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Las víctimas de la IRA

Las víctimas de la IRA

El crecimiento de la economía y el desarrollo de las clases medias

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

(IRA – Izquierda Retrógrada y Atolondrada, término acuñado por Anthony Laub).

Lamentablemente en el Perú no salimos de la maldición de las izquierdas decimonónicas, que nunca se reinventaron después de la caída del muro de Berlín. Máxime si desde entonces todas ellas encontraron financiamiento desde los países más desarrollados, por parte de asociaciones (ONGs) que en el nombre de un supuesto desarrollo humano, aparentes preocupaciones ambientales y sociales, impiden el desarrollo económico, condenando a la pobreza a las poblaciones más vulnerables.

Así podemos ver como todas ellas, con un lenguaje edulcorado, terminan oponiéndose al crecimiento económico producido por la inversión privada, especialmente en minería (por su gran impacto en la creación de riqueza), y al desarrollo de las clases medias. Algunos representantes de la IRA llegan a decir que avistando aves se puede sustituir la producción minera.

El eventual éxito del crecimiento económico y la consolidación de las clases medias, implica la ruptura del espacio de desarrollo de las izquierdas retrógradas, la pérdida de seguidores políticos y la intrascendencia de sus relatos.

En el caso del Perú, este proceso fue muy obvio, cuando más crecíamos, de la mano de la inversión minera, hacia el 2010, y se consolidaba la nueva clase media emergente, las izquierdas se multiplicaron en su afán crítico basado en la exacerbación del efecto del vaso medio vacío. Lamentablemente, ella, la IRA, la izquierda retrógrada y atolondrada, tuvo de socios a la instalación del odio en la política peruana, y a la debacle de los medios de comunicación, que simplemente renunciaron a su responsabilidad de informar y analizar con objetividad, y cayeron en las garras de ideologías desencaminadas.

Incluso en Chile, donde el crecimiento acumulado, la reducción de la pobreza y el desarrollo de una enorme clase media, habían transformado el país, estas izquierdas que sobreviven en Latinoamérica, lograron quebrar el sustento político de la economía de mercado y han llevado a Chile a niveles de incertidumbre imposibles de prever. Lampadia

Veamos el comentario de Juan Lagos en la Fundación para el Progreso, sobre el adiós a la clase media chilena.   

¡Adiós a la clase media!

Juan L. Lagos
Fundación para el Progreso – Chile
Publicado el 27.07.2020

La Nueva Mayoría, en su afán por transformar Chile, supo desde un principio que “el modelo neoliberal” —como con poco cariño lo suelen llamar— antes de salir de las instituciones debía ser arrancado del alma de los chilenos. Tarea titánica, toda vez que una gran cantidad de ellos, por medio de muchos sacrificios, habían alcanzado niveles de vida muy superiores a los de sus padres gracias a un mercado abierto, un gasto público focalizado y una especial protección de los derechos individuales, principios incompatibles con “el modelo social” —como con mucho cariño lo suelen llamar— que deseaban implantar.

Como la tarea era ambiciosa y el tiempo escaso —sumado a un clasismo que perfecciona las buenas y malas acciones de nuestra clase opulenta— la Nueva Mayoría no encontró mejor estrategia que negar el libreto aprendido en los primeros años de la Concertación y atacar el ethos de la nueva clase media chilena. De este modo, si en 1994 la Comisión Brunner reconocía el aporte de los establecimientos subvencionados en la calidad de la educación, en el 2014 el ministro Eyzaguirre señalaba que el copago no lograba otra cosa más que supercherías para reafirmar el arribismo de una clase media aspiracional.

Esta estrategia no le resultó a la izquierda y la promesa de un Chile “más social” no fue suficiente para contentar a una clase media orgullosa que resintió el mediocre desarrollo de la economía durante el segundo gobierno de la presidenta Bachelet. Era el turno de un segundo mandato de Sebastián Piñera que asumió con un notable respaldo en las urnas producto de un país que aspiraba a “Tiempos Mejores”.

El solo nombre de sus medidas dirigidas a esta heterogénea clase social demostraba que Piñera no había ganado: solo había sacado más votos que Guillier. “Clase media protegida” se llamaba este conjunto de iniciativas, demostrando que el triunfo cultural de la izquierda no dependía del resultado de la segunda vuelta presidencial.

No creo que el diagnóstico de la “centroderecha” haya sido errado, pero sí fue incompleto. Es cierto que la clase media es “frágil”, en eso tenían razón Andrés Allamand y Joaquín

García-Huidobro en su Manifiesto Republicano, pero la clase media es mucho más que eso, por eso resulta inexplicable que hayan empleado ese calificativo para la señera referencia que hicieron de ella a lo largo de todo el documento.

También es cierto que la clase media necesitaba ser “fortalecida” como repetía hasta el hartazgo el presidente Piñera, pero antes incluso que la protección de sus temores, la clase media chilena clamaba por una justificación política de su estilo de vida, tantas veces vilipendiado por el Gobierno de la presidenta Bachelet. Pero por parte de la “centroderecha” solo encontró paternalismo ignorando el piñerismo que «las lucas no definen a la clase media, sino su identidad de progreso» como bien señaló el economista Sergio Urzúa.

¡Y así estamos ahora! En medio de una tormenta de políticas irresponsables que se olvidaron de nuestra clave en el combate contra la pobreza: la focalización del gasto social. ¡¿Qué esperaban?! Si ha muerto la idea de la clase media como sinónimo de emprendimiento, resiliencia y esfuerzo. Ahora ser clase media es ser víctima de todos: del Estado que no te entrega bienes “públicos” y del mercado que te “endeuda”. Ahora la clase media no es más que la excusa argumental de la que se valen algunos políticos de cuarta que ostentan cargos de primera para ocultar su resentimiento y demagogia.

Ante la muerte de la idea de clase media, siempre crecerá el paternalismo estatal, esto la izquierda lo entendió a la perfección. Lástima que la derecha todavía no dimensione su pérdida, porque es inexorable la máxima tan bien descrita por Nicolás Gómez Dávila: «A medida que el Estado crece el individuo disminuye».