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El nuevo conservadurismo

El nuevo conservadurismo

El conservadurismo ha estado históricamente muy asociado a la derecha política y estos tiempos no son la excepción. Sin embargo, la nueva derecha, nacida en el seno del siglo XXI, ha degenerado en formas y asociaciones políticas que han llevado a la práctica planteamientos que han ido en contra, entre otras cosas, del pragmatismo que caracterizaba al conservadurismo de antaño.

Inclusive, en muchos casos, ha despreciado los fundamentos de la economía de libre mercado, como el libre comercio y la libre inmigración. Ejemplos de ello es la guerra comercial iniciada por Donald Trump en EEUU con China y sus constantes ataques a los migrantes mexicanos o la desesperada insistencia del Partido Conservador y de su candidato favorito a primer ministro, Boris Johnson, con el Brexit en Gran Bretaña, una iniciativa nacionalista que, de llevarse a cabo sin acuerdo, podría llevar a una crisis económica y social a un país que creció tanto gracias a la misma globalización.

Sin embargo, lo realmente grave del éxito de estos movimientos es cómo han cambiado la configuración del escenario político, poniendo muchas veces entre la espada y la pared a los votantes, quienes se ven obligados a elegir entre derechas e izquierdas radicales, y dejando a los moderados completamente fuera de juego.

Esto es lo que The Economist ha denominado como “La crisis global en el conservadurismo” (ver artículo líneas abajo). En este sentido, coincidimos con las críticas hechas por The Economist y creemos que debería haber una refundación de todas las coaliciones políticas que representan el conservadurismo de la actualidad, de manera que retome su esencia tan venida a menos en los últimos años. Al final los votantes se lo agradecerán por los logros que sus propias políticas podrían lograr. Lampadia

Política
La crisis global en el conservadurismo

La derecha de hoy no es una evolución del conservadurismo, sino un repudio al mismo

The Economist
4 de julio, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Vladimir Putin, presidente de Rusia, ha declarado que la idea liberal es “obsoleta”. No le sorprenderá saber que no estamos de acuerdo. No solo porque le dijo al Financial Times que el liberalismo se refería a la inmigración, el multiculturalismo y la política de género – una parodia – sino también porque eligió el objetivo equivocado. La idea más amenazada en Occidente es el conservadurismo. Y no tiene que ser conservador para encontrar eso profundamente preocupante.

En sistemas bipartidistas, como los EEUU y (en gran parte) Gran Bretaña, la derecha está en el poder, pero solo eliminando los valores que solían definirla. En países con muchos partidos, la centro-derecha está siendo erosionada, como en Alemania y España, o eviscerada, como en Francia e Italia. Y en otros lugares, como Hungría, con una tradición democrática más corta, la derecha ha ido directamente al populismo sin ni siquiera intentar el conservadurismo.

El conservadurismo no es tanto una filosofía como una disposición. El filósofo Michael Oakeshott lo expresó mejor: “Ser conservador… es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo intentado a lo no probado, lo fáctico a lo desconocido, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante”. Como el liberalismo clásico, el conservadurismo es un hijo de la Ilustración. Los liberales dicen que el orden social surge espontáneamente de individuos que actúan libremente, pero los conservadores creen que el orden social es lo primero, creando las condiciones para la libertad. Confían en la autoridad de la familia, la iglesia, la tradición y las asociaciones locales para controlar el cambio y frenarlo. Ustedes barren las instituciones a su propio riesgo. Sin embargo, tal demolición está sucediendo al conservadurismo mismo, y viene de la derecha.

La nueva derecha no es una evolución del conservadurismo, sino su repudio. Los usurpadores están agraviados y descontentos. Son pesimistas y reaccionarios. Miran al mundo y ven lo que el presidente Donald Trump una vez llamó “matanza”.

Considere cómo están rompiendo una tradición conservadora tras otra. El conservadurismo es pragmático, pero la nueva derecha es celosa, ideológica y arrogante con la verdad. Australia sufre sequías y mares decolorados, pero la derecha acaba de ganar una elección en un partido cuyo líder se dirigió al parlamento con un trozo de carbón como una reliquia sagrada. En Italia, Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte, ha impulsado el movimiento anti-vaxxer. Para Trump, los “hechos” son solo dispositivos para inflar su imagen o consignas diseñadas para suscitar indignación y lealtades tribales.

Los conservadores son cautelosos con el cambio, pero en este momento contemplan la revolución. Alternative para Alemania ha coqueteado con un referéndum sobre la pertenencia al euro. Si Trump cumpliera sus amenazas de dejar la OTAN, se pondría fin al equilibrio de poder. Un Brexit sin acuerdo sería un salto a lo desconocido, pero los conservadores lo anhelan, incluso si destruyen la unión con Escocia e Irlanda del Norte.

Los conservadores creen en el carácter, porque la política se trata tanto de juicio como de razón. Sospechan del carisma y de los cultos de la personalidad. En EEUU, muchos republicanos que lo saben mejor se han reunido con Trump a pesar de que ha sido acusado de manera creíble por 16 mujeres diferentes de conducta sexual inapropiada. Los brasileños eligieron a Jair Bolsonaro, quien recuerda con cariño los días del gobierno militar. El carismático Boris Johnson es favorito para ser el próximo primer ministro de Gran Bretaña, a pesar de generar desconfianza entre los parlamentarios, porque se lo considera el “Heineken Tory” que, como la cerveza, refrescará los aspectos que otros conservadores no pueden lograr.

Los conservadores respetan los negocios y son administradores prudentes de la economía, porque la prosperidad sustenta todo. El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, se pinta a sí mismo como un conservador económico de bajos impuestos, pero socava el estado de derecho del que dependen las empresas. Trump es un órdago de guerras comerciales. Más del 60% de los miembros Tory están dispuestos a infligir “daños graves” a la economía para asegurar el Brexit. En Italia, la Liga está asustando a los mercados al jugar con la emisión de un documento gubernamental que actuaría como una moneda paralela al euro. En Polonia, la ley y la justicia han salpicado una bonanza de bienestar. En Francia, en la campaña por las elecciones al Parlamento Europeo, el Partido Republicano de la hizo más un chapoteo sobre las “raíces judeocristianas” de Europa que la prudente gestión económica.

Por último, la derecha está cambiando lo que significa pertenecer. En Hungría y Polonia, la derecha se regocija con el nacionalismo de sangre y suelo, que excluye y discrimina. Vox, una nueva fuerza en España, se remonta a la Reconquista, cuando los cristianos expulsaron a los musulmanes. Un furioso nacionalismo reaccionario enciende la sospecha, el odio y la división. Es la antítesis de la visión conservadora de que pertenecer a la nación, a la iglesia y a la comunidad local puede unir a las personas y motivarlas a actuar en el bien común.

El conservadurismo se ha radicalizado por varias razones. Uno es el declive de lo que Edmund Burke llamó los “pequeños pelotones” en los que se apoyaba, como la religión, los sindicatos y la familia. Otra es que los viejos partidos de derecha e izquierda fueron desacreditados por la crisis financiera, la austeridad y las largas guerras en Irak y Afganistán. Fuera de las ciudades, la gente se siente como si se burlaran de los codiciosos y egoístas sofisticados urbanos. Algunos han sido eliminados por la xenofobia de los empresarios políticos. El colapso de la Unión Soviética, algunos creen, aflojó el pegamento que unía a una coalición de halcones de política exterior, libertarios y conservadores culturales y pro-negocios. Ninguna de estas tendencias será fácil de revertir.

Lo correcto

Eso no quiere decir que todo va por el camino de los partidos de la nueva derecha. En Gran Bretaña y EEUU, al menos, la demografía está en contra de ellos. Sus votantes son blancos y relativamente viejos. Las universidades son una zona libre de derechas. Una encuesta realizada por Pew el año pasado encontró que el 59% de los votantes millenial estadounidenses eran demócratas o inclinados demócratas; el porcentaje correspondiente de republicanos fue solo del 32%. Entre la “generación silenciosa”, nacida en 1928-45, los demócratas obtuvieron un 43% y los republicanos el 52%. No está claro que los jóvenes se desviarán hacia la derecha a medida que envejecen para llenar el vacío.

Pero la nueva derecha está ganando claramente su lucha contra el conservadurismo de la Ilustración. Para los liberales clásicos, como este medio, es una fuente de arrepentimiento. Los conservadores y los liberales no están de acuerdo con muchas cosas, como las drogas y la libertad sexual. Pero son más a menudo aliados. Ambos rechazan el impulso utópico de encontrar una solución gubernamental para cada error. Ambos resisten la planificación estatal y los altos impuestos. La inclinación conservadora a la moral de la policía se compensa con el impulso de proteger la libertad de expresión y promover la libertad y la democracia en todo el mundo. De hecho, los conservadores y los liberales a menudo sacan lo mejor de cada uno. El conservadurismo atempera el celo liberal; los liberales punzan la complacencia conservadora.

La nueva derecha es, por el contrario, implacablemente hostil hacia los liberales clásicos. El riesgo es que los moderados se vean presionados a medida que la derecha y la izquierda inflamen la política y se provoquen mutuamente para moverse a los extremos. Los votantes pueden quedarse sin una opción. Retrocediendo contra Trump, los demócratas se han movido más hacia la izquierda en materia de inmigración que el país en general. Los británicos, con dos grandes partidos, tendrán que elegir entre Jeremy Corbyn, el líder de la extrema izquierda laborista, y un partido conservador radicalizado bajo el mando de Johnson. Incluso si pudiera votar por el centro, como ocurre con Emmanuel Macron en Francia, un partido ganará repetidamente por defecto, lo que a la larga no es saludable para la democracia.

En el mejor de los casos, el conservadurismo puede ser una influencia constante. Es razonable y sabio; valora la competencia; no tiene prisa. Esos días han terminado. La derecha de hoy está en llamas y es peligrosa. Lampadia




Buenas noticias desde Osaka

Buenas noticias desde Osaka

El G20 se juntó en Osaka, Japón, antecedido de grandes angustias sobre las relaciones entre EEUU y China. Los miembros del G20 comprenden el 85% del PBI global. Incluyen a Brasil, México y Argentina, y Chile asiste como invitado por tercera vez.

Sorprendentemente, tanto EEUU como China tuvieron una actitud muy positiva. EEUU llegó a suspender la multiplicación de aranceles a China y anunció la suspensión de las sanciones a Huawei. No nos olvidemos de que en el anterior G20 en Buenos Aires, Trump impidió una declaración en pro del libre comercio.

Sin embargo, según el Financial Times el G20 se mantuvo profundamente dividido en los temas de comercio y clima. Han sido capaces de producir un comunicado conjunto, pero sin que permita anticipar un compromiso real.

Xi llegó a acusar a los países ricos de enrutarse en el proteccionismo y “destruir el orden comercial global”. Es claro que las tensiones se han intensificado y el pronóstico no es de mejora.

Lo mejor del evento es la distensión entre EEUU y China.

Como siempre The Economist hace un buen relato de lo sucedido y analiza las posibilidades de que los nuevos acuerdos se sostengan en el tiempo. Ver artículo líneas abajo.

Pero en Lampadia queremos destacar la importancia del nuevo viento a favor entre EEUU y China, y la importancia de la presencia de Sebastián Piñera, el presidente de Chile en Osaka, representando activamente nuestros intereses, abogando por el libre comercio y la globalización.

Lamentablemente, el Perú no forma parte del concierto internacional y la agenda de nuestro gobierno está concentrada en los enfrentamientos internos, descuidando no solo la economía, también temas tan importantes como la lucha contra la desnutrición y la seguridad.

Confiemos pues que Chile haga un buen caso de la necesidad de retomar la agenda del libre comercio. 

Viejos amigos se reencuentran
Estados Unidos y China reanudan las conversaciones en un intento por terminar su guerra comercial

Donald Trump detiene nuevas tarifas y le da a Huawei un espacio

The Economist
29 de junio de 2019

XI JINPING y Donald Trump dicen que se quieren mutuamente. Después de un año de disputas en espiral entre Estados Unidos y China, sus profesiones de amistad son difíciles de creer. Pero es cierto que cada vez que se reúnen, generalmente logran estabilizar la relación de sus países, al menos por un tiempo. Su reunión el 29 de junio, al margen de la cumbre del G20 en Osaka, parece haberlo hecho nuevamente.

Las dos superpotencias acordaron reanudar sus negociaciones comerciales de nuevo, y Estados Unidos desistió de aplicar tarifas adicionales. Ese es un bienvenido respiro para los mercados y las empresas globales y, de hecho, para cualquiera que espere que China y Estados Unidos puedan encontrar una manera de evitar una nueva guerra fría.

Sin embargo, también es cierto que los períodos de calma después de las reuniones anteriores de Xi-Trump solo han durado poco, y en última instancia han sido seguidos por una progresiva escalada de la guerra comercial. Si eso sucede esta vez dependerá de las negociaciones que están programadas para comenzar de nuevo. Hay muchas razones para el pesimismo y una para el optimismo cauteloso.

Los detalles de lo que los líderes acordaron durante su reunión de 80 minutos aún son escasos. La mayor sorpresa fue la declaración de Trump en una conferencia de prensa posterior de que Estados Unidos permitiría a sus compañías tecnológicas continuar vendiendo componentes a Huawei, un gigante chino de las telecomunicaciones, una aparente inversión de una decisión anterior para incluirla en la lista negra. Ese es un gran indulto para Huawei, y una victoria para Xi. Pero Trump también sugirió que una decisión final sobre cómo manejar a Huawei dependería del destino de las conversaciones comerciales.

Se había esperado la decisión de Estados Unidos de suspender el pago de nuevas tarifas, porque China había establecido esa condición previa para la reanudación de las conversaciones. Pero de todos modos es importante. Hasta el momento, los Estados Unidos han impuesto aranceles del 25% sobre las importaciones chinas por un valor de $ 250 mil millones, aproximadamente la mitad de lo que China vende a Estados Unidos. Trump había amenazado con imponer aranceles en casi todas las importaciones chinas restantes si las conversaciones con Xi iban mal. Los funcionarios chinos, por su parte, enfatizaron el acuerdo de los líderes de que las conversaciones se desarrollarían “sobre la base de la igualdad y el respeto mutuo”, una redacción que ayuda a abordar su queja de que Estados Unidos estaba haciendo demandas unilaterales.

Sin embargo, una lección obvia del año pasado es que será extremadamente difícil alcanzar un trato real. Cuanto más dura la disputa, más intratable parece ser. Al principio, Trump se centró en el enorme superávit comercial de China con Estados Unidos. Pero pronto quedó claro que su enfoque combativo había descifrado una serie de quejas estadounidenses de larga data. Entre los temas que se han figurado en las conversaciones están: las restricciones al acceso de las empresas extranjeras al mercado chino, la mala calidad de la propiedad intelectual de China y la variedad de subsidios que sustentan su modelo económico.

El conflicto comercial también ha dejado al descubierto una rivalidad sobre la tecnología que está destinada solo a ser más intensa. Incluso si Estados Unidos y China logran reducir los aranceles, estos son solo una parte de su enfrentamiento cada vez más extenso. Los inversionistas e investigadores chinos en América enfrentan más restricciones y escrutinio. China ha dicho que incluirá en la lista negra a las empresas extranjeras que cortarán los suministros a sus empresas. Ambos países están desarrollando planes dirigidos específicamente a frenar la dependencia tecnológica del otro.

En cierto modo, también, la dinámica política ha empeorado. Trump se dirige a un año electoral y no quiere parecer blando ante China. En la propia China, el campo se ha inclinado a favor de los que abogan por una postura más inflexible. Desde la ruptura de las conversaciones comerciales a principios de mayo, los medios estatales han desatado un bombardeo de comentarios que son muy críticos con Estados Unidos.

Muchos asumen que a medida que aumenta el costo de la guerra comercial, ya sea en forma de un crecimiento más lento o mercados dispersos, prevalecerán las cabezas más frías. Pero hasta Trump le gusta lo que ve. Las acciones estadounidenses simplemente lograron su mejor desempeño en la primera mitad en más de dos décadas (en gran parte gracias a la señal de la Reserva Federal de que recortará las tasas de interés). China ha sentido más dolor por la guerra comercial, pero sus políticas fiscales y monetarias también están cambiando en una dirección favorable al crecimiento. Entonces, por el momento, ambos países pueden sentirse envalentonados en lugar de constreñidos por sus economías.

La única razón para un optimismo cauteloso es que la nueva ronda de conversaciones debe basarse en un mayor realismo. La ruptura a principios de mayo ocurrió cuando los negociadores chinos insistieron en importantes revisiones de un acuerdo que los estadounidenses pensaban que estaba a punto de hacer. No se sabe si hubo un cambio de actitud en el lado chino, la sensación de que habían cedido demasiado, o si fue una táctica de negociación, una reducción de las promesas a último momento.

En cualquier caso, la congelación de las conversaciones en los últimos dos meses no ha sido un desperdicio total. China ha establecido su posición más explícitamente que antes, haciendo tres demandas principales: Estados Unidos debe eliminar todos los aranceles impuestos a China desde el inicio de la guerra comercial; los compromisos para comprar más productos estadounidenses deben ser “realistas”; y el texto del acuerdo final debe ser equilibrado, no solo una lista de concesiones chinas. La parte estadounidense siempre ha sido clara sobre lo que quiere de China: compromisos creíbles tanto para reducir su superávit comercial como para reformar sus políticas económicas, respaldadas por mecanismos de aplicación si no lo hacen.

Los funcionarios chinos y estadounidenses ya deberían tener una buena idea del alcance de un eventual acuerdo. El hecho de que estén listos para reanudar las conversaciones sugiere que piensan que un acuerdo es posible. Pero si el resultado es otra ruptura, nadie debería sorprenderse. Lampadia




El comportamiento de China y EEUU

El comportamiento de China y EEUU

Ahora que estamos en plena guerra comercial entre EEUU y China, escalada a temas de tecnología y geopolítica, consideramos importante, como venimos haciendo hace algún tiempo, seguir de cerca las interpretaciones del lado asiático, muy distantes de nuestra cotidianidad.

Por ello en Lampadia seguimos a Kishore Mahbubani, un prohombre de Singapur, que probablemente es el mejor intérprete del acontecer del Asia, con un lenguaje occidental. Ver: La divergencia del ‘nuevo orden global’ y “No nos equivoquemos con China”.

En esta ocasión reportamos un debate sobre el comportamiento de ambas potencia desarrollado en los Munk Debates.

Los Munk Debates son una serie de debates semestrales sobre los principales problemas de políticas públicas que se celebran en Toronto, Canadá. Están dirigidos por la Fundación Aurea, una fundación caritativa creada por Peter Munk, fundador de Barrick Gold, y su esposa Melanie Munk. La serie de debates fue fundada en 2008 por Munk y Rudyard Griffiths, quienes moderan la mayoría de los debates.

Los debates de Munk se celebran en Toronto, en lugares cada vez más grandes, ya que han demostrado ser populares. Se toma una encuesta de la audiencia antes y después de cada debate. El ganador del debate está determinado por la cantidad de personas persuadidas para pasar de un lado de opinión a otro. Los debates se han emitido en CBC Radio’s Ideas y en CPAC. Los más recientes también han aparecido en emisoras internacionales como BBC y C-SPAN.

Veamos el artículo de Mothership al respecto:

Kishore Mahbubani en el debate que ganó
China no amenaza el orden liberal internacional

Logró con éxito su caso contra la oposición, liderada por expertos estadounidenses en China y la seguridad nacional.

Kayla Wong
Mothership
30 de mayo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

China no está amenazando el orden liberal internacional, dijo el ex diplomático de Singapur Kishore Mahbubani en su declaración de apertura en los debates de Munk celebrados en Toronto, Canadá, el 9 de mayo.

De hecho, lo que China está amenazando es el equilibrio global de poder que actualmente está liderado por EEUU, argumentó el ex decano de la escuela Lee Kuan Yew.

Mahbubani ahora se desempeña como académico visitante senior en el Ash Center de la Harvard Kennedy School.

En el debate, una iniciativa semestral que comenzó en 2008, Mahbubani y otros expertos en seguridad debatieron sobre la siguiente moción: “¿Es China una amenaza para el orden internacional liberal?”

Argumentando la resolución está H. R. McMaster, un ex Asesor de Seguridad Nacional, así como Michael Pillsbury, uno de los principales asesores sobre China ante el Presidente de los EEUU, Donald Trump.

Pillsbury (izquierda) y McMaster (derecha) escuchando mientras Mahbubani hace su intervención. (Captura de pantalla a través de debates Munk)

Junto con Wang Huiyao, miembro principal de la Harvard Kennedy School y fundador del think tank Center for China and Globalization (CCG) con sede en Beijing, Mahbubani se opuso a la resolución.

Los participantes de los debates de Munk en el pasado incluyen al presidente canadiense Justin Trudeau, al ex secretario de Estado de los EEUU Henry Kissinger y al ex primer ministro británico Tony Blair.

Aquí están algunos de los puntos que Mahbubani hizo en su argumento.

La mayoría de los países asiáticos están aceptando el ascenso de China

Mahbubani señaló primero que fue en los últimos 200 años de la historia mundial que Europa y América del Norte “despegaron”, superando a China e India, que fueron las dos economías más grandes del mundo desde “el año 1 hasta el 1800”.

Por lo tanto, los últimos 200 años de la historia han sido una gran aberración histórica, dijo.

Continuó diciendo que todas las aberraciones llegan a un final natural, por lo que “es perfectamente natural ver el regreso de China y la India”.

Luego hizo el argumento de que China debería ser juzgada por Asia, y no por Occidente, ya que la mayoría del mundo está formado por personas que viven fuera de Occidente:

“De la población mundial de 7,500 millones de personas, solo el 12% vive en Occidente, mientras que el 88% vive fuera de Occidente.

Entonces, si quieren juzgar el comportamiento internacional de China, pregúntese cómo está reaccionando el 88% del mundo al crecimiento de China.

Sorprendentemente, son bienvenidos, están cooperando con eso”

Añadió que el resto del mundo, aparte de EEUU, está ansioso por unirse a la Iniciativa Belt and Road (BRI).

Mahbubani también destacó durante el debate la importancia de centrarse en el “sentimiento internacional” hacia China, lo que implica que las respuestas no occidentales a China también deben tomarse en consideración.

Imagen via Debates Munk

No es un apologista de China

A mitad del debate, McMaster le hizo una pregunta a Mahbubani, preguntándole cómo se siente el gobierno de Singapur acerca de ser un “apologista” de las políticas del Partido Comunista Chino (CCP) en la región.

Explicó que cuando habló con los funcionarios de Singapur, sonaban “muy diferentes” de Mahbubani.

En respuesta, Mahbubani reiteró su postura como un académico que discute sobre la base de hechos y que no estaba hablando en nombre del gobierno de Singapur.

Luego pasó a dar dos hechos para apoyar la posición que ha asumido en el debate:

1. China no ha ido a la guerra en 40 años

China es la única potencia importante en el mundo que no ha ido a la guerra en 40 años, y no ha disparado una sola bala en 30 años, dijo Mahbubani.

En contraste, en el último año de la presidencia del ex presidente de los EEUU, Barack Obama, los EEUU lanzaron 26,000 bombas en siete países, dijo.

2. El mismo EEUU no ha respetado el derecho internacional

Para su segundo “hecho”, Mahbubani planteó el ejemplo de un problema bilateral entre Canadá y los EEUU.

Contó una historia que escuchó de un diplomático canadiense de alto nivel mientras se desempeñaba como comisionado no residente en Canadá:

“Él (el diplomático canadiense) dijo que durante muchos años en el norte de Canadá, existe una disputa entre los EEUU y Canadá sobre si un cuerpo de agua era o no un canal interno de Canadá o si era un estrecho internacional bajo la Convención sobre el Derecho del Mar de las Naciones Unidas (UNCLOS).

Los canadienses estaban ocupados escribiendo artículos para probar su caso, y luego los EEUU respondieron enviando a un destructor a través de los estrechos “.

La vía acuática a la que se refería Mahbubani es probablemente el Paso del Noroeste.

En 1985, el rompehielos de la Guardia Costera de los EEUU, el Mar Polar, navegó por el Paso del Noroeste, lo que provocó un incidente diplomático.

El secretario de Estado de los EEUU, Mike Pompeo, reiteró recientemente la posición de los EEUU sobre el corredor en mayo, cuando rechazó las afirmaciones de Canadá de que era “ilegítimo”.

Se espera que el tema bilateral persista a medida que el paso hacia el hielo se vuelva más utilizable con el avance del cambio climático.

Mahbubani luego continuó diciendo, a la risa de la audiencia:

“Por cierto, según el derecho internacional, puedes disparar contra un destructor en tus aguas internas, pero sabiamente decidiste no hacerlo.

            Eres muy sabio ¡Podrías haber llevado a EEUU a la corte mundial!

Terminó su punto diciendo que mientras muchos países llevaban a EEUU a la corte mundial, EEUU simplemente ignoraba los fallos.

La decisión más reciente que EEUU dejó de lado, dijo, era una isla ocupada tanto por los EEUU como por el Reino Unido en el Océano Índico.

Mientras que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) dictaminó en febrero que las islas Chagos pertenecen a Mauricio, el Reino Unido todavía tiene que entregar el control.

Una de las bases militares en el extranjero más importantes de los EEUU se estableció allí.

“Así que creo que si EEUU da el ejemplo, en serio, de obedecer el derecho internacional, creo que esa es la mejor manera de persuadir a China de que respete el derecho internacional“, dijo Mahbubani.

China está progresando, mientras que EEUU está retrocediendo

En respuesta al argumento de sus oponentes de que las políticas internas antiliberales de China, que están a muchos años por detrás del estándar de derechos humanos al que Occidente está acostumbrado, a su vez informa su política exterior y comportamiento internacional, Mahbubani ofreció un ángulo diferente para mirar el tema.

Si bien estuvo de acuerdo con McMaster y Pilsbury en que EEUU disfruta de un estándar de derecho humano más alto que el de China, planteó la siguiente pregunta: “¿Qué sociedad está progresando y qué sociedad está retrocediendo?”

Luego proporcionó tres “hechos” para fundamentar su punto de que la sociedad estadounidense está retrocediendo:

  1. Es la única gran sociedad desarrollada donde el ingreso promedio del 50% inferior ha disminuido en los últimos 30 años.
  2. Dos tercios de los hogares estadounidenses no tienen US$ 500 en efectivo para fines de emergencia, mientras que China ya podría haberlo logrado.
  3. Es el primer país desarrollado importante en “reintroducir la tortura” (en referencia al escándalo de la Bahía de Guantánamo)

McMaster luego argumentó en contra de los puntos de Mahbubani, diciendo que cuando EEUU descubren fallas en el comportamiento de su gobierno, la sociedad estadounidense continúa debatiendo sobre ellos, lo que provoca que se vean expuestos.

Y es esta característica autocrítica la que mejora la sociedad, dijo.

McMaster continuó preguntando: “Imagínese, ¿podríamos tener este debate en Beijing?”

También dijo, para despertar el aplauso de la audiencia: “¿Cuántas personas están tratando de convertirse en ciudadanos chinos?”

“Hay una razón para esa gran disparidad entre aquellos que quieren llegar a sociedades libres y abiertas, y aquellos que prefieren no vivir en estados autoritarios, cerrados y vigilados por la policía”.

Cambió las mentes de la audiencia

Wang y Mahbubani lograron ganar el debate por un estrecho margen del 2 por ciento.

Esto significa que de los 1,322 encuestados, el 2% de ellos, o unas 25 personas, fueron vencidos por su argumento y cambiaron de opinión al final del debate.

Captura de pantalla a través de debates Munk

Lampadia




Consecuencias del conflicto EEUU-China

Consecuencias del conflicto EEUU-China

La guerra comercial EEUU-China ha alcanzado niveles inusitados en menos de un mes; un mes que ha estado caracterizado por notables incrementos arancelarios y bloqueos comerciales en industrias estratégicas y altamente integradas entre ambos países y con el mundo – como la tecnología móvil y la de las tierras raras (ver Lampadia: La guerra contra Huawei, EEUU vs. China: ¿Una nueva Guerra Fría?).

Más allá de los daños que puedan estarse generando ambos países entre sí con estas medidas en sus indicadores macroeconómicos – llámese desaceleración del PBI, de las exportaciones e inclusive peligros de incremento en las tasas de inflación en el caso de China – urge aproximarse a los impactos mundiales, no solo en el ámbito comercial sino también en el ámbito geopolítico e ideológico. Como hemos constatado a través de la historia – con el capitalismo y el socialismo, por ejemplo – el poder de las ideas y su engranaje con la política puede ser muy poderoso para la movilización social, ya sea en pro de la mejora de la calidad de vida o para desbaratar los avances logrados.

Nouriel Roubini – prestigioso economista y ex funcionario del FMI, conocido por haber predicho la crisis financiera del 2008 – nos da algunos visos respecto de los efectos que podría generar esta “guerra fría sino-estadounidense” sobre la misma globalización (ver artículo líneas abajo). Señala: “Una guerra fría a gran escala podría desencadenar una nueva etapa de des globalización, o al menos una división de la economía global en dos bloques económicos incompatibles”. Es decir, el mencionado conflicto estaría no solo reduciendo el comercio internacional – afectando a países como el Perú – sino que además estaría induciendo una desarticulación política entre países a favor de dos coaliciones separadas y lideradas por EEUU y China, conformando a su vez un nuevo orden geopolítico en constante conflicto o animosidad. Esto sería sumamente peligroso para  la globalización, un proceso que, como hemos escrito en Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo, ha sido uno de los principales responsables de la mejora del bienestar global, con especial notoriedad en los últimos 50 años.

En este sentido, consideramos que estas advertencias por parte de Roubini deben llamar a la reflexión a nuestras autoridades y empresarios para que estén atentos a futuros movimientos por parte de ambas potencias mundiales, tomando en cuenta que su influencia puede mover enormes cadenas de valor de países afines a sus lineamientos políticos. Por supuesto siempre estará la posibilidad de que ambos países retomen sus relaciones en buen término; sin embargo, dados los cauces en los que actualmente se mese el conflicto – que como hemos mencionado, trasciende a lo político – esta es una posibilidad remota. Lampadia

¿Des globalización?
Las consecuencias globales de una guerra fría sino-estadounidense

Project Syndicate
20 de mayo de 2019
NOURIEL ROUBINI
Traducido y glosado por Lampadia

Lo que comenzó como una guerra comercial entre los EEUU y China se está escalando rápidamente en una lucha a muerte por el dominio económico, tecnológico y militar global. Si los líderes de los dos países no pueden manejar la relación definitoria del siglo XXI de manera responsable, el mundo entero asumirá los costos de su fracaso.

Hace unos años, como parte de una delegación occidental a China, me reuní con el Presidente Xi Jinping en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing. Al dirigirse a nosotros, Xi argumentó que el ascenso de China sería pacífico, y que otros países, a saber, los EEUU, no deberían preocuparse por la “trampa de las Tucídides”, llamada así por el historiador griego que relató cómo el temor de Esparta a una Atenas en ascenso, generó una guerra entre los dos inevitables. En su libro Destined for War: ¿Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, Graham Allison, de la Universidad de Harvard, examina 16 rivalidades anteriores entre un poder emergente y otro establecido, y encuentra que 12 de ellos llevaron a la guerra. Sin duda, Xi quería que nos concentráramos en los cuatro restantes.

A pesar de la conciencia mutua de la trampa de Tucídides, y el reconocimiento de que la historia no es determinista, China y los EEUU parecen estar cayendo en ella de todos modos. Aunque una guerra caliente entre las dos potencias principales del mundo todavía parece inverosímil, una guerra fría es cada vez más probable.

EEUU culpa a China por las tensiones actuales. Desde que se unió a la Organización Mundial de Comercio en 2001, China ha cosechado los beneficios del sistema global de comercio e inversión, al tiempo que no cumple con sus obligaciones y se libera libremente de sus reglas. Según los EEUU, China ha obtenido una ventaja injusta a través del robo de propiedad intelectual, las transferencias forzadas de tecnología, los subsidios para las empresas nacionales y otros instrumentos del capitalismo estatal. Al mismo tiempo, su gobierno se está volviendo cada vez más autoritario, transformando a China en un estado de vigilancia orwelliano.

Por su parte, los chinos sospechan que el objetivo real de EEUU es evitar que China siga creciendo o que proyecten un poder e influencia legítimos en el extranjero. En su opinión, solo es razonable que la segunda economía más grande del mundo (por PBI) busque expandir su presencia en el escenario mundial. Y los líderes argumentarían que su régimen ha mejorado el bienestar material de 1.4 billones de chinos mucho más de lo que los sistemas políticos paralizados de Occidente podrían alguna vez.

Independientemente de qué lado esté el argumento más fuerte, la escalada de las tensiones económicas, comerciales, tecnológicas y geopolíticas puede haber sido inevitable. Lo que comenzó como una guerra comercial ahora amenaza con convertirse en un estado permanente de animosidad mutua. Esto se refleja en la Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Trump, que considera a China como un “competidor” estratégico que debería estar contenido en todos los frentes. En consecuencia, EEUU:

  • Está restringiendo drásticamente la inversión extranjera directa china en sectores sensibles y persiguiendo otras acciones para garantizar el dominio occidental en industrias estratégicas como la inteligencia artificial y 5G.
  • Está presionando a los socios y aliados para que no participen en la Iniciativa Belt and Road, el programa masivo de China para construir proyectos de infraestructura en toda la masa de Eurasia.
  • Y está aumentando las patrullas de la Marina de los EEUU en los mares del este y sur de China, donde China se ha vuelto más agresiva al afirmar sus dudosas reclamaciones territoriales.

Las consecuencias globales de una guerra fría chino-estadounidense serían incluso más graves que las de la guerra fría entre los EEUU y la Unión Soviética. Mientras que la Unión Soviética era una potencia en declive con un modelo económico fallido, China pronto se convertirá en la economía más grande del mundo y continuará creciendo desde allí. Además, los EEUU y la Unión Soviética comerciaron muy poco entre sí, mientras que China está totalmente integrada en el sistema global de comercio e inversión, y está profundamente entrelazada con los EEUU, en particular.

Una guerra fría a gran escala podría desencadenar una nueva etapa de des globalización, o al menos una división de la economía global en dos bloques económicos incompatibles. En cualquier caso, el comercio de bienes, servicios, capital, trabajo, tecnología y datos se vería severamente restringido, y el reino digital se convertiría en un “splinternet”, en el que los nodos occidentales y chinos no se conectarán entre sí. Ahora que EEUU ha impuesto sanciones a ZTE y Huawei, China luchará para garantizar que sus gigantes tecnológicos puedan obtener insumos esenciales a nivel nacional, o al menos de socios comerciales amigos que no sean dependientes de los EEUU.

En este mundo balcanizado, China y EEUU esperarán que todos los demás países elijan un lado, mientras que la mayoría de los gobiernos tratarán de filtrar la aguja de mantener buenos lazos económicos con ambos. Después de todo, muchos aliados de EEUU ahora hacen más negocios (en términos de comercio e inversión) con China que con EEUU. Sin embargo, en una economía futura donde China y EEUU controlan por separado el acceso a tecnologías cruciales como AI y 5G, es probable que el terreno intermedio se vuelva inhabitable. Todos tendrán que elegir, y el mundo puede entrar en un largo proceso de des globalización.

Pase lo que pase, la relación chino-estadounidense será el tema geopolítico clave de este siglo. Un cierto grado de rivalidad es inevitable. Pero, idealmente, ambas partes lo manejarían de manera constructiva, permitiendo la cooperación en algunos temas y la sana competencia en otros. En efecto, China y los EEUU crearían un nuevo orden internacional, basado en el reconocimiento de que al nuevo poder (inevitablemente) en ascenso se le debería otorgar un papel en la configuración de las normas e instituciones globales.

Si la relación es mal administrada, con los EEUU tratando de descarrilar el desarrollo de China y contener su crecimiento, y China proyectando agresivamente su poder en Asia y en todo el mundo, se producirá una guerra fría a gran escala, y una ardiente (o una serie de guerras de proxy) no se pueden descartar. En el siglo veintiuno, la Trampa de las Tucídides se tragaría no solo a los EEUU y China, sino a todo el mundo. Lampadia




La guerra contra Huawei

La guerra contra Huawei

Uno de los puntos focales en torno a la batalla por la supremacía tecnológica emprendida por EEUU y China, que representa uno de los trasfondos del conflicto comercial entre ambas potencias económicas (ver en Lampadia: EEUU vs. China: ¿Una nueva Guerra Fría?),  lo constituye la guerra iniciada por el gobierno de Trump hacia Huawei – compañía china transnacional, considerada segunda en ventas mundiales de teléfonos móviles y principal impulsora de la tecnología 5G.

La guerra contra Huawei tuvo sus orígenes a inicios de diciembre del 2018. En ese entonces, EEUU acusó a la empresa de fraude y espionaje industrial, así como de violación de derechos de propiedad intelectual, por lo que procedió a arrestar en Canadá a la que era su directora financiera, Meng Wanzhou (ver en Lampadia: La próxima guerra).

Con el pasar de los meses y avanzada la investigación, el gobierno americano recientemente tomó una segunda medida contra la empresa china, apenas después del incremento de aranceles a los productos chinos importados (ver en Lampadia: Se agrava la guerra comercial EEUU-China): Prohibió la exportación de tecnología estadounidense a Huawei a menos que las empresas obtuvieran una licencia especial del Departamento de Comercio.

Como consecuencia, la medida ha generado que, según fuentes de The Economist, hasta el pasado 20 de mayo, algunas de las compañías de tecnología más importantes y además proveedoras críticas en la cadena de suministros de Huawei como Google, Intel y Qualcomm dejen de venderle software, hardware e inclusive licencias de propiedad intelectual.  

Esto último ha infundido una incertidumbre mundial respecto al futuro funcionamiento de los celulares Huawei – ya que peligra inclusive la normal actividad de su sistema operativo Android – aun cuando en los últimos días el presidente Trump ha otorgado una tregua por tres meses antes de hacer efectiva la imposición de las sanciones y ante recientes declaraciones del director ejecutivo de la firma china, Ren Zhengfei, que dejan entrever que su organización ya tendría un plan con medidas paliativas que le permitirían seguir operando sin problemas en los siguientes meses.

Respecto a este último punto, es menester señalar que diversos medios internacionales especializados se muestran escépticos respecto a este hecho – incluido su plan para producir sus propios chips – sobretodo a la luz de las condiciones impuestas por la misma ley de control de exportaciones emitida por el gobierno de Trump, la cual no solo prohíbe la comercialización de productos estadounidenses con Huawei, sino también de otros países siempre y cuando guarden cierta relación con empresas americanas, por ejemplo a través de derechos de propiedad intelectual.

Al respecto, Financial Times indicó el pasado 22 de mayo: “Los planes de Huawei para aumentar la producción de sus propios chips de silicio se habrían estropeado después de que el diseñador de chips del Reino Unido, Arm, dijo que dejaría de licenciar su tecnología esencial a la compañía china. [La empresa] se vio obligada a dejar de compartir su tecnología con Huawei para cumplir con una orden de prohibición de EEUU, emitida la semana pasada.

Asimismo, The Economist señaló el pasado 20 de mayo: “Huawei está trabajando en su propia alternativa [de software], con el nombre en código de HongMeng OS de acuerdo con los medios estatales, pero es poco probable que sea capaz de implementarlo sin interrupciones significativas. […] Fuera de China, donde la firma reúne servicios propios de Google como Gmail y registra decenas de millones de teléfonos vendidos cada año, la pérdida del software de Google es abrumadora

Y estas últimas declaraciones nos llevan a los posibles efectos que podrían sufrir los usuarios de celulares Huawei en nuestro país.

Según Dominio Consultores, en el Perú hay 6 millones de usuarios de equipos Huawei, un número no menor. En primera instancia, dada la tregua anunciada por Trump, no se notará ningún efecto entre dichos usuarios hasta por lo menos el 19 de agosto del presente año. Sin embargo, a partir de esta fecha hay incertidumbre respecto a si dichos equipos móviles podrán seguir operando con total normalidad, por las razones anteriormente explicadas y aun cuando Huawei o Android puedan emitir comunicados que expliciten lo contrario.

Lo que sí se puede afirmar con certeza es que la empresa se enfrentó a un duro golpe que le costará mucho compensar a futuro, puesto que, aun teniendo un plan en ciernes, la duda sembrada entre sus usuarios y potenciales consumidores repercutirá en sus ventas en los siguientes meses.

Y en cuanto a la ley de control de exportaciones impuesta por Trump – como indica The Economist –  esta podría significar duras represalias por parte de China, probablemente ahora interrumpiendo las cadenas de suministro estadounidenses en el gigante asiático. Por ejemplo, China ya indicó que cortará las exportaciones de tierras raras a EEUU, minerales estratégicos para las tecnologías modernas.

Esperemos que esta guerra no siga agravándose, por los daños que ya viene infligiendo a los países emergentes – como el Perú. Ver, por ejemplo, la caída del precio del cobre.

Fuente: Financial Times

Esta guerra comercial, lamentablemente se ha tornado política y lejos de buscar el bienestar, busca la hegemonía global. Lampadia




EEUU vs. China: ¿Una nueva Guerra Fría?

EEUU vs. China: ¿Una nueva Guerra Fría?

El mundo transita hacia una era de enfrentamientos por la egomonía global entre las grandes potencias, la declinante, EEUU, y la emergente, China. Este se inicia mediante una guerra comercial, pero con el transfondo de un enfrentamiento tecnológico y finalmente por el liderazgo global.

El avance económico de China en las últimas décadas, producto de las reformas de mercado impulsadas por Deng Xiao Ping a finales de la década de los 70 (ver Lampadia: Las tres grandes revoluciones de la modernidad en el Asia), es un hecho indiscutible que despertó suspicacias entre los hacedores de política de EEUU, con mayor énfasis entre aquellos que conforman la actual administración de Trump. Ellos alegan que los productores chinos – entre otras cosas – violentan los derechos de propiedad intelectual para favorecerse económicamente a costas de otras industrias extranjeras, incluida la americana. El reciente bloqueo comercial hecho por EEUU hacia Huawei y a otras 68 empresas chinas, por ejemplo, fue una medida acometida por el gobierno de Trump que refleja muy bien esta inquietud.

Así, lo que inició con una preocupación en Occidente, con el pasar de los años desembocó en una guerra comercial que a la fecha probablemente se encuentra en su fase más álgida, ante la reciente imposición de una tasa única de 25% de aranceles en productos chinos importados a EEUU, valorizados en US$ 200,000 millones y en productos estadounidenses importados a China por un monto de US$ 60,000 millones (ver Lampadia: Se agrava la guerra comercial EEUU-China). Lo realmente grave de estos recientes sucesos es que provocaron un cambio en la conducta de China frente al conflicto comercial, pasando de una actitud calmada y con predisposición a la negociación de un acuerdo comercial que beneficie a ambos países, hacia una actitud nacionalista recalcitrante, que ve a este altercado como una competencia del más fuerte.

Al respecto, The Economist recientemente indicó que este fenómeno se ha venido reflejando claramente en la prensa china en los últimos días. Señala, “Un aluvión repentino de comentarios sobre la guerra comercial en los medios estatales ha golpeado una nota de nacionalismo desafiante. “Si quieres hablar, nuestra puerta está abierta”, dijo un presentador del programa de noticias más visto de China el 13 de mayo, en un clip que se volvió viral. “Si quieres pelear, pelearemos hasta el final”.”

Ello por supuesto agota aún más las posibilidades de un buen cauce futuro de las negociaciones.

Dadas las desafortunadas circunstancias que ahora engloban el mencionado conflicto comercial, ¿Cuál sería el camino para abordar la creciente rivalidad entre ambas potencias económicas?

En un artículo publicado por The Economist (ver artículo líneas abajo) denominado “Un nuevo tipo de guerra fría”, se avistan algunas respuestas a esta pregunta desde un enfoque a favor de la globalización, como es costumbre en la popular revista británica.

A partir del análisis hecho por The Economist en temas que van más allá del comercio y las inversiones como la defensa nacional, la inmigración y el cambio climático, se puede concluir que a EEUU y China les conviene fortalecer sus alianzas y vivir bajo las mismas normas internacionales si quieren generar crecimiento de largo plazo, inclusive si no están de acuerdo en algunos lineamientos de política. Esto es sumamente crítico por ejemplo en lo concerniente a la innovación en EEUU, al ser esta altamente dependiente de una red de producción global, en la que China tiene una participación importante.

Ambos presidentes aún están a tiempo de retroceder en sus demagogias políticas si realmente les interesa un desarrollo sostenible para sus países. Esperemos que tomen consciencia en el breve plazo, antes de que dichas demagogias se tornen en pérdida de bienestar para sus ciudadanos. Lampadia

China vs EEUU
Un nuevo tipo de guerra fría

Cómo manejar la creciente rivalidad entre EEUU y China

The Economist
16 de mayo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Pelear por el comercio no es la mitad de eso. Los EEUU y China están disputando todos los dominios, desde semiconductores a submarinos y desde películas de éxito a exploración lunar. Los dos superpoderes solían buscar un mundo donde todos ganaban. Hoy en día, ganar parece implicar la derrota de la otra parte, un colapso que subordina permanentemente a China al orden estadounidense; o un EEUU humilde que se retira del Pacífico occidental. Es un nuevo tipo de guerra fría que no puede dejar ganadores.

Las relaciones de las superpotencias se han agriado.

  • EEUU se queja de que China está haciendo trampa para llegar a la cima robando tecnología, y que al ingresar al Mar del Sur de China y acosar a las democracias como Canadá y Suecia, se está convirtiendo en una amenaza para la paz mundial.
  • China está atrapada entre el sueño de recuperar el lugar que le corresponde en Asia y el temor de que un EEUU cansado y celoso bloquee su ascenso porque no puede aceptar su propio declive.

El potencial de catástrofe se avecina. Bajo el Kaiser, Alemania arrastró al mundo a la guerra; EEUU y la Unión Soviética coquetearon con el Armagedón nuclear. Incluso si China y EEUU no llegan a estar en conflicto, el mundo sufrirá el costo, ya que el crecimiento se desacelera y los problemas quedan por superarse por falta de cooperación.

Ambas partes necesitan sentirse más seguras, pero también aprender a vivir juntas en un mundo de baja confianza. Nadie debe pensar que lograrlo será fácil o rápido.

La tentación es excluir a China, ya que EEUU excluyó exitosamente a la Unión Soviética, no solo a Huawei – que suministra equipos de telecomunicaciones de 5G y que esta semana fue bloqueada por un par de órdenes – sino a casi toda la tecnología china. Sin embargo, con China, eso pone en riesgo a los responsables políticos que intentan evitar la ruina. Se puede hacer que las cadenas mundiales de suministro pasen por alto a China, pero solo a un costo enorme.

En términos nominales, el comercio soviético-estadounidense a fines de la década de 1980 fue de US$ 2,000 millones al año; el comercio entre EEUU y China ahora es de US$ 2,000 millones por día.

En tecnologías cruciales como la fabricación de chips y 5G, es difícil decir dónde termina el comercio y dónde comienza la seguridad nacional.

Las economías de los aliados de EEUU en Asia y Europa dependen del comercio con China. Solo una amenaza inequívoca podría persuadirlos a cortar sus vínculos con ella.

Sería igualmente imprudente que EEUU se relaje. Ninguna ley de la física dice que la computación cuántica, la inteligencia artificial y otras tecnologías deben ser descifradas por científicos que tienen la libertad de votar. Incluso si las dictaduras tienden a ser más frágiles que las democracias, el presidente Xi Jinping ha reafirmado el control del partido y ha comenzado a proyectar el poder chino en todo el mundo. En parte debido a esto, una de las pocas creencias que unen a republicanos y demócratas es que EEUU debe actuar contra China. ¿Pero cómo?

Para empezar, EEUU debe dejar de socavar sus propias fortalezas y desarrollarlas en su lugar. Dado que los migrantes son vitales para la innovación, los obstáculos de la administración de Trump a la inmigración legal son contraproducentes. Lo mismo ocurre con su frecuente denigración de cualquier ciencia que no se adapte a su agenda y sus intentos de recortar la financiación de la ciencia (revocada por el Congreso, afortunadamente).

Otra de esas fortalezas radica en las alianzas de EEUU y las instituciones y normas que estableció después de la Segunda Guerra Mundial. La administración de Trump ha descartado las normas en lugar de apoyar a las instituciones y ha atacado a la Unión Europea y Japón por el comercio en lugar de trabajar con ellas para presionar a China para que cambie. El poder duro estadounidense en Asia tranquiliza a sus aliados, pero el presidente Donald Trump tiende a ignorar cómo el poder blando también fortalece las alianzas. En lugar de poner en duda el estado de derecho en el país y negociar la extradición de un ejecutivo de Huawei de Canadá, debería señalar el estado de vigilancia que China ha erigido contra la minoría uigur en la provincia occidental de Xinjiang.

Además de centrarse en sus fortalezas, EEUU necesita reforzar sus defensas. Esto implica un poder duro conforme China se arma, incluso en dominios novedosos como el espacio y el ciberespacio. Pero también significa lograr un equilibrio entre la protección de la propiedad intelectual y el mantenimiento del flujo de ideas, personas, capital y bienes. Cuando las universidades y los geeks de Silicon Valley se burlan de las restricciones de seguridad nacional, están siendo ingenuos o deshonestos. Pero cuando los halcones de la defensa exageran con celo el rechazo de los ciudadanos chinos y la inversión, se olvidan de que la innovación estadounidense depende de una red global.

EEUU y sus aliados tienen amplios poderes para evaluar quién está comprando qué. Sin embargo, Occidente sabe muy poco acerca de los inversionistas chinos y los socios de empresas conjuntas y sus vínculos con el estado. Un pensamiento más profundo acerca de qué industrias cuentan como sensibles debería suprimir el impulso de prohibir todo.

Tratar con China también significa encontrar maneras de crear confianza. Las acciones que Estados Unidos pretende que sean defensivas pueden parecer a los ojos chinos una agresión diseñada para contenerla. Si China siente que debe contraatacar, una colisión naval en el Mar de China Meridional podría intensificarse. O la guerra podría seguir a una invasión de Taiwán por parte de una China enojada e hipernacionalista.

Por lo tanto, una defensa más fuerte necesita una agenda que fomente el hábito de trabajar juntos, ya que EEUU y la Unión Soviética hablaron sobre la reducción de armas mientras amenazaban la destrucción mutua asegurada. China y EEUU no tienen que estar de acuerdo para que concluyan que les interesa vivir dentro de las normas. No hay escasez de proyectos en los que trabajar juntos, incluidas las normas de Corea del Norte para el espacio y la guerra cibernética y si Trump le hará frente, el cambio climático.

Semejante agenda exige habilidad y visión de estado. Justo ahora estas características son escasas. Trump se burla del bien global y su base está cansada de que EEUU actúe como el policía del mundo. Mientras tanto, China tiene un presidente que quiere aprovechar el sueño de la grandeza nacional como una forma de justificar el control total del Partido Comunista. Se sienta en el vértice de un sistema que vio el compromiso del ex presidente de EEUU, Barack Obama, como algo para explotar. Los futuros líderes pueden estar más abiertos a la colaboración ilustrada, pero no hay garantía.

Tres décadas después de la caída de la Unión Soviética, el momento unipolar ha terminado. En China, EEUU se enfrenta a un vasto rival que aspira con confianza a ser el número uno. Los lazos comerciales y las ganancias, que solían cimentar la relación, se han convertido en una cuestión más por la que luchar. China y EEUU necesitan desesperadamente crear reglas para ayudar a gestionar la era de la competencia de superpotencias en rápida evolución. Justo ahora, ambos ven las reglas como cosas para romper. Lampadia




Se agrava la guerra comercial EEUU – China

Se agrava la guerra comercial EEUU – China

El pasado viernes 10 de mayo – tras las acaloradas amenazas del Presidente Trump vía Twitter (ver Lampadia: EEUU amenaza con aumentar aranceles a China) que tuvieron lugar días antes de una sesión de negociaciones comerciales que aparentemente no llegó a buen término entre las delegaciones chinas y estadounidenses – se hizo efectivo el incremento de aranceles del 10% a 25% sobre US$ 200,000 millones de dólares de importaciones china, en su mayoría, insumos industriales.

Según fuentes de The Economist, la toma de esta medida implicaría la imposición de una tasa impositiva única a cerca de la mitad de las exportaciones chinas a EEUU, guardando serias implicancias económicas y financieras no solo para ambas potencias, sino para el mundo en general.

Y como si esta medida proteccionista no fuera suficiente para calmar las demagogias políticas, según fuentes de Financial Times, el pasado 13 de mayo el gobierno chino en represalia anunció que haría efectivo un incremento de aranceles – también de 10% a 25% – sobre una lista de 2,500 productos estadounidenses, valorizados en US$ 60,000 millones, para el próximo 1 de junio.

Sin embargo, la pregunta que urge responder, ya de cara al futuro de, ¿Qué efectos de corto y mediano plazo tendrá en la economía mundial y en particular, en el mundo emergente, del cual Perú es parte? ¿Y los efectos a largo plazo?

En primer lugar, se deben distinguir los efectos de ambas medidas tanto a través del canal financiero como del canal comercial y posteriormente analizar su temporalidad. En relación al canal financiero, como ha venido informando la prensa internacional, el efecto de ambas medidas en el corto plazo se ha dado en el plano de los mercados de capitales y el de divisas. Como indicó recientemente Financial Times, las bolsas estadounidense y china han sufrido bajas con estas recientes medidas, particularmente en sectores que muestran mayor integración como es el de la tecnología. Sin embargo, el golpe financiero que nos atañe como país emergente y que cobra mayor importancia para la gente de a pie, se dio a través de un incremento del dólar frente al sol. Dada la incertidumbre respecto al camino que seguirá el mencionado conflicto comercial y un país americano cuyo crecimiento opera en el pleno empleo (ver Lampadia: Economista predice crecimiento de EEUU), es altamente probable que este incremento en el dólar frente al sol se siga prolongando en el mediano plazo. Afortunadamente, nuestras reservas internacionales, acumuladas gracias a una responsable política fiscal implementada en antaño (ver Lampadia: Los sólidos fundamentos macroeconómicos), podrán aplacar – a través de intervenciones del BCRP – grandes fluctuaciones en el tipo de cambio, de manera que no se afecte el bienestar del consumidor, concretamente aquellos que perciben ingresos en soles pero que se encuentran endeudados en dólares.

Sin embargo, es menester señalar que el impacto fuerte de ambas medidas sí se podría dar por el canal comercial, a través de una caída en nuestras exportaciones primarias, generando a su vez presiones al alza del dólar. Como se observa en el siguiente gráfico, sólo en los últimos 30 días, el precio del cobre ha experimentado una caída cercana al 10%, síntoma de una menor demanda de uno de nuestros principales productos de exportación minero hacia EEUU y China, producto a su vez del conflicto comercial entre ambos países. 

Fuente: Financial Times

Este mismo hecho podría replicarse en otra gran cantidad de industrias mineras, lo cual compromete el crecimiento de un sector cuya inversión directa extranjera se encuentra en evidente desaceleración desde el 2012 producto del movimientos anti-minero y una animadversión hacia la inversión privada en esta actividad económica (ver Lampadia: El Perú se aleja de los circuitos internacionales de inversión, Aterrizaje en la mediocridad).

Ante este escenario internacional adverso, urge con mayor razón poner en marcha a la brevedad, proyectos mineros que nos permitan amortiguar el golpe acometido por este conflicto comercial, tales como Las Bambas, Tía María, Galeno, entre otros.

En relación a los efectos de largo plazo, el análisis se torna más filosófico y tiene que ver más con la misma globalización, un tema que atañe no solo a nuestro país sino al mundo entero. Un reciente artículo escrito por Gideon Rachman en Financial Times deja entrever acerca de cómo las concepciones equivocadas que tienen los presidentes Trump y Xi Jinping respecto de la globalización – confundiéndola con el “globalismo” – explican en mayor y menor medida las razones del mencionado conflicto comercial.  Por un lado, Trump considera que el sistema económico mundial no juega a favor de EEUU, y Xi lo ve como un sistema que obedece puramente a los mandatos e intereses de EEUU. Ambas visiones del mundo son completamente equivocadas porque la realidad del mundo de hoy, claramente más integrado y en donde predomina el libre comercio, no obedece a ciertos intereses particulares porque de ser así no se hubieran reflejado incrementos de la calidad de vida mundial en los últimos 50 años a niveles históricos nunca antes vistos (ver LampadiaRecuperando lo mejor del capitalismo). Peor aún – como afirmó recientemente The Economist – reacciones proteccionistas como las iniciadas por EEUU, ni siquiera atinan con el objetivo de Trump de tener una China menos amenazadora, porque de salir bien librada de tal conflicto y sentirse menos dependiente de los extranjeros, no necesariamente la hará más “segura”. Por el contrario, probablemente sea menos amistosa de cara a futuras negociaciones que puedan ser ya no de índole comercial, sino inclusive de seguridad.

Dado que la discusión en torno a los beneficios que otorga la globalización ha sido puesta en tela de juicio por los gobernantes de dos grandes bloques económicos, creemos que prevalecerá en los círculos académicos por un gran período de tiempo, por ello la colocamos en este contexto de largo plazo. Ello nos debe llevar a defender con mayor efervescencia todos los procesos arraigados a la globalización como el libre comercio y la inmigración sino queremos volver a políticas trasnochadas que no nos llevaron al progreso sino al atraso. Lampadia




EEUU amenaza con aumentar aranceles a China

EEUU amenaza con aumentar aranceles a China

Como hemos escrito anteriormente en Lampadia:  Desaceleración global es altamente probable en 2019 , El Perú crece por debajo de su potencial, el desempeño futuro del conflicto comercial EEUU-China es sumamente importante en la coyuntura económica internacional porque podría comprometer el crecimiento de muy corto plazo de países emergentes como el Perú, siendo ambos países sus principales socios comerciales. Por ahora el precio del cobre ya bajó.

En esta línea, el pasado 5 de mayo afloraron en las redes sociales dos inusitados tuits del presidente de EEUU, Donald Trump, que amenazaban a China con imponer una mayor carga arancelaria – 25% para ser exactos –  tanto a las importaciones chinas con menor gravamen (10%) – valorizadas en US$ 200,000 millones – como a aquellas inafectas – valorizadas en US$ 300,000 millones –, a puertas del cierre de las negociaciones de un acuerdo comercial que parecía ya tener la aprobación de ambos países hasta hace unos días.

Y las reacciones en los mercados financieros internacionales no se hicieron esperar. Desde Wall Street, pasando por las bolsas de valores de Europa, y las de Asia reportaron notables pérdidas en los últimos días; mientras que el dólar ganaba terreno frente a importantes divisas como el euro y el yuan, y lo correspondiente también sucedía con las monedas de los mercados emergentes, incluido nuestro sol.

¿Qué motivaciones hay detrás de las reacciones del presidente Trump? Pero más importante aún, ¿están realmente justificadas a la luz del futuro bienestar del país americano?

Un reciente artículo publicado por The Economist (ver artículo líneas abajo) señala lo siguiente respecto a la primera pregunta, Trump podría haber pensado que su amenaza aumentaría la presión sobre China, ayudando a obtener más concesiones justo antes de la recta final”.

En efecto. Trump realizó estas declaraciones a puertas de la última sesión de negociaciones comerciales llevada a cabo esta semana – previo al firmado del acuerdo histórico con su homólogo Xi Jinping –  anticipándose a que los chinos modificaran sus principales compromisos pactados en las últimas reuniones, que, según sus fuentes en la Casa Blanca, este sería el caso.

En nuestra opinión, esto último se explicaría porque, si bien las condiciones del acuerdo eran claras en la esencia – como indica The Economist – sus detalles y compromisos eran imprecisos y concretamente porque estaban afectos, entre otras cosas, al desempeño de la economía china frente a las reformas. Aparentemente este último factor habría sido uno de los determinantes del posible cambio de parecer de las autoridades chinas.

Por otra parte, y respondiendo a la segunda pregunta, The Economist agrega, “Pero Trump se está engañando a sí mismo si piensa que puede poner a China de rodillas con aranceles y que EEUU no sufrirá daños”.

Si bien la primera ronda de aumento de aranceles de 10% al 25% – que se haría efectiva a partir del viernes 10 de no llegarse a una solución al conflicto – sobre las importaciones valorizadas en US$ 200,000 millones tendría un impacto menor en los consumidores estadounidenses- al ser en su totalidad insumos industriales – el gravar al resto de productos chinos – que incluyen los bienes de consumo – sí incrementaría los precios generando menor bienestar entre ellos en un período de tiempo no menor.

Ello se ilustra mejor con un principio fundamental que provee una de las teorías que históricamente han explicado mejor el comercio internacional: La teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo. EEUU al ser menos competitivo relativamente que China en una gran gama de productos manufacturados, debería especializarse en productos de alguna otra rama productiva de la economía, de manera que sean provistos a un precio competitivo en los mercados internacionales. Si se pretende proteger industrias no especializadas en dichos productos, tarde o temprano, los precios aumentarán por los mayores costes arraigados, trasladando malestar al consumidor.

Si bien pueden haber razones de incomodidad por parte del presidente Trump con los productores chinos relacionadas a la violación a los derechos de propiedad intelectual y un amplio déficit comercial con China, consideramos que de ninguna manera el mejor camino para solucionar dichas atingencias debería ser recurrir a un proteccionismo desenfrenado, considerando además que el libre comercio –junto a la globalización – ha sido una de las principales fuerzas propulsoras del desarrollo global en las últimas dos centurias (ver Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo). Por el contrario, debería ser el imperio de la ley y la profundización de sus relaciones bilaterales con China lo que debería llevar a EEUU a darle solución a tales problemas.

En este sentido, esperamos que en las reuniones que están siendo llevadas a cabo entre las delegaciones estadounidenses y chinas se llegue a un acuerdo comercial que permita dejar atrás esta nefasta guerra comercial, que, como cualquier otra guerra de otra índole, ninguno de los que participan en ella, no termina de percibir bajas. Lampadia

Las conversaciones comerciales entre EEUU y China están en riesgo de ruptura
De vuelta a tus estaciones de batalla

Tras los indicios de progreso, un tuit de Donald Trump siembra dudas

The Economist
6 de mayo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

JUSTO CUANDO parecía que EEUU y China estaban cerca de un acuerdo, el presidente Donald Trump ha llevado a los dos países al borde de una guerra comercial en toda la regla. En un par de tweets a fines del 5 de mayo, amenazó con imponer aranceles del 25% en todas las importaciones chinas, una tasa que se aplica a solo una porción mucho menor de las importaciones en la actualidad. “El acuerdo comercial con China continúa, pero muy lentamente, mientras intentan renegociar. ¡No!” dijo. Hace solo un mes había proclamado que se estaba preparando un “acuerdo épico”. El repentino cambio de tono sacudió a los inversores en Asia y, sobre todo, en China. El CSI 300, un índice de las principales acciones chinas, cayó casi un 6% el 6 de mayo, su peor día en más de tres años.

La primera pregunta es cuáles serán las consecuencias para las negociaciones comerciales. Las reuniones intensificadas en las últimas semanas habían alimentado la impresión de que un acuerdo estaba a la vista. Los negociadores estadounidenses, encabezados por Robert Lighthizer, el Representante de Comercio de los EEUU, estuvieron en Beijing la semana pasada. Esta semana, Liu He, un viceprimer ministro chino, iba a encabezar una delegación de docenas de funcionarios chinos de alto nivel en un viaje a Washington para la próxima ronda de discusiones. Los observadores comenzaron a escudriñar el programa público de Trump para encontrar vacíos cuando Xi Jinping, el presidente de China, podría reunirse con él para firmar su pacto. Junio parecía una buena opción. Pocos apostarían en eso hoy.

Trump podría haber pensado que su amenaza aumentaría la presión sobre China, ayudando a obtener más concesiones justo antes de la recta final. En cambio, existe una posibilidad real de que pueda provocar un endurecimiento de la posición de China. Algunos incluso especularon que Liu y su delegación viajera de funcionarios se retirarán de las reuniones de esta semana. “Dejemos que Trump suba los aranceles. Veamos cuándo pueden reanudarse las conversaciones comerciales”, tuiteó Hu Xijin, editor de Global Times, un periódico chino de propiedad estatal conocido por su veta nacionalista. (Los reguladores chinos parecen contentarse con dejar que Hu use el software para evadir el Great Firewall y enviar dichos mensajes a Twitter, que de otro modo está bloqueado en China).

Durante meses, el resumen de un acuerdo ha sido claro. China se comprometería a comprar más productos de EEUU para reducir su superávit comercial, y EEUU se comprometería a reducir los aranceles de las importaciones chinas siempre que China establezca el campo de juego para las compañías extranjeras. Pero los detalles siempre fueron desconcertantes. ¿Cómo medir el progreso de China en la reforma de su economía? Los funcionarios estadounidenses se han cansado de lo que ven como el avance de China en el cumplimiento de sus promesas. ¿Cómo hacer cumplir el trato? EEUU quería el derecho de imponer aranceles sin amenaza de represalias si China violaba el acuerdo. Los asesores chinos dijeron que eso era inviable. Dadas estas dificultades para alcanzar un gran acuerdo, un conjunto de compromisos más imprecisos parecía el resultado más probable. Las tensiones comerciales seguramente persistirían, reavivándose de manera intermitente en los próximos años, pero la perspectiva de los aranceles ojo-por-ojo se reducirá.

Ahora, sin embargo, el riesgo inmediato es la escalada. El año pasado, EEUU impuso aranceles del 25% sobre las importaciones chinas por un valor de US$ 50,000 millones y el 10% sobre otros US$ 200,000 millones adicionales, dejando unos US$ 300,000 millones aproximadamente sin tocar. Trump ha amenazado con un aumento de dos pasos. Primero, el viernes, EEUU elevaría los aranceles del 10% al 25%. Poco después, colocaría aranceles del 25% sobre todos los bienes restantes (un período de comentarios públicos ralentizaría la implementación real). Hasta ahora, China ha sido moderada en su represalia a los aranceles estadounidenses, incluso ha reducido los aranceles a las importaciones de automóviles desde EEUU a medida que avanzaban las conversaciones. Pero si EEUU sigue adelante con los aranceles en todos los ámbitos, Xi estará bajo presión para defenderse. Debido a que China importa mucho menos de EEUU de lo que exporta a EEUU, los aranceles son solo una opción limitada para ello. Un escenario es que podría perjudicar a EEUU de otras maneras – por ejemplo, es usando los medios estatales para que los consumidores se opongan a las compañías desde Starbucks hasta Apple, que cuentan con China como una gran fuente de ingresos. “El primer paso en las negociaciones es generar confianza”, dice Zhu Ning, economista de la Universidad de Tsinghua. “Ahora parece que la confianza casi se ha ido”.

Una guerra comercial total, sin duda, sería perjudicial para ambos países. Como el mayor exportador, China probablemente sufriría más. Pero Trump se está engañando a sí mismo si piensa que puede poner a China de rodillas con aranceles y que EEUU no sufrirá daños. Durante el último semestre, el gobierno de China ha administrado un estímulo moderado que ha estabilizado el crecimiento y ha impulsado un gran repunte en su mercado de valores. Incluso con la caída del lunes, las acciones chinas siguen subiendo un 25% desde principios de año. El gobierno ha mantenido la potencia de fuego fiscal en reserva, en parte debido a la incertidumbre sobre la guerra comercial. Aumentar su programa de estímulo ayudaría a amortiguar el golpe de los aranceles más altos. En cuanto a EEUU, los consumidores se han visto protegidos en gran medida del impacto de los aranceles en las importaciones chinas porque se han centrado en los insumos industriales. Si se aplicaran aranceles a todas las importaciones, los consumidores no se librarían: el costo de los productos desde almohadas a teléfonos inteligentes aumentaría considerablemente.

El riesgo de una desaceleración mutua asegurada ha quedado en manos de Trump en el pasado. Fue cuando el mercado de valores estadounidense cayó bruscamente en diciembre cuando comenzó a construirse un impulso hacia un acuerdo comercial con China. Xu Gao, un economista de Everbright Securities Asset Management, una firma china, sigue siendo optimista de que prevalecerá la misma lógica. Trump, afirma, retirará en última instancia la amenaza arancelaria, por temor a socavar el crecimiento de EEUU. Incluso con toda la fanfarronada, eso todavía parece plausible. Pero la cercanía del error de cálculo es demasiado evidente. Lampadia




El gasto militar global en niveles récord históricos

El gasto militar global en niveles récord históricos

Si uno analiza la trayectoria del gasto militar en el mundo en términos reales durante los últimos 30 años se puede constatar fácilmente los niveles récord en los que se encuentra al día de hoy. Los altos niveles de gasto en defensa que eran justificados en épocas en donde los conflictos bélicos internacionales asolaban a los países, ahora han pasado a ser una mera herramienta de influencia de geopolítica global. Este es de hecho uno de los meollos, sino el principal, de la guerra comercial EEUU-China (ver Lampadia: La verdad detrás de la guerra comercial EEUU-China).

¿Cómo está compuesto y qué implicancias tiene para el mundo este creciente direccionamiento de los recursos por parte de los gobiernos hacia el sector seguridad?

Un reciente artículo publicado por The Economist (ver artículo líneas abajo) trata de responder esta pregunta analizando el panorama global de los principales países compradores de armas y cómo la tendencia estadounidense y china está contagiando a que otros países no solo hagan lo mismo sino que además presenten una mayor competencia en dicho sector, incluidos aquellos que, históricamente, nunca fueron considerados como grandes potencias armamentistas.

A partir de este análisis y en líneas generales, el medio británico concluye lo siguiente respecto al gasto militar:

  • EEUU ostenta el liderazgo global, cuyo monto se asemeja a la suma del gasto militar de los siguientes 8 países de la lista.
  • China es el segundo país del ranking, pero es uno de los que ha experimentado mayor crecimiento en la última década. Ello ha suscitado que sus rivales asiáticos también lo sigan.
  • Si bien los países europeos unidos podrían competir con China o EEUU en el rubro, hay una serie de factores que inhibirían su ascenso como el tercer mayor comprador de armas. 
  • Africa, Medio Oriente y Rusia están contrayéndose en participación.

No es de extrañar que la guerra comercial desatada por Trump esté acompañada de un sustancial incremento de gasto militar, lo cual es parte de la misma filosofía nacionalista y populista del gobierno republicano.

Dadas las nefastas consecuencias que han ocasionado las grandes guerras en los países que han participado en ellas, es una barbaridad que en pleno siglo XXI la humanidad esté empecinada en reforzar esfuerzos encausados hacia una guerra armamentista. Esperamos que esta tendencia pueda eventualmente ser revertida. Lampadia

El gasto militar está en auge en todo el mundo
EEUU y China están comprometiendo grandes sumas a sus fuerzas armadas

The Economist
28 de abril, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

EL MUNDO se está armando hasta los dientes. Esa es la conclusión de un nuevo informe publicado el 29 de abril por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), un think tank. El gasto militar global del año pasado ascendió a US$ 1.8 trillones, indica SIPRI, el nivel más alto en términos reales desde que comenzaron los registros confiables en 1988, durante la Guerra Fría, y un 76% más alto que en 1998, cuando el mundo estaba disfrutando de su “dividendo de la paz”. El gasto militar como proporción del PBI mundial ha disminuido en los últimos años, pero eso ofrece pocas garantías en un mundo de creciente tensión geopolítica.

El auge del gasto es impulsado, sobre todo, por la competencia entre EEUU y China por la primacía en Asia. Comenzó con EEUU. En 2018, elevó su presupuesto de defensa, ya de por sí gigantesco, por primera vez en siete años, poniendo fin a una era de ajuste de cinturón impuesta por el Congreso. El impulso reflejó la aceptación del gobierno de Trump de lo que se denomina “competencia de gran poder” con Rusia y China, que requieren armas más sofisticadas y caras, en lugar de las inconclusas guerrillas que había librado desde 2001.

El peso militar de EEUU no tiene igual. Su desembolso de US$ 649,000 millones (en dólares de 2017) fue casi tan grande como los siguientes ocho países combinados, según los cálculos de SIPRI. Incluso eso no sació el apetito del Pentágono. Obtuvo US$ 716,000 millones este año (en dólares corrientes, según lo contó el Departamento de Defensa) y espera un asombroso $ 750,000 millones en 2020, un aumento anual mayor que los presupuestos de defensa de casi todos sus aliados de la OTAN. Eso incluye casi US$ 10,000 millones para operaciones cibernéticas, un 10% de aumento año a año; más de US$ 14,000 millones para el espacio, un salto del 15%; y la mayor solicitud de presupuesto para la construcción naval en dos décadas.

China está muy por detrás. Gasta en aproximadamente entre un cuarto y dos quintas partes de lo de EEUU (la cantidad precisa no está clara, dicen los expertos, porque el gasto chino es muy opaco). Tampoco su gasto militar está creciendo a un ritmo del 10%, como lo hizo en promedio en los años entre 2000 y 2016. Pero ha aumentado sin descanso durante un cuarto de siglo, cambiando por completo el equilibrio de poder en Asia.

Entre 2009 y 2018, el gasto en defensa de EEUU se redujo en un 17% en términos reales, mientras que el de China creció en un 83%, lo que se aceleró bajo el presidente Xi Jinping y superó a todas las demás grandes potencias. “Nadie ha presidido en ningún lugar algo cercano a este nivel de desarrollo militar chino en la historia china antes de Xi”, señala Andrew Erickson, profesor de la Escuela de Guerra Naval de EEUU. Su armada ha sido un particular beneficiario. Entre 2014 y 2018, China lanzó embarcaciones navales con un tonelaje total superior al de todas las armadas indias o francesas, señala IISS, otro think tank. Aun así, el gasto en defensa del país es aún menor en proporción al PBI que el de cualquier otro país dentro de los cinco primeros: 1.9% al 3.2% de EEUU. Eso significa que tiene espacio para crecer, si el ambiente geopolítico se oscurece.

Las reformas militares que Xi introdujo en 2015, incluida una reducción del ejército y la reorganización de la estructura de mando en las líneas estadounidenses, probablemente también le hayan dado a China más por su yuan.

En respuesta, los rivales regionales de China también han abierto sus bolsos. India ahora gasta más que todos los países europeos. El aumento anual de Corea del Sur en 2018 fue el más alto desde 2005. Y el gasto de Japón se incrementará en los próximos cinco años, con nuevas armas ofensivas rompiendo viejos tabúes pacifistas. En total, el gasto militar asiático representa el 28% del total mundial, frente al 9% en 1988.

Mientras tanto, los europeos, después de haber vaciado sus fuerzas armadas después de la Guerra Fría, están actuando juntos. En 2018, los aliados europeos de la OTAN aumentaron el gasto militar en un 4.2% en términos reales, según el IISS. Polonia, que está particularmente preocupada por su vecina Rusia, aumentó el gasto en un 8.9%.

Si el gasto europeo se agrupara, el continente sería la segunda potencia militar más grande del mundo, con un gasto cuatro veces superior al de Rusia. En la práctica, la mezcla de equipos duplicados y desajustados de Europa (los europeos usan 17 tipos de tanques, mientras que EEUU uno) y la continua dependencia de EEUU en áreas clave, como el traslado de tropas y el reabastecimiento de combustible de los aviones de guerra, significa que sus fuerzas armadas son mucho menos que la suma de sus partes.

Sin embargo, no en todas partes se está acumulando armas. El gasto militar en África se redujo por cuarto año consecutivo en 2018, en 8.4%, impulsado por grandes caídas en Angola, Argelia y Sudán, señala SIPRI. Las protestas en los dos últimos países, con ejércitos bajo presión para entregar el poder a los civiles, podrían hacer que los presupuestos militares abultados se exprimieran aún más.

El Medio Oriente también parece estar enfriándose después de años de frenética compra de armas. Aunque SIPRI carece de datos para Qatar y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) – dos de los clientes más grandes para las compañías de armas occidentales – y para Yemen y Siria devastados por la guerra, el gasto en el resto de la región cayó un 1,9% en 2018.

Esa tendencia parece probable que continúe. Arabia Saudita, el mayor pez de la región, que dedica un enorme 8.8% de su PBI para defensa, reducirá su gasto militar en un 9.1% este año. Irán, su rival, planea recortes aún mayores, aunque el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), que ha hecho la mayoría de los combates recientes en lugares como Siria, obtuvo un aumento considerable, al igual que el ministerio de inteligencia, que ha estado liquidando disidentes en el extranjero.

La contracción más interesante es, sin embargo, en Rusia. “¿Pueden contar?”, preguntó el presidente Vladimir Putin a sus rivales occidentales en febrero. “Estoy seguro de que pueden. Deje que cuenten la velocidad y el alcance de los sistemas de armas que estamos desarrollando”. Pero a pesar del alarde teatral de los nuevos misiles y del impresionante rearme de la OTAN hacia el oeste, SIPRI calcula que el presupuesto de defensa de Rusia en realidad se redujo en un 3.5% en 2018, lo que lo sitúa fuera de los cinco primeros países por primera vez en más de una década. Esto puede ser el resultado de un rublo debilitante. Pero la larga ola de gastos militares de Rusia parece estar llegando a su fin. Ese es un pensamiento moderado para Putin. Lampadia




La verdad detrás de la guerra comercial EEUU-China

La verdad detrás de la guerra comercial EEUU-China

¿Por qué Estados Unidos y China insisten en una guerra comercial que compromete el valor comercial de más de medio billón de dólares y miles de millones en ganancias corporativas en un sinfín de sectores económicos? ¿Será posible llegar a un acuerdo comercial entre ambos países que permita establecer condiciones arancelarias tales que puedan ser respetadas en un plazo previsible, de tal forma que se de tranquilidad a los mercados?

Responder ambas preguntas son fundamentales porque como hemos escrito previamente en Lampadia:  Desaceleración global es altamente probable en 2019 , El Perú crece por debajo de su potencial, el desempeño del conflicto comercial EEUU-China será un factor determinante en la coyuntura económica mundial del presente año, la cual estará caracterizada por una desaceleración global sincronizada. De tornarse más agresiva esta confrontación, comprometerá el crecimiento de países emergentes como el Perú, siendo ambos países sus principales socios comerciales.

Al respecto, resulta útil leer un reciente artículo escrito por Minxin Pei en Project Syndicate (ver líneas abajo), el cual da mayores alcances respecto a la verdadera naturaleza del conflicto comercial en mención.

Pei enfatiza el hecho de que, si bien un acuerdo comercial es altamente deseable y probable para menguar la incertidumbre en torno al futuro de las relaciones económicas entre ambos países, ello de ninguna manera implica poner fin a lo que él denomina como “la guerra fría chino-estadounidense”. Ello porque el origen de este conflicto, además de tener cierto carácter ideológico, se encuentra en el aspecto de la seguridad, ya que para EEUU, China constituye una verdadera amenaza en este rubro particular, por lo menos en el largo plazo.

“En EEUU, existe un consenso cada vez mayor de que China constituye la amenaza a la seguridad a largo plazo más grave que enfrenta el país. Acuerdo comercial o no, es probable que esto conduzca a más políticas centradas en lograr un desacoplamiento económico integral. Romper una relación económica construida durante cuatro décadas puede ser costoso, pero continuar con el fortalecimiento de su principal adversario geopolítico a través del comercio y las transferencias de tecnología es suicida”.

Entonces la solución a este conflicto comercial, sugiere inteligentemente Pei, no pasaría por levantar los aranceles anteriormente establecidos o por aumentar las compras de ciertos productos por parte de China a EEUU, sino necesariamente por aplacar de una vez por todas las preocupaciones de EEUU respecto a los avances del sector de seguridad en China.

Si bien este escenario es poco probable dada la particular personalidad del presidente chino Xin Jinping, ya que implicaría desmantelar ciertas instalaciones militares de China hacia EEUU, podría verse la posibilidad de establecer un acuerdo entre ambos países para compartir los avances y/o innovaciones en este sector particular en cada uno de los países. Esto podría dar paso al fin de la “segunda Guerra Fría”. Lampadia

¿Por qué un acuerdo comercial entre Estados Unidos y China no es suficiente?

Minxin Pei
Project Syndicate
18 de febrero, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Si EEUU y China no logran alcanzar un acuerdo comercial integral, el comercio bilateral caerá en picada, y el desmoronamiento de la relación económica entre ambos países se acelerará. Pero incluso si se llega a un acuerdo, ese desenlace continuará, porque, en el fondo, la guerra comercial siempre ha sido sobre el tema de seguridad.

Cuando los negociadores comerciales chinos y estadounidenses se reúnen en Washington para tratar de forjar un acuerdo sobre comercio, los observadores se centran en gran medida en los desacuerdos económicos de los países, como los subsidios de China a sus empresas estatales. Pero pensar que un acuerdo sobre comercio protegerá al mundo de una guerra fría chino-estadounidense sería tan prematuro como ingenuo.

Por supuesto, un acuerdo comercial es altamente deseable. El colapso de las negociaciones comerciales desencadenaría una nueva ronda de aumentos de aranceles (de 10% a 25%, en $ 200 mil millones de productos chinos exportados a Estados Unidos), lo que provocaría la caída de los precios globales de las acciones y estimularía a las empresas a mover más sus actividades fuera de China. En medio de los aranceles, el comercio bilateral se desplomaría y el desmoronamiento de la relación económica entre Estados Unidos y China se aceleraría, creando una incertidumbre generalizada y mayores costos.

Pero incluso si se alcanza un acuerdo general, ya sea antes del 1 de marzo o dentro de unos meses, el proceso continuará, aunque de una manera más gradual y menos costosa. La razón, que muchos inversionistas y ejecutivos corporativos no han reconocido, es que la guerra comercial no tiene nada que ver con el comercio; más bien, es una manifestación de la creciente competencia estratégica entre las dos potencias.

Es cierto que Estados Unidos tiene quejas legítimas sobre las prácticas comerciales de China, incluidas sus violaciones de los derechos de propiedad intelectual, que, después de más de una década de fallidos compromisos diplomáticos, justifican una postura más dura. Pero si EEUU Y China no fueran adversarios estratégicos, sería poco probable que se inicie una guerra comercial en toda regla que ponga en peligro el valor comercial de más de medio billón de dólares y miles de millones en ganancias corporativas. Si bien China puede perder más en tal conflicto, las pérdidas estadounidenses difícilmente serán triviales.

Estados Unidos está dispuesto a sacrificar su relación económica con China, porque los riesgos que plantean los intereses e ideologías nacionales en conflicto de las dos potencias ahora superan los beneficios de la cooperación. En un momento en que China, que ha estado ganando rápidamente influencia internacional en Estados Unidos, sigue una política exterior agresiva, el énfasis de Estados Unidos en el compromiso ya no es sostenible.

Un número creciente de otras partes interesadas, incluidos los vecinos más cercanos de China, parecen estar de acuerdo con el movimiento del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hacia la confrontación. Este cambio está personificado por los ataques de Estados Unidos contra el gigante chino de telecomunicaciones Huawei. Más allá de que Canadá arreste al CFO de la compañía, Meng Wanzhou, quien ahora espera un proceso de extradición, Estados Unidos ha estado advirtiendo a los aliados que no usen la tecnología Huawei para sus redes inalámbricas 5G, por razones de seguridad.

Un acuerdo comercial entre Estados Unidos y China no puede resolver estos problemas. De hecho, incluso si se resuelven las manifestaciones más agudas del conflicto comercial actual, ambos países internalizarán una de sus lecciones clave: comerciar con un enemigo geopolítico es un asunto peligroso.

En EEUU, existe un consenso cada vez mayor de que China constituye la amenaza a la seguridad a largo plazo más grave que enfrenta el país. Acuerdo comercial o no, es probable que esto conduzca a más políticas centradas en lograr un desacoplamiento económico integral. Romper una relación económica construida durante cuatro décadas puede ser costoso, pero continuar con el fortalecimiento de su principal adversario geopolítico a través del comercio y las transferencias de tecnología es suicida.

Del mismo modo, para China, la guerra comercial ha expuesto la vulnerabilidad estratégica creada por la dependencia excesiva de los mercados y las tecnologías estadounidenses. El presidente chino Xi Jinping no volverá a cometer el mismo error, ni ningún otro líder chino. En los próximos años, China, aprovechando cualquier período de calma en la guerra comercial, también trabajará para reducir drásticamente su dependencia económica de Estados Unidos.

Pero, por muy convincente que sea la razón estratégica para China y Estados Unidos, el desacoplamiento económico de las dos economías más grandes del mundo, que en conjunto representan el 40% del PBI mundial, sería desastroso. No solo fracturará el sistema de comercio global, sino que también eliminará cualquier restricción a la rivalidad geopolítica chino-estadounidense, lo que aumenta el riesgo de una escalada potencialmente devastadora.

La única forma de evitar este resultado es que China se levante de manera creíble para mitigar las preocupaciones de seguridad de Estados Unidos. Esto significa que en lugar de centrarse en, digamos, comprar más soya estadounidense, China debería desmantelar las instalaciones militares que ha construido en sus islas artificiales en el Mar de China Meridional. Solo un movimiento tan audaz puede detener, si no revertir, el rápido descenso a una guerra fría chino-estadounidense. Lampadia

Minxin Pei, es profesor de gobierno en el Claremont McKenna College y el autor de China’s Crony Capitalism. Es también Presidente inaugural de la Biblioteca del Congreso en Relaciones Estados Unidos-China.

 




¿Subsisten los refugios para las inversiones?

En el segundo semestre del 2018 aumentó la volatilidad y se corrigieron los mercados de capitales.

Ningún índice bursátil de las economías más importantes del globo se salvó de registrar ajustes por lo menos en algunos de esos meses y, como era de esperarse, las razones que explicaban estas caídas no distaban mucho entre sí para todos los países: incertidumbre sobre la guerra comercial EEUU- China,  alta expectativa de alzas de tasas de interés por parte de la FED, Brexit, una zona euro con desaceleración económica y tensiones políticas, entre otras.

Un reciente artículo escrito por Benjamin J. Cohen, profesor de Economía Política Internacional en la Universidad de California, Santa Bárbara, y autor del libro “Currency Power: Understanding Monetary Rivalry”, explica con brillantez y simpleza las implicancias que ha tenido la volatilidad de los mercados financieros sobre el apetito por riesgo de los inversionistas y la actual encrucijada en la que se encuentran: la imposibilidad de encontrar refugios para sus inversiones.

Como bien señala el referido autor, producto de la volatilidad de los mercados financieros, la aversión al riesgo de los inversionistas ha aumentado sobremanera, lo cual los ha volcado a la búsqueda de activos más “seguros”.

Al respecto, señala que es muy complicado encontrar esta clase de activos hoy en día, puesto que aquellos que lideraron este segmento por muchísimos años–inclusive en épocas críticas como la crisis financiera del 2008- , los bonos del tesoro de EEUU, han perdido su atractivo. Esto porque se tiene la expectativa de que la calificación crediticia de EEUU empeore con el tiempo dada la aparente falta de responsabilidad fiscal por parte del presidente Trump.

En este contexto, ¿Qué alternativas de inversión seguras o por lo menos, seguras comparadas a la deuda de EEUU, pueden ser tomadas en cuenta como referencia?

Entre las alternativas que Cohen analiza para este tipo de inversiones están los mercados de deuda de la zona euro, Suiza, la Japón y China

Al respecto, podría parecer que los bonos de países de la zona euro serían los candidatos inmediatos a superar la deuda en dólares como refugio de las inversiones, sin embargo, debe tenerse en mente ciertos procesos políticos que están aconteciendo en esta región del mundo como la actual “fragmentación” de la política [Veáse Lampadia¿Fragmentación política en Europa?] o el Brexit, factores que podrían determinar el pago de la deuda futura de estos países.

Por otro lado, si bien China es considerada el tercer mercado de deuda pública más grande del mundo, su excesiva regulación puede hacerla poco atractiva como inversión “segura”. Otro mercado de bonos que ofrece una amplia variedad de productos es Japón. Sin embargo, su excesivo endeudamiento público y poco crecimiento económico son factores que le juegan en contra.

En todo caso, lo que puede deducirse del análisis del autor es que no existe un refugio amplio y seguro para las inversiones, como existían hace una década. Lampadia

Para ver más detalle acerca del análisis realizado por el Prof. Benjamin J. Cohen sobre el tema ver líneas abajo:

¿Dónde han ido todos los paraísos seguros?

7 de Enero, 2019 
BENJAMIN J. COHEN
Traducido y glosado por Lampadia

Incluso en el apogeo de la crisis financiera mundial del 2008, que se originó en los Estados Unidos, los inversionistas globales vieron al Tesoro de los Estados Unidos como el activo más seguro disponible. Pero con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, minando la fe en el dólar, los gestores de cartera se encuentran en mares agitados sin un puerto de escala que pueda ofrecer refugio contra la tormenta.

Con la caída de las acciones, el aumento de la volatilidad del tipo de cambio y la intensificación de los riesgos políticos, los mercados financieros de todo el mundo se han visto afectados. En momentos como estos, los inversionistas internacionales generalmente se vuelven cautelosos y priorizan la seguridad sobre los retornos, por lo que el dinero huye a “refugios seguros” que pueden proporcionar activos seguros, con grado de inversión, en una escala suficientemente grande. Pero no hay refugios evidentes hoy en día. Por primera vez en la memoria viva, los inversores carecen de un puerto tranquilo donde puedan refugiarse de la tormenta.

Históricamente, el refugio seguro por excelencia fue EEUU, en forma de los bonos del Tesoro respaldados por la “plena fe y crédito” del gobierno de los EEUU. Como lo dijo un estratega de inversiones en 2012, “cuando la gente está preocupada, todo camino conduce a los bonos del Tesoro”.

El estallido de la burbuja inmobiliaria de EEUU en el 2007 ofrece un ejemplo. Nadie dudó de que Estados Unidos fuera el epicentro de la crisis financiera mundial. Pero en lugar de huir de los EEUU, el capital lo inundó. En los últimos tres meses de 2008, las compras netas de activos alcanzaron medio trillón de dólares, tres veces más que la suma de los nueve meses anteriores.

Sin duda, algunas de estas reclamaciones en dólares se debieron al hecho de que los bancos extranjeros y los inversionistas institucionales necesitaban billetes verdes para cubrir sus necesidades de financiamiento después de que los mercados interbancarios y otros mercados mayoristas de corto plazo se apoderaran. Pero esa no fue la única razón por la que los gestores de cartera se apilaron en los EEUU. Gran parte del aumento de la demanda se debió a puro miedo. En un momento en el que nadie sabía lo mal que se podían poner las cosas, se consideraba que EEUU era la apuesta más segura.

Pero esto fue antes de la llegada del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien logró socavar la confianza en el dólar en un grado sin precedentes. Además de abandonar cualquier noción de responsabilidad fiscal, Trump ha pasado sus primeros dos años en el cargo atacando a instituciones internacionales y luchando contra aliados de Estados Unidos.

Sin duda, incluso antes de Trump, la confianza en el dólar sufrió un revés en 2011, cuando Standard & Poor rebajó los títulos del Tesoro en una muesca en respuesta a un casi cierre del gobierno de EEUU. Ese episodio fue provocado por un enfrentamiento entre el entonces presidente Barack Obama y los congresistas republicanos por una propuesta de rutina para elevar el techo de la deuda federal.

Hoy, sin embargo, los inversores tienen aún más razones para preocuparse por la calificación crediticia del gobierno de los EEUU. Solo en 2018, el gobierno fue cerrado tres veces, y continúa en un cierre parcial hasta el día de hoy, debido a la demanda de Trump de fondos para construir un muro “grande y hermoso” en la frontera con México.

¿A dónde pueden ir los inversionistas si no es a los Estados Unidos?

  • La eurozona puede parecer una alternativa lógica. Después del dólar, el euro es la moneda más utilizada en el mundo. Y, en conjunto, los mercados de capital de los 19 estados miembros de la eurozona tienen un tamaño similar al del mercado estadounidense. Pero Europa tiene sus propios problemas. El crecimiento económico se está desacelerando, especialmente en Alemania, y el riesgo de una crisis bancaria en Italia, la cuarta economía más grande de la eurozona, se vislumbra en el horizonte.

Peor aún es la incertidumbre sobre el Brexit, que podría resultar altamente perjudicial si el Reino Unido se estrella fuera de la Unión Europea sin un acuerdo de divorcio. No hace falta decir que también se puede descartar a Gran Bretaña como un refugio seguro, al menos hasta que se resuelva el fiasco del Brexit.

  • ¿Qué pasa con el franco suizo? Aunque sus atractivos son obvios, los mercados financieros de Suiza son simplemente demasiado pequeños para servir como un sustituto adecuado para los Estados Unidos.
  • Eso deja a Japón. Con su abundante oferta de bonos del gobierno, es el mayor mercado único de deuda pública fuera de los Estados Unidos. Sin embargo, la pregunta para los gestores de cartera es si es realmente seguro invertir en un país donde la deuda pública supera el 230% del PIB.

En comparación, la relación deuda pública / PBI en los EEUU. es de alrededor del 88%; e incluso en la problemática de Italia, no es más del 130%. Es cierto que el mercado de deuda del gobierno japonés es más estable que la mayoría, debido al hecho de que gran parte de él está en manos de ahorradores nacionales (es decir, está bien escondido debajo del colchón). Pero Japón es un país envejecido con una economía que se ha mantenido casi estancada durante un cuarto de siglo. Los inversores tendrían razón si se preguntan dónde encontrarán los recursos para continuar con el servicio de su enorme deuda.

  • Y luego está China, con el tercer mercado nacional de deuda pública más grande del mundo. Ciertamente, la oferta de activos en China es amplia. Pero el mercado chino está tan estrechamente controlado que es esencialmente lo opuesto a un refugio seguro. Pasará mucho tiempo antes de que los inversionistas globales consideren confiar en los valores chinos.

Con la escasez de puertos seguros, los inversionistas se pondrán cada vez más nerviosos. Estarán inclinados a mover fondos ante la menor señal de peligro, lo que aumentará sustancialmente la volatilidad del mercado. La mala racha de hoy probablemente esté aquí para quedarse. Lampadia

Benjamin J. Cohen es profesor de Economía Política Internacional en la Universidad de California, Santa Bárbara, y es autor de Currency Power: Understanding Monetary Rivalry.




Las implicancias geopolíticas y económicas del enfrentamiento por los chips

Las implicancias geopolíticas y económicas del enfrentamiento por los chips

De todas las industrias en las que la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha tenido lugar, no hay aquella que involucre tantos productores de bienes intermedios en el mundo como la industria de los semiconductores, en particular, el mercado de chips.

Si bien el liderazgo en la producción de este mercado la tiene Estados Unidos, China ha venido realizando enormes esfuerzos para desarrollar su industria y dejar de depender de la masiva importación de estos productos, cuyo monto es inclusive mayor a las importaciones de petróleo.

Entre las iniciativas desarrolladas destacan la puesta en marcha de un fondo de inversión destinado a la investigación y desarrollo en la industria de los semiconductores en el 2014, por un monto de $ 150 mil millones. Asimismo, el impulso de  “Made in China”, un programa de desarrollo productivo nacional diseñado en el 2015 para impulsar las industrias de alta tecnología.

Tales han sido los esfuerzos del gigante asiático para potenciar este mercado que Estados Unidos ha tratado de limitar su avance con acciones que incluyen la prohibición de la venta de chips de gama alta fabricados por Intel a fabricantes chinos de supercomputadores, durante el Gobierno de Obama; y la prohibición de la venta de procesadores hacia ZTE, una empresa china productora de smartphones y equipos de telecomunicaciones, durante el Gobierno de Trump, que, de no ser porque se levantó dicha restricción a tiempo, dicha empresa se iba a la bancarrota.

Sin embargo y más allá del conflicto comercial que acontece en estos dos países, ¿Por qué es importante la discusión en torno a este mercado y por qué este conflicto comercial podría poner en riesgo la globalización, uno de los pilares del modelo de desarrollo mundial actual?

Básicamente por dos razones.

En primer lugar, como indica un reciente artículo de The Economist, “los chips de las computadoras son los cimientos de la economía digital y la seguridad nacional. Los coches se han convertido en ordenadores sobre ruedas. Los bancos son computadoras que mueven dinero. Los ejércitos luchan con el silicio y el acero”.

Es decir, es una industria que está presente en una gran cantidad de bienes y servicios que utilizamos y que, conforme se desarrolle más el llamado “Internet de las cosas”, la tendencia es que su presencia siga aumentando. En ese sentido, es fundamental la discusión en torno a las implicancias que esta guerra comercial tiene a nivel de precios ya que son insumos que, con el tiempo, estarán más presentes en nuestras vidas.

En segundo lugar, pero no menos importante, es la enorme complejidad de la cadena de valor de esta industria la cual involucra un proceso de diseño, fabricación, ensamblaje y embalaje. Como también se señala en The Economist, “La industria [de chips] es un himno a la globalización. Una firma estadounidense tiene 16,000 proveedores, más de la mitad de ellos en el extranjero”.

En ese sentido, cualquier política pública que involucre la cadena de valor de los chips, tendrá fuertes implicancias en muchas partes del mundo, desde las montañas de Apalaches, en donde se recoge el silicio, materia prima para la producción del material de dicho producto, hasta en Taiwan o Corea del Sur, donde se encuentran las fábricas finales de los chips.

Viéndolo por ambos lados, una guerra comercial que implica dividir la industria en Estados Unidos y China perjudicaría a los productores y consumidores de ambos países.

En línea con ello, coincidimos con la posición de The Economist en que Estados Unidos debe enfocarse en tres líneas de política:

  • Trabajar con sus aliados en Europa y Asia para prevenir prácticas chinas injustas como la transferencia de tecnología forzada y el robo de la propiedad intelectual.
  • Fomentar la innovación doméstica, tal como está haciendo China con las dos iniciativas que se especificaron líneas arriba – Fondo de inversión y el Programa “Made in China”.
  • Desarrollar procedimientos que permitan garantizar la seguridad de los productos de fabricación china, acordes con estándares de manejos de datos. Lampadia

Superpotencias y tecnología
Guerras de los chips: China, América y la supremacía del silicio

Estados Unidos no puede darse el lujo de ignorar las ambiciones sobre semiconductores de China. Tampoco puede simplemente domesticarlos.

The Economist
1 de diciembre, 2018

Traducido por Lampadia

Las disputas comerciales que el presidente Donald Trump saborea tienen una sensación pasada de moda. Las tarifas son las armas principales. Los mercados de la vieja economía, desde los automóviles hasta el acero, son los principales campos de batalla. Los agricultores y las fábricas preocupan al presidente. Y su química personal con otros hombres poderosos puede hacer o deshacer tratos. De ahí el enfoque de la reunión entre Trump y Xi Jinping en la cumbre del G20 de esta semana, que tuvo lugar en Buenos Aires después de que The Economist fuera a prensa.

Sin embargo, el conflicto comercial que más importa entre Estados Unidos y China es una lucha del siglo XXI por la tecnología. Cubre todo, desde inteligencia artificial (ai) hasta equipos de red. El campo de batalla fundamental está en los semiconductores. La industria de chips es donde el liderazgo industrial de Estados Unidos y las ambiciones de superpotencia de China chocan más directamente. Y lo que sea que digan Trump y Xi en el G20, este conflicto durará más que los dos.

Esto se debe a que los chips de computadora son los cimientos de la economía digital y la seguridad nacional. Los coches se han convertido en ordenadores sobre ruedas. Los bancos son computadoras que mueven dinero. Los ejércitos luchan con el silicio y el acero. Las empresas estadounidenses y sus aliados, como Corea del Sur y Taiwán, dominan las áreas más avanzadas de la industria. China, por el contrario, sigue dependiendo del mundo exterior para el suministro de chips de alta gama. Gasta más en importaciones de semiconductores que en petróleo. La lista de las 15 principales empresas de semiconductores por ventas no contiene un solo nombre chino.

Mucho antes de que Trump llegara a la escena, China dejó en claro su intención de ponerse al día. En 2014, el gobierno de Beijing anunció un fondo de inversión de 1 billón de yuanes ($ 150 mil millones) para mejorar su industria nacional. Los semiconductores ocupan un lugar destacado en “Made in China 2025”, un plan nacional de desarrollo emitido en 2015.

Las ambiciones de China de crear una industria de vanguardia preocuparon al predecesor de Trump. Barack Obama impidió que Intel vendiera algunos de sus mejores chips a China en 2015 y obstaculizó la adquisición de un fabricante de chips alemán por parte de una firma china en 2016. Un informe de la Casa Blanca antes de dejar el cargo recomendó tomar medidas contra los subsidios chinos y la transferencia forzosa de tecnología. Otros países también están alarmados. Taiwán y Corea del Sur tienen políticas para detener las compras de firmas nacionales de chips por parte de las chinas y para impedir los flujos de propiedad intelectual.

Aunque la batalla de fichas pudo haber sido anterior a Trump, su presidencia la ha intensificado. Ha hecho a Qualcomm un campeón nacional en el rubro, bloqueando una oferta de una firma de Singapur por temor a la competencia china. A principios de este año, una prohibición de exportación de vender chips y software estadounidenses a ZTE, una empresa china de telecomunicaciones que violaba las sanciones, la llevó al borde de la quiebra en pocos días. Asustado por el daño que se avecina, y (dice) dominado por las apelaciones de Xi, Trump retrocedió rápidamente.

Dos cosas han cambiado. Primero, Estados Unidos se ha dado cuenta de que su ventaja tecnológica le otorga poder sobre China. Ha impuesto controles de exportación que afectan a Fujian Jinhua, otra firma china acusada de robar secretos, y la Casa Blanca está considerando prohibiciones más amplias sobre las tecnologías emergentes. En segundo lugar, los incentivos de China para convertirse en autosuficientes en semiconductores se han disparado. Después de ZTE, Xi habló sobre las tecnologías centrales. Sus gigantes tecnológicos están a bordo: Alibaba, Baidu y Huawei están apostando dinero para hacer chips. Y China ha demostrado que puede obstaculizar a las empresas estadounidenses. A principios de este año, Qualcomm abandonó una oferta por NXP, una firma holandesa, luego de que los reguladores chinos lo impidieran.

Ninguno de los intereses de los países está a punto de cambiar. Estados Unidos tiene preocupaciones legítimas sobre las implicaciones de seguridad nacional de depender de los chips chinos y ser vulnerable a la piratería china. Las pretensiones de China de ser una superpotencia se verán vacías mientras Estados Unidos pueda estrangular a sus empresas a voluntad. China está destinada a intentar ponerse al día; América está decidida a mantenerse por delante.

La pregunta difícil es sobre hasta donde debería ir Estados Unidos. Los proteccionistas en la Casa Blanca sin duda querrían trasladar la cadena de suministro de semiconductores a Estados Unidos. Buena suerte con eso. La industria es un himno a la globalización. Una firma estadounidense tiene 16,000 proveedores, más de la mitad de ellos en el extranjero. China es un mercado enorme para muchas empresas. Qualcomm hace dos tercios de sus ventas allí. Tratar de dividir la industria en dos perjudicaría a los productores y consumidores de Estados Unidos. Y sería un acto antagónico, que no haría distinción entre competencia desleal y genuina.

A largo plazo, también puede ser inútil. Hoy en día, Estados Unidos tiene la ventaja sobre China en el diseño y fabricación de chips de alta gama. Sin duda puede ralentizar a su rival. Pero el progreso de China será difícil de detener. Así como el crecimiento de Silicon Valley se respaldó en el apoyo del gobierno estadounidense, China combinó los recursos estatales y corporativos para lograr sus objetivos. Cuenta con programas de incentivos para atraer talento de ingeniería de otros lugares, especialmente Taiwán. Las empresas como Huawei tienen una capacidad probada para innovar; el bloqueo del flujo de chips Intel en 2015 solo impulsó a China a desarrollar su industria de supercomputación doméstica.

Por otra parte, el intento de China de convertirse en una potencia de semiconductores global está cronológicamente programado. Durante décadas, la industria de chips se ha visto impulsada por la Ley de Moore, según la cual las capacidades de un chip de un tamaño determinado se duplican cada dos años. Pero la ley de Moore está llegando a sus límites físicos. A medida que todos saltan a las nuevas tecnologías, desde la computación cuántica hasta los chips de IA especializados, China tiene una rara oportunidad de ponerse al día.

El enfoque correcto para Estados Unidos, por lo tanto, tiene tres líneas.

  • El primero es trabajar con sus aliados en Europa y Asia para seguir rechazando las prácticas chinas injustas (como la transferencia de tecnología forzada y el robo de propiedad intelectual) en la Organización Mundial de Comercio, y para proteger las inversiones chinas internas cuando la seguridad lo justifique.
  • El segundo es fomentar la innovación doméstica. Más fondos del gobierno ya están en la investigación de chips; se necesita una mayor apertura al talento.
  • El tercero es prepararse para un mundo en el que los chips chinos sean más poderosos y dominantes.

Eso significa, entre otras cosas, desarrollar procedimientos de prueba adecuados para garantizar la seguridad de los productos de fabricación china; ajustándose a los estándares de manejo de datos para que la información no sea rociada tan descuidadamente. Medidas como éstas no aparecerán en los titulares del G20. Pero harán más para dar forma al mundo en los próximos años. Lampadia