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El liberalismo se enfrentó a la tiranía

El liberalismo se enfrentó a la tiranía

“La economía es una ciencia del pensamiento en términos de modelos unidos al arte de elegir modelos que son relevantes para el mundo contemporáneo”.
John Maynard Keynes a Roy Harrod, 4 de julio de 1938

La filosofía política liberal es clara: derechos económicos y humanos individuales, autonomía personal, gobierno representativo, libre circulación de bienes y personas a través de las fronteras, libre desarrollo tecnológico sin trabas para promover la economía del mercado global y, bienestar y regulaciones suficientes, pero no tanto como para afectar el crecimiento económico. La mayoría de los debates políticos están dentro de este amplio marco liberal.

Sin embargo, todavía hay incertidumbre sobre el futuro del liberalismo. En Europa, la crisis de inmigración ha impulsado el nacionalismo (ya en aumento), en gran parte responsable de la campaña de Brexit. En los Estados Unidos, la política está polarizada y los comentarios de Trump no ayudan, lo cual causa que la desconfianza hacia el gobierno y otras instituciones cruciales esté aumentando. El descontento popular resultó en unas elecciones inimaginables y un ganador con una plataforma populista.

En Lampadia queremos compartir las ideas de tres pensadores vieneses (presentadas por The Economist) que creían que el capitalismo, acompañado por el estado de derecho y la democracia, era la mejor manera para que las personas retengan su libertad. Hayek, Popper y Schumpeter formularon una respuesta a la tiranía: “Entre los optimistas hubo tres exiliados vieneses que lanzaron una lucha contra el totalitarismo. En lugar de la centralización, defendieron el poder difuso, la competencia y la espontaneidad”.

El análisis de The Economist concluye que: “Tomados en conjunto, en la década de 1940, Hayek, Popper y Schumpeter ofrecieron un ataque contra el colectivismo, el totalitarismo y el historicismo, y una reformulación de las virtudes de la democracia liberal y los mercados. El capitalismo no es un motor para la explotación belicista (como creían los marxistas), ni una oligarquía estática, ni un camino hacia la crisis. Acompañado por el estado de derecho y la democracia, es la mejor manera para que las personas conserven su libertad.”

Ver artículo líneas abajo:

Los exiliados responden
Hayek, Popper y Schumpeter formularon una respuesta a la tiranía

Puede que sus vidas y reputaciones divergieran, pero sus ideas estaban enraizadas en los traumas del país donde todos ellos nacieron

The Economist
23 de agosto, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Mientras se desataba la segunda guerra mundial, los intelectuales occidentales se preguntaban si la civilización podría recuperarse. George Orwell, el más brillante de los pesimistas, escribió “Animal Farm” y comenzó a trabajar en “1984”, que se publicó como “una bota estampando sobre un rostro humano – para siempre”.

Entre los optimistas se encontraban tres exiliados vieneses que iniciarion una lucha contra el totalitarismo. En lugar de la centralización, abogaban por el poder difuso, la competencia y la espontaneidad.

  • En Massachusetts, Joseph Schumpeter escribió “Capitalism, Socialism and Democracy”, publicado en 1942.
  • En Nueva Zelanda, Karl Popper escribió “The Open Society and its Enemies” (1945).
  • En Gran Bretaña Friedrich Hayek escribió “El camino a la servidumbre” (1944).

Viena, su hogar original, había sido destruida. En 1900 era la capital de la monarquía de los Habsburgo, un imperio bastante liberal y políglota. Se enfrentó a dos guerras mundiales, el colapso del imperio, el extremismo político, la anexión de los nazis y la ocupación aliada. Graham Greene lo visitó en 1948 y describió la antigua joya del Danubio como una “ciudad destrozada y lúgubre”.

La guerra y la violencia “destruyeron el mundo en el que crecí”, dijo Popper. Schumpeter veía a Austria simplemente como un “pequeño naufragio de un estado”. “Todo lo que ahora está muerto “, dijo Hayek, del apogeo de Viena.

Sin embargo, la ciudad los formó. Entre 1890 y la década de 1930 fue uno de los lugares con más personajes brillantes del mundo. Sigmund Freud fue pionero en el psicoanálisis. El Círculo de filósofos de Viena debatió la lógica. La escuela de economía austriaca lidió con los mercados; Ludwig von Mises hizo grandes avances en el rol de la especulación y el mecanismo de precios. Von Mises fue mentor de Hayek, primo del filósofo Ludwig Wittgenstein, que fue a la escuela con Adolf Hitler, que estuvo en la Heldenplatz en 1938 para dar la bienvenida a “la entrada de mi patria en el Reich alemán”.

Los tres pensadores de los tiempos de guerra tenían diferentes antecedentes. Schumpeter era un extravagante aventurero nacido en una familia provincial católica. La familia de Popper era intelectual y tenía raíces judías; Hayek era el hijo de un doctor. Pero ellos tenían experiencias en común. Los tres asistieron a la Universidad de Viena. Cada uno había sido tentado, y habían repelido, el socialismo; Schumpeter fue ministro de finanzas en un gobierno socialista. También perdió su fortuna en un colapso bancario en 1924. Luego se fue a Alemania, y, después de que murió su esposa, emigró a Estados Unidos en 1932. Hayek dejó Viena para la London School of Economics en 1931. Popper huyó de Austria justo a tiempo, en 1937.

Cada uno estaba preocupado por la complacencia de los países anglosajones de que no caerían en el totalitarismo. Sin embargo, abundaban las señales de advertencia. La depresión en la década de 1930 hizo que la intervención del gobierno pareciera deseable para la mayoría de los economistas. La Unión Soviética era un aliado en tiempos de guerra y, en esa época, no se aceptaban las críticas a su régimen basado en el terror. Quizás lo más preocupante es que la guerra había traído autoridad centralizada y un solo propósito colectivo en Gran Bretaña y EEUU: la victoria. ¿Quién podría estar seguro de que esta máquina de comando y control se apagaría?

Hayek y Popper eran amigos, pero no muy cercanos a Schumpeter. Los hombres no cooperaron. Sin embargo, surgió una división del trabajo.

  • Popper buscó eliminar los fundamentos intelectuales del totalitarismo y explicar cómo pensar libremente.
  • Hayek se propuso demostrar que, para estar seguro, el poder económico y político debe ser difuso.
  • Schumpeter proporcionó una nueva metáfora para describir la energía de una economía de mercado: la destrucción creativa (creative destruction).

El inicio del exilio

Popper. Decidió escribir “The Open Society” después de que Hitler invadiera Austria y lo describiera como “mi esfuerzo de guerra”. Comienza con un ataque al “historicismo” o grandes teorías disfrazadas de leyes de la historia, que hacían agresivas profecías sobre el mundo y dejan de lado la volición individual. Primero se destruyó la idea de Platón, con su creencia en una Atenas jerárquica gobernada por una élite. La metafísica de Hegel y su insistencia en que el estado tiene su propio espíritu son descartadas como “cantos desconcertantes”. Popper escucha con simpatía la crítica al capitalismo de Marx, pero considera que sus predicciones son algo mejor que una religión tribal.

En 1934 Popper había escrito sobre el método científico, en el cual las hipótesis son avanzadas y los científicos intentan falsificarlas. Cualquier hipótesis que quede en pie es un tipo de conocimiento. Este concepto moderado y condicional de la verdad se repite en “The Open Society”. “Debemos romper con el hábito de deferencia hacia los grandes hombres”, argumenta Popper. Una sociedad saludable significa una competencia por ideas, no una dirección central, y un pensamiento crítico que considere los hechos, no quién los presenta. Contrariamente a lo que afirma Marx, la política democrática no era una farsa sin sentido. Pero Popper pensó que el cambio solo era posible a través de la experimentación y la política fragmentaria, no de sueños utópicos y esquemas a gran escala ejecutados por una élite omnisciente. 

Hayek compartía la visión de Popper del conocimiento humano como contingente y disperso. En “The Road to Serfdom” (El camino a la servidumbre), él hace una afirmación despiadada: que el colectivismo, o el anhelo de una sociedad con un propósito común general, está inherentemente equivocado y es peligroso para la libertad. La complejidad de la economía industrial significa que es “imposible para cualquier hombre inspeccionar más que un campo limitado”. Hayek se basó en el trabajo de von Mises sobre el mecanismo de precios, argumentando que sin él el socialismo no tenía manera de asignar recursos y conciliar millones de preferencias individuales. Debido a que no puede satisfacer la gran variedad de necesidades de las personas, una economía central planificada es innatamente coercitiva. Al concentrar el poder económico, concentra el poder político. En cambio, sostiene Hayek, una economía competitiva y política es “el único sistema diseñado para minimizar el poder ejercido por el hombre sobre el hombre por medio de la descentralización “. La democracia era un “dispositivo para salvaguardar” la libertad.

Schumpeter es un rompecabezas. (En su historia del neoliberalismo, Daniel Stedman Jones elige a von Mises como su tercer pensador vienés). Su anterior libro, un tomo sobre la historia de los ciclos económicos, fracasó en la década de 1930. Ahora está de moda describir su seguimiento, “Capitalismo, socialismo y democracia”, como una de las mejores obras del siglo XX. Pero, en realidad, su trabajo puede ser turgente y prolijo; hay partes que están dedicadas a profecías del tipo que Popper consideraba como locuras. La opinión de Schumpeter de que el socialismo eventualmente reemplazaría al capitalismo -porque el capitalismo anestesió a sus propios acólitos- a veces se piensa que es irónica. Sin embargo, como una pepita de oro en medio de lodo, el libro contiene una idea deslumbrante sobre cómo funciona realmente el capitalismo, enraizado en la perspectiva del empresario, no en la de los burócratas o los economistas. 

Hasta que John Maynard Keynes publicó su “Teoría general” en 1936, los economistas realmente no se preocupaban por el ciclo económico. Schumpeter hizo hincapié en un tipo diferente de ciclo: uno más largo de innovación. Los empresarios, motivados por la perspectiva de ganancias monopólicas, inventan y comercializan productos que superan sus antecesores. Luego son derrotados. Este “vendaval perenne” del nacimiento y la muerte, no los esquemas de los planificadores, es cómo se hacen los avances tecnológicos. El capitalismo, aunque desigual, es dinámico. Las empresas y sus propietarios disfrutan de ventanas limitadas de ventaja competitiva. “Cada clase se asemeja a un hotel”, escribió Schumpeter anteriormente; “Siempre lleno, pero siempre de diferentes personas”. Tal vez estaba recordando su propia experiencia en la industria bancaria de Viena.

Tomados en conjunto, en la década de 1940, Hayek, Popper y Schumpeter ofrecieron un ataque contra el colectivismo, el totalitarismo y el historicismo, y una reformulación de las virtudes de la democracia liberal y los mercados.

El capitalismo no es un motor para la explotación belicista (como creían los marxistas), ni una oligarquía estática, ni un camino hacia la crisis. Acompañado por el estado de derecho y la democracia, es la mejor manera para que las personas conserven su libertad.

Revisitando el tema de la servidumbre

La recepción de las investigaciones de Popper varió en el tiempo. Popper luchó para publicar su libro (era largo y todavía se racionaba el papel). En 1947, Schumpeter fue aclamado como una obra maestra; y su reputación se disparó. El trabajo de Hayek tuvo poco impacto hasta que apareció en Reader’s Digest en EEUU, convirtiéndolo en una sensación de la noche a la mañana. Y, con el tiempo, los caminos de los tres hombres divergieron. Popper, que se mudó a Gran Bretaña en 1946, volvió a centrarse en la ciencia y el conocimiento. Schumpeter murió en 1950. Hayek se trasladó a Michigan, convirtiéndose en una luminaria de la Escuela de Chicago de economistas de libre mercado y crítica estridente de todo el gobierno.

Pero la estatura combinada de los tres aumentó. En la década de 1970, el keynesianismo y la nacionalización habían fracasado, lo que llevó a una nueva generación de economistas y políticos, incluidos Ronald Reagan y Margaret Thatcher, a enfatizar los mercados y las personas. El colapso de la Unión Soviética en la década de 1990 reivindicó el ataque de Popper sobre la estupidez de los grandes esquemas históricos. Y las continuas reinvenciones de Silicon Valley, desde el mainframe y las PC hasta Internet y los teléfonos celulares, confirmaron la fe de Schumpeter en los empresarios.

Los tres austriacos son vulnerables a las críticas comunes. La concentración de su poder intelectual sobre las ideologías izquierdistas (en lugar del nazismo) puede parecer desequilibrada. Schumpeter había sido complaciente con el ascenso del nazismo; pero para Popper y Hayek, la devastación desatada por el fascismo era evidente. Ambos sostenían que el marxismo y el fascismo tenían raíces comunes: la creencia en un destino colectivo; la convicción de que la economía debe orientarse hacia un objetivo común y que una elite auto-seleccionada debe dar las órdenes.

Otra crítica es que ponen muy poco énfasis en domesticar el salvajismo del mercado, particularmente dada la miseria del desempleo en la década de 1930. De hecho, Popper estaba profundamente preocupado por las condiciones de los trabajadores; en “The Open Society”, enumera con aprobación las regulaciones laborales establecidas desde que Marx escribió sobre los niños que trabajan en las fábricas. Pensó que las políticas pragmáticas podrían mejorar gradualmente la suerte de todos. En la década de 1940, Hayek fue más moderado, y escribió que “se puede asegurarles a todas las personas un mínimo de alimentos, abrigo y ropa, suficientes para preservar la salud y la capacidad de trabajo”. El ciclo económico fue “uno de los problemas más graves” de la época. Schumpeter mostró menos signos de compasión, pero era profundamente ambivalente sobre el impacto social de la destrucción creativa.

Hoy en día, los austriacos siguen siendo tan relevantes como siempre. La autocracia se está endureciendo en China. La democracia está en retroceso en Turquía, Filipinas y otros lugares. Los populistas acechan en EEUU y Europa: en Viena, un partido con raíces fascistas pertenece a la coalición gobernante. Los tres habrían estado perturbados por la decadencia de la esfera pública en Occidente. En lugar de un concurso de ideas, existe la indignación tribal de las redes sociales, el fanatismo de la izquierda en los campus de Estados Unidos y el miedo y la desinformación en la derecha.

Juntos, el trío identificó sobre la tensión entre la libertad y el progreso económico, ahora exacerbada por la tecnología. En la década de 1940, Hayek y Popper pudieron argumentar que la libertad individual y la eficiencia eran compañeras. Una sociedad libre y descentralizada asigna recursos mejor que los planificadores, que solo podían adivinar el conocimiento disperso entre millones de individuos. Hoy, en cambio, el sistema más eficiente puede ser centralizado. Big Data podría permitirles a las empresas tecnológicas y los gobiernos “ver” toda la economía y coordinarla de manera mucho más eficiente de lo que podrían hacerlo los burócratas soviéticos.

Schumpeter pensó que los monopolios eran castillos temporales que eran arrasados por nuevos competidores. Las élites digitales de hoy en día parecen atrincheradas. Popper y Hayek podrían estar luchando por una descentralización de Internet, de modo que las personas posean sus propios datos e identidades. A menos que el poder se disperse, habrían señalado, que siempre es peligroso. Lampadia




Seguimos aprendiendo de un ícono liberal

John Maynard Keynes, un ícono del activismo económico con filosofía liberal, todavía es muy relevante en la actualidad. Lo cierto es que en el debate sobre si y cuánto debe gastar el gobierno para rescatar a las economías, y sí en determinadas ocasiones, debe reemplazar la inversión privada, Keynes es el protagonista.

Keynes mismo, era un economista liberal en el sentido tradicional: quería que el gobierno usara su fórmula para enfocarse en el pleno empleo, tanto por razones económicas como sociales. La teoría de Keynes no es liberal ni conservadora. Solo describe una economía en la que la presión sobre cualquier variable afecta a las demás.

Y esta es justamente la dificultad de la aplicación de las teorías económicas, todo se puede relativizar, las interconexiones de las variables son complejas y es imposible aislar una variable y su relación con otra, en contextos dinámicos y de múltiples variables,  como se da en el mundo real.

Keynes creía que los gobiernos liberales tenían que luchar activamente contra las recesiones económicas, o los votantes recurrirían a gobiernos antiliberales que sí lo hacen. Keynes era un creyente de la sociedad libre.

Este pensamiento tan acertado para el mediano plazo es imposible de entenderse por parte de políticos cortoplacistas.

Si difería de los liberales “clásicos” en unas pocas cosas evidentes e importantes, era simplemente porque trataba de actualizar la idea liberal esencial para ajustarla a las condiciones económicas de una nueva era.

Compartimos con nuestros lectores un análisis de the Economist al respecto:

¿Fue John Maynard Keynes un liberal?
Libertad vs economía

Las personas deben tener libertad de elegir. Era su libertad de no elegir lo que le preocupaba

The Economist
18 de agosto, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

En 1944, Friedrich Hayek recibió una carta de un huésped del Hotel Claridge en Atlantic City, Nueva Jersey. Esta felicitaba al economista nacido en Austria por su “gran libro”, “El camino a la servidumbre”, que sostenía que la planificación económica representaba una amenaza insidiosa a la libertad. La carta afirmaba que, “moral y filosóficamente, me encuentro de acuerdo y profundamente conmovido”.

La carta a Hayek era de John Maynard Keynes, de camino a la conferencia de Bretton Woods en New Hampshire, donde ayudaría a planificar el orden económico de la posguerra. La calidez de la carta sorprenderá a aquellos que conocen a Hayek como el padrino intelectual del libre mercado del Thatcherismo y a Keynes como el santo patrón de un capitalismo fuertemente intervenido.

Pero Keynes, a diferencia de muchos de sus seguidores, no era un hombre de izquierda. “La guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”, dijo en su ensayo de 1925, “¿Soy un liberal?”. Más tarde describió a los sindicalistas como “tiranos, cuyas pretensiones egoístas y seccionales tienen que oponerse valientemente”. Acusó a los líderes del Partido Laborista británico de actuar como “sectarios de un credo desgastado”, “murmurando frases confusas sobre el marxismo”. Y afirmó que “existe una justificación social y psicológica para las importantes desigualdades de ingresos y riqueza” (aunque no por las brechas tan grandes que existían en su época).

¿Por qué entonces Keynes promovía lo que llamamos keynesianismo? La respuesta obvia es la Gran Depresión, llegó a Gran Bretaña en la década de 1930, y destrozó la fe de muchas personas en el capitalismo no administrado. Pero varias de las ideas de Keynes datan de más atrás.

Él pertenecía a una nueva generación de liberales que no estaban esclavizados por el laissez-faire, la idea de que “una empresa privada sin trabas promovería el mayor bien del conjunto”. Esa doctrina, creía Keynes, nunca fue necesariamente verdadera en principio y ya no era útil en la práctica. Lo que el estado debería dejarle a la iniciativa individual, y lo que debería asumir, tenía que decidirse por los méritos de cada caso.

Al tomar esas decisiones, él y otros liberales tuvieron que lidiar con las amenazas del socialismo y el nacionalismo, la revolución y la reacción. En respuesta a la creciente influencia política del Partido Laborista, un gobierno liberal con mentalidad reformista había introducido el seguro nacional obligatorio en 1911, el cual proporcionaba subsidio por enfermedad, prestaciones de maternidad y asistencia limitada por desempleo a los pobres que trabajaban. Los liberales de este tipo consideraban a los trabajadores desempleados como activos nacionales que no debían ser “pauperizados” sin culpa propia.

Este grupo de liberales creía en ayudar a aquellos que no podían ayudarse a sí mismos y lograr colectivamente lo que no se podía lograr individualmente. El pensamiento de Keynes pertenece a este ámbito. Se dedicó a los emprendedores que no podían expandir sus operaciones de manera rentable a menos que otros hicieran lo mismo, y a los ahorradores que no podían mejorar su posición financiera a menos que otros estuvieran dispuestos a pedir prestado. Ninguno de los dos grupos puede tener éxito solo con sus propios esfuerzos. Y su fracaso en lograr sus propósitos también perjudica a todos los demás.

¿Cómo es eso? Keynes dijo: Las economías producen en respuesta al gasto. Si el gasto es débil, la producción, el empleo y los ingresos serán correspondientemente débiles. Una fuente vital de gasto es la inversión: la compra de nuevos equipos, fábricas, edificios y similares. Pero a Keynes le preocupaba que los empresarios privados, dejados a sus capacidades, realizaran muy pocos gastos de este tipo. Él argumentó, provocativamente una vez, que Estados Unidos podría gastar su camino hacia la prosperidad.

Los primeros economistas eran más radicales. Creían que, si la voluntad de invertir era débil y el deseo de ahorrar era fuerte, la tasa de interés caería para alinear a los dos. Keynes pensó que la tasa de interés tenía otro rol. Su tarea consistía en persuadir a la gente a desprenderse del dinero y, en cambio, mantener activos menos líquidos.

El atractivo del dinero, como lo entendía Keynes, era que permitía a las personas preservar su poder adquisitivo mientras diferían las decisiones sobre qué hacer con él. Les daba la libertad de no elegir:

  • Si la demanda de la gente por este tipo de libertad fuera particularmente feroz, se separarían del dinero solo si otros activos parecían irresistiblemente baratos en comparación.
  • Desafortunadamente, los precios de activos muy bajos también deprimirían el gasto de capital, lo que provocaría una disminución de la producción, el empleo y las ganancias.
  • La caída de los ingresos reduciría la capacidad de la comunidad para ahorrar, exprimiéndola hasta que coincida con la escasa disposición de la nación para invertir.
  • Y allí la economía languidecería.

El desempleo resultante no solo era injusto, también era tremendamente ineficiente. El trabajo, Keynes señaló, no se cumple. Aunque los trabajadores mismos no desaparecen por falta de uso, el tiempo que podrían haber dedicado a la economía se desperdicia para siempre.

Tal desperdicio aún persigue al mundo. Desde principios de 2008, la fuerza de trabajo estadounidense ha invertido 100,000 millones de horas menos de lo que podría tener si tuviera un empleo pleno, según la Oficina de Presupuesto del Congreso. Keynes a menudo era acusado por los oficiales de una despreocupación excesiva por la rectitud fiscal. Pero eso no era nada en comparación con el extraordinario desperdicio de recursos del desempleo masivo.

Algo ligeramente rosado

El remedio que se asocia más a menudo con Keynes era simple: si los empresarios privados no invirtieran lo suficiente para mantener un alto nivel de empleo, el gobierno debería hacerlo en su lugar. Estaba a favor de ambiciosos programas de obras públicas, incluida la reconstrucción del sur de Londres desde County Hall hasta Greenwich, de modo que rivalizara con St. James’s. En su carta a Hayek, admitió que su acuerdo moral y filosófico con “El camino a la servidumbre” no se extendía a su visión económica. Era casi seguro que Gran Bretaña necesitaba más planificación, no menos. En la “Teoría General” prescribió “una socialización de la inversión algo comprensiva”.

Sus peores críticos han aprovechado las implicaciones iliberales, incluso totalitarias, de esa frase. Es cierto que el keynesianismo es compatible con el autoritarismo, como lo demuestra la China moderna. La pregunta interesante es esta: ¿si el keynesianismo puede funcionar bien sin liberalismo, puede el liberalismo prosperar sin keynesianismo?

Los críticos liberales de Keynes proponen una variedad de argumentos:

  • Algunos rechazan su diagnóstico. Las recesiones, argumentan, no son el resultado de un déficit de gasto curable.
  • Ellos mismos son la cura dolorosa para gastos mal dirigidos.
  • Las depresiones no representan un conflicto entre la libertad y la estabilidad económica.
  • El remedio no es menos liberalismo sino más: un mercado laboral más libre que permita que los salarios caigan rápidamente cuando aumenta el gasto.
  • El fin de los bancos centrales activistas, porque las tasas de interés artificialmente bajas invitan a inversiones mal dirigidas que terminan fracasando.

Otros dicen que la cura es peor que la enfermedad. Las recesiones no son motivo suficiente para infringir la libertad. Este estoicismo estaba implícito en las instituciones victorianas como el patrón oro, el libre comercio y los presupuestos equilibrados, que ataron las manos de los gobiernos, para bien o para mal. Pero, en 1925, la sociedad ya no podía tolerar ese dolor, en parte porque ya no creía que era necesario. 

Una tercera línea de argumento acepta principalmente el diagnóstico de Keynes, pero tiene conflicto con su prescripción más famosa: la movilización pública de la inversión. Los liberales posteriores a Keynes depositaron más fe en la política monetaria. Si la tasa de interés no reconciliara naturalmente el ahorro y la inversión en altos niveles de ingresos y empleo, los bancos centrales modernos podrían reducirla hasta que lo hiciera. Esta alternativa se sentó más cómodamente con los liberales que el activismo fiscal keynesiano. La mayoría de ellos (aunque no todos) aceptan que el estado tiene la responsabilidad por el dinero de una nación. Dado que el gobierno necesitará una política monetaria de uno u otro tipo, también podría elegir una que ayude a la economía a desarrollar todo su potencial.

Estos tres argumentos tienen refutaciones:

  • Si una economía ha gastado mal, seguramente la solución es redirigir los gastos, no reducirlos.
  • Si los gobiernos liberales no luchan contra las recesiones, los votantes recurrirán a gobiernos antiliberales que lo hagan, poniendo en peligro las mismas libertades que la piadosa inacción del gobierno debía respetar.

Por último, Keynes mismo pensó que el dinero fácil era útil. Él solo dudaba de que fuera suficiente. Sin importar lo generosamente provisto, la liquidez adicional puede no reactivar el gasto, especialmente si las personas no esperan que la generosidad persista. Dudas similares sobre la política monetaria han revivido desde la crisis financiera de 2008. La respuesta de los bancos centrales a ese desastre fue menos efectiva de lo esperado. También fue más entrometido de lo que a los puristas les gustaría. Las compras de activos de los bancos centrales, incluidos algunos valores privados, inevitablemente favorecieron a algunos grupos sobre otros. Por lo tanto, comprometieron la imparcialidad en los asuntos económicos que corresponden a un estado estrictamente liberal.

En crisis severas, la política fiscal keynesiana puede ser más efectiva que las medidas monetarias. Y no necesita ser tan torpe como sus críticos temen. Incluso un estado pequeño y sin pretensiones debe llevar a cabo alguna inversión pública, en infraestructura, por ejemplo. Keynes pensó que estos proyectos deberían programarse para compensar las caídas en el gasto privado, cuando los hombres y los materiales serían de todos modos más fáciles de encontrar.

Al promover la inversión, le complació tener “todo tipo de compromisos” entre la autoridad pública y la iniciativa privada. El gobierno podría, por ejemplo, suscribir los peores riesgos de algunas inversiones, en lugar de emprenderlas por sí mismo.

En la década de 1920, Gran Bretaña contaba con impuestos progresivos y un seguro nacional obligatorio, que recaudaba contribuciones de los asalariados y las empresas durante los períodos de empleo, luego desembolsaba los beneficios de desempleo durante períodos de desempleo. Aunque no se concibió como tal, estos arreglos sirvieron como “estabilizadores automáticos”, eliminando el poder adquisitivo durante los auges y restaurándolo durante las caídas.

Esto puede ser llevado más allá. En 1942, Keynes respaldó una propuesta para reducir las contribuciones de seguro nacional durante los malos tiempos y elevarlos en los buenos tiempos. En comparación con la inversión pública variable, este enfoque tiene ventajas: los impuestos a la planilla, a diferencia de los proyectos de infraestructura, se pueden ajustar con el trazo de un bolígrafo. También difumina las líneas ideológicas. El estado es más keynesiano (juzgado por el estímulo) cuando también es el más pequeño (medido por su recaudación de impuestos).

La teoría keynesiana es finalmente agnóstica sobre el tamaño del gobierno. El propio Keynes pensó que una imposición fiscal del 25% del ingreso nacional neto (aproximadamente el 23% del PBI) es “aproximadamente el límite de lo que se soporta fácilmente”. Le preocupaba más el volumen de gasto que su composición. Estaba muy contento con la idea de dejar que las fuerzas del mercado decidieran qué se compraba, siempre que fuera suficiente. Hecho bien, sus políticas solo distorsionaban el gasto que de otro modo no habría existido.

Ciertamente, el keynesianismo puede ser llevado al exceso. Si funciona demasiado bien para reactivar el gasto, puede estresar los recursos de la economía, produciendo una inflación crónica (una posibilidad que también preocupa a Keynes). Los planificadores pueden calcular mal o sobrepasarse. Su poder para movilizar recursos puede invitar a un cabildeo intenso, que puede volverse militante, requiriendo una respuesta fuerte del gobierno. Los estados totalitarios que Keynes, trabajó duro para derrotarlos, demostraron que la “movilización central de recursos” y “la regimentación del individuo” podrían destruir la libertad personal, como él mismo señaló una vez.

Pero Keynes sintió que el riesgo en Gran Bretaña era remoto. La planificación que propuso fue más modesta. Y algunas de las personas que lo llevaban a cabo estaban tan preocupadas por el socialismo rampante como cualquiera. La planificación moderada será segura, argumentó Keynes en su carta a Hayek, si los que la implementan comparten la posición moral de Hayek. Los planificadores ideales son reacios. El keynesianismo funciona mejor en manos de Hayekianos. Lampadia