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¿Ingreso básico universal?

Los “supuestos” males de la globalización y la automatización, que hemos rebatido extensamente en anteriores publicaciones (ver Auge de empleo en países ricos, EEUU: Crecen salarios de los menos remunerados, Retomemos el libre comercio, Otra mirada al mito de la desigualdad), han despertado preocupación entre los hacedores de política encargados de diseñar los sistemas de seguridad social en los países desarrollados. Un reciente artículo escrito por Daron Acemoglu – profesor de economía de la Universidad de Harvard y renombrado académico que ganó notoriedad por ser coautor (junto a James Robinson) del best-seller Por qué fracasan las naciones: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza – que compartimos a continuación, analiza una de las propuestas nacidas en el seno de estas inquietudes, el Ingreso Universal Básico (en adelante, UBI), a la luz de su viabilidad financiera con el actual presupuesto federal de EEUU y de la teoría económica.

Como deja entrever su análisis, dicha política, no solo es casi imposible de afrontar económicamente, sino que además, para hacerla realizable, habría que renunciar a gran parte de las partidas de gasto social que involucran los programas sociales, así como la seguridad social misma, llámese seguros de salud, seguros de desempleo, pensiones, entre otros.

Pero más importante aún es que la puesta en marcha de dicha medida ignora las distorsiones que – como todo precio mínimo por encima del de equilibrio – generaría en los mercados laborales de esta nueva era de la automatización. Imponer ingresos mínimos en una era como la actual, rompe con su tendencia característica de creación de nuevos empleos y alta movilidad laboral (ver Lampadia: Automatización demandará nuevos empleos y habilidades). En ese sentido, una política de buenas intenciones que pretendía proteger a los más vulnerables podría terminar condenándolos a percibir tal ingreso mínimo si las empresas eventualmente no pueden afrontarlo.

En contraste, consideramos que las medidas laborales que debieran acometerse en EEUU son aquellas que permitan aprovechar para bien esta nueva ola tecnológica proveniente de la Cuarta Revolución Industrial (4IR). Estas tienen que ver con simplificar y volver menos onerosos los marcos tributarios y hacer más amigable la contratación de empleo, de manera que las empresas puedan enfrentar satisfactoriamente esta nueva demanda de trabajos que surgirán en los próximos años. De no llevarlas a cabo, el boom del empleo que actualmente acontece en el país americano podría ya no ser sostenible en el tiempo.

Algo que Acemoglu no toca, es que pasaría con la diferencia de ingresos entre países, o peor, la situación de los pobres de los países emergentes. Algo que no puede solucionarse con UBIs. Por eso, la humanidad tiene que apostar por dinamizar el empleo o los trabajos individuales, para albergar, en vidas dignas, a la población. Lampadia

¿Por qué el ingreso básico universal es una mala idea?

7 de junio, 2019
Daron Acemoglu
Project Syndicate
Traducido y glosado por Lampadia

Siempre se debe tener cuidado con las soluciones simples para problemas complejos, y el ingreso básico universal no es una excepción. El hecho de que esta respuesta a la automatización y la globalización haya sido recibida con tal entusiasmo indica una ruptura no en el sistema económico, sino en la política democrática y la vida cívica.

Debido a la insuficiencia de la red de seguridad social en los EEUU y otros países desarrollados, las propuestas para un ingreso básico universal (en adelante, UBI) están ganando popularidad. La brecha entre los ricos y todos los demás se ha ampliado significativamente en los últimos años, y muchos temen que la automatización y la globalización la amplíen aún más.

Para estar seguro, si la única opción es entre el empobrecimiento masivo y una UBI, es preferible una UBI. Tal programa permitiría a las personas gastar su dinero en lo que más valoran. Se crearía un amplio sentido de propiedad y un nuevo electorado para sacudir el sistema de la política de grandes cantidades de dinero. Los estudios sobre programas de transferencia condicional de efectivo en economías en desarrollo han encontrado que tales políticas pueden empoderar a las mujeres y otros grupos marginados.

Pero la UBI es una idea defectuosa, entre otras cosas porque sería prohibitivamente costosa a menos que estuviera acompañada de profundos recortes en el resto de la red de seguridad. En los EEUU (Población: 327 millones), un UBI de solo US$ 1,000 por mes costaría alrededor de US$ 4 trillones por año, lo que se aproxima a todo el presupuesto federal en 2018. Sin grandes ahorros de costos, los ingresos fiscales de los EEUU tendrían que duplicarse, lo que impondría enormes costos de distorsión a la economía. Y, no, un UBI permanente no podría financiarse con deuda del gobierno o moneda recién impresa.

Sacrificar todos los demás programas sociales por un UBI es una idea terrible. Tales programas existen para abordar problemas específicos, como la vulnerabilidad de los ancianos, los niños y las personas con discapacidad. Imagine vivir en una sociedad donde los niños todavía pasan hambre, y donde aquellos con problemas de salud se ven privados de la atención adecuada, porque todos los ingresos fiscales se destinaron al envío de cheques mensuales a todos los ciudadanos, millonarios y multimillonarios incluidos.

Aunque UBI es un buen eslogan, es una política mal diseñada. La teoría económica básica implica que los impuestos sobre el ingreso son distorsionadores en la medida en que desalientan el trabajo y la inversión. Además, los gobiernos deberían evitar las transferencias a las mismas personas de quienes obtienen los ingresos, pero eso es precisamente lo que haría el UBI. En los EEUU, por ejemplo, alrededor de tres cuartas partes de los hogares pagan al menos algunos impuestos federales sobre la renta o la nómina, y una proporción aún mayor paga los impuestos estatales.

Además, ya se ofrece una política más sensata: un impuesto a la renta negativo, o lo que a veces se denomina “ingreso básico garantizado”. En lugar de darles a todos US$ 1,000 por mes, un programa de ingreso garantizado ofrecería transferencias solo a las personas cuyo ingreso mensual es por debajo de US$ 1,000, por lo que se cobra una mera fracción del costo de un UBI.

Los defensores del UBI argumentarían que los programas de transferencia no universales son menos atractivos porque los votantes no los aceptarán con entusiasmo. Pero esta crítica es infundada. El ingreso básico garantizado es tan universal como el seguro nacional de salud, que no imparte pagos mensuales a todos, sino que beneficia a cualquiera que haya incurrido en costos médicos. Lo mismo se aplica a los programas que garantizan incondicionalmente el apoyo a las necesidades básicas, como los alimentos para las personas con hambre y el seguro de desempleo para los desempleados. Tales políticas son ampliamente populares en los países que las tienen.

Finalmente, gran parte del entusiasmo por el UBI se basa en una mala interpretación de las tendencias de empleo en las economías avanzadas. Contrariamente a la creencia popular, no hay evidencia de que el trabajo tal como lo conocemos desaparezca pronto. La automatización y la globalización son, de hecho, trabajos de reestructuración, eliminando ciertos tipos de empleos y aumentando la desigualdad. Pero en lugar de construir un sistema en el que una gran parte de la población reciba folletos, deberíamos adoptar medidas para alentar la creación de empleos de “clase media” con una buena paga, al mismo tiempo que fortalecemos nuestra red de seguridad social. UBI no hace nada de esto.

En los EEUU, los objetivos principales de la política deben ser la atención médica universal, beneficios de desempleo más generosos, programas de capacitación mejor diseñados y un crédito tributario por ingreso del trabajo (en adelante, EITC) ampliado. El EITC ya funciona como un ingreso básico garantizado para trabajadores de bajos salarios, cuesta mucho menos que un UBI y alienta directamente el trabajo. Por el lado de los negocios, reducir los costos indirectos y los impuestos sobre la nómina que los empleadores pagan por la contratación de trabajadores estimularía la creación de empleos, también por una parte del costo de un UBI. Con salarios más altos para evitar que los empleadores se monten libremente en los créditos fiscales de los trabajadores, un EITC ampliado y una reducción de los impuestos sobre la nómina contribuirán en gran medida a crear empleos que valgan la pena en todos los niveles de la distribución del ingreso.

Igualmente importante, estas soluciones aprovechan la política democrática. No se puede decir lo mismo de un UBI, que se lanza en paracaídas desde arriba como una forma de aplacar a las masas descontentas. Ni faculta ni siquiera consulta a las personas a las que pretende ayudar. (¿Los trabajadores que han perdido sus empleos de clase media quieren transferencias del gobierno o la oportunidad de conseguir otro empleo?) Como tales, las propuestas de UBI tienen todas las características del “pan y los circos” utilizados por los imperios romano y bizantino: folletos para desactivar descontento y apacigua a las masas, en lugar de brindarles oportunidades económicas y agencia política.

En contraste, el estado de bienestar social moderno que ha servido tan bien a los países desarrollados no fue transmitido por magnates y políticos. Su objetivo era proporcionar tanto un seguro social como oportunidades a las personas. Y fue el resultado de la política democrática. La gente común hizo demandas, se quejó, protestó y se involucró en la formulación de políticas, y el sistema político respondió. El documento fundador del Estado de bienestar británico, el Informe Beveridge de la Segunda Guerra Mundial, fue tanto una respuesta a las demandas políticas como a las dificultades económicas. Se buscó proteger a los desfavorecidos y crear oportunidades, al mismo tiempo que se fomentaba la participación ciudadana.

Muchos problemas sociales actuales están arraigados en nuestro abandono del proceso democrático. La solución no es botar suficientes migajas para mantener a las personas en casa, distraídas y pacificadas. Más bien, necesitamos rejuvenecer la política democrática, impulsar la participación cívica y buscar soluciones colectivas. Solo con una sociedad movilizada y políticamente activa podemos construir las instituciones que necesitamos para compartir la prosperidad en el futuro, mientras protegemos a los más desfavorecidos entre nosotros. Lampadia

Daron Acemoglu
Daron Acemoglu, profesor de economía en MIT, es coautor (con James A. Robinson) de Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty y The Narrow Corridor: States, Societies, and Fate of Liberty (Próximamente de Penguin Press en setiembre de 2019).




La economía 2016 – 2021 según la Cámara de Comercio de Lima

La economía 2016 – 2021 según la Cámara de Comercio de Lima

Tenemos que felicitar a la Cámara de Comercio de Lima (CCL) por cumplir su rol, como parte de la clase dirigente peruana, al publicar sus propuestas sobre las necesarias políticas públicas que debiera adoptar el próximo gobierno. Esto distingue a esta institución del paulatino, pero constante, alejamiento del debate nacional de gran parte de la clase dirigente, ya sea que corresponda al ámbito empresarial, sindical, académico o intelectual.

Como hemos dicho anteriormente, “el Perú es un país en construcción y todos debemos poner ladrillos”. Si a esto agregamos el signo de los tiempos, la ‘cuarta revolución industrial’, pues tendríamos que profundizar nuestra participación en el debate nacional. Sin embargo, durante los últimos años, en paralelo a la recuperación de nuestra economía, muchos se están desentendiendo de sus responsabilidades de liderazgo. No se trata de que los líderes institucionales se avoquen a recorrer los medios de comunicación, de lo que se trata es que promuevan el intercambio de ideas, que se formen ‘think tanks’, que se refuercen los partidos políticos, que se vuelquen a las regiones a llevar más información y conocimiento del mundo de nuestros días. En fin, no perdamos las esperanzas. Mientras tanto, revisemos el valioso documento de la CCL.   

El Instituto de Economía y Desarrollo Empresarial (IEDEP) de la CCL presentó hace pocos días el libro “Perú Programa Económico 2016 – 2021”, que  propone una serie de medidas para reducir la pobreza e incrementar el empleo en el próximo quinquenio, para recuperar el tiempo perdido en los últimos años.

El objetivo de este libro (y su presentación publicada en Lampadia: Programa económico 2016 – 2021) es permitirle al Perú alcanzar y sostener tasas altas de crecimiento y enrumbar al Perú hacia el logro de estándares de vida y bienestar propios de los países del primer mundo.

La CCL afirma que si el Perú creciera alrededor de 4% o más anualmente durante los próximos cinco años (el periodo de 2016-2021) se podrían reducir los altos índices de informalidad, subempleo y pobreza en el país

En la presentación del libro, César Peñaranda, Director Ejecutivo de la CCL, indicó que, con una tasa de crecimiento de casi 5%, el PBI per cápita mejoraría de US$13,563 (con un crecimiento promedio de 3%) a US$15,518, lo cual llevaría a un aumento en el empleo y se reduciría la pobreza a 15.4%. Lo que queda claro es que debemos retomar nuestra senda de crecimiento ya que, una tasa de crecimiento de 3.26%, como la del 2015, no ha ayudado a enfrentar estos tres problemas claves.

“La pobreza es un problema de ingresos pues las personas en este nivel socioeconómico no generan los ingresos suficientes para mantener un nivel de vida aceptable”, explicó Peñaranda.

En Lampadia hemos insistido que nuestro crecimiento mínimo debiera ser de 5.5% anual, basados en las proyecciones del HSBC. Ver: The World in 2050 – From the Top 30 to the Top 100.

Peñaranda agregó que para mejorar la competitividad, aumentar la inversión privada e incrementar las exportaciones, con lo cual se tendría un mejor nivel de empleo, el próximo mandatario deberá, en los primeros años de gobierno, consolidar los fundamentos macroeconómicos y fortalecer las instituciones del Estado, las mismas que hoy en día representan un enorme costo económico por su actual debilidad.

Para establecer lo que él llama los “cimientos del crecimiento”, es necesario mantener la estabilidad macroeconómica garantizando la sostenibilidad fiscal y externa mediante 4 pilares: inflación, deuda externa privada, balance fiscal y balance de cuentas corrientes. Esto demanda racionalizar los gastos tributarios (eliminar exenciones y subsidios), focalizar el gasto social y mejorar su administración, a la par con aumentar la eficiencia y eficacia de la inversión pública. Propone impulsar los motores de crecimiento: inversión, productividad y exportaciones.

Entre las propuestas presentadas destacan la reducción de la inflación, del déficit fiscal y de la deuda privada en dólares, así como retomar la dinámica de las inversiones, sobre todo la privada, mejorando el ambiente de negocios, además de impulsar las exportaciones y la productividad.

Como dice Peñaranda, “en el Perú sobran los proyectos y lo que falta es generar certidumbre y confianza”. Efectivamente, nosotros hemos propuesto desarrollar ‘un shock productivo’ para poner en valor nuestros recursos naturales y generar empleo de calidad para todos los peruanos. (Ver: Nuestro potencial productivo supera las limitaciones coyunturales).

Nuestro potencial de crecimiento se encuentra aún intacto. Tenemos que aprovechar al máximo posible los próximos cinco años, no solo para recuperar el crecimiento, que es el camino al desarrollo integral, también, y con mayor sentido de urgencia, para tratar de nivelar hacia arriba el piso de nuestros pobres, para no alejarnos de la prosperidad que traerán las nuevas tecnologías a los países más desarrollados. El momento de actuar es ahora. La decisión está en nuestras manos, no dejemos de poner ladrillos. Lampadia