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Establishment francés creó a Macron para evitar giro político

Francia acaba de dar una gran lección de compromiso cívico y responsabilidad política, con la exitosa creación de Macron, como un candidato fresco, para evitar que Francia caiga en manos del radicalismo anti europeísta, anti globalización y anti migración de Le Pen, que hubiera desquiciado la vida de los franceses y la política global.

Como puede apreciarse del artículo del Foreign Policy, que presentamos líneas abajo, Macron es un producto hecho a la medida para representar un cierto mensaje de renovación, un cambio de las caras tradicionales de la política francesa y una alternativa menos dramática que la presentada por el Frente Nacional de Le Pen.

Para ello, la clase política francesa sacrificó a líderes importantes y hasta partidos tradicionales, y están probablemente, prontos a colocar como presidente a un globalista gradualista con ropaje revolucionario, que despierta un buen nivel de entusiasmo.

“Sin importar lo que uno piense del establishment centrista de Francia, hay que reconocer que tomaron en serio la amenaza del populismo. Tan en serio, de hecho, que echaron a un presidente, crearon un partido totalmente ficticio y pusieron como líder a un telegénico desconocido de 39 años, cuya característica biográfica es que se casó con su profesora de francés de escuela secundaria. La idea era dar un brillo revolucionario a una plataforma centrista, y, salvo una catástrofe imprevista en la segunda vuelta, parece haber funcionado”. Christopher Glazek, Foreign Policy

También hay que destacar el enfoque de Macron para combatir al nacionalismo: Al ‘nacionalismo’ hay que contraponer el ‘patriotismo’.

“Desechemos las etiquetas que conocemos. Emmanuel Macron ha roto el molde de la política francesa. El líder de En Marche! dice que su segunda ronda de contienda presidencial con Marine Le Pen del Frente Nacional presenta una elección entre el patriotismo y el nacionalismo. Está en lo correcto. Esta visión debería resonar mucho más allá de Francia. Ahora, la línea divisoria en las democracias ricas se encuentra entre patriotas y nacionalistas”. Philip Stephens, Financial Times

Qué diferencia con el Perú, que en las elecciones del 2011, después de haber tenido una década de realizaciones extraordinarias, no fue capaz de cohesionar a las fuerzas políticas contrarias al radicalismo nacionalista y negacionista de Ollanta Humala, que junto con las izquierdas tradicionales, convocadas por Siomi Lerner, vio facilitada su victoria.

En el Perú de entonces, primó la división de fuerzas, especialmente entre el fujimorismo y el pepekaísmo primitivo, que en la segunda vuelta ocuparon inútilmente la misma tarima. Además, por supuesto, prevalecieron los prejuicios, las segundas derivadas políticas y el odio irresponsable, atizado por Mario Vargas Llosa y buena parte del establishment peruano.

Así le entregamos el país a un grupo de improvisados, con una ideología filo-velasquista anti economía de mercado, que cortó en seco el proceso de crecimiento virtuoso que en pocos años nos había llevado de ser un ‘Estado Fallido’ a la encarnación de una estrella internacional.

La posterior morigeración de las políticas del nacionalismo, no pudieron ya superar los puntos de inflexión en crecimiento, reducción de la pobreza y desigualdad, y la caída de la inversión privada, el gran motor que cambió el país.

Lamentablemente, en la siguiente elección del 2016, seguimos dividiendo fuerzas y perdiendo la oportunidad de establecer un liderazgo iluminado que nos permitiera reevaluar, popularmente, la dirección de las políticas públicas equívocas del falso nacionalismo anti inversión privada, incluyendo, especialmente, la inversión minera, que tiene esa tremenda capacidad de multiplicar sus impactos en el resto de la economía.

¡Gran lección de los franceses que ojalá sepamos aquilatar! Lampadia

Emmanuel Macron es todo lo que no son los demócratas de EEUU

El improbable ganador de la primera vuelta y ahora posible presidente de Francia, demuestra que el problema con el liberalismo no el mensaje, es el mensajero

Christopher Glazek
Foreign Policy

25 de abril, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Fuente: El Pais

Sin importar lo que uno piense del establishment centrista de Francia, hay que reconocer que tomaron en serio la amenaza del populismo. Tan en serio, de hecho, que echaron a un presidente, crearon un partido totalmente ficticio y pusieron como líder a un telegénico desconocido de 39 años, cuya característica biográfica es que se casó con su profesora de francés de escuela secundaria. La idea era dar un brillo revolucionario a una plataforma centrista, y, salvo una catástrofe imprevista en la segunda vuelta, parece haber funcionado.

Emmanuel Macron, un don nadie globalista, está posicionado para convertirse en el próximo presidente de Francia y, tal vez, incluso el próximo líder interino del mundo libre, por lo menos hasta que juramente un nuevo presidente estadounidense.

El éxito de Macron plantea la cuestión de si los regímenes de centro-izquierda se están hundiendo bajo el peso de una plataforma impopular o si simplemente es culpa de líderes impopulares. Si bien muchos votantes en varios países favorecen indudablemente el retirarse de instituciones globales como la OTAN y la Unión Europea, no está claro si estas opiniones realmente tienen una mayoría en algún país, quizás ni siquiera en el Reino Unido, donde múltiples encuestas indican que la mayoría de los votantes, frente al debilitamiento de la libra, desearía que el Brexit hubiera fallado.

En Francia, el condenado Partido Socialista del presidente François Hollande y su ex primer ministro Manuel Valls, en vez de aferrarse a la vanidad y sufrir una derrota en  manos de Marine Le Pen, concluyeron que el fascismo podría detenerse pero sólo a través de acciones drásticas: desmantelar el sistema de partidos, suicidarse como clase dominante y apoyar efectivamente a un portavoz más joven con una gran cabellera.

Recientemente, el New York Times calificó a Macron como alguien con el “perfil” de un “insider”, pero las “políticas” de un “outsider”. La verdad está más cerca a lo opuesto. Macron se posicionó con éxito como un outsider, y a la vez impulsó una agenda que difiere poco de su predecesor. Lo más impresionante es que Macron logró co-optar la retórica milenarista y apocalíptica de sus oponentes en la extrema derecha y la extrema izquierda. En su discurso de victoria después de la primera ronda, Macron habló de “cambiar el rostro” de Francia y aplastar “el sistema que fue incapaz de lidiar con los problemas de nuestro país por más de 30 años”. Le dijo a sus partidarios que eran “una imagen renovada”, e identificó el principal “desafío” para Francia como “dar vuelta a la página de nuestra vida política”. Macron adoptó una plataforma gradualista  (aflojando las restricciones del mercado de trabajo, aumentando el gasto público y reforzando la UE), pero adoptó un espíritu revolucionario.

¡Las publicaciones de habla inglesa suelen traducir En Marche! (el nombre de la coalición centrista de Macron), como “Adelante”, pero “adelante” no logra transmitir el escatológico y explosivo sonido del nombre. “En Marche” no significa simplemente “adelante” – un eslogan que podría sugerir la continuidad con el régimen anterior – es  algo más cercano a “encendido” o “en marcha”. No es que Macron haya engañado a los votantes para que piensen que es un lanzador de bombas – saben perfectamente que está impulsando una agenda neoliberal. Macron podría no sonar totalmente creíble cuando llama a romper el sistema, pero los votantes con hambre de cambio todavía aprecian la sensación de ser el público objetivo. La autenticidad no es lo único recompensado en la política; también lo es el esfuerzo.

Cuán exitoso pueda ser el gambito de Macron no estará claro hasta después de las elecciones parlamentarias de junio, cuando En Marche! esté ocupado tratando de llenar un partido imaginario de candidatos elegibles. El objetivo más importante de Macron, sin embargo, ya se ha logrado. Si creemos lo que dicen las encuestas (y deberíamos) es probable que ni el fascismo, ni el thatcherismo, ni el hologramaismo comunero lleguen al Palacio del Elíseo.

Es difícil no hacer una comparación desfavorable entre la estrategia de centroizquierda en Francia y la estrategia de centroizquierda en Estados Unidos, donde los líderes del Partido Demócrata están cayendo, aparentemente sin estar dispuestos a contemplar un duro cambio de líderes. Los partidarios del Partido Demócrata (EEUU) están llenos de energía, pero los líderes del partido, que siguen siendo impopulares y parecen estar teniendo dificultades para capitalizar ese entusiasmo.

Trump ha tenido unos miserables primeros 100 días en el cargo, con innumerables controversias y sin logros importantes. Sin embargo, algunos analistas dicen que sus calificaciones de aprobación (alrededor de 40%), son consistentes con la estrecha reelección. El Partido Republicano, que controla todo el gobierno federal y la mayoría de las palancas de poder en los estados, es profundamente impopular, pero el Partido Demócrata, que no controla nada, es aún menos popular, según algunas encuestas. La ironía es que la plataforma del Partido Demócrata en cuestiones como la atención de la salud, la educación y la inmigración es tan popular -y tan progresiva- como siempre lo ha sido.

Hay muchas razones por las que los demócratas tuvieron una mala presentación en 2016, pero una razón importante es que estaban representados por líderes septuagenarios que habían sido heridos, durante un período de décadas, por miles de millones de dólares de publicidad negativa. Justo o injusto, esos anuncios los golpearon. Hillary Clinton, Harry Reid y Nancy Pelosi siguen siendo figuras históricamente impopulares.

El éxito de Macron sugiere una movida obvia. Cuando los líderes son impopulares, consigue otros.

Macron, a quien Le Pen llama el “bebé” de Hollande, y que sirvió como su ministro de Economía, está en camino de reemplazar a su antiguo jefe.

El globalismo de centro-izquierda, sin embargo, es una ideología coherente con un mensaje razonablemente popular. Ha tenido algunas superestrellas políticas (como Barack Obama y Tony Blair) y algunos políticos impopulares (como Hollande, Al Gore y Gordon Brown). Irónicamente, dada la reputación de los globalistas por el pragmatismo, la mayoría de los líderes globalistas que se vuelven impopulares están reacios a tomar el paso pragmático de abandonar el cargo al servicio de su ideología.

Esto es un error, particularmente cuando se enfrentan adversarios como el Kremlin o el Partido Republicano, que ha centrado sus estrategias electorales en la política de destrucción personal. Aunque los republicanos de Estados Unidos han ganado el voto popular sólo una vez en los últimos 25 años en una contienda presidencial, su desempeño ha sido extraordinario cuando se considera que nunca han perseguido una agenda que recibiera el apoyo de la mayoría de los votantes. Los demócratas se quejan de los trucos sucios y los ataques injustos, pero en lugar de litigar la verdad ante la corte de la opinión popular, que resulta no ser un tribunal en absoluto, harían mejor para entregar las cabezas de los líderes republicanos y traer nuevos líderes con un mejor historial. Lampadia




Elecciones francesas orientarán la política global

Seguramente, uno de los políticos con mayor legado en Francia es Charles de Gaulle. Tal vez por eso es que el fundador de la Quinta República continúa apareciendo como un referente en la política francesa. Sorprendentemente, los candidatos presidenciales franceses de derecha e izquierda buscan estar relacionados con el legado del general para atraer a votantes (claramente) confundidos.

Este nivel de confusión y desacierto sobre lo que Charles de Gaulle realmente representaba es preocupante. Las elecciones presidenciales de Francia se llevarán a cabo el 23 de abril y, de ser necesario, se celebrará una segunda vuelta el 7 de mayo. La decisión que se tome ese día tiene el poder de afectar irremediablemente el futuro de la Unión Europea y del mundo, y pueden terminar de alejarnos de la globalización y el libre comercio.

Fuente: FramePool

Dado que el descontento de los franceses ha venido en aumento durante los últimos años, no es de sorprender que la población esté buscando un cambio. La  administración socialista ha sido percibida como ineficaz en la gestión de la economía, su crecimiento tiene un promedio inferior al 1% durante la mayor parte del gobierno de François Hollande y el desempleo juvenil cerró el año pasado en 26.2%. Además, los ciudadanos reclaman un combate eficaz contra el terrorismo y un freno a la entrada masiva de inmigrantes.

Las elecciones actuales traen debates muy polarizados sobre temas clave, incluyendo cómo abordar la alta tasa de desempleo del país y la relación de la nación con (y el rol dentro) de la UE. Otras cuestiones incluyen la fortaleza del apoyo social del sistema de bienestar del país, la inmigración, la defensa y la política industrial.

Tras el Brexit y la victoria de Trump, sabemos que la desinformación y la manipulación de los medios pueden traer consecuencias nefastas. El general Charles de Gaulle explicó el sistema presidencial de la política francesa a finales de los años cincuenta como “el encuentro de un hombre y una nación”. El sistema de De Gaulle logró impulsar a Francia a través de medio siglo de estabilidad política y modernización económica y, probablemente, eso es lo que quieran inspirar los políticos actuales que afirman seguir su legado.

Fuente: Foreign Policy

La importancia de las elecciones van mucho más allá de Francia y de la propia UE. Tendrán un impacto global, especialmente si la victoria es de Le Pen. Una victoria para Le Pen haría a Francia más pobre, más insular y más desagradable. Si saca a Francia del euro, desencadenaría una crisis financiera y condenará a la UE que, con todos sus defectos, ha promovido la paz y la prosperidad en Europa durante seis décadas. Ver en LampadiaLas amenazas de la política francesa

Fuente: OFFNews

Sin embargo, estos políticos parecen no entender el gaullismo o, como afirma Foreign Policy en un reciente artículo (traducido y glosado líneas abajo), tal vez nunca hubo una ideología gaullista, sino tan solo un hombre con un gran legado. “Como presidente, [de Gaulle] siempre aspiró a representar a la mayoría de franceses, y no a un partido político. En el corazón del gaullismo late el ideal de unidad nacional sin exclusión. Pero con las efímeras excepciones de 1944 y 1958, esto inevitablemente resultó ser un ideal imposible. En 2017, este ideal es aún más inverosímil, sobre todo cuando el candidato gaullista aspira a unirse por exclusión mientras representa apenas una mayoría dentro de su propio partido. Puede ser que, después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el latido del corazón del gaullismo se detenga por completo.”

Fuente: Radio New Zealand

Ahora, incluso Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, el partido de la extrema derecha, está afirmando ser “heredera” del legado de de Gaulle. Lo mismo sucede con Emmanuel Macron, el candidato centrista, candidato que busca interrumpir el sistema político con una plataforma que “no es ni la derecha ni la izquierda”. Ni uno de los dos sigue el legado gaullista. Quizás el único que ha tenido un “enfoque gaullista” ha sido Macron, al intentar elevarse por encima de los partidos. Según el historiador Jean-Paul Bled, “ha adoptado un enfoque gaullista al tratar de unificar la derecha y la izquierda”.

Sin embargo, ninguno de ellos se acerca, ni remotamente, a los ideales del general que logró restaurar el nombre y la potencia política de Francia.

De ganar Macron, Francia habría logrado quebrar la tendencia populista y anti globalización que ha estado contaminando al mundo, pero nada está dicho aún. Los resultados electorales de la Francia podrían significar el principio del fin de los movimientos populistas y anti globalización o podrían ser el inicio del fin de la Unión Europea y de la globalización como tal. Lampadia

Los últimos días de Charles de Gaulle

La campaña dirigida por la centro-derecha de Francia ha cortado los últimos lazos entre el general y el partido que pretende defender su legado
 
Foreign Policy
Robert Zaretsky
17 de Abril de 2017
Traducido y glosado por Lampadia
Fuente: Foreign Policy

Cuando Charles de Gaulle lanzó la Quinta República francesa en 1958, ante una nación conmovida por la crisis, esta fue impulsada por dos motores: una constitución que codificara la visión de Gaulle y un partido para llevar a cabo su voluntad.

 
Para entonces, el general había aceptado la necesidad de un partido, pero sólo a regañadientes. El político más legendario de Francia moderna era profundamente alérgico a los partidos políticos. No se le podía culpar, ya que había vivido los años crepusculares de la Tercera y Cuarta Repúblicas. La rendición de Francia a Alemania en 1940 y su precaria ocupación de Argelia en 1958, fueron el resultado de partidos políticos que buscaban objetivos particulares y egoístas.

Según de Gaulle, los partidos conducían a la parálisis parlamentaria y a la división nacional. El “gaullismo” -un término que el propio general usó con moderación- en contraste, rechazó partidismo y particularismo. Era una plataforma nacional lo suficientemente grande para todos, sin importar provincia o profesión, raza o religión. Fue un medio para prolongar la epifanía del 26 de agosto de 1944, cuando de Gaulle caminó por los Campos Elíseos en una París libre. En la vasta multitud de hombres y mujeres que casi lo sumergieron “como en el mar”, de Gaulle escribió más tarde, presenció “uno de esos milagros de conciencia nacional que, a veces, iluminan nuestra historia. En la multitud, sólo hubo un pensamiento, un impulso, un grito, mientras todas las diferencias cedían y los individuos desaparecían”.

De Gaulle descubrió que incluso en Francia se debe gobernar en prosa y, por tanto, a través de partidos. El nuevo presidente de una nueva república requiere un vehículo para producir la votación que le permita llevar a cabo su mandato popular. Y así, de Gaulle supervisó la construcción de un nuevo partido político, L’Union pour la nouvelle république, o la Unión para la Nueva República (UNR). A lo largo de la década de 1960, la UNR se alió con otros partidos conservadores y centristas, creando la mezcla ideológica que, a pesar de los cambios de nombre, siempre afirmó ser el heredero del general.

Hoy en día, la iteración actual ha sido apodada Les Républicains. Y, junto con la Quinta República misma, parece estar despedazándose.

Pero el desmoronamiento implica que alguna vez hubo algo sólido. Algunos especialistas se han preguntado durante mucho tiempo si realmente hay tal cosa como “gaullismo” – si se trata, como algunos han dicho, de un “ismo” en busca de una ideología, si alguna vez hubo algo además del mismo hombre. Frédéric Grendel, un gaullista, dijo: “En el gaullismo, está de Gaulle. El resto es silencio”. Menos portentosamente, el reconocido especialista de la política francesa, Stanley Hoffmann, afirmó que el gaullismo está “ideológicamente vacío”. Pero si el gaullismo era simplemente un vacío en silencio, el colapso actual de los republicanos no sería un asunto tan ruidoso y denso. Algo real, aunque difícil de alcanzar, se está perdiendo.

En su nivel más básico, el gaullismo ha supuesto un estado fuerte y altamente centralizado, preparado para nacionalizar industrias clave e intervenir en la economía nacional. Dirigido por un presidente investido con vastos poderes – con razón de Gaulle llamó a su República una “monarquía electiva” – bajo el gaullismo, la razón de ser del Estado fue llevar a la nación a les grands travaux (“grandes proyectos”) que unifique a la gente y mantengan a Francia entre el premier rang, o en el primer rango de las naciones.

Desde la muerte de De Gaulle en 1970, varios políticos en Francia podían reclamar  seguir su legado. Durante las décadas de 1980 y 1990, por ejemplo, había figuras políticas como Philippe Séguin y Charles Pasqua, que representaron a la izquierda y derecha, respectivamente. Seguin hacía hincapié en el elemento social del gaullismo, el Estado como garante de la salud y los derechos sociales; Pasqua, por el contrario, enfatizaba la faceta autoritaria del gaullismo, el Estado como el garante de la estabilidad social (que, en el caso de Pasqua, era a menudo dirigido a mantener a los inmigrantes en su lugar). En 2003, el discurso del ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, en las Naciones Unidas, denunciando la prisa de la administración George W. Bush en ir a la guerra, también canaliza el espíritu gaullista, al afirmar la independencia y la disponibilidad de Francia para criticar aliados.

Con la presidencia de Nicolas Sarkozy, el significado del gaullismo se hizo aún más elusivo. Aunque Sarkozy hizo una gran demostración de su apego al hombre y al movimiento, su presidencia reveló un débil apego al poder y sus ventajas. El radical gaullista Jean-Pierre Chevènement observó que mientras que De Gaulle era “igual a su estatua”, Sarkozy no lo es “por la sencilla razón de que no tiene una estatua y tiene dificultad para seguir los mismos deberes”.

Ahora, el proceso de fisión ideológica ha alcanzado una masa crítica con el ex primer ministro Sarkozy y el actual candidato presidencial de Les Republicains, François Fillon.

El proceso de fisión ideológica ha alcanzado ahora, una masa crítica con el ex primer ministro Sarkozy y el actual candidato presidencial de Les Republicains, François Fillon. Como saben los franceses, Fillon es un hombre incapaz de decir “no” a los miembros de la familia que buscan altos sueldos por un trabajo incompleto, así como a las sombrías figuras que le regalan trajes y relojes cuyas etiquetas de precio equivalen al salario mensual de la mayoría de los trabajadores franceses. En el mejor de los casos, estas instancias, ahora investigadas por los tribunales franceses, mancharían a un gaullista auténtico, que Fillon afirma ser.

Pero la indiferencia de Fillon hacia ciertos principios políticos lo aleja del gaullismo, y esta indiferencia, a su vez, aleja aún más a Les Republicains de su padre fundador. La campaña de Fillon promete llevar a Francia de nuevo al éxito,  gracias a los empleados del sector público y privado. Sus promesas de recortar impuestos a la industria rica y desvinculada de las regulaciones estatales, así como reducir el estado de bienestar, van en contra del “gaullismo social” defendido por Séguin. Aunque era un católico devoto, de Gaulle nunca postuló el catolicismo como rasgo definitorio de los franceses o de las mujeres ni hizo de su fe un asunto de campaña. A pesar de ser un patriota francés, de Gaulle advirtió que si bien el patriotismo es el amor al propio país, el nacionalismo, del tipo que Fillon alienta, es el odio de los demás.

Fillon parecía hacer un último esfuerzo para canalizar al general cuando, el mes pasado, ante las crecientes presiones judiciales, las cifras de encuestas moribundas y las dudas de metastatización dentro del partido, invocó la crisis que enfrentó de Gaulle en 1968. Fillon proclamó que no renunciaría como candidato a Les Republicains y pidió a la gente que le ayudara a defender la democracia apoyándolo -una pantomima de los acontecimientos de 1968 cuando de Gaulle, frente a estudiantes rebeldes y trabajadores en huelga que habían paralizado a la nación, juró defender la democracia contra la “tiranía” y reunió a casi un millón de simpatizantes en París, que subieron por los Champs-Élysées cantando “La Marseillaise” y cantando “De Gaulle no está solo”. Milagrosamente, la marea política cambió y se deshizo de las barricadas. Fue la última vez que De Gaulle se mostraría igual a su leyenda.

Los esfuerzos en pro de la manifestación en apoyo a Fillon también lograron su propósito, hasta cierto punto. El 5 de marzo, alrededor de 40,000 partidarios se reunieron bajo lluvia torrencial en la Place du Trocadéro en París para apoyar a su candidato. Aunque mucho menos de los 200,000 anunciados por su portavoz, por no mencionar el millón que respaldó de Gaulle, hubo suficiente para silenciar a los críticos de Fillon dentro del partido. Sin embargo, el mayor efecto fue que esto provocó un contraste aún mayor entre el general y el partido que ahora pretende proteger su legado: como dijo el astuto político Claude Askolovitch, en 1968, Charles de Gaulle era el Estado y se presentó correctamente como su último Baluarte contra el caos. Fillon, sin embargo, es un candidato que, atrapado en una trampa patética de su propia fabricación, ha atacado al propio Estado, poniendo en duda la labor de la policía y los tribunales. Así, Fillon ha colocado al gaullismo en su cabeza, Askolovitch dice: “Un derecho asediado, en lugar de defender la república, ahora lo desafía”.

Los números de las encuestas, al menos por un tiempo, sugerían que los votantes franceses conocían a un falso gaullista cuando lo veían. El otoño pasado, el supuesto generalizado era que Fillon era el próximo presidente de Francia; las encuestas mostraban que ganaba el 32 % de los votos en la primera ronda. Después de una serie de revelaciones sobre sus fechorías, sin embargo, la posición de Fillon se desplomó: Una encuesta del Ifop publicada el 11 de abril demostró que se arriesgaba a terminar en cuarto lugar, quedando atrás de Emmanuel Macron y Marine Le Pen, e incluso detrás de Jean-Luc Mélenchon, candidato de la extrema izquierda La France Insoumise.

En los días transcurridos desde entonces, Fillon parece haber recuperado algo de terreno, y parece que la primera ronda de votación de este domingo será muy reñida. Pero incluso si rescata con éxito estas elecciones, el destino de Les Républicains, y la relación del partido con el fundador de la Francia moderna, seguirá sin resolverse. Hay quienes están divididos en el partido, como Alain Juppé, que defienden su vocación inclusiva y universal, y aquellos que, como Fillon, se unen a su tendencia excluyente y soberanista. El partido carece de una figura que, como De Gaulle, proyecte una clara y poderosa dedicación al interés general de la república. No hay nadie, al menos por ahora, que parezca un probable heredero del legado gaullista. (De hecho, la única figura que puede invocar al general sin encender la risa o bostezos es Mélenchón. Ninguna otra figura habla tan persuasivamente como Mélenchón sobre la república y su gente, y ninguna otra figura puede electrificar como lo hace toda la gama de factores sociales y profesionistas. Como más de un observador comentó sobre su notable discurso en la Bastilla el 18 de marzo, Mélenchon se elevó a las alturas gaullistas en sus gestos y lenguaje).

Pero incluso el propio general tendría dificultades para salvar las divisiones abisales de la Francia de hoy. Como presidente, siempre aspiró a representar no sólo una mayoría de franceses, y mucho menos un partido político. En el corazón del gaullismo late el ideal de unidad nacional sin exclusión. Pero con las efímeras excepciones de 1944 y 1958, esto inevitablemente resultó ser un ideal imposible. En 2017, este ideal es aún más inverosímil, sobre todo cuando el candidato gaullista aspira a unirse por exclusión mientras representa apenas una mayoría dentro de su propio partido. Puede ser que, después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el latido del corazón del gaullismo se detenga por completo. Lampadia