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La felicidad de los peruanos

La Cuadratura del Círculo es un espacio producido por Infraestructura Institucionalidad y Gestión – IIG, con la colaboración de Lampadia como media partner.

Presentamos el siguiente video sobre la felicidad de los peruanos.

Participa como invitado Jorge Yamamoto, profesor principal de la PUCP, junto con Jaime de  Althaus, Gonzalo Prialé y Sebastián Otero, asociados de IIG.

Las opiniones vertidas no necesariamente representan la opinión institucional de IIG sobre los temas tratados.




¿Hemos progresado o seguimos igual?

La economía, el desarrollo social y la reducción de la pobreza son un aspecto importante del mundo en el que vivimos; sin embargo, la percepción de los hechos presenta aún muchas dudas.

Es en este contexto que Rafael Rincón-Urdaneta, en su artículo para la Fundación para el Progreso (FPP), plantea que nuestra sociedad, como un todo, ha progresado mucho en los últimos años, en los aspectos más importantes, y lo presenta de la siguiente manera:

“A grandes rasgos, el progreso implica una forma de hacer las cosas mejor. Es mejora, avance. Es sanarnos mejor, construir mejor, alimentarnos mejor, aprender mejor, trabajar mejor. Y aunque haya vaivenes, tropiezos, «retrocesos» temporales, imperfecciones y desafíos pendientes o sin solución a la vista, la tendencia general se mueve en sentido positivo. «Mejor» es la clave, no «perfecto», «definitivo» o «total».”

Comúnmente se dice que el mundo ha desmejorado en los últimos años, que se está destruyendo todo por lo que se quiso avanzar tanto en el último siglo y la sociedad en sí misma no ha cambiado para nada.

Pero la evidencia dura dice otra cosa. La realidad muestra un progreso muchas veces pasado por alto entre tanto pesimismo; este resalta las mejoras en muchos aspectos de la vida y trata de explicar dicha mejoría en hechos fehacientes.

Rincón-Urdaneta plantea un concepto simple para entender la compleja idea del progreso. Este concepto se basa en siempre preferir lo que lógicamente va a ser mejor para uno; desde salud y enfermedad hasta abundancia.

Como explica Steven Pinker en su libro sobre la ilustración, ahora vivimos más tiempo y en mejores condiciones (con una mayor expectativa y calidad de vida). Con respecto a la expectativa de vida, si en el mundo pre-moderno y pobre esta rondaba los 31 años en todas las regiones del mundo, y los 40 a mediados del siglo XIX, que hoy se ubique en el orden de los 72 años según en Banco Mundial significa que se ha duplicado. Y en algunos casos más que eso.

Ver en Lampadia:

En defensa del progreso
Fundación para el Progreso (FPP)

Agosto 2019
Rafael Rincón-Urdaneta Z.

¿Por qué las personas tienen tan distintos diagnósticos y opiniones sobre el estado del mundo y el progreso de la humanidad? ¿Qué conceptos, criterios e ideas pueden ayudar a lograr una evaluación más precisa y una reflexión más inteligente sobre nuestro porvenir, apartando los prejuicios y combatiendo la ignorancia para aproximarnos más racionalmente a la realidad? Esta serie de Rafael Rincón-Urdaneta Z., Director de Estrategia y Asuntos Globales de FPP, ha sido elaborada con vocación de sentido común y pensamiento crítico. Y propone algunas claves útiles para estudiantes, profesores, analistas y líderes, entre otros. En esta primera entrega comprenderemos, de la manera más sencilla, sin laberintos innecesarios, qué es progreso y qué no lo es. Así de simple.

«Este mundo no tiene remedio», dijo mi amigo Carlo mientras examinaba cuidadosamente su espresso con actitud de catador experto. Buen italiano… exigente y finísimo para el café. «Siamo tutti fottuti» —estamos todos fregados—, soltó resignado antes de tomar el primer sorbo y aprobar el producto con una expresión de satisfacción inesperada, como si el café servido en aquel sencillo lugar hubiera superado sus modestas expectativas. «¿Por qué, Carlo, tan pesimista?», le pregunté. «Senti, Raffaello… mira mi país, una mer∂@#*. Mira las noticias del mundo, mira la violencia… no sabemos si llega ahora un maledetto terrorista y nos mata aquí mismo. Mira el cambio climático, el calentamiento global. Mira todo el desastre. ¡No hemos avanzado nada! Un caz#@*». «No lo veo así, Carlo», le respondí. Y empecé a contarle sobre mi visión de las cosas y mi positivo balance del progreso del mundo. Le hablé de los espectaculares avances, de los colosales desafíos y de las oportunidades. También de los riesgos, claro. Porque los hay.

¿Cómo personas tan similares en cuanto a disponibilidad de medios, conexiones personales, amigos, estudios y acceso a información pueden tener tan distantes diagnósticos y opiniones sobre la misma cosa? ¿Subjetividades? ¿Diferencias ideológicas? ¿Visiones parciales, incompletas, que no dialogan ni se encuentran? Supongo que algo de eso puede haber.

Seguramente se podría redactar un tratado de muchas páginas, lleno de explicaciones rebuscadas y asombrosas —filosofía incluida, con griegos, grandes obras y tal—, para analizar el asunto. Pero hagámoslo más simple; hay algunas ideas útiles y prácticas que, sin tanto laberinto y con sentido común, nos pueden ayudar a percibir y entender mejor el mundo. Para esto es preciso poner a raya las ideas preconcebidas, la ideología, el pesimismo excesivo y el ingenuo optimismo.

Propongo considerar dos elementos que me parecen importantes y necesarios. El primero es el de los criterios de análisis. Una discusión como la que estamos planteando puede ser agotadora, inconducente y frustrante si no se comparten criterios básicos. El segundo es el de la idea misma de progreso, con ciertas nociones que conforman el concepto. Pero antes, pongámonos de acuerdo, aunque sea «mínimamente», en qué es progreso y qué no lo es.

A grandes rasgos, el progreso implica una forma de hacer las cosas mejor. Es mejora, avance. Es sanarnos mejor, construir mejor, alimentarnos mejor, aprender mejor, trabajar mejor. Y aunque haya vaivenes, tropiezos, «retrocesos» temporales, imperfecciones y desafíos pendientes o sin solución a la vista, la tendencia general se mueve en sentido positivo. «Mejor» es la clave, no «perfecto», «definitivo» o «total».

El progreso, así de simple

Se supone que esta debería ser la parte más difícil y tortuosa de este escrito. Aquí habría que proveer enfáticas aclaraciones y advertencias sobre la subjetividad y sobre lo culturalmente relativo que puede ser determinar qué es progreso y qué no. Sin embargo, Steven Pinker, el conocido psicólogo y autor canadiense-estadounidense, nos hace un grandísimo favor en su último libro, En defensa de la ilustración, al presentar la pregunta como una de las más fáciles de responder. Y así procede:

«La mayor parte de la gente está de acuerdo en que la vida es mejor que la muerte. La salud es mejor que la enfermedad. El sustento es mejor que el hambre. La abundancia es mejor que la pobreza. La paz es mejor que la guerra. La seguridad es mejor que el peligro. La libertad es mejor que la tiranía. La igualdad de derechos es mejor que la intolerancia y la discriminación. El alfabetismo es mejor que el analfabetismo. El conocimiento es mejor que la ignorancia. La inteligencia es mejor que la insensatez. La felicidad es mejor que la miseria. Las oportunidades para disfrutar de la familia, de los amigos, de la cultura y de la naturaleza son algo mejor que el trabajo penoso y la monotonía».

Esto significa que Radoslav no quisiera morir, sino vivir y disfrutar la vida. La mayoría de los japoneses o coreanos, sino todos, quiere estar saludable. Gustosos pagamos más por la comida light o por productos orgánicos porque sabemos —o suponemos— que nos harán mejor que la chatarra. A los franceses y a los italianos, de Gaël a Chiara, les gusta comer bien, no solo por placer —en eso son maestros— sino porque necesitan alimentarse. Silvia, que viene de una familia muy humilde, trabaja duro para ganar dinero porque le parece, por experiencia propia, que la abundancia es bastante mejor que la pobreza. Xi, que es chino, opina exactamente lo mismo. Refugiados musulmanes, cristianos y kurdos han huido de la guerra y la crueldad en zonas difíciles de Oriente Medio, y se han dirigido, en la medida de sus posibilidades, a países que consideran más pacíficos, seguros y prósperos, o incluso más libres. Eso hicieron Sultan y Salma con su familia cuando se fueron a Alemania. En general, aceptamos, aunque sea a regañadientes y fastidiados, someternos a controles incómodos en los aeropuertos porque valoramos la seguridad, ¿verdad? Los venezolanos han emigrado masivamente, como nunca antes en la historia, no solo huyendo del hambre, la enfermedad y el crimen, sino también de la tiranía. Y han ido a países de muy objetiva superioridad en términos de desempeño político, económico y social, como Chile, Estados Unidos, España o Colombia. Omar, un joven gay de origen egipcio, es activista por la no discriminación de personas como él. Todos queremos que nuestros hijos estudien para que no sean ignorantes y nos enorgullecemos cuando dan muestras de inteligencia. Existe un conocido índice de la felicidad y las evaluaciones más prestigiosas de ambiente de trabajo consideran cuán agradables son nuestras tareas y cuán amigables son nuestras empresas, jefes y labores con la vida familiar o el esparcimiento. Al fin y al cabo, por muy diferentes que seamos los seres humanos en algunos sentidos, pertenecemos a la misma especie… ¿o no?

Todo esto que hemos listado puede incluso medirse con aceptable precisión. Si los valores han evolucionado positivamente en el tiempo, ha habido progreso. Si se han estancado, no. Si han retrocedido, es una señal de que algo no anda bien. Así de sencillo. Hay complicaciones realmente innecesarias y absurdas que chocan con la vocación práctica y la acción oportuna y efectiva para resolver problemas.

Quizás uno de los indicadores más completos —y mundialmente reconocido— es el de la expectativa de vida. ¡Son tantos los avances y las cosas buenas que se necesitan para vivir más años! Salud, seguridad, servicios básicos, etcétera. No hay medicinas y hospitales, te mueres o vives mal… sufres. ¿No hay seguridad ni paz? Pues es más alta la probabilidad de que mueras, quizás trágicamente, abaleado o acuchillado. Si no hay servicios básicos (buenos) como electricidad o agua potable, te enfermas y —adivina— estiras la pata por insalubridad… o vives menos años y en condiciones de salud deplorables, con bichos indeseables en el organismo. No es exageración. Es aún la realidad de millones, que por fortuna suman hoy muchos menos que hace décadas atrás gracias al progreso.

Con respecto a la expectativa de vida, si en el mundo premoderno y pobre esta rondaba los 31 años en todas las regiones del mundo, y los 40 a mediados del siglo XIX, que hoy se ubique en el orden de los 72 años según en Banco Mundial significa que se ha duplicado. Y en algunos casos más que eso.

Siempre que he expuesto mi defensa del progreso de la humanidad en estos términos, casi automáticamente saltan objeciones que acusan una visión demasiado materialista o de «mínimos moralmente inaceptables» (olvidando que la mayor parte de la humanidad hace tiempo vivía con menos de ese mínimo o al filo). Lo material no es todo en la vida… hay otras cosas, dicen. Bromeando pesada e irónicamente respondo que es mejor lamentar las carencias espirituales vestido de Brioni y comiendo caviar de esturión albino de Beluga que hacerlo desnudo, hambriento y con frío. Sin duda.

Pero, ahora seriamente, nótese que los elementos que ha expuesto Pinker son esencialmente humanos y bastante básicos, algunos ciertamente «mínimos» y de implicancias materiales. Sin embargo, son a la vez literalmente vitales, como la salud, la alimentación o la seguridad. No se consideran aquellos asociados a la religión, a lo romántico o a las virtudes aristocráticas, como la salvación, la gracia, la sacralidad, el heroísmo, el honor, la gloria, la autenticidad. Aunque pueden muchos de estos valores trascendentales ser loables, elevados y preciosos, es demasiado fácil ensalzarlos en lo abstracto, como dice Pinker. Y lo cierto es que las personas ponen sus prioridades en la vida, la salud, la seguridad, el sustento o el alfabetismo por una razón que no debería requerir recordatorio ni explicación: son necesarios —requisitos imperativos— para todo lo demás.

Si esto no fuese así, y si no hubiese un consenso global extenso y razonable sobre las prioridades humanas, habría sido bastante difícil —o irremediablemente imposible— que 189 miembros de Naciones Unidas, en septiembre del año 2000, se hubiesen puesto de acuerdo en los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio: Erradicar la pobreza extrema y el hambre; Lograr la enseñanza primaria universal; Promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer; Reducir la mortalidad infantil; Mejorar la salud materna; Combatir VIH/SIDA, paludismo y otras enfermedades; Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente; y Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.

¿Ha habido progreso en esto? El hoy famoso y profusamente referido Informe 2015 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio resume textualmente así los resultados, 15 años después del lanzamiento del desafío:

  • A nivel mundial, la cantidad de personas que viven en pobreza extrema se ha reducido en más de la mitad.
  • La cantidad de personas de la clase media trabajadora que vive con más de 4 dólares por día se ha triplicado entre 1991 y 2015.
  • El porcentaje de personas con nutrición insuficiente en las regiones en desarrollo cayó a casi la mitad desde 1990.
  • La cantidad de niños en edad de recibir enseñanza primaria que no asistió a la escuela cayó a casi la mitad a nivel mundial.
  • La tasa mundial de mortalidad de niños menores de 5 años ha disminuido en más de la mitad.
  • Desde 1990, la tasa de mortalidad materna ha disminuido en un 45% a nivel mundial.
  • Se han evitado más de 6,2 millones de muertes causadas por paludismo entre los años 2000 y 2015, principalmente de niños menores de 5 años de edad en África subsahariana.
  • Las nuevas infecciones del VIH disminuyeron en aproximadamente 40% entre 2000 y 2013.

Algunos de estos números o hechos nos parecen insuficientes, demasiado modestos… ¡Cuatro dólares al día! ¡Ir a la escuela! ¡Sobrevivir al paludismo! Pensemos que para millones de personas —lejanas, que viven realidades para nosotros desconocidas y que por tanto no percibimos igual— tales registros reflejan un cambio sustancial en sus vidas. En incontables casos es un cambio que hace la diferencia real entre morir de hambre o de enfermedad y vivir, además con la esperanza de seguir avanzando con sus familias.

Pese a esto, la mayoría de la gente, como mi amigo Carlo, dice que el mundo está cada vez peor, que la pobreza aumenta, que hay más muerte, que todo está yéndose a los mismísimos predios del Demonio. Una encuesta, que no es representativa del planeta ni nada por el estilo, pero que sí es interesante por la abrumadora inclinación al pesimismo, fue referida por el diario británico The Guardian en enero de 2015, revelando que 71% de los consultados dijo que el mundo estaba cada vez peor y solo 5% —¡Solo 5%! — que estaba mejorando.

Para ratificar lo que estamos explicando, y en la misma línea de qué es progreso y dónde podemos verlo, en septiembre de 2015 Naciones Unidas lanzó una nueva agenda con los objetivos y las metas específicas que deben alcanzarse para 2030. Los tres primeros objetivos agrupan, nada más y nada menos, el Fin de la pobrezaHambre cero y Salud y bienestar Y se añaden 14 más que van desde la Educación de calidad hasta las Alianzas para lograr los objetivos, pasando por Agua limpia y saneamiento; Trabajo decente y crecimiento económicoCiudades y comunidades sosteniblesAcción por el clima y Paz, justicia e instituciones sólidas. Se podrían cuestionar matices, ideas o políticas propuestas y derivadas de estas iniciativas si se quisiera, pero claramente hay bastante acuerdo en cuanto a qué es importante y qué es progreso.

Hay decenas de estadísticas y estudios prestigiosos, de organizaciones e instituciones tan diversas como el Banco Mundial, Naciones Unidas, think tanks y universidades. Los hay de todo énfasis y perspectivas, con metodologías variadas. Podríamos hilar aún mucho más fino, hablar de las tareas pendientes. Con todo, ratificaremos que el progreso general, a fin de cuentas, es muy real y medible en lo más importante. Y que sí podemos hacernos una idea de cómo estamos y de cómo vamos (nada mal, por cierto). Que lo ignoremos o que no aparezca en grandes titulares en los medios no significa que no esté allí, a la vista, en cada centímetro cuadrado y segundo de nuestras vidas, al punto de que, para muchos de nosotros, es parte de la normalidad. En esta ocasión hemos solo visto los hechos más grandes, emblemáticos y obvios. Que algunos intelectuales o políticos enturbien los análisis con torceduras argumentativas, falacias, exceso de condimentación ideológica o eslóganes no cambia lo que la evidencia dice. Es en este momento cuando se requieren criterios claros e inteligentes, razón y conocimiento. Lampadia




La sicología en la economía

El ganador del premio Nobel de Economía de este año, Richard Thaler de la Universidad de Chicago, fue una elección polémica: Thaler es conocido por su búsqueda de la economía del comportamiento, que es el estudio de la economía desde la perspectiva de la sicología. Para muchos, la idea de que la investigación sicológica debe ser parte de la economía ha generado grandes debates durante años.

¿Qué es la economía del comportamiento?

El campo de la economía del comportamiento combina conocimientos de sicología y economía, y proporciona ‘insights’ valiosos sobre las personas que no se comportan en su propio beneficio. La economía del comportamiento proporciona un marco de análisis para comprender cuándo y cómo las personas cometen errores. Los errores sistemáticos o los sesgos se repiten de forma predecible en circunstancias particulares. Las lecciones de la economía del comportamiento se pueden usar para crear entornos que empujen a las personas hacia decisiones más sabias y vidas más saludables.

Esta rama de la economía surgió en el contexto del enfoque económico tradicional conocido como modelo de elección racional. Se supone que la persona racional analiza correctamente los costos y beneficios de sus decisiones o acciones, y calcula las mejores opciones para sí mismo. Se espera que la persona racional conozca sus preferencias (presentes y futuras), y nunca cambie de idea entre dos deseos contradictorios. Tiene un autocontrol perfecto y puede contener los impulsos que pueden impedirle alcanzar sus objetivos a largo plazo. La economía tradicional usa estos supuestos para predecir el comportamiento humano.

En contraste, la economía del comportamiento muestra que los seres humanos reales no actúan de esa manera. Las personas tienen capacidades cognitivas limitadas y una gran cantidad de problemas para ejercer el autocontrol. Las personas a menudo toman decisiones que tienen una relación mixta con sus propias preferenciasTienden a elegir la opción que tiene el mayor atractivo inmediato a costa de la felicidad a largo plazo, como consumir drogas y comer en exceso. Están profundamente influenciados por el contexto y, a menudo, tienen poca idea de lo que les gustaría lograr el próximo año o incluso mañana. Como afirma Daniel Kahneman (Premio Nobel de Economía), “parece que la economía tradicional y la economía del comportamiento están describiendo dos especies diferentes”.

La economía del comportamiento muestra que somos seres humanos excepcionalmente inconsistentes y falibles. Elegimos un objetivo y luego actuamos con frecuencia contra él, porque el problema de autocontrol no nos permite implementar nuestros objetivos.

¿Qué busca identificar?

Por lo tanto, la economía del comportamiento rastrea estos errores de decisión en el diseño de la mente humana. Los neurocientíficos argumentan que la mente consiste en muchas partes diferentes (procesos mentales), cada uno operando por su propia lógica. Thaler, en su libro “Misbehaving” observa que el cerebro está mejor representado por una organización de sistemas que interactúan entre sí. Una idea clave es que el cerebro es una suerte de democracia. Es decir, no hay un tomador de decisiones dominanteAunque el objetivo conductual de un individuo puede afirmarse como maximizar la felicidad, alcanzar ese objetivo requiere contribuciones de varias regiones cerebrales.

La economía del comportamiento intenta integrar la comprensión de los sicólogos del comportamiento humano en el análisis económico. En su libro, Thaler sugiere formas en que los responsables de las políticas pueden estructurar los entornos para facilitar mejores elecciones.

Pensiones como ejemplo

Los análisis sobre los ahorros para la jubilación. son probablemente la historia de mayor éxito de los economistas de la conducta. Es un problema prototípico de la economía del comportamiento, porque ahorrar para la jubilación es cognitivamente difícil: calcular cuánto ahorrar y requiere sacrificios y autocontrol. Estas son dos de las cosas más importantes que quedan fuera de la economía tradicional. La suposición de que todos sabrán cuánto tienen que ahorrar y que luego, simplemente, implementarán su decisión, es obviamente absurda.

¿Cuáles son las conclusiones de Thaler? Para los economistas, si las personas no están ahorrando lo suficiente para la jubilación, es su culpa. Según el Nobel, “La lección de la economía del comportamiento es que la gente solo ahorra si es automático [obligatorio]. Si la gente simplemente guarda lo que queda a fin de mes, esa es una receta para el fracaso. Y [los hacedores de políticas] podemos ayudar. Mi lema es que si quieres ayudar a las personas a lograr algún objetivo, hazlo fácil. Y sí, todos los trabajadores deberían poder ahorrar para la jubilación mediante deducciones de nómina. Simplemente no hay excusa para no hacer algo como una IRA automática o un myRA [un plan de jubilación patrocinado por el gobierno para las personas cuyos empleadores no ofrecen uno].”

Una vida de contradicciones

En resumen, el mensaje de la economía del comportamiento es que los humanos están destinados a cometer errores de juicio y necesitan un empujón para tomar las decisiones que les sean más beneficiosas a largo plazo. Este enfoque que impulsó Robert Thaler complementa y mejora el modelo de elección racional, ya que nos brinda un análisis multidisciplinario que se acerca más a la realidad y que tiene el potencial de transformar las políticas públicas y cómo se manejan las decisiones empresariales y personalesLampadia




Sobre cómo acercarse a la felicidad

La felicidad es uno de los objetivos más importantes en la vida, sin embargo, es también uno de los más difíciles de estudiar. El psiquiatra Robert Waldinger es el director del Harvard Study of Adult Development (Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard), uno de los estudios más largos y más completos de la vida adulta jamás realizados. Waldinger describe algunos de los secretos de la felicidad revelados por el estudio en una reciente charla (video) en TED.com  (que publicamos líneas abajo).

Este extraordinario estudio empezó hace 75 años con 724 participantes, la mitad eran estudiantes de Harvard y la otra jóvenes de uno de los barrios más pobres de Boston en 1938. La investigación ha pasado por 4 generaciones de participantes, y de los iniciales solo quedan vivos 60 al día de hoy. Pero al tratarse de un estudio tan extenso y con una muestra tan diversa, sus conclusiones tienen un especial valor.

Durante todos esos años los investigadores hicieron encuestas periódicas a los participantes, preguntando por su nivel de satisfacción con su matrimonio, trabajo y actividades sociales. Incluso cada 5 años los sometían a una revisión médica completa. Su objetivo era encontrar el secreto de la felicidad, cual era la clave más importante para ser feliz en esta vida. Hace poco,  los investigadores le preguntaron a un grupo de estudiantes cuál era su objetivo de vida, el 80% respondió que ser rico y el 50% añadió que ser famoso. Veamos que dice el estudio desde la realidad en comparación con dicha pregunta. 

Fuente: TED

Lo que encontró el estudio de Waldinger es que la gente más sana y feliz invertía más en sus relaciones familiares y sociales que el resto de personas. “El mensaje más claro de estos 75 años de estudio es este: Las buenas relaciones nos hacen más felices y más saludables. Punto.” Afirma Waldinger. Y es que existe una relación directa entre las relaciones personales con la calidad y esperanza de vida, concluyendo que cuanto más fuertes sean nuestros lazos sociales menos enfermedades sufriremos al envejecer.

Waldinger resume su investigación en 3 puntos principales:

1. Las conexiones sociales nos hacen bien y la soledad nos mata

Resulta que las personas con más vínculos sociales con la familia, los amigos, la comunidad, son más felices, más sanos y viven más que las personas que tienen menos vínculos. Y experimentar soledad resulta ser tóxico. Las personas que están más aisladas de lo que quisieran de otras personas encuentran que son menos felices, son más susceptibles a recaídas de salud en la mediana edad, sus funciones cerebrales decaen más precipitadamente y viven menos que las personas que no están solas.
 

2. Lo que importa es la calidad de las relaciones más cercanas

Las personas más satisfechas en sus relaciones a los 50 años fueron las más saludables a los 80 años. Las relaciones cercanas parecen amortiguar algunos de los achaques de envejecer. Pero las personas que estaban en relaciones no felices, los días que informaban tener más dolor físico, este se magnificaba por el dolor emocional.
 

3. Las buenas relaciones no solo protegen el cuerpo, sino que también protegen el cerebro

Estar en una relación de apego seguro con otra persona a los 80 y tantos da protección, las personas que están en relaciones en las que sienten que pueden contar con la otra persona si lo necesitan, los recuerdos de esas personas permanecen más nítidos más tiempo.

Waldinger cierra su presentación en TED con una célebre cita de Mark Twain: “No hay tiempo, muy breve es la vida para disputas, disculpas, animosidades, pedidos de cuenta. Solo hay tiempo para amar, y solo un instante, por así decirlo, para eso”.

Consideramos interesante compartir este tema con nuestros lectores para resaltar que es posible alcanzar el bienestar en sociedades donde hay un sentido de unidad, donde todos están luchando juntos. Lampadia

 




La exacerbación política está creando otra discontinuidad

La exacerbación política está creando otra discontinuidad

Hacia el 2011 habíamos superado en buena medida el empobrecimiento de las décadas perdidas de los años 60, 70 y 80. Habíamos superado la ruptura de la cadena de pagos y la recesión de 1998. Y también habíamos superado la crisis del 2008. Nuestra confianza en el futuro estaba a todo vapor, crecíamos alto reduciendo aceleradamente la pobreza, disminuyendo la desigualdad y mejorado la mayoría de los indicadores sociales.

Sin embargo, optamos por un gobierno que cuestionaba todas las realizaciones. Luego de un período extraordinario de inclusión, nos casamos con un movimiento que planteaba la buscarla con las políticas públicas que ya nos habían empobrecido y habían sido abandonadas por todos los países que estaban saliendo de la pobreza. Ver en Lampadia: En el 2011 se dio el Punto de Inflexión de nuestro Desarrollo.

Los resultados se hicieron esperar pocos años, pero indefectiblemente terminamos por desandar el camino de la prosperidad que el sector privado había forjado, a pesar de nuestras limitaciones institucionales, sociales (educación y salud) y de infraestructuras. Ver en Lampadia: ¡Qué “Calato”… ni que ocho cuartos!

¿Cómo fue que los peruanos, en vez de dar otro paso adelante, tomamos el camino de regreso a las épocas en que los empresarios y el sector privado eran mirados con desconfianza, en vez de ser vistos como la palanca para el desarrollo integral?

 

Veamos cual era el sentir de los peruanos hacia fines del año 2010 y hacia marzo del 2011, en que se diluyó nuestra confianza en el futuro y optamos por una discontinuidad:

1. Sensación de felicidad

Según Apoyo Opinión y Mercado, en mayo del 2010, el 70% de los peruanos decía que: “Casi siempre me siento feliz o me siento feliz la mayor parte del tiempo”. Ver la siguiente tabla:

 

 

2. Apreciaciones sobre la vida familiar: optimismo y regresión

En diciembre del 2010, Apoyo O y M, registró un cambio significativo estadísticamente en comparación con diciembre del año anterior. Los ciudadanos que decían que su situación familiar con respecto a ‘Hace 12 meses’ y ‘Dentro de 12 meses’, era ‘Peor o Mucho Peor’, había bajado notoriamente, corroborando la sensación de felicidad que mostraba el cuadro anterior.

Evidentemente, los peruanos se sentían mejor y expresaban una mucho mayor confianza en el futuro, sin embargo, solo tres meses después, en marzo del 2011, después de la terrible campaña política para las elecciones, no solo regresaron a los indicadores del 2009, acusaron una situación aun peor que entonces. Esto se aprecia en el siguiente cuadro para Lima. (Las cifras para el resto del Perú no eran tan pronunciadas, pero mantenían la misma tendencia).

 

 

El siguiente gráfico confirma esta información, pero además, muestra la evolución histórica de estos indicadores. La curva de los que acusaban una mejor situación superó a los que sentían lo contrario. El contraste es especialmente notorio en el gráfico inferior, en el que se realiza una proyección de los años siguientes:

 

 

Algo importante tenía que haber sucedido para que en marzo del 2011, se produjera una reversión tan dramática del sentir ciudadano.

 

 

3. De cómo el clima político trastocó nuestras sensaciones

En nuestra opinión, los siguientes tres cuadros muestran y nos recuerdan el clima político y mediático que vivimos en el verano del 2011. La guerra fue a muerte. Todos los candidatos se descalificaron mutuamente y el tono de sus críticas fue tal, que se creó la sensación de que: “Todos están mal” y que “Todo está mal”. Muy parecido a lo que está sucediendo estos días.

Esto fue aderezado y alimentado por los medios, incluso por el que debía ser el más serio de todos, el diario de especializado en negocios, Gestión, que llegó a mentir descaradamente sobre unas afirmaciones del Banco Mundial. Ojo que en los cuadros referidos no se puede apreciar lo que sucedió en provincias, especialmente en las radios, que nos brindaron una feria de falsas catarsis.

El tercer cuadro muestra que el triunfalismo del Presidente García (justificado o no). Este, solo agudizó las contradicciones y abonó el terreno de la híper-crítica que nos llevó a: ‘mueran Sansón y los filisteos’.

También hay que mencionar que durante esos meses, como sucede todos los veranos por las lluvias de la sierra, subieron algunos precios básicos y el petróleo, que no hacían sino darle una manito al falso diagnóstico de que ‘todo estaba mal’. Veamos:

 

 

 

 

4. El giro de 180 grados

En tan solo tres meses los peruanos nos pasamos del ‘Vaso Medio Lleno’ al ‘Vaso Medio Vacío’. Evidentemente, no se habían resuelto todos los problemas del país, ni mucho menos, especialmente los remanentes de pobreza y los temas institucionales, pero el proceso en marcha y su reconocimiento por la población, no dejaban dudas de que antes dela campaña electoral estábamos en el camino de la prosperidad. Ver en Lampadia: Las cifras de la Prosperidad.

 

 

¿Por qué queremos recordar ahora esta información?

Pues por algo que ya nos es evidente a todos: hoy día, lejos aún del próximo proceso electoral, la clase política está embarcada en el mismo proceso autodestructivo y descalificador. Peor aún, ahora se produce esta trampa, en medio del enfriamiento de la economía y, a diferencia del 2011, en medio de una objetiva crisis de corrupción.

Parece que la clase política y muchos otros personajes, que terminan siendo una suerte de ‘tontos útiles’ del ‘todos contra todos’ y, ‘contra todo’, no se dan cuenta que la sensación de ‘tierra arrasada’ a la que estamos conduciendo el Perú, está abriendo las puertas del ‘infierno’.

Tenemos que parar la mano. No podemos seguir como vamos. Si no paramos este festín, es fácil imaginar que para marzo del próximo año, llegaremos exhaustos, hartos y dispuestos a tirarnos por cualquier barranco.

En momentos como estos es que una nación necesita la voz y el golpe en la mesa de los viejos de la tribu. De los hombres y mujeres que están más allá del bien y del mal. Si no escuchamos sus voces, tendremos que afinar el oído para escuchar el reclamo de las mayorías silenciosas, que durante sus esforzadas jornadas siguen produciendo riqueza y reclamando en voz baja: ¡BASTA!  Lampadia