estima que su escala añade entre $ 6,000 millones a 7,000 millones al año para lograr sus beneficios. Sin embargo, los costos de capital adicional que deben sobrellevar, y las normas y la complejidad adicionales que conlleva ser globales absorbe una gran parte de eso. (No hay otra empresa que realice estimaciones así de explicitas, presumiblemente porque las cifras no son halagadoras.) Hasta casi la mitad del capital invertido en los grandes bancos mundiales no lograron una rentabilidad sobre recursos propios del 10% o más el año pasado.

Los inversores se preguntan si los costos de su propagación mundial superan los beneficios. Si los bancos como Citi y HSBC no mejoran pronto, serán descuartizados, no por los reguladores, sino por sus propios accionistas.

Los bancos globales insisten en que tienen una ventaja competitiva. Nadie más puede hacer lo que ellos hacen. Una red de alianzas entre cientos de bancos locales sería desvencijada y difícil de controlar; Silicon Valley todavía tiene que inventar un banco internacional virtual; y los contendientes de los mercados emergentes, como el Banco de China, están a una década de distancia de tener huellas globales. Pero las actividades genuinamente globales, tales como el comercio de divisas y la prestación de servicios bancarios transfronterizos a las multinacionales, por lo general, representan sólo una cuarta parte de los ingresos de los grandes bancos.

Es difícil evitar la conclusión de que los bancos globales son, para los estándares de las empresas normales, conglomerados disfuncionales que luchan para asignar bien sus recursos. Sus jefes ahora deben tratar de forjar empresas magras que faciliten el comercio mundial a bajo costo y riesgo. Si los clientes encuentran valiosos estos servicios, los bancos podrán cobrar lo suficiente como para compensar sus enormes gastos generales, y generar un buen retorno para sus accionistas. Si los clientes no lo hacen, el banco global se convertirán en una más de las más grandes ideas fallidas de las finanzas mundiales.




La depresión del Excel

La depresión del Excel

En el siguiente artículo, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, explica cómo errores de cálculo pueden generar grandes errores de percepción, sobre todo cuando académicos sensacionalistas difunden información apresuradamente, la que a su vez, potenciada por la velocidad de comunicación de los medios modernos, puede terminar por crear paradigmas errados en la opinión pública y en las decisiones económicas. Lampadia

Paul Krugman*

En esta era de la información, los errores matemáticos pueden conducir al desastre. La Mars Orbiter de la NASA se estrelló porque a los ingenieros se les olvidó hacer la conversión de sus cálculos al sistema métrico; las inversiones de “London Whale”, el trader de JPMorgan Chase, salieron mal en parte porque quienes hicieron los modelos dividieron entre una suma en lugar de dividir entre una media.

Entonces, cabría preguntarse si fue un error de codificación de Excel lo que destruyó las economías del mundo occidental. Esta es la historia hasta la fecha: a principios del 2010, dos economistas de la Universidad de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, divulgaron un artículo, “Growth in a Time of Debt” (“Crecimiento en una época de endeudamiento”), que pretendía identificar un umbral crítico, un punto de inflexión, para la deuda pública. Una vez que la deuda supera el 90% del PBI, afirmaban, el crecimiento económico cae en picada.

Reinhart y Rogoff tenían credibilidad gracias a un libro anterior, admirado por todo el mundo, sobre la historia de las crisis financieras, de modo que el momento escogido era perfecto. El artículo se publicó justo después de que Grecia entró en crisis y apelaba directamente al deseo de muchos funcionarios de virar del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo famoso inmediatamente; seguramente era, y es, el análisis económico más influyente de los últimos años.

El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus casi sagrado entre los autoproclamados guardianes de la responsabilidad fiscal; la afirmación sobre el techo del 90% no fue tratada como una hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Por ejemplo, un editorial de The Washington Post de principios de este año advertía de una posible relajación en el frente del déficit porque el país estaba “peligrosamente cerca de la marca del 90% que los economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico sostenible”. Fíjense en la expresión: “los economistas”, no “algunos economistas”, y mucho menos “algunos economistas, a los que contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas”, que es la realidad.

Es que lo cierto es que el estudio de Reinhart y Rogoff se enfrentó a críticas considerables desde el principio y la controversia aumentó con el tiempo. Apenas se publicó el artículo, muchos economistas señalaron que una correlación negativa entre la deuda y el comportamiento económico no significaba necesariamente que una deuda elevada fuese la causa de un crecimiento lento. Podría ocurrir perfectamente lo contrario, y que el mal comportamiento económico condujese a una deuda elevada. De hecho, este es evidentemente el caso de Japón, que se endeudó enormemente después de que su crecimiento se hundiese a principio de los años noventa.

Con el tiempo, surgió otro problema: otros investigadores, usando datos de deuda y crecimiento aparentemente comparables, no fueron capaces de replicar los resultados de Reinhart y Rogoff. Lo habitual era que encontrasen cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento (pero nada que se pareciese a un punto de inflexión en el 90% ni, de hecho, en ningún nivel de deuda).

Finalmente, Reinhart y Rogoff permitieron que unos investigadores de la Universidad de Massachusetts analizasen la hoja de cálculo original, y el misterio de los resultados irreproducibles se resolvió. En primer lugar, habían omitido algunos datos, en segundo lugar, emplearon unos procedimientos estadísticos poco habituales y muy cuestionables y, finalmente, cometieron un error de codificación de Excel. Al corregir estos errores y rarezas, se obtendrá lo que otros investigadores han descubierto: cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento, sin nada que indique cuál de ellos causa qué, pero sin rastro alguno de ese “techo” del 90%.

Reinhart y Rogoff han admitido el error de codificación, han defendido sus demás decisiones y han afirmado que nunca aseguraron que la deuda provoque necesariamente un crecimiento más lento. Esto es un tanto insincero porque repetidamente dieron a entender esa idea aunque evitasen formularla expresamente. Pero, en cualquier caso, lo que realmente importa no es lo que quisieron decir, sino el modo en que se ha interpretado su trabajo: los entusiastas de la austeridad anunciaron con bombos y platillos que ese supuesto punto de inflexión del 90% era un hecho probado y un motivo para recortar drásticamente el gasto público incluso cuando hay desempleo masivo.

Es por ello que el fiasco Reinhart y Rogoff debe situarse en el contexto más amplio de la obsesión por la austeridad: el evidente e intenso deseo de los legisladores, políticos y expertos de todo el mundo occidental de dar la espalda a los desocupados y, en cambio, utilizar la crisis económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales.

Lo que el “affaire” de Reinhart y Rogoff pone de manifiesto es la medida en que se nos ha vendido la austeridad con falsos pretextos. Durante tres años, el giro hacia la austeridad no se ha presentado como una opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas, insisten los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas terribles una vez que la deuda supera el 90% del PBI. Pero las investigaciones económicas no han demostrado tal cosa, un par de economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no estuvieron de acuerdo. Los responsables de la política económica abandonaron a los desempleados y tomaron el camino de la austeridad porque quisieron, no porque tenían que hacerlo.

¿Servirá de algo que Reinhart y Rogoff hayan caído de su pedestal? Me gustaría pensar que sí. Pero preveo que los sospechosos habituales simplemente encontrarán algún otro análisis económico cuestionable que canonizar. Y la depresión no terminará nunca.

*Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

Tomado de Gestión, 24 de abril, 2013