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Establishment francés creó a Macron para evitar giro político

Francia acaba de dar una gran lección de compromiso cívico y responsabilidad política, con la exitosa creación de Macron, como un candidato fresco, para evitar que Francia caiga en manos del radicalismo anti europeísta, anti globalización y anti migración de Le Pen, que hubiera desquiciado la vida de los franceses y la política global.

Como puede apreciarse del artículo del Foreign Policy, que presentamos líneas abajo, Macron es un producto hecho a la medida para representar un cierto mensaje de renovación, un cambio de las caras tradicionales de la política francesa y una alternativa menos dramática que la presentada por el Frente Nacional de Le Pen.

Para ello, la clase política francesa sacrificó a líderes importantes y hasta partidos tradicionales, y están probablemente, prontos a colocar como presidente a un globalista gradualista con ropaje revolucionario, que despierta un buen nivel de entusiasmo.

“Sin importar lo que uno piense del establishment centrista de Francia, hay que reconocer que tomaron en serio la amenaza del populismo. Tan en serio, de hecho, que echaron a un presidente, crearon un partido totalmente ficticio y pusieron como líder a un telegénico desconocido de 39 años, cuya característica biográfica es que se casó con su profesora de francés de escuela secundaria. La idea era dar un brillo revolucionario a una plataforma centrista, y, salvo una catástrofe imprevista en la segunda vuelta, parece haber funcionado”. Christopher Glazek, Foreign Policy

También hay que destacar el enfoque de Macron para combatir al nacionalismo: Al ‘nacionalismo’ hay que contraponer el ‘patriotismo’.

“Desechemos las etiquetas que conocemos. Emmanuel Macron ha roto el molde de la política francesa. El líder de En Marche! dice que su segunda ronda de contienda presidencial con Marine Le Pen del Frente Nacional presenta una elección entre el patriotismo y el nacionalismo. Está en lo correcto. Esta visión debería resonar mucho más allá de Francia. Ahora, la línea divisoria en las democracias ricas se encuentra entre patriotas y nacionalistas”. Philip Stephens, Financial Times

Qué diferencia con el Perú, que en las elecciones del 2011, después de haber tenido una década de realizaciones extraordinarias, no fue capaz de cohesionar a las fuerzas políticas contrarias al radicalismo nacionalista y negacionista de Ollanta Humala, que junto con las izquierdas tradicionales, convocadas por Siomi Lerner, vio facilitada su victoria.

En el Perú de entonces, primó la división de fuerzas, especialmente entre el fujimorismo y el pepekaísmo primitivo, que en la segunda vuelta ocuparon inútilmente la misma tarima. Además, por supuesto, prevalecieron los prejuicios, las segundas derivadas políticas y el odio irresponsable, atizado por Mario Vargas Llosa y buena parte del establishment peruano.

Así le entregamos el país a un grupo de improvisados, con una ideología filo-velasquista anti economía de mercado, que cortó en seco el proceso de crecimiento virtuoso que en pocos años nos había llevado de ser un ‘Estado Fallido’ a la encarnación de una estrella internacional.

La posterior morigeración de las políticas del nacionalismo, no pudieron ya superar los puntos de inflexión en crecimiento, reducción de la pobreza y desigualdad, y la caída de la inversión privada, el gran motor que cambió el país.

Lamentablemente, en la siguiente elección del 2016, seguimos dividiendo fuerzas y perdiendo la oportunidad de establecer un liderazgo iluminado que nos permitiera reevaluar, popularmente, la dirección de las políticas públicas equívocas del falso nacionalismo anti inversión privada, incluyendo, especialmente, la inversión minera, que tiene esa tremenda capacidad de multiplicar sus impactos en el resto de la economía.

¡Gran lección de los franceses que ojalá sepamos aquilatar! Lampadia

Emmanuel Macron es todo lo que no son los demócratas de EEUU

El improbable ganador de la primera vuelta y ahora posible presidente de Francia, demuestra que el problema con el liberalismo no el mensaje, es el mensajero

Christopher Glazek
Foreign Policy

25 de abril, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Fuente: El Pais

Sin importar lo que uno piense del establishment centrista de Francia, hay que reconocer que tomaron en serio la amenaza del populismo. Tan en serio, de hecho, que echaron a un presidente, crearon un partido totalmente ficticio y pusieron como líder a un telegénico desconocido de 39 años, cuya característica biográfica es que se casó con su profesora de francés de escuela secundaria. La idea era dar un brillo revolucionario a una plataforma centrista, y, salvo una catástrofe imprevista en la segunda vuelta, parece haber funcionado.

Emmanuel Macron, un don nadie globalista, está posicionado para convertirse en el próximo presidente de Francia y, tal vez, incluso el próximo líder interino del mundo libre, por lo menos hasta que juramente un nuevo presidente estadounidense.

El éxito de Macron plantea la cuestión de si los regímenes de centro-izquierda se están hundiendo bajo el peso de una plataforma impopular o si simplemente es culpa de líderes impopulares. Si bien muchos votantes en varios países favorecen indudablemente el retirarse de instituciones globales como la OTAN y la Unión Europea, no está claro si estas opiniones realmente tienen una mayoría en algún país, quizás ni siquiera en el Reino Unido, donde múltiples encuestas indican que la mayoría de los votantes, frente al debilitamiento de la libra, desearía que el Brexit hubiera fallado.

En Francia, el condenado Partido Socialista del presidente François Hollande y su ex primer ministro Manuel Valls, en vez de aferrarse a la vanidad y sufrir una derrota en  manos de Marine Le Pen, concluyeron que el fascismo podría detenerse pero sólo a través de acciones drásticas: desmantelar el sistema de partidos, suicidarse como clase dominante y apoyar efectivamente a un portavoz más joven con una gran cabellera.

Recientemente, el New York Times calificó a Macron como alguien con el “perfil” de un “insider”, pero las “políticas” de un “outsider”. La verdad está más cerca a lo opuesto. Macron se posicionó con éxito como un outsider, y a la vez impulsó una agenda que difiere poco de su predecesor. Lo más impresionante es que Macron logró co-optar la retórica milenarista y apocalíptica de sus oponentes en la extrema derecha y la extrema izquierda. En su discurso de victoria después de la primera ronda, Macron habló de “cambiar el rostro” de Francia y aplastar “el sistema que fue incapaz de lidiar con los problemas de nuestro país por más de 30 años”. Le dijo a sus partidarios que eran “una imagen renovada”, e identificó el principal “desafío” para Francia como “dar vuelta a la página de nuestra vida política”. Macron adoptó una plataforma gradualista  (aflojando las restricciones del mercado de trabajo, aumentando el gasto público y reforzando la UE), pero adoptó un espíritu revolucionario.

¡Las publicaciones de habla inglesa suelen traducir En Marche! (el nombre de la coalición centrista de Macron), como “Adelante”, pero “adelante” no logra transmitir el escatológico y explosivo sonido del nombre. “En Marche” no significa simplemente “adelante” – un eslogan que podría sugerir la continuidad con el régimen anterior – es  algo más cercano a “encendido” o “en marcha”. No es que Macron haya engañado a los votantes para que piensen que es un lanzador de bombas – saben perfectamente que está impulsando una agenda neoliberal. Macron podría no sonar totalmente creíble cuando llama a romper el sistema, pero los votantes con hambre de cambio todavía aprecian la sensación de ser el público objetivo. La autenticidad no es lo único recompensado en la política; también lo es el esfuerzo.

Cuán exitoso pueda ser el gambito de Macron no estará claro hasta después de las elecciones parlamentarias de junio, cuando En Marche! esté ocupado tratando de llenar un partido imaginario de candidatos elegibles. El objetivo más importante de Macron, sin embargo, ya se ha logrado. Si creemos lo que dicen las encuestas (y deberíamos) es probable que ni el fascismo, ni el thatcherismo, ni el hologramaismo comunero lleguen al Palacio del Elíseo.

Es difícil no hacer una comparación desfavorable entre la estrategia de centroizquierda en Francia y la estrategia de centroizquierda en Estados Unidos, donde los líderes del Partido Demócrata están cayendo, aparentemente sin estar dispuestos a contemplar un duro cambio de líderes. Los partidarios del Partido Demócrata (EEUU) están llenos de energía, pero los líderes del partido, que siguen siendo impopulares y parecen estar teniendo dificultades para capitalizar ese entusiasmo.

Trump ha tenido unos miserables primeros 100 días en el cargo, con innumerables controversias y sin logros importantes. Sin embargo, algunos analistas dicen que sus calificaciones de aprobación (alrededor de 40%), son consistentes con la estrecha reelección. El Partido Republicano, que controla todo el gobierno federal y la mayoría de las palancas de poder en los estados, es profundamente impopular, pero el Partido Demócrata, que no controla nada, es aún menos popular, según algunas encuestas. La ironía es que la plataforma del Partido Demócrata en cuestiones como la atención de la salud, la educación y la inmigración es tan popular -y tan progresiva- como siempre lo ha sido.

Hay muchas razones por las que los demócratas tuvieron una mala presentación en 2016, pero una razón importante es que estaban representados por líderes septuagenarios que habían sido heridos, durante un período de décadas, por miles de millones de dólares de publicidad negativa. Justo o injusto, esos anuncios los golpearon. Hillary Clinton, Harry Reid y Nancy Pelosi siguen siendo figuras históricamente impopulares.

El éxito de Macron sugiere una movida obvia. Cuando los líderes son impopulares, consigue otros.

Macron, a quien Le Pen llama el “bebé” de Hollande, y que sirvió como su ministro de Economía, está en camino de reemplazar a su antiguo jefe.

El globalismo de centro-izquierda, sin embargo, es una ideología coherente con un mensaje razonablemente popular. Ha tenido algunas superestrellas políticas (como Barack Obama y Tony Blair) y algunos políticos impopulares (como Hollande, Al Gore y Gordon Brown). Irónicamente, dada la reputación de los globalistas por el pragmatismo, la mayoría de los líderes globalistas que se vuelven impopulares están reacios a tomar el paso pragmático de abandonar el cargo al servicio de su ideología.

Esto es un error, particularmente cuando se enfrentan adversarios como el Kremlin o el Partido Republicano, que ha centrado sus estrategias electorales en la política de destrucción personal. Aunque los republicanos de Estados Unidos han ganado el voto popular sólo una vez en los últimos 25 años en una contienda presidencial, su desempeño ha sido extraordinario cuando se considera que nunca han perseguido una agenda que recibiera el apoyo de la mayoría de los votantes. Los demócratas se quejan de los trucos sucios y los ataques injustos, pero en lugar de litigar la verdad ante la corte de la opinión popular, que resulta no ser un tribunal en absoluto, harían mejor para entregar las cabezas de los líderes republicanos y traer nuevos líderes con un mejor historial. Lampadia