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Sobre cómo terminar la vida con mayor dignidad

El mundo de hoy se caracteriza por ser disruptivo, romper tabúes y mitos y desarrollar una conciencia sobre cosas que antes no se hablaban. Una de ellas, probablemente una de las más duras, es el tabú de hablar sobre la muerte. Esto está cambiando; lo cual, con el tiempo, ayudará a reducir la brecha entre lo que la gente quiere que suceda en los últimos días de sus vidas y lo que probable obtengan. Como argumenta un reciente editorial de The Economist titulado “Atención al final de la vida – Cómo tener una mejor muerte” , “aunque la muerte es inevitable, una mala muerte no lo es”.

The Economist describe que la paradoja de la medicina moderna es que las personas viven más tiempo y, sin embargo, con más enfermedades. Lamentablemente, la muerte rara vez es rápida o indolora. A menudo es traumática. Gran parte de la discusión durante el periodo de tratamiento se centra en la medicina, pero casi no se les pregunta a los pacientes lo que más importa: ¿hasta qué punto quieren luchar? ¿Qué decisiones quieren tomar al respecto?

En el mundo moderno en el que vivimos actualmente, la mayoría de las personas mueren en un hospital o en un hogar de ancianos, a menudo después de un tratamiento largo y agresivo. Muchos mueren solos, confundidos y con dolor. Esto debería cambiar.

Según el cuadro publicado por The Economist, los esfuerzos de los médicos para extender la vida no siempre se alinean con las prioridades de sus pacientes. Como se puede observar en el gráfico superior, vivir lo más posible fue considerado lo menos importante de las siete preguntas hechas a los encuestados de cuatro países.

Algunos de los extractos más importantes que menciona el artículo de The Economist son:

“Hasta el siglo XX, el ser humano promedio vivía tanto como un chimpancé. Hoy la ciencia y el crecimiento económico significan que ningún mamífero terrestre vive más tiempo que el humano.”

“Estas muertes medicalizadas no parecen ser lo que la gente quiere. (…) La mayoría de las personas en buena salud esperan que, cuando llegue el momento, mueran en casa. Quieren morir libres de dolor, en paz, y rodeados de seres queridos para quienes no son una carga.”

“Pero con demasiada frecuencia los pacientes reciben un tratamiento drástico a pesar de sus deseos. Casi siempre, cuando los médicos hacen “todo lo posible”, como han sido entrenados, no hablan sobre las preferencias de las personas o se aseguran que el pronóstico se entienda claramente.”

“Este periódico ha pedido la legalización de la muerte asistida por el médico, de modo que los enfermos en fase terminal pueden ser ayudados a terminar sus vidas si así lo desean.”

“La mayoría de los médicos ingresan a la medicina para ayudar a las personas a retrasar la muerte, no para hablar de su inevitabilidad. (…) Pero hay que hablar al respecto. Las conversaciones honestas y abiertas con los moribundos deben ser parte de la medicina moderna, como la prescripción de medicamentos o acomodar los huesos rotos. Una mejor muerte significa una vida mejor, hasta el final.”

En una entrevista de El País de España a Rita Levi-Montalcini (científica italiana, premio Nobel de Medicina y feminista), se le preguntó ¿Cuánto desearía vivir? Su respuesta fue muy llamativa:

El tiempo que funcione el cerebro. Cuando por factores químicos pierda la capacidad de pensar, dejaré dicho en mi testamento biológico que quiero ser ayudada a dejar mi vida con dignidad. Puede pasar mañana o pasado mañana. Eso no es importante. Lo importante es vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana.”

En diciembre de 1999, reabrió, junto al periodista Indro Montanelli, el debate sobre la eutanasia en Italia, al declarar públicamente su deseo de encontrar un médico, que llegado el momento, les ayudara a morir.

Tras una larga y fructuosa vida, el 30 de diciembre del 2012, Rita Levi-Montalcini falleció en su residencia de Roma a los 103 años de edad. No se dieron las causas de su muerte, aunque se asume que fue por causas naturales.

La verdad es que la ciencia continúa avanzando a pasos agigantados, prolongándonos la vida y brindándonos más tiempo con nuestros seres queridos. Sin embargo, la gran científica Levi-Montalcini y The Economist están de acuerdo que la calidad de vida es más importante que la duración de la misma. Lampadia

“Cuando ya no pueda pensar, quiero que me ayuden a morir con dignidad”

Entrevista de Miguel Mora
El País de España
Suplemento Domingo
19 de abril de 2009
Glosado por Lampadia

La investigadora italiana murió en Roma a los 103 años, en diciembre de 2012. Fuente: Twitter

“Decidí no casarme cuando era adolescente. Nunca habría obedecido a un hombre, como mi madre a mi padre”

Hasta los 100 años visitaba por las mañanas el European Brain Research Institute, el instituto que creó en Roma, y supervisaba los experimentos de “un grupo de estupendas científicas jóvenes, todas mujeres”, que siguen aprendiendo cosas sobre la molécula proteica llamada Factor de Crecimiento Nervioso (NGF), que ella descubrió en 1951 y que juega un papel esencial en la multiplicación de las células, y sobre el cerebro, su gran especialidad. “Son todas féminas, sí, y eso demuestra que el talento no tiene sexo. Mujeres y hombres tenemos idéntica capacidad mental”, dice.

Con ella estuvo, por 40 años, su mano derecha, Giuseppina Tripodi, con quien publicó un libro de memorias, La clepsidra de una vida, síntesis de su apasionante historia: su nacimiento en Turín dentro de una familia de origen sefardí, la decisión precoz de estudiar y no casarse para no repetir el modelo de su madre, sometida al “dominio victoriano” del padre; el fascismo y las leyes raciales de Mussolini que le obligaron a huir a Bélgica y a dejar la universidad; sus años de trabajo como zoóloga en Misuri (Estados Unidos), el premio en Estocolmo -“ese asunto que me hizo feliz pero famosa”-, sus lecturas y sus amigos (Kafka, Calvino, el íntimo Primo Levi), hasta llegar a sus últimos días.

Siguió viviendo a fondo, comía una sola vez al día y dormía tres horas. Su actitud científica y vital  fue de izquierdas. Pura cuestión de raciocinio, explicaba, porque la culpa de las grandes desdichas de la humanidad la tiene el hemisferio derecho del cerebro. “Es la parte instintiva, la que sirvió para hacer bajar al australopithecus del árbol y salvarle la vida. La tenemos poco desarrollada y es la zona a la que apelan los dictadores para que las masas les sigan. Todas las tragedias se apoyan siempre en ese hemisferio que desconfía del diferente”.

Laica y rigurosa, apoyaba sin rodeos el testamento biológico y la eutanasia. Y no temía a la muerte. “Es lo natural, llegará un día pero no matará lo que hice. Sólo acabará con mi cuerpo”. Para su centenario, la profesora no quiso regalos, fiestas ni honores. Ese día dio una conferencia sobre el cerebro.

Pregunta. ¿Cómo es la vida a los cien años?

Respuesta. Estupenda. Sólo oigo con audífono y veo poco, pero el cerebro sigue funcionando. Mejor que nunca. Acumulas experiencias y aprendes a descartar lo que no sirve.

P. ¿Recuerda el momento en que decidió estudiar? ¿Qué dijo su padre?

R. Era el periodo victoriano. Mi padre era una persona de gran valor intelectual y moral, pero un victoriano. Desde niña estaba contra eso, porque veía a mi padre dominar todo, y decidí que no quería estar en un segundo plano como mi madre, a la que adoraba. Él me dijo: “No lo apruebo pero no puedo impedírtelo”.

P. ¿Qué momentos de su vida han sido más emocionantes?

R. El descubrimiento que hice, que hoy es más importante que entonces. Cuando cada experimento confirmaba mi hipótesis, que iba completamente contra los dogmas de ese tiempo, viví momentos emocionantes. Quizás el más emocionante. Por el resto, el reconocimiento de Estocolmo me dio mucho placer, claro, pero fue menos emocionante.

P. Su tesis demostró que, de los dos hemisferios del cerebro, uno está menos desarrollado que el otro.

R. Sí, el cerebro límbico, el hemisferio derecho, no ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente, todavía hoy predomina sobre el otro. Todo lo que pasa en las grandes tragedias se debe al hecho de que este cerebro arcaico domina al de la verdadera razón. Por eso debemos estar alerta. Hoy puede ser el fin de la humanidad. En todas las grandes tragedias se camufla la inteligencia y el razonamiento con ese instinto de bajo nivel. Los regímenes totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el razonamiento. El peligro es que aquello que salvó al australopithecus cuando bajó del árbol siga predominando.

P. En cien años usted ha conocido esos totalitarismos. ¿Cómo se puede evitar que vuelvan?

R. Hay que comenzar en la infancia, con la educación. El comportamiento humano no es genético sino epigenético, el niño de dos o tres años asume el ambiente en el que vive, y también el odio por el diferente y todas esas cosas atroces que han pasado y que pasan todavía.

P. ¿Qué aprendió de sus padres? ¿Qué valores le transmitieron?

R. Lo más importante era comportarse de una manera razonable, saber lo que vale de verdad. Tener un comportamiento riguroso y bueno, pero sin la idea del premio o el castigo. No existía la idea del cielo y el infierno. Éramos religiosos, pero la actitud ante la vida no tenía que ver con la religión. Existía el sentido del deber, pero sin compensación post mortem. Debíamos comportarnos bien, eso era una obligación. Entonces no se hablaba de genética, pero era ese espíritu. Sin premio ni miedo.

P. Su origen es sefardí. ¿Hablaban español en casa?

R. No, nunca tuvimos mucha relación con esa lengua. Sabíamos que veníamos de la parte sefardí y no de la askenazi, pero no se hablaba de ello, no nos importaba mucho ser de una u otra. Spinoza me hacía feliz, era un gran referente cultural, y todo lo que sabíamos procedía de los grandes pensadores hebreos, pero no había un sentido de orgullo, de ser mejores, nunca pensamos así. Me sentí siempre judía e italiana, las dos cosas al 100%. No veía dificultad en eso.

P. ¿Cómo ve a Italia hoy?

R. Tiene un fortísimo capital humano, capacidad innovadora y de convivencia, orgullo del pasado, y no se siente demasiado afectada por las cosas negativas, como la mafia. Siempre sentí que era un país del que era una suerte formar parte y haber nacido. Ser italianos era parte de nosotros, nadie nos preguntaba si éramos italianos o no. También era una suerte ser judía. No conocí la Biblia, no tuve una educación religiosa, y me reflejaba en el capital artístico y moral italiano y judío. No pertenecí a una pequeña minoría perseguida, sabía que eso ocurría, pero no me sentía parte de ello. Desde niña me sentía igual que los demás. Cuando me preguntaban “¿cuál es tu religión?”, contestaba: “Yo, librepensadora”, y nadie sabía qué era eso. Y tu padre qué es: ingeniero.

P. ¿Cómo vivió el fascismo?

R. No siento rencor personal. Sin las leyes raciales, que determinaron que los judíos éramos una raza inferior, no hubiera tenido que recluirme en mi habitación para trabajar, en Turín y luego en Asti. Pero nunca me sentí inferior.

P. ¿Así que no sintió miedo?

R. Miedo, no; desprecio y odio sí, netamente por Mussolini. A mi profesor Giuseppe Levi lo seguí paso a paso y era feliz por lo que él valientemente osaba hacer y decir. Nunca sentí la persecución porque mis compañeros de universidad católicos me consideraban igual. Y no tuve sensación de peligro. Cuando empezaron las persecuciones, eran tan inmundas las cosas que se decían que no me daba por aludida. Estaba ya licenciada en 1936, había estudiado con Renato Dulbecco, católico, y Salvatore Luria, judío, y no tenía sensación de ser distinta.

P. ¿Cree que hay peligro de que vuelva el fascismo?

R. Sí, en los momentos críticos prevalece más la componente instintiva del cerebro, que se camufla de raciocinio y anima a los jóvenes a razonar como si fueran parte de una raza superior.

P. ¿Qué piensa del poder que tiene la Iglesia? ¿Es demasiado?

R. Sí. Fui la primera mujer admitida en la Academia Pontificia y tuve una buena relación con Pablo VI y con Wojtyla, también con Ratzinger, aunque menos profunda que con Pablo VI, al que estimaba mucho. No la tuve en cambio con aquel considerado el Papa Bueno, Roncalli (Juan XXIII), que para mí no era bueno, porque era muy amigo de Mussolini y cuando comenzaron las leyes antifascistas dijo que había hecho un gran bien a Italia.

P. ¿Ha cambiado mucho su pensamiento a lo largo de la vida?

R. Poco, poco. Siempre pensé que la mujer estaba destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza física y no por la mental. Y con la fuerza física puedes ser maletero, pero no un genio. Lo pienso todavía.

P. ¿Le importó alguna vez la gloria?

R. Para mí, la medicina era la forma de ayudar a los que no tenían la suerte de vivir en una familia de alto nivel cultural como la mía. Esa línea recta no ha cambiado. La actividad científica y la social son la misma cosa. La ayuda a las mujeres africanas y la medicina son lo mismo.

P. ¿El cerebro sigue siendo un misterio?

R. No. Ahora es mucho menos misterioso. El desarrollo de la ciencia es formidable, sabemos cómo funciona desde el lado científico y tecnológico. Su estudio ya no es un privilegio de los expertos en anatomía, fisiología o comportamiento. Los anatomistas no han hecho gran cosa, quitando algunos. Ahora ya no hay barreras. Físicos, matemáticos, informáticos, bioquímicos y biomoleculares, todos aportan cosas nuevas. Y eso abre posibilidades a nuevos descubrimientos cada día. Yo misma, a los 100 años, sigo haciendo descubrimientos que creo importantes sobre el funcionamiento del factor que descubrí hace más de 50 años.

P. ¿Hará fiesta de cumpleaños?

R. No, me gustaría ser olvidada, ésa es mi esperanza. No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir…

P. Díganos el secreto.

R. La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte, porque la muerte no nos golpea a nosotros sino a nuestro cuerpo, y los mensajes que uno deja persisten. Cuando muera, solo morirá mi pequeñísimo cuerpo.

P. ¿Está preparada?

R. No hace falta. Morir es lógico.

P. ¿Cuánto desearía vivir?

R. El tiempo que funcione el cerebro. Cuando por factores químicos pierda la capacidad de pensar, dejaré dicho en mi testamento biológico que quiero ser ayudada a dejar mi vida con dignidad. Puede pasar mañana o pasado mañana. Eso no es importante. Lo importante es vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana.

En 1986 ella y Stanley Cohen recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Fuente: Woman Essentia

Premios recibidos por Rita Levi-Montalcini

  • En 1968 fue la décima mujer elegida como miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos
  • En 1983 recibió, junto a Stanley Cohen y a Viktor Hamburger, el premio Louisa Gross Horwitz en Biología y Bioquímica de la Universidad de Columbia.
  • En 1986 ella y Stanley Cohen recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina.
  • En 1987 Medalla Nacional de la Ciencia, máximo reconocimiento de la comunidad científica estadounidense.
  • En 2001 fue designada senadora vitalicia por el presidente de la república italiana Carlo Azeglio Ciampi.
  • En 2006 se le otorgó el doctorado honoris causa en ingeniería biomédica en el Politécnico de Turín, en su ciudad natal.
  • En 2008 recibió el grado de doctora honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid.
  • En 2011 investida doctora “honoris causa” por la Universidad McGill.

Fuente: Wikipedia

Cumpliendo 100 años. Fuente: RTVE.es

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