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Fantasmagoría política

Gonzalo Prialé
Para Lampadia

Hoy, tanto en países ricos como en desarrollo, existe una marcada ansiedad respecto al futuro. Para cubrir este vacío, allí estaban antes los líderes constructores de narrativas colectivas inspiradoras que nos ofrecían una tierra prometida y nos convencían de que era posible alcanzarla con fe y persistencia en el empeño ¿Qué pasó, porqué dejó esto de funcionar?

Resulta paradójico que, según el catecismo de la post modernidad, el conocimiento sea la narrativa y los hechos sean siempre interpretables, y que al mismo tiempo los partidos políticos hayan perdido esa capacidad de narrar, interpretar la realidad, e inspirar a sus seguidores. Algo no funciona para los partidos en el mundo postmoderno.

Crítica de la narrativa política

En muchos países los políticos tradicionales se han quedado sin sueños que vender. Es que la tecnología avanza vertiginosamente, da saltos quánticos, y cualquier promesa de futuro que los políticos hagan se vuelve obsoleta rápidamente, queda desbordada y superada por la innovación disruptiva. La innovación en comunicaciones y las redes sociales han roto los esquemas y los moldes del pasado. Probablemente ahora muchos políticos profesionales no tienen qué ofrecer porque sencillamente no tienen idea de qué hacer ni cómo transmitirlo.

Además, los líderes políticos han dejado de ofrecer mensajes atractivos. Basta ver las noticias para percatarse del triunfo global de la mediocridad del discurso como resultado de la mediocridad de las ideas. Se perdieron los lazos de confianza entre gobernantes y gobernados y parecería que en muchas partes del mundo las organizaciones políticas perdieron el sentido ético. ¿Cuándo se disociaron la ética y la política?

En el país ya no existen grandes partidos ideológicos organizados a nivel nacional. Qué sentido tiene entonces exigir que los partidos tengan un número de comités y de militantes que resultan ser esencialmente ficticios. Ahora las discusiones se producen en las redes, ya no es necesario el contacto físico ni los grandes mítines como antaño, y quizás por eso el partidismo tradicional ha desaparecido y los únicos que no parecen haberse dado cuenta son sus dirigentes.

Pese a que los partidos políticos mantienen la exclusividad de ser el vehículo intermediador de la voluntad popular para competir en las elecciones y acceder al poder, lo cierto es que han perdido contacto con la nueva realidad. Lo que parece haber sucedido es que ahora los ciudadanos no requieren intermediación y opinan sobre lo que quieran en las redes y en las encuestas.

Este divorcio de hecho, se complica aún más dado que hace rato que los gobiernos y los políticos no lideran, sino que siguen a la opinión pública. De otro lado, hace rato también que el Legislativo ha quedado desbordado porque la legislación económica es demasiado técnica y sus conocimientos no les alcanzan para producir leyes que valgan la pena, y porque su labor fiscalizadora está desprestigiada ya que blindan allegados, sancionan adversarios, y no son capaces de fiscalizarse a sí mismos.

Lo cierto es que ahora a cualquier proyecto político la gente le exige resultados razonablemente pronto, no en el más allá, no en una próxima vida. Sucede que al final ningún político es responsable de lograr resultados en un futuro lejano, aunque lo que diga suene bonito. Los políticos tratan de ofrecerle a la gente, los electores, un coctel de mensajes interesados mezclado con contenidos emocionales. Les ofrecen sueños sin compromiso con la realidad, el compromiso es con el sueño y el sueño suele ser un fiasco.

¿Hay esperanza?

En este preocupante contexto ¿que será del país en los próximos 20 años? ¿Qué podemos hacer para no volvernos definitivamente irrelevantes en un mundo totalmente distinto al que vivimos hoy? ¿Cómo insertarnos a la nueva modernidad para dar el gran salto cualitativo?

En el vertiginoso mundo actual, es necesario decir cómo se lograrán los resultados deseados y tener la capacidad de gestión pública necesaria para lograrlos en un tiempo razonablemente corto. Si no resolvemos el reto de la ineficaz gestión pública, la débil institucionalidad y la ausencia de un Estado de derecho, estaremos destinados al fracaso.

Finalmente, el frenesí del cambio tecnológico rompe los esquemas de la política a la antigua, la de los partidos políticos tradicionales, los desnuda como al emperador del cuento, y los desfasa. Sin embargo, a falta de nuevas categorías seguimos usando las viejas categorías para tratar entender lo nuevo y, lo peor de todo, las usamos para legislar sobre una reforma de la política. Los viejos fantasmas aun sirven de referencia. Ese es el problema. Lampadia