1

Alentemos la migración de europeos

Alentemos la migración de europeos

El año que termina ha producido un punto de inflexión, una discontinuidad, que no estaba prevista, se ha acentuado una masiva migración a Europa de refugiados sirios y nor-africanos. Esta es el resultado de la violencia desmedida producida en territorios asolados por sus propios gobernantes como Al-Assad y, por ISIS, el movimiento asesino mal llamado islamista.

Este mismo año, Europa logró sacar la cabeza de la crisis de deuda que los ha afectado gravemente durante los últimos seis años. Durante la crisis financiera, se produjo la primera ola de migración de europeos del nuevo siglo. Esto fue especialmente notorio en el caso de España, que no solo dejó de recibir migrantes, sino que pasó a ver como parte de su población buscaba mejor futuro.

Algunos países de la región, como Chile y México, tomaron ventaja de la posibilidad de acoger a gente joven, bien formada y con ganas de trabajar y hacer patria. El Perú fue sujeto pasivo de este proceso, llegaron varios migrantes, pero perdimos la oportunidad de promoverlo como lo hizo Chile.

Hoy se está produciendo en Europa un fenómeno irreversible, que se estima, seguirá agravándose en el próximo futuro, la masiva migración masiva que sufre cambiará la vida de los europeos para siempre, lo cual traerá una nueva diáspora de europeos que en gran medida se vendrá a América Latina. Esto abre una nueva oportunidad para atraer emprendedores y trabajadores bien capacitados al Perú.

El caso de Europa es especialmente dramático, como lo describe Arturo Pérez-Reverte, ver en Lampadia: Los godos del emperador Valente

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar.

Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Los ‘godos’ seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

No hay forma de parar la Historia. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte.  Ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima”.

Más allá de la nueva crisis europea, los peruanos deberíamos pensar sobre lo que nos hace falta para que nuestra sociedad pueda terminar de desarrollarse hacia una plena de oportunidades y de bienestar general.

Es obvio que hasta hoy no hemos sabido sacar provecho de las múltiples y hasta infinitas posibilidades de desarrollo que nos brinda nuestro país. No solo tenemos una población emprendedora, creativa y trabajadora que ha sobrevivido a las diez plagas de Egipto (nuestro malos gobiernos y la debilidad de nuestra clase dirigente), además tenemos todos los recursos que podemos imaginar para tener una vida próspera.

Hoy nos faltan emprendedores y trabajadores capacitados para seguir creando riqueza y empleo para más peruanos, pero el Perú, a pesar de haber refrescado recientemente su legislación migratoria, es esencialmente xenófobo y la participación de extranjeros en el país es mínima.   

Según el INEI el Perú alberga solo 99,510 extranjeros como residentes permanentes y con permiso para trabajar, el 0.2% de la población. También se han producido 10,861 naturalizaciones de distintas nacionalidades, destacan con el 25% ciudadanos de EEUU, Argentina con el 11.7%, y España con el 9.8%.

En noviembre pasado The Economist publicó una nota sobre la inmigración de Brasil criticando su poca vocación por albergar extranjeros. Es interesante revisar algunos de los comentarios de la revista británica que nos ayudarán a poner nuestra situación en perspectiva:

  • Solo el 0.3% de la población brasileña nació en el extranjero.
  • Brasil necesita millones de trabajadores bien calificados. Sin inmigración enfrenta un ‘apagón de capacidades’.
  • Argentina atrae al doble de migrantes que Brasil.
  • La legislación de migraciones de Brasil es anacrónica. Tratan a los extranjeros como una amenaza a la seguridad y a los trabajadores brasileños.
  • Para conseguir permisos de trabajo se exigen trámites de meses con altos costos.
  • Mientras más calificado sea el inmigrante, la burocracia es más “diabólica”.
  • Hoy día Brasil, a diferencia de Chile, no se marketea a ciudadanos prospectivos.
  • “El 61% de los empleadores brasileños tienen problemas para llenar sus vacantes.
  • Entre 42 países, solo el geriátrico Japón, el más pobre Perú y el minúsculo Hong Kong, tienen más graves carencias de talentos”.
  • En cuanto a la emigración, la diáspora brasileña, solo el 0.9% de su población vive en el exterior.

En el caso del Perú, aproximadamente el 10% de nuestra población vive en el exterior, como 3 millones de nuestros compatriotas y no olvidemos que hasta hace pocos años el 86% de nuestros jóvenes pensaba emigrar. (Ver en Lampadia: Un mensaje para nuestros queridos jóvenes).

El siguiente cuadro de The Economist nos da una buena perspectiva de nuestra situación:

La crisis migratoria europea es una oportunidad única para abrir nuestro país, para convertirlo en uno de los mejores países del mundo, en un centro de gravedad de la humanidad, el centro del ‘Nuevo Nuevo Mundo’.

No nos olvidemos que el Perú es ‘infinito’, tenemos todos los recursos que necesitamos, empezando con gente trabajadora y creativa, que al lado de los ‘futuros nuevos peruanos’ podría mejorar sus oportunidades y capacidades de desarrollo. Lampadia  




El Orden Mundial de Henry Kissinger

El Orden Mundial de Henry Kissinger

El último libro de Henry Kissinger, “Orden Mundial”, es un análisis integral de la formación de las estructuras internacionales desde la creación del Estado-Nación hasta nuestros días.

Dada la importancia actual de China, dedica una buena parte del libro a describir sus fuentes geopolíticas y su posicionamiento. El siguiente pasaje del libro (traducido por Lampadia) es particularmente interesante:

“Desde la unificación de China como una entidad política el año 221 a.c., su posición al medio del orden mundial estaba tan impregnada en el pensamiento de sus élites, que ni siquiera había una palabra para ello. Solo posteriormente los estudiosos definieron el sistema ‘sinicéntrico’. En este concepto tradicional, China se consideraba a si mismo el único gobernante del planeta y su emperador era tratado como una figura de dimensiones cósmicas, entre lo divino y lo humano. Su esfera de influencia no era la de un estado soberano a cargo de los territorios bajo su dominio, era más bien vista como: ‘A cargo de todo lo que está debajo del Cielo’, del cual China (el ‘Reino Medio’) era la parte civilizada que inspiraba y mejoraba al resto de la humanidad”.

Líneas abajo compartimos el artículo de Federico Gaon sobre el análisis de Kissinger sobre el Medio Oriente:

 

El Medio Oriente según Henry Kissinger

Artículo de Federico Gaon, internacionalista por la Universidad de Palermo, Argentina, y especialista en temas del Medio Oriente. Publicado en Foreign Affairs Latinoamérica,  8 de abril 2015. Glosado por Lampadia.

En su reciente libro World Order, el influyente exsecretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger presenta sus reflexiones y su visión acerca del curso de las cosas en el mundo. Además, lleva al lector a un recorrido histórico por las distintas nociones de orden internacional concebidas por el hombre.

Desde sus primeros escritos, Kissinger se ha interesado profundamente por estudiar la distribución internacional del poder y la configuración sistémica que lo organiza entre las potencias. En World Order, quien fuera uno de los principales articuladores de la realpolitik en el escenario mundial, enuncia una magistral lección en el realismo que debería ser tomado en consideración por quienes tienen en sus riendas la conducción de la humanidad. Por lo pronto, el autor reconoce que cada región o grupo con correspondencia geopolítica, sea de Occidente, de Asia o del Medio Oriente, ha consagrado en algún momento de su historia un zeitgeist [visión cultural del espíritu del tiempo de un país] propio sobre el mundo.

Kissinger insiste que las diferencias culturales pueden y deben ser salvadas para dar forma a un orden mundial consensuado, aceptable por todas las partes.

Kissinger señala que “en ningún lugar es el desafío de orden internacional más complejo, en términos de organizar el orden regional como de asegurar la compatibilidad de dicho orden con la paz y la estabilidad en el resto del mundo”, como en el Medio Oriente. La gran pregunta que el autor se limita a responder escuetamente es cómo reconciliar el concepto de orden prevalente en el Islam con un concepto de orden mundial todavía no definitivo del todo.

A diferencia de Occidente, que desarrolló un compromiso hacia la idea de que el mundo era externo al observador, el mundo islámico concibió la idea contraria al entender que el mundo se comprende por medio de la experiencia religiosa (interna) del creyente.

El rápido avance del Islam por tres continentes proveyó a sus creyentes la prueba irrefutable de que su religión era un sistema completo y rector, con instrucciones infalibles para cada aspecto de la escena pública y privada.

Europa, para el siglo XVII dio forma a una idea de orden basado en la noción de “balance de poder”, al predicar como una necesidad estratégica para prevenir que un gran hegemón pudiera desbancar la estabilidad. A la larga se convirtió en una característica definitoria de la diplomacia occidental. Conceptualmente, el balance de poder no es un cálculo que responde a consideraciones morales, pero es un instrumento de la estrategia para prevenir el conflicto, conformando un sistema ecuánime donde cada Estado goza de soberanía o protección por una tercera parte.

El concepto de orden islámico virtualmente presume lo contrario. El cálculo no es estratégico sino moral y se instruye a partir de la noción de que el Islam per se es una religión y un Estado mundial multiétnico a la vez. El Islam constituye su propio orden mundial: en vez de un balance de poder, adopta una noción que polariza al mundo entre Dar al-Islam (la casa del Islam), donde se encuentran las entidades gobernadas por la ley islámica, y Dar al-Harb (la casa de la guerra), que reúne a todas las demás entidades gobernadas por no musulmanes.

The Sunday Times Laurent Gillieron

Los musulmanes tenían prohibido asentarse en territorios no musulmanes donde no podrían cumplir la práctica de los preceptos religiosos. Los gobernantes, si bien podían hacer tratos con los Estados “infieles” (y de hecho lo hacían), debían siempre partir de la premisa que los acuerdos debían ser abrogados más adelante, justamente para esparcir el Islam. Todo orden que escape de la soberanía islámica queda automáticamente reducido al carácter de una aberración ilegítima. Los musulmanes no pueden estimar como iguales a los no musulmanes.

De regreso al viejo continente, como ninguna fuerza podía imponer su voluntad sobre otra de forma continua y decisiva, Kissinger asienta que el arte del gobierno del príncipe europeo deriva de la valoración del equilibrio y de la resistencia a las proclamaciones de gobernanza universal. Las conflagraciones religiosas intracristianas dejaron al Estado mejor posicionado frente al poder de la Iglesia. Desde entonces, luego de la Paz de Westfalia que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en 1648, cada Estado comenzó a reclamar para sí, en consenso con los demás, soberanía para determinar su propia religión. Acordaron entonces que ninguna entidad podría entrometerse en los asuntos internos de terceros Estados. En resumen, este arreglo formó la base del orden moderno, también llamado westfaliano, que pronto se difundió con el impulso del colonialismo europeo —no sin resistencia— por el resto del mundo.

El fenómeno del islamismo representa una inversión total del sistema westfaliano. Los Estados son seculares y por tanto ilegítimos. En el mejor de los casos, los Estados pueden ser tolerados siempre y cuando se piensen no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento provisional creado para imponer una entidad religiosa en una escala más amplia. Esto queda reflejado por la máxima yihadista: “Amamos la muerte tanto como ustedes aman la vida”. O bien, como expresa Kissinger, en que “la puridad, y no la estabilidad, es el principio ordenador de esta concepción [islámica] de orden mundial”.

Por otra parte, Kissinger observa, como hacen también otros analistas, que la Primavera Árabe ha expuesto las contradicciones internas del mundo islámico. A la luz de este argumento se debate una síntesis entre el concepto de orden basado en la primacía del Estado moderno y entre otro basado en la tradición autóctona derivada de la religión.

El conflicto árabe-israelí ilustra a la perfección esta situación. Israel es por definición —dice Kissinger— un Estado westfaliano. A la par de los Estados árabes miran al orden internacional en mayor o menor medida conforme lo prescrito por el legado del Islam. Esta diferencia fundamental es la razón del conflicto. El conflicto no es explícitamente territorial, porque lo que está en juego son miradas antagónicas de orden. Por esta razón, una solución a largo plazo debe necesariamente contemplar la posibilidad de una coexistencia entre la construcción westfaliana (moderna) y la concepción islámica.

Yaquique

En miras a encontrar un acuerdo, Kissinger señala que Israel va un paso más allá del Tratado de Westfalia al pedir que sea reconocido como un Estado judío, ya que se está metiendo en un campo que afecta directamente las sensibilidades de los musulmanes. Al postular su vieja receta práctica, Kissinger deja en claro que lo que importa no son las etiquetas, sino los pasos concretos que conducen a aceptar la realidad de Israel mediante el resguardo de su seguridad. Para el estratega, este es el punto de partida indispensable para llegar a un arreglo.

Irán es otro punto focalizado en World Order. Desde la revolución islámica en 1979, Irán pasó a ser una entidad posicionada en un cruce entre dos concepciones de orden mundial. Por un lado, su gobierno llama abiertamente a la destitución del sistema westfaliano, pero irónicamente al mismo tiempo se sostiene sobre la base del sistema que quiere destruir. Aunque el movimiento islamista en el poder añora un orden islámico, Irán no renunció a los derechos y privilegios del Estado moderno.

ParadójicamenteKissinger advierte sobre los riesgos de que los propios occidentales emprendan campañas idealistas para proselitizar la democracia por el mundo.

De acuerdo con el ex secretario de Estado, la actitud de Estados Unidos hacia Irán y hacia otros países comandados religiosamente, como Arabia Saudita, no puede basarse en un simple cálculo de balance de poder o en una agenda de democratización. La agenda debe ser armada tomando en cuenta los valores, la tradición y la experiencia de estos países.

Kissinger recuerda que el enfoque de realpolitik adquiere precedencia para abordar los desafíos del siglo XXI. A pesar de haber apoyado la invasión a Irak en 2003, en vista de los acontecimientos en el mundo árabe, este prominente pensador realista le habla a los neoconservadores en Washington y les dice que deben dejar de ilusionarse con el prospecto de que las masas cansadas y abusadas de los países islámicos congenien gobiernos con principios occidentales. Sin embargo, dado que no se puede volver atrás, Kissinger critica a Barack Obama por tirar a la basura la faceta del proyecto de la era George W. Bush que apuntaba a estabilizar a Irak. Además, critica la falta de énfasis del gobierno actual en rellenar el vacío de poder que dejó la caída de Saddam Hussein e indica que antes de una “estrategia de salida”, lo que se necesita es una estrategia puntual a secas.

En realidad, lo que se requiere es un cambio de tácticas para llegar esencialmente a los mismos resultados. World Order insiste en que las democracias occidentales deberían acomodarse a las realidades y desde allí trabajar cuidadosamente, siempre en consideración de la concepción de orden de sus contrapartes no liberales. Si se lee el texto entrelineas, esto no implica obligatoriamente conciliar a la usanza occidental, mediante la diplomacia de la sucesiva presentación de propuestas y contraofertas para resolver una disputa. Como bien lo justifica Kissinger, en las culturas orientales este camino es interpretado como debilidad. Lo que realmente está discutiendo, es que la consecución de un orden mundial dependerá del grado de flexibilidad que las regiones o países con cosmovisiones características puedan articular para encontrar puntos medios entre sus diferencias.

Kissinger propone revisar el concepto de balance de poder, partiendo del hecho básico de que los arreglos entre las fuerzas nunca son estáticos, pues siempre están en continuo movimiento. Esta mítica figura de la Guerra Fría concede a Estados Unidos el papel de garante de este balance de poder. Para él, la configuración sistémica propuesta, si es respaldada consistentemente por la política exterior estadounidense, conducirá eventualmente a la aparición de líderes con visión de paz.

Finalmente, Kissinger postula que para alcanzar un orden mundial genuino, sus componentes deben adquirir una segunda cultura mundial que pueda coexistir con sus propios valores. Esta nueva cultura debe ser estructural y debe esbozar un concepto jurídico de orden que trascienda las perspectivas e ideales de una sola región o país. “En este momento en la historia —agrega— esto sería una modernización del sistema westfaliano de acuerdo a las realidades contemporáneas.” El objetivo de nuestra era, concluye, “debe ser alcanzar dicho equilibrio, restringiendo mientras tanto a los perros de la guerra”. L