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¿Se aproxima una tormenta electoral?

¿Se aproxima una tormenta electoral?

Por más que las encuestas sobre las elecciones de EEUU muestran una clara ventaja para el candidato demócrata, Joe Biden, no cesan los temores de una posible trifulca en la que el presidente Trump cuestione los resultados y fuerce una contienda judicial.

Este riesgo será mayor en la medida que los resultados se acerquen, especialmente en los estados oscilantes, entre los que pueden estar Winconsin, Michigan, Pensilvania y Ohio, más eventualmente Florida, Carolina del Norte y Arizona. Algo que puede llevar a que los resultados del colegio electoral contradigan el peso del voto popular, como ocurrió en las últimas elecciones, donde Hillary Clinton obtuvo tres millones de votos más que Trump, pero perdió en el colegio electoral.

Según The Economist, Trump tiene solo 5% de probabilidades de ser reelecto, en gran medida por el mal manejo de la pandemia de coronavirus.

Aún así, como explica Nouriel Roubini, en el artículo de Project Syndicate que compartimos líneas abajo, una eventual crisis electoral puede durar varios días y hasta meses, y puede ser muy dañina para la economía estadounidense.

Esperamos, por el bien de la humanidad, que más allá de que nos guste o no, depende de los acontecimientos económicos de EEUU, que se pueda evitar esa eventual confrontación.

El cociente de caos en la elección estadounidense

Project Syndicate
Oct 27, 2020
NOURIEL ROUBINI
Glosado por
Lampadia

Las encuestas de opinión en Estados Unidos vienen señalando que es muy probable que el Partido Demócrata se alce con una victoria contundente en la elección del 3 de noviembre, en la que Joe Biden gane la presidencia y los demócratas obtengan el control del Senado y se afiancen en la Cámara de Representantes, lo que pondría fin a la situación de gobierno dividido.

Pero si la elección se convierte en un plebiscito por el presidente Donald Trump, puede ocurrir que los demócratas obtengan la Casa Blanca pero no recuperen el Senado. Y no se puede descartar que Trump recorra el estrecho sendero a una victoria en el Colegio Electoral y los republicanos retengan el Senado, con lo que se reproduciría el statu quo.

Más preocupante es la perspectiva de una larga disputa en torno del resultado, en la que ambas partes se nieguen a ceder y libren fieras batallas legales y políticas en los tribunales, los medios y las calles. En la reñida elección de 2000, la cuestión no se decidió hasta el 12 de diciembre, cuando la Corte Suprema falló en favor de George Bush (hijo), y su oponente demócrata, Al Gore, aceptó el resultado con elegancia. La incertidumbre política provocó durante ese período una caída de más del 7% en las bolsas. Esta vez puede ser que la incertidumbre dure mucho más (tal vez meses) y eso implica serios riesgos para los mercados.

Hay que tomar en serio esta hipótesis de pesadilla, incluso si ahora mismo parece improbable. Aunque Biden haya liderado las encuestas en forma permanente, también las lideraba Hillary Clinton en vísperas de la elección de 2016. No puede descartarse que en los estados bisagra aparezcan votantes «vergonzosos» de Trump que no quisieron revelar sus verdaderas preferencias a los encuestadores.

Además, lo mismo que en 2016, hay en marcha campañas de desinformación a gran escala (extranjeras y locales). Las autoridades estadounidenses han advertido que Rusia, China, Irán y otras potencias extranjeras hostiles están empeñadas en tratar de influir en la elección y sembrar dudas sobre la legitimidad del proceso electoral. Trolls y bots inundan las redes sociales de teorías conspirativas, noticias falsas, deepfakes y desinformación. Trump y algunos de sus colegas republicanos han hecho propias absurdas teorías conspirativas como la de QAnon, y han dado señales de apoyo tácito a grupos supremacistas blancos. Gobernadores y otros funcionarios públicos de muchos estados bajo control republicano apelan sin el menor empacho a sucias estratagemas para suprimir los votos de grupos sociales de inclinación demócrata.

Para colmo, Trump ha dicho muchas veces (sin fundamentos) que el voto postal no es confiable; esto es porque anticipa que los demócratas serán mayoría entre quienes no voten en persona (como precaución de tiempos de pandemia). Además, se negó a decir que entregará el poder si pierde, y les hizo un guiño a milicias de derecha (a las que pidió «retroceder y esperar») que ya siembran el caos en las calles y traman actos de terrorismo interno. Si Trump pierde y apela a afirmar que hubo fraude electoral, hay una alta probabilidad de violencia y agitación social.

De hecho, si los primeros resultados en la noche de la elección no indican de inmediato una amplia victoria demócrata, es casi seguro que Trump se declarará vencedor en los estados disputados, antes de que se hayan contado todos los votos postales. Miembros del equipo republicano tienen en marcha un plan para cuestionar la validez de esos votos y suspender el recuento en los estados clave. Librarán batallas legales en las capitales de estados bajo control republicano, en tribunales locales y federales llenos de jueces designados por Trump, en una Corte Suprema con 6 a 3 de mayoría conservadora y en una Cámara de Representantes donde, de haber empate en el Colegio Electoral, los bloques legislativos de los estados emitirán un voto cada uno para elegir al presidente, y los republicanos controlan la mayoría de los bloques.

Al mismo tiempo, puede ocurrir que todas esas milicias armadas blancas que ahora están «esperando» salgan a las calles para fomentar la violencia y el caos, con el objetivo de provocar una respuesta violenta de grupos izquierdistas y dar a Trump un pretexto para invocar la Ley de Insurrección y desplegar fuerzas federales, o al ejército, para restaurar «la ley y el orden» (algo con lo que ya amenazó). Tal vez pensando en este final posible, la administración Trump ya calificó a varias grandes ciudades con gobierno demócrata como distritos «anarquistas» que tal vez deba reprimir. Es decir, es evidente que Trump y sus esbirros harán todo lo necesario para robarse la elección; y dada la amplia variedad de medios a disposición del ejecutivo, pueden salirse con la suya, si los primeros resultados electorales son parejos y no muestran una victoria clara de Biden.

Por supuesto, si los primeros recuentos dan a Biden una gran ventaja incluso en estados tradicionalmente republicanos como Carolina del Norte, Florida o Texas, a Trump le será mucho más difícil prolongar la discusión y aceptará la derrota antes. El problema es que cualquier resultado que sea menos que una victoria aplastante de Biden dejará abierto un resquicio para que Trump (con los gobiernos extranjeros que lo apoyan) apele al caos y a la desinformación para embarrar el proceso, mientras los republicanos maniobran para llevar la decisión final a ámbitos más favorables (por ejemplo, los tribunales).

Semejante grado de inestabilidad política puede dar lugar a un importante episodio de huida del riesgo en los mercados financieros, en un momento en que la economía ya se está desacelerando y las perspectivas de un paquete adicional de estímulo en el corto plazo son inciertas. Una disputa prolongada por el resultado electoral (incluso hasta inicios del año entrante) puede provocar una caída de hasta un 10% en las bolsas y que se reduzcan los rendimientos de los títulos públicos (que ya están bastante bajos); y la huida mundial hacia la seguridad presionará aun más al alza sobre el precio del oro. Lo habitual en estos casos es que el dólar se fortalezca; pero como el disparador de este episodio particular sería el caos político en Estados Unidos, puede haber una fuga de capitales contra el dólar que lo debilite.

Una cosa es segura: una elección muy disputada deteriorará todavía más el prestigio internacional de Estados Unidos como ejemplo de democracia y Estado de Derecho y debilitará su poder blando. Hace tiempo (sobre todo los últimos cuatro años) que la política del país transmite una imagen de caso perdido. De modo que, sin dejar de tener esperanzas en que el caos antes descrito no se haga realidad (las encuestas todavía muestran una clara ventaja de Biden), los inversores deberían prepararse para lo peor, no sólo el día de la elección sino también en las semanas y meses venideros.

Traducción: Esteban Flamini

Nouriel Roubini, Professor of Economics at New York University’s Stern School of Business and Chairman of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House’s Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank.




EEUU: El plan disruptivo de Warren

EEUU: El plan disruptivo de Warren

Recientemente The Economist publicó un interesante artículo que resume de manera simple y muy ilustrativa el plan de gobierno de la que sería la presidenta de EEUU si se dieran las elecciones generales en el plazo inmediato, según anuncian las últimas encuestas disponibles: Elizabeth Warren del Partido Demócrata. A continuación, lo compartimos líneas abajo.

Como se puede constatar del análisis de The Economist, dicho plan está cargado de la generación de un sinfín de regulaciones en sectores que son el sostén de la economía estadounidense como el financiero y el tecnológico. En ese sentido, resulta sumamente peligroso su implementación porque implicaría que la primera gran potencia económica, considerada el bastión más representativo del capitalismo mundial, se torne en una economía con una intervención cada vez más creciente del tamaño del Estado.

Warren propone cosas como que las empresas operen bajo licencias revocables y que los inversionistas no tengan ‘responsabilidad limitada’. Dos bombas de impacto nuclear.

Por otra parte, el hecho de que Warren esté acaparando adeptos en el electorado estadounidense es prueba de algo que ya venimos advirtiendo desde hace algún tiempo: La creciente preferencia que está teniendo el intervencionismo y en particular, el socialismo, en los jóvenes en EEUU (ver Lampadia: El socialismo de los Millenials).

Lamentablemente, el populismo nacionalista que ha desquiciado Trump desde que llegó al poder con el Partido Republicano tiene gran parte de la culpa. Si bien el mérito de Trump descansa en un EEUU aún pujante en el tema económico pero con claras señales de desaceleración (ver Lampadia: El error teórico de Trump en el conflicto EEUU-China), su constante desprecio a problemáticas tan importantes a nivel global como el cambio climático, así como el fuerte sentimiento antinmigratorio que expele, ha contribuido a que grandes segmentos de la población jóven, que no se sienten representados por él, volteen a opciones más moderadas en dichos temas sin advertir las aventuradas agendas económicas que tales propuestas sostienen. Parte de estas peligrosas agendas del Partido Demócrata, también ha sido la Teoría Monetaria Moderna, de la cual hemos tratado extensamente (ver Lampadia: MMT: Insisten con desastres monetarios, Se proponen nuevos disparates monetarios) y que como explicamos, constituye un camaleón de desenfrenadas emisiones monetarias provenientes de la FED para financiar déficits fiscales insostenibles que generan hiperinflación en el mediano plazo.

Felizmente, una larga tradición de think tanks liberales en EEUU – entre los que destacan Cato Institute, Heritage Foundation, Mises Institute, entre otros – siempre ha estado vigilante de las propuestas de política pública de los partidos y sus advertencias han contribuido a impedir la implementación de planteamientos tan nefastos para la economía estadounidense. Esperamos que en esta ocasión también cumplan con su cometido y persuadan a los líderes políticos del Partido Demócrata de no cometer suicidio económico y político, si es que llegasen al poder. Lampadia

Una mujer con un plan
Elizabeth Warren quiere rehacer el capitalismo estadounidense

Tal como están las cosas, el programa de los principales candidatos demócratas tiene muy poco tiempo para mercados o negocios

The Economist
24 de octubre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Elizabeth Warren es notable. Nacida en una familia en dificultades en Oklahoma, se abrió camino para convertirse en profesora de leyes estrella en Harvard. Como madre soltera en la década de 1970, rompió con la convención al seguir una carrera de tiempo completo. En una era de regla por tweet, ella es una política desvergonzada que ahora es una de las principales exponentes para ser la candidata demócrata a la presidencia en 2020. Las encuestas sugieren que, en una competencia cara a cara, más estadounidenses votarían por ella que por Donald Trump.

Pero tan notable como la historia de Warren es el alcance de su ambición de rehacer el capitalismo estadounidense. Ella tiene un plan admirablemente detallado para transformar un sistema que cree que es corrupto y le falla a la gente común. Muchas de sus ideas son buenas. Tiene razón al tratar de limitar los esfuerzos de las empresas gigantes para influir en la política y engullir a sus rivales. Pero en el fondo, su plan revela una dependencia sistemática de la regulación y el proteccionismo. Tal como está, no es la respuesta a los problemas de EEUU.

Warren está respondiendo a un conjunto permanente de preocupaciones. EEUU tiene una mayor desigualdad que cualquier otro país rico grande. Si bien los empleos son abundantes, el crecimiento salarial es extrañamente moderado. En dos tercios de las industrias, las grandes empresas se han vuelto más grandes, lo que les permite obtener ganancias anormalmente altas y compartir menos del pastel con los trabajadores. Para Warren esto es personal. Sus padres soportaron el Dust Bowl y la Gran Depresión en la década de 1930 y luego la carrera de su padre se derrumbó debido a una enfermedad. Como académica, se especializó en examinar cómo la bancarrota castiga a quienes caen en tiempos difíciles. La idea que anima su pensamiento es la de una clase media precaria, aprovechada por las grandes empresas y traicionada por políticos que festejan con el dólar corporativo en Washington, DC.

Algunos críticos republicanos y de Wall Street afirman que Warren es socialista. Ella no lo es. Ella no apoya la propiedad pública de las empresas ni el control político del flujo de crédito. En cambio, favorece las regulaciones que obligan al sector privado a pasar su prueba de lo que es ser justo.

El alcance de estas regulaciones es asombroso:

  • Los bancos se dividirían, divididos entre banca comercial y de inversión.
  • Gigantes tecnológicos como Facebook serían desmembrados y convertidos en servicios públicos.
  • En energía, habría una prohibición del fracking de esquisto bituminoso (que, para los mercados petroleros, sería un poco como cerrar Arabia Saudita), una eliminación de la energía nuclear y objetivos para las energías renovables.
  • El seguro de salud privado estaría mayormente prohibido y reemplazado por un sistema estatal.
  • Los barones de capital privado ya no estarían protegidos por una responsabilidad limitada: en su lugar, tendrían que pagar las deudas de las empresas en las que invierten.

Esta nueva regulación sectorial complementaría las amplias medidas de toda la economía:

  • Un gravamen de seguridad social del 15% para aquellos que ganan más de US$ 250,000
  • Un impuesto sobre el patrimonio anual del 2% para aquellos con activos superiores a US$ 50 millones
  • Un impuesto del 3% para aquellos con un valor superior a US$ 1,000 millones y un impuesto adicional del 7% sobre las ganancias corporativas.
  • Mientras tanto, el estado relajaría el control de las compañías por parte de los propietarios.
  • Todas las grandes empresas tendrían que solicitar una licencia del gobierno federal, que podría ser revocada si reiteradamente no tienen en cuenta los intereses de los empleados, clientes y comunidades.
  • Los trabajadores elegirían dos quintos de los asientos de la junta.

Warren no es xenófoba, pero es proteccionista. Los nuevos requisitos para los acuerdos comerciales los harían menos probables. Su gobierno “administraría activamente” el valor del dólar.

Warren defiende algunas ideas que apoya este medio. Una razón para la desigualdad es que los rincones lucrativos de la economía están cerrados por privilegiados. Tiene razón al pedir una política antimonopolio vigorosa, incluso para las empresas tecnológicas, tolerancia cero al amiguismo y el fin de los acuerdos de no competencia que limitan la capacidad de los trabajadores de ganar salarios más altos y cambiar de trabajo. Dada la inflación, su plan de aumentar el salario mínimo federal a US$ 15 durante cinco años puede ser una forma razonable de ayudar a los trabajadores más pobres. De hecho, los ricos deberían pagar más impuestos, aunque creemos que el camino práctico es cerrar las lagunas, como un beneficio por las ganancias de capital conocidas como interés acumulado, y aumentar los impuestos a la herencia, no un impuesto a la riqueza. Y aunque un impuesto sobre el carbono es nuestra forma preferida de combatir el cambio climático, su plan para objetivos de energía limpia marcaría una gran diferencia.

Sin embargo, si se promulgara todo el plan Warren, el sistema de libre mercado de EEUU sufriría un fuerte shock. Aproximadamente la mitad del mercado de valores y las empresas de capital privado se disolverían, se someterían a una fuerte regulación o verían abolidas las actividades. Y con el tiempo, la agenda de Warren afianzaría dos filosofías dudosas sobre la economía que minarían su vitalidad.

La primera es su fe en el gobierno como benigno y efectivo. El gobierno es capaz de hacer un gran bien, pero, como cualquier gran organización, es propenso a la incompetencia, a la captura por parte de poderosos de la información privilegiada y a la indiferencia kafkaesquiana ante la difícil situación de los hombres y mujeres comunes que más le importan a Warren. Cuando las empresas de telecomunicaciones y las compañías aéreas estaban muy reguladas en la década de 1970, eran famosas por su pesadez e ineficiencia. El logro distintivo de Warren es la creación en 2011 de un organismo para proteger a los consumidores de los servicios financieros. Ha hecho un buen trabajo, pero tiene poderes inusuales, a veces ha sido duro y se ha convertido en un fútbol político.

La otra filosofía dudosa es un vilipendio de los negocios. Ella subestima el poder dinámico de los mercados para ayudar a los estadounidenses de clase media, guiando invisiblemente las acciones diversas y espontáneas de las personas y las empresas, trasladando el capital y la mano de obra de las industrias moribundas a las que están en crecimiento e innovando a expensas de los titulares perezosos. Sin esa destrucción creativa, ninguna cantidad de acción gubernamental puede elevar el nivel de vida a largo plazo.

Colores primarios

Muchos presidentes han tomado posiciones en las primarias de las que se apartaron como nominados de su partido. Si Warren llegara a la Oficina Oval dentro de 15 meses, los tribunales, los estados y probablemente el Senado la obligarían. El inmenso tamaño y la profundidad de la economía de EEUU significa que ningún individuo, ni siquiera el que está sentado en la Casa Blanca, puede cambiar fácilmente su naturaleza. Sin embargo, el plan maestro pesado de Warren tiene mucho de lo qué preocuparse. Ella necesita encontrar más espacio para el sector privado innovador y dinámico que siempre ha estado en el corazón de la prosperidad estadounidense. Lampadia




Se proponen nuevos disparates monetarios

Se proponen nuevos disparates monetarios

Un “nuevo” enfoque de la política monetaria empieza a asomarse en las mentes de los recién entrantes congresistas por el Partido Demócrata de los EEUU, cuya vocería en este tema la dirige Alexandria Ocasio-Cortez, una millennial socialista que busca “defender a las minorías sociales y emprender acciones contra el cambio climático”.

La “Teoría Monetaria Moderna” (o MMT, por sus siglas en inglés), como se denomina en los círculos académicos, consiste básicamente en utilizar la emisión primaria de dinero de la entidad monetaria – en este caso, la FED – para financiar programas sociales asistencialistas expansivos, en un contexto de baja inflación y bajas tasas de interés.

Siguiendo esta definición, parecería tratarse de un enfoque con muy buenas intenciones ya que, en principio, aprovecharía las buenas condiciones macroeconómicas y financieras de un país para inducir un mayor bienestar en la población, a través de una mayor inyección de liquidez en el sistema bancario. Pero como señaló recientemente el notable profesor de economía y política pública de Harvard y ex economista jefe del FMI, Kenneth Roggoff, en un artículo reciente de la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), dicho enfoque falla básicamente por dos razones:

  • En primer lugar, no hay razones para pensar que las buenas condiciones de crecimiento de la economía estadounidense, en términos de alzas en la producción y bajo desempleo, no se condecirán en el futuro con un alza de la inflación y un alza en las tasas de interés. Las buenas condiciones financieras -que pueden no ser sostenibles en el tiempo – , al tornarse adversas, pueden terminar jugando una mala pasada ante una mayor emisión monetaria, en forma de MMT, la cual no haría más que acelerar el proceso inflacionario, al hacer el dinero menos escaso que antes. Esto último perjudicaría a quienes más se quería beneficiar con esta política: los más pobres.
  • En segundo lugar, es que EEUU ya cuenta con una deuda pública alta, la cual sobrepasa el 100% del PBI, y esto no sería un problema en sí, si no fuera porque la mayor parte de sus acreedores son internacionales. Una vez más, un deterioro de las condiciones financieras internacionales podría desestabilizar las arcas del gobierno federal, en cuyo caso una política monetaria expansiva para financiar más deuda de corto plazo, como propone el enfoque MMT, es lo menos recomendable.

Cabe mencionar que la idea de un banco central como instrumento para financiar los déficits gubernamentales no es reciente; sin embargo, la evidencia histórica, en particular la de América Latina, ha sido contundente en señalar que dicha política, llevada a la práctica, es sumamente peligrosa para la macroeconomía.

Y los peruanos más que nadie, lo sabemos bien porque lo hemos vivido en carne propia durante la hiperinflación en la década de los 80. En aquella época en 1985, Alan García heredó de Belaunde Terry, un gobierno altamente endeudado, con altas tasas de inflación y bajas tasas de crecimiento del PBI. Aconsejado por los llamados “economistas heterodoxos”, llevó a cabo un programa de expansión del gasto gubernamental, que terminó siendo financiado por el mismo BCRP. Se tenía la idea de que la economía se encontraba en una situación de capacidad productiva ociosa, por lo que había que incentivar la oferta agregada, lo cual no desembocaría en inflación, ya que se equilibraría con la demanda agregada. Como la historia demostró muy rápido, este argumento fue completamente rebatido con la hiperinflación rampante que, destruyó el servicio civil de aquella época.

Si bien el caso estadounidense difiere del peruano pues este último no contaba con las buenas condiciones financieras que caracterizan el día de hoy a la economía de EEUU – a excepción por supuesto de la alta deuda pública – sirve de ejemplo para ilustrar un escenario en el que si dichas condiciones ya no se sostienen, “recurrir a la maquinita” no hace más que perjudicar a quienes más se desea beneficiar con estos programas sociales expansivos.

Esperemos que dicho enfoque monetario no llegue si quiera a ser discutido en las futuras reuniones de la Junta de la Reserva Federal de la FED. Como hemos reconocido en anteriores oportunidades, las decisiones de política cuyas consecuencias no se reflexionan lo suficiente a luz de la evidencia empírica, terminan por agravar un problema que en un inicio se buscaba solucionar. Lampadia

Disparates monetarios modernos

Varios líderes políticos progresistas de EEUU abogan por utilizar el balance de la FED para financiar nuevos programas gubernamentales expansivos. Aunque sus argumentos tienen un grano de verdad, también se basan en algunos conceptos erróneos fundamentales, y podrían tener consecuencias impredecibles y potencialmente graves.

Kenneth Rogoff
Project Syndicate
4 de marzo, 2019 
Traducido y glosado por Lampadia

Justo cuando la FED de los EEUU parece haber rechazado los candentes tweets del presidente Donald Trump, la próxima batalla por la independencia del banco central ya se está desarrollando. Y esta podría potencialmente desestabilizar todo el sistema financiero global.

Varios progresistas estadounidenses destacados, que bien podrían estar en el poder después de las elecciones de 2020, abogan por utilizar el balance de la FED como fuente de ingresos para financiar nuevos programas sociales expansivos, especialmente en vista de la baja inflación actual y las tasas de interés. Los destacados partidarios de esta idea, que a menudo se conoce como “Teoría Monetaria Moderna” (MMT, por sus siglas en inglés), incluyen una de las estrellas más brillantes del Partido Demócrata, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez. Aunque sus argumentos tienen un grano de verdad, también se basan en algunos conceptos erróneos fundamentales.

El presidente de la FED, Jerome Powell, apenas pudo contenerse cuando se le pidió comentar sobre este nuevo dogma progresivo. “Creo que la idea de que los déficits no son importantes para los países que pueden tomar préstamos en su propia moneda es errónea”, insistió Powell en el testimonio del Senado de EEUU el mes pasado. Añadió que la deuda de EEUU ya es muy alta en relación con el PBI y, lo que es peor, está aumentando significativamente más rápido de lo que debería.

Powell tiene toda la razón sobre la idea del déficit, que es una locura. Los EEUU tienen la suerte de poder emitir deuda en dólares, pero la imprenta no es una panacea. Si los inversionistas se vuelven más reacios a mantener la deuda de un país, probablemente tampoco estarán muy emocionados por mantener su moneda. Si ese país intenta deshacerse de una gran cantidad en el mercado, se producirá inflación. Incluso pasar a una economía de planificación centralizada (tal vez el objetivo para algunos partidarios de MMT) no resolvería este problema.

En el segundo punto de Powell, acerca de que la deuda de EEUU ya es alta y aumenta demasiado rápido, hay mucho más espacio para el debate. Es cierto que la deuda no puede aumentar más rápido que el PBI para siempre, pero puede hacerlo durante bastante tiempo. Las tasas de interés ajustadas a la inflación a largo plazo de hoy en  EEUU son aproximadamente la mitad de su nivel de 2010, muy por debajo de lo que predecían los mercados en ese momento, y muy por debajo de las previsiones de la FED y el Fondo Monetario Internacional. Al mismo tiempo, la inflación también ha sido más baja por más tiempo de lo que cualquier modelo económico hubiera predicho, dado el fuerte crecimiento actual de EEUU y el muy bajo desempleo.

Además, a pesar de estar en el epicentro de la crisis financiera mundial, el dólar estadounidense se ha vuelto cada vez más dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Por el momento, el mundo está bastante contento de absorber más deuda en dólares a tasas de interés notablemente bajas. Cómo explotar esta mayor capacidad de endeudamiento de los EEUU es, en última instancia, una decisión política.

Dicho esto, sería una locura asumir que las condiciones favorables actuales durarán para siempre, o ignorar los riesgos reales que enfrentan los países con una deuda alta y creciente. Estos incluyen compensaciones de riesgo-retorno potencialmente más difíciles, al usar la política fiscal para combatir una crisis financiera, responder a un desastre natural o pandemia a gran escala, o movilizarse para un conflicto físico o guerra cibernética. Como ha demostrado una gran cantidad de evidencia empírica, nada pesa más sobre el crecimiento de las tendencias a largo plazo de un país, como estar financieramente paralizado en una crisis.

El enfoque correcto para equilibrar el riesgo y el retorno es que el gobierno extienda la estructura de vencimiento de su deuda, tomando préstamos a largo plazo en lugar de a corto plazo. Esto ayuda a estabilizar los costos del servicio de la deuda si las tasas de interés aumentan. Y si las cosas se ponen realmente difíciles, es mucho más fácil inflar el valor de la deuda cautiva a largo plazo (siempre que no esté indexada a los precios) que inflar la deuda a corto plazo, que el gobierno tiene que refinanciar constantemente.

Es cierto que los legisladores podrían recurrir nuevamente a la represión financiera y obligar a los ciudadanos a mantener la deuda del gobierno a tasas de interés por debajo del mercado, como una forma alternativa de reducir la carga de la deuda. Pero esta es una mejor opción para Japón, donde la mayoría de la deuda se mantiene en el país, que para los EEUU, que depende en gran medida de los compradores extranjeros.

Hacer que la FED emita pasivos a corto plazo para comprar deuda pública a largo plazo hace que la política gire 180 grados en la dirección equivocada, porque acorta el vencimiento de la deuda del gobierno de los EEUU que es privada o de gobiernos extranjeros. Contrariamente a la opinión generalizada, el banco central de los EEUU no es una entidad financiera independiente: el gobierno es el propietario de los bloqueos, las acciones y el barril.

Desafortunadamente, la FED es responsable de gran parte de la confusión que rodea al uso de su balance. En los años posteriores a la crisis financiera de 2008, la FED realizó una “flexibilización cuantitativa” (QE, por sus siglas en inglés) masiva, mediante la cual compró deuda gubernamental a largo plazo a cambio de reservas bancarias, y trató de convencer al público estadounidense de que esto estimuló mágicamente la economía. QE, cuando consiste simplemente en comprar bonos del gobierno, es humo y espejos. La empresa matriz de la FED, el Departamento del Tesoro de los EEUU, podría haber logrado lo mismo al emitir deuda de una semana, y la FED no habría necesitado intervenir.

Quizás todas las tonterías sobre la MMT se desvanecerán. Pero eso es lo que la gente dijo sobre las versiones extremas de la economía del lado de la oferta durante la campaña presidencial estadounidense de Ronald Reagan en 1980. Las ideas equivocadas aún pueden arrastrar el tema de la independencia del banco central de EEUU al centro del escenario, con consecuencias impredecibles y potencialmente graves. Para aquellos que se aburren con el crecimiento constante del empleo y la baja inflación de la última década, las cosas pronto podrían volverse más emocionantes. Lampadia




Summers vs Stiglitz sobre Estancamiento Secular

En un reciente ‘debate’ vía artículos, Larry Summers y Joseph Stiglitz han venido intercambiando opiniones sobre si las ideas del estancamiento secular son aplicables a la economía estadounidense. Larry Summers no se ha quedado atrás y señala que cada vez más personas están aceptando su tesis de “estancamiento secular”, a pesar de que el crecimiento económico se ha fortalecido dramáticamente y las tasas de interés han aumentado desde 2013, cuando sonó la alarma por primera vez.

¿Qué es estancamiento secular? Este término fue acuñado por primera vez por el economista Alvin Hansen en 1930 y se refiere, en simple, a un estado duradero en el que la depresión económica sería la norma, con episodios de pleno empleo escasos y distanciados. Para Summers, el estancamiento secular se caracteriza por:

  • Crecimiento económico debajo del crecimiento potencial
  • Inflación persistente en torno al 2%
  • Bajas tasas de interés, en torno a cero o negativas (trampa de la liquidez)
  • Burbujas e inestabilidad financiera

Para mayor detalle, ver su discurso de la XIV Conferencia Anual de Investigación del FMI: “Crisis ayer y hoy” del 8 de noviembre de 2013:

Existe un consenso de muchos economistas que las características del fenómeno indicado por Summers sí se observan en la economía mundial. Según Summers (en el artículo del Financial Times que inició todo este debate), “el estancamiento secular -como un problema- permanece muy real en la actualidad. Los paliativos actuales son apropiados, pero es poco probable que sean soluciones a largo plazo. El mundo industrial puede esperar que las demandas de inversión aumenten y las necesidades de ahorro disminuyan. Pero los responsables de las políticas deben centrar su atención en la demanda y en los problemas de suministro en el futuro.”

Lawrence Summers es uno de los protagonista del debate económico global. En Lampadia lo venimos siguiendo hace años. Es considerado como un economista honesto y hasta un poco controversial, pero muy acertado. Sin embargo, hay economistas como Joseph Stiglitz que lo ven como un responsable de la crisis financiera, por “impedir la regulación de derivados”.  Por eso es que, en un artículo reciente, Stiglitz desestimó que la idea de estancamiento secular sea aplicable a la economía estadounidense. “Un análisis de políticas por parte de Stiglitz me parece tan débil como cuanto es sólido su trabajo teórico académico”, como afirmó más tarde Lawrence.

Ver más sobre el debate de Summers y Lawrence líneas abajo:

Reflexiones finales sobre el estancamiento secular

Project Syndicate
6 de septiembre, 2018
Lawrence H. Summers, Secretario del Tesoro de EEUU (1999-2001) y Director del Consejo Económico Nacional de EEUU (2009-2010), es ex presidente de la Universidad de Harvard, donde actualmente es profesor universitario.
Traducido y glosado por Lampadia

Se hizo muy poco para estimular la demanda agregada después de la crisis financiera de hace una década, que se vería impulsada por una distribución más equitativa del ingreso. Y se necesita adoptar una regulación financiera sustancialmente más sólida que la existente antes de 2008 para minimizar los riesgos de futuras crisis.

Joseph Stiglitz, Roger Farmer y yo estamos de acuerdo, ahora y desde hace tiempo, en cuáles son probablemente los puntos más importantes. El paradigma del “Nuevo Keynesiano” que considera que los ciclos comerciales surgen de rigideces temporales en los salarios y los precios es insuficiente para explicar eventos como la Gran Depresión y la Gran Recesión. Casi no se hizo nada para estimular la demanda agregada después de la crisis financiera de hace una década. Una distribución del ingreso más equitativa opera para aumentar la demanda agregada. Se necesita adoptar una regulación financiera sustancialmente más sólida que la que existía antes de 2008 para minimizar los riesgos de futuras crisis.

Sigo teniendo desacuerdos con Stiglitz sobre el record de las políticas públicas, y otros desacuerdos tanto con Stiglitz como con Farmer sobre algunos puntos de la teoría con respecto al estancamiento secular.

Comenzando con el record de las políticas, Stiglitz tiene razón al afirmar que no se debe esperar que los economistas estén de acuerdo en cuestiones de viabilidad política. Sin embargo, deberían poder ponerse de acuerdo sobre lo que dicen los textos. El comentario del New York Times que Stiglitz cita con orgullo pide un estímulo de “al menos US$ 600 mil millones a US$ 1,000 millones en dos años”. El gobierno de Obama solicitó y recibió estímulos por un total de US$ 800 mil millones, una cifra dentro del rango de Stiglitz, a pesar de ser políticamente restringido por la necesidad de la aprobación del Congreso. Entonces no estoy seguro de lo que está afirmando.

Stiglitz afirma que el estudio que hizo para Fannie Mae en 2002 solo decía que, en ese momento, sus prácticas de préstamos eran seguras. Así no es como lo leo. Habla de que la probabilidad de incumplimiento en un plazo de diez años era de menos de uno en 500,000; señala que incluso si el análisis se realiza por un orden de magnitud, cualquier riesgo para el gobierno es muy modesto; y hace un llamamiento al sistema regulatorio vigente del momento para que minimice el hecho que su modelo omite riesgos. Presenta argumentos en contra de la Oficina de Presupuesto del Congreso, el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal, quienes habían sugerido que las garantías implícitas a Fannie Mae eran potencialmente costosas (basados ​​en la misma información disponible para Stiglitz cuando escribió su artículo).

No estoy seguro de que intenta decir Joe sobre los derivados. Estaba claro en mi artículo (al que está respondiendo) que desearía no haber apoyado la legislación del 2000. Pero también noté que no hay razón para pensar que, en ausencia de la legislación, la Comisión de Comercio de Futuros de Materias Primas bajo la administración Bush habría afirmado una nueva autoridad sobre los derivados y señalado el problema de certeza legal que los abogados de carrera consideraron que era importante abordar.

¿Qué hay de la teoría del estancamiento secular? Stiglitz y yo estamos de acuerdo en que la predicción de Alvin Hansen no fue confirmada después de la Segunda Guerra Mundial debido a una combinación de políticas expansivas y cambios estructurales en la economía. Este fue mi punto hace cinco años al renovar la idea del estancamiento secular: sugerir que la economía, tal como estaba en 2013, requirió una combinación de expansión fiscal y cambio estructural para sostener el pleno empleo. Mis discusiones sobre el estancamiento secular han enfatizado una variedad de factores estructurales, que incluyen desigualdad, altas participaciones en los beneficios, cambios en los precios relativos y patrones de ahorro global. ¿Cuál es el desacuerdo de Stiglitz?

Farmer, en su reflexivo comentario, argumenta que los modelos del tipo que ha impulsado en los últimos años son la manera correcta de pensar sobre el desempleo crónico excesivo y que, con los microfundamentos adecuados, se puede concluir que las políticas fiscales son ineficaces. Creo que su enfoque de modelado bien puede ser muy fructífero y me gustaría haberlo entendido mejor. Pero, por ahora, considero que la evidencia empírica, las comparaciones internacionales, los estudios de series de tiempo y los estudios de variación local dentro de los Estados Unidos son convincentes al sugerir que la política fiscal funciona. Sin embargo, creo que las opiniones de Farmer sobre el uso de la política monetaria para estabilizar los precios de los activos merecen una consideración seria.

Finalmente, espero que Stiglitz responda positivamente a mis repetidas sugerencias de que debatamos estos asuntos en persona en Columbia o Harvard o en algún otro lugar adecuado. Todos podemos estar de acuerdo en que lo que está en juego en una mejor comprensión de las lecciones de la historia macroeconómica y que la importancia de evitar futuros eventos, como los de la última década, es muy alta. Lampadia




Otra mirada al mito de la desigualdad

Tras el ascenso en la tendencia populista en el mundo, es oportuno examinar nuevamente los vínculos entre el populismo y el malestar socioeconómico. El motivo del aumento de la tendencia populista se ha atribuido en gran parte al supuesto aumento de la desigualdad que se habría producido en los países más ricos, especialmente en EEUU.

Efectivamente muchos economistas del mainstream (EEUU), han sustentado un proceso de concentración de riqueza que se habría dado con el estancamiento de los ingresos de la clase media y baja. Como vamos a volver a ver, también hay estudios muy serios que sustentan algo muy diferente. Sin embargo la imagen de la desigualdad es hoy día, en la mente de los estadounidenses, una realidad que ha desencadenado procesos sociales y políticos muy importantes. 

Como hemos publicado anteriormente en Lampadia, The Economist reportó en marzo pasado un análisis que trae conclusiones muy novedosas, titulado: Los estadounidenses son más ricos de lo que eran en la década de 1970 – Pero, ¿por cuánto?, que dice:

La economía de EEUU ha crecido enormemente durante las últimas cuatro décadas, pero no todos sus trabajadores han cosechado los frutos. Tal vez la estadística más citada para demostrar cuán desiguales han sido las ganancias es el ingreso familiar promedio. Las estadísticas oficiales de la Oficina del Censo muestran que este número se mantuvo estable durante 40 años. Sin embargo, un análisis reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) descubrió que en realidad aumentó en un 51% entre 1979 y 2014. ¿Por qué es que las cifras de la CBO son mucho más alentadoras?

Ver en Lampadia: El mensaje del Perú en la Cumbre de las Américas: Retomemos el libre comercio, donde planteamos: Terminemos de romper el mito de la desigualdad que ‘justifica’ el populismo anti libre comercio y anti globalización de los países más ricos.

Como muestra el cuadro de The Economist, el supuesto estancamiento de la clase media de EEUU, no era tal, era producto de mediciones defectuosas, pues en vez del estancamiento de ingresos desde 1979 a la actualidad, lo que se ha dado es un incremento del orden de 51%.

Recomendamos revisar la publicación citada líneas arriba, que muestra en detallle cada uno de los ajustes que explican la conclusión que muestra el cuadro.

Es lamentable que la aparente desigualdad de EEUU, se haya generalizado y llevado a un supuesto fenómeno global de desigualdad en el mundo. Esto ha permitido que se vayan construyendo mitos que son aprovechados por los políticos populistas, que están desestabilizando el mundo de nuestros días. Inclusive, los mensajes pastorales del Papa Francisco, asumen que la globalización, el libre mercado y la economía de mercado, han sido perjudiciales a los más pobres, cuando la realidad, como lo demuestran Hans Rosling y Stephen Pinker, entre otros pocos investigadores serios, es todo lo contrario.

La verdad, como hemos explicado anteriormente es que, durante las últimas décadas, en los países emergentes, se ha producido un aumento sustancial del bienestar y la desigualdad se ha reducido dramáticamente. Ver en Lampadia: 7 ensayos sobre la prosperidad (Nuestra visión de futuro debe partir desde la realidad), Las dos caras de la desigualdad en el mundo y Contundente reducción de la desigualdad.

El populismo se vuelve atractivo para las personas cuando existe la percepción de que las instituciones políticas tradicionales no han logrado cumplir la promesa de mejorar su calidad de vida. Esta percepción se amplifica cuando la mayoría ve que una pequeña clase de élite se está haciendo más rica mientras sus ingresos se estancan o aumentan a tasas muy bajas.

Contrariamente a la prédica de los nuevos líderes del populismo, la desigualdad se ha producido en buena medida por la pérdida de empleos manufactureros, que no se debe a la globalización ni al comercio internacional. Según los últimos análisis, la pérdida de empleos se debe hasta en un 80% a la automatización (robots e inteligencia artificial).

Además, si uno quisiera (tal vez) culpar a alguien, sería más lógico culpar a China (que están haciéndolo). Donald Trump ya inició la imposición de acciones comerciales y regulatorias que, lamentablemente, ha iniciado una ‘guerra comercial’. La disculpa es justamente China, el éxito de China y sus impactos, reales y aparentes, en la economía de EEUU.

Esperamos que pronto disminuya el aprovechamiento político y mediático de un tema tan sensible como la desigualdad y, por supuesto, la peligrosa ola populista, que ya ha afectado la política de países muy importantes para la salud de la economía global.

“¿Han notado que siempre llaman ‘élite’ a los otros? ¡La Élite! ¿Por qué son élite? Yo tengo un mucho mejor departamento que ellos.
Soy más listo que ellos. Soy más rico que ellos. Yo soy presidente, y ellos no”. 

Cómo podemos ver, Trump, uno de los tres autócratas que gobiernan los países más grandes (Putin, Xi Jinping y Trump), sigue aprovechando el descontento de los estadounidenses y presentándose como una combinación de facista y populista. Veamos una publicación de Project Syndicate, que es muy representativa del ambiente político actual. Lampadia

Furia en los Estados Unidos

Andrew Sheng, Xiao Geng
Project Syndicate
25 de junio, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Muchos culpan a la extrema derecha de la rebelión populista de hoy en el mundo occidental, la cual ha ganado votos al afirmar que está respondiendo a las quejas de la clase trabajadora, mientras aviva el miedo y promueve la polarización. Pero, al culpar a los líderes que han aprovechado la ira popular, muchos pasan por alto el poder de esa ira en sí, ahora dirigida a las élites cuya riqueza se ha disparado en los últimos 30 años, mientras que la de las clases media y trabajadora ha permanecido estancada.

Dos análisis recientes llegan al corazón de los problemas en juego, particularmente en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo. En su nuevo libro, Tailspin, el periodista Steven Brill argumenta que las instituciones de Estados Unidos ya no son aptas para su propósito, ya que protegen solo a unos pocos y dejan al resto vulnerable al comportamiento predatorio en nombre del libre mercado. Según Brill, este es un resultado de la meritocracia de EEUU: los mejores y más brillantes tuvieron la oportunidad de escalar a la cima, pero luego se llevaron la escalera al capturar las instituciones democráticas y las utilizaron para atrincherarse privilegios especiales para ellos.

El autor Matthew Stewart está de acuerdo, argumentando que “la clase meritocrática ha dominado el viejo truco de consolidar la riqueza y pasar el privilegio a expensas de los hijos de otras personas”. Stewart muestra que, a mediados de la década de 1980, la participación de la riqueza estadounidense mantenida por el 90% más pobre de la población alcanzó un máximo del 35%; tres décadas más tarde, poseían solo el 20%, y casi todo lo que perdieron iba al primer 0.1% de la población. El 9.9% entre estos dos grupos – lo que Stewart llama la “nueva aristocracia estadounidense” – comprende lo que solía llamarse la clase media. En 1963, el 90% habría tenido que aumentar su riqueza seis veces para alcanzar el nivel del 9.9%; para el 2010, necesitarían 25 veces su riqueza para alcanzar ese nivel.

Gran parte de la población de EEUU está trabajando más que nunca, pero ha sufrido un descenso en los niveles de vida, agravada por los altos niveles de deuda de los hogares y, en muchos casos, la falta de seguro de salud. El 10% superior tiene fácil acceso a la educación superior que les permitirá a sus hijos tener los mismos privilegios que ellos; el 90% más bajo debe trabajar mucho más duro para cubrir los altos costos y, por lo general, se gradúa con una fuerte carga de deuda. El 10% superior recibe atención médica de primer nivel; el 90% más bajo a menudo no tiene acceso a ello, o debe pagar un precio excepcionalmente alto.

Se supone que los impuestos nivelan el campo de juego. Pero, desde hace tiempo en EEUU, los republicanos presionan para que bajen los impuestos a los ricos, argumentando que la reducción de las tasas impositivas marginales promoverá la inversión, el empleo y el crecimiento económico, lo que hará que la riqueza “gotee” hacia el resto de la sociedad. De hecho, los recortes de impuestos para los ricos simplemente afianzan aún más sus ventajas, lo que agrava la desigualdad.

Para empeorar las cosas, los pobres pagan más impuestos indirectos (en tierra, bienes raíces y bienes de consumo), y el 20% más pobre de la población estadounidense paga más del doble de lo que paga el 1% superior en impuestos estatales. A esto se suman los desafíos planteados por la automatización y la robotización, por no mencionar los desastres naturales cada vez más frecuentes e intensos, y no es difícil ver por qué tanta gente está tan furiosa.

Según Stewart, el 9.9% es “el personal que maneja la máquina que canaliza los recursos del 90% al 0.1%”, tomando alegremente su “parte del botín”. Pero la desigualdad que genera esta máquina puede tener serias consecuencias, ya que estimula el descontento social y, como estamos viendo hoy en los Estados Unidos, una política errática. Como argumenta el historiador austríaco Walter Scheidel, la desigualdad históricamente ha sido contrarrestada a través de la guerra, la revolución, el colapso del Estado o desastres naturales.

Evitar un evento tan dramático requeriría que el 10% hiciera un trabajo mucho mejor al avanzar los intereses del 90%, en términos de ingresos, riqueza, bienestar y oportunidades. Sin embargo, una combinación de miopía económica y polarización política ha llevado a muchos a tratar de desviar la ira popular hacia los inmigrantes, China y el comercio (incluso con aliados cercanos). Como resultado, todo el mundo está atrapado en una creciente guerra proteccionista que nadie ganará.

Es cierto que, históricamente, las contradicciones y desequilibrios internos a menudo han llevado al conflicto interestatal. Pero eso no es inevitable. Más bien, el resultado depende de la calidad del liderazgo. En Estados Unidos, por ejemplo, George Washington, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt lograron fortalecer su país porque reconocieron la necesidad de abordar las divisiones internas a la luz de los valores centrales, la posición global y los objetivos a largo plazo de Estados Unidos.

El presidente estadounidense, Donald Trump, ha abusado de la ira popular para promover sus propios intereses. Pero él no creó esa ira; las élites estadounidenses han pasado décadas haciendo eso, creando las condiciones para que surja una figura como Trump. Ahora que Trump está a cargo, las condiciones del 90% se deteriorarán aún más. Su enfoque del comercio, en particular, no solo no ayudará a las personas que pretende representar; también destruirá el sentido de equidad y administración que históricamente ha unido a las masas con sus líderes.

Culpar a los de afuera es políticamente conveniente. Pero la única forma de “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” es abordando sus injusticias internas. Ningún arancel de importación o muro fronterizo puede hacer eso. Lampadia




Desastre en cámara lenta

Desastre en cámara lenta

Por Paul Krugman

(Gestión, 03 de Diciembre del 2014)

Parece que al fin la economía estadounidense está saliendo del profundo hoyo en el que se sumió durante la crisis financiera global. Pero el otro epicentro de la debacle, Europa, no puede decir lo mismo. El desempleo en la eurozona está estancado a un nivel que casi duplica el de Estados Unidos, mientras que la inflación está muy por debajo de la meta oficial y la deflación se ha convertido en un riesgo rampante

Los inversionistas ya han tomado nota: las tasas de interés europeas se han desplomado. Entre ellas, los bonos de largo plazo alemanes, cuyo rendimiento es de apenas 0.7% anual. Esa es la clase de tasa que solíamos asociar con la deflación japonesa y, efectivamente, los mercados están señalando que esperan que Europa experimentará su propia década perdida.

¿Por qué está Europa en tan grave situación? La sabiduría convencional entre los encargados de la política económica europea dice que estamos ante el precio de la irresponsabilidad: Algunos gobiernos no se comportaron con la prudencia que una moneda común requiere, que eligieron aferrarse a doctrinas económicas fallidas.

Si me preguntan a mí (y a un buen número de otros economistas que han estado analizando en profundidad el tema), esta conclusión es esencialmente correcta, salvo por una cosa: se han equivocado en la identidad de los malos actores. Es que la mala conducta en el núcleo de este desastre en cámara lenta no viene de Grecia, Italia o Francia, sino de Alemania.

No niego que el Gobierno griego haya actuado irresponsablemente antes de la crisis o que Italia tenga un gran problema con su productividad estancada. Pero Grecia es un país pequeño cuyo desorden fiscal es único, mientras que los problemas de largo plazo de Italia no son la fuente de la corriente hacia la deflación que sufre el continente.

Si intentamos identificar a los países cuyas políticas económicas estuvieron bastante desalineadas antes de la crisis y que han dañado a Europa desde entonces, y que se rehúsan a aprender de la experiencia, todo apunta a que Alemania es el peor actor. En particular, consideremos la comparación con Francia.

Este país recibe mucha mala prensa, en especial a través de críticas a su supuesta pérdida de competitividad. Pero se está exagerando la realidad, pues nunca se sabrá por la prensa que su déficit comercial es pequeño. Claro que existe un problema y lo que habría que preguntarse es qué lo está causando.

¿La competitividad francesa ha sido erosionada por el excesivo aumento de costos y precios? Pues no. Desde que el euro entró en escena, en 1999, el deflactor del PBI francés (el precio promedio de los bienes y servicios producidos) ha crecido 1.7% anual, en tanto que los costos unitarios laborales lo han hecho en 1.9%.

Ambos números están en línea con la meta de inflación del Banco Central Europeo, que está ligeramente por debajo de 2%, y similar a lo ocurrido en Estados Unidos. Por su parte, Alemania está muy desalineada, pues el aumento de sus precios y sus costos laborales es de 1% y 0.5%, respectivamente.

Y no solo en Francia los costos están donde deberían estar. España vio que sus costos y precios crecieron durante la burbuja inmobiliaria, pero en estos momentos todo el exceso ha sido eliminado luego de años de doloroso desempleo y restricciones salariales. El aumento de los costos en Italia ha sido un poco elevado, pero no está tan desalineado hacia arriba como el de Alemania lo está hacia abajo.

En otras palabras, en la medida en que existe un problema de competitividad en Europa, este está siendo abrumadoramente causado por las políticas de “empobrecimiento del vecino” que ha venido aplicando Alemania, que en efecto están exportando deflación al resto del continente.

¿Y la deuda? ¿Acaso no es la Europa no alemana la que está pagando el precio de la pasada irresponsabilidad fiscal? En realidad, ese es el caso de Grecia y de nadie más. Y es especialmente erróneo en el caso de Francia, que no está enfrentando ninguna crisis fiscal y que puede obtener préstamos de largo plazo a una tasa de interés récord de menos de 1%, que apenas es ligeramente superior a la alemana.

Pese a ello, los encargados de la política económica europea parecen determinados a culpar a otros países y otras políticas por sus tribulaciones. Es verdad que la Comisión Europea (CE) tiene previsto un plan para estimular la economía con inversión pública —aunque los desembolsos son tan diminutos que el plan es casi una broma—. Entretanto, la CE está advirtiendo a Francia, que tiene los costos de endeudamiento más bajos de su historia, que podría recibir multas por no recortar lo suficiente su déficit presupuestario.

¿Y si se resuelve el problema de la demasiado pequeña inflación en Alemania? Una política monetaria muy agresiva podría lograrlo (aunque no contaría con ello), pero los funcionarios monetarios de este país están advirtiendo contra tales políticas porque podrían hacer que los deudores se salgan con la suya.

En suma, lo que estamos viendo es el poder inmensamente destructivo de las malas ideas. La culpa no es totalmente de Alemania —aunque es un jugador muy importante en Europa, solo es capaz de imponer políticas deflacionarias porque gran parte de la élite europea cree en la misma falsa narrativa—. Y uno tiene que preguntarse qué causará que la realidad termine por abrirse paso.




¿Debería haber sido presidenta Hillary?

¿Debería haber sido presidenta Hillary?

Por Timothy Garton Ash

(El Comercio, 26 de Octubre del 2014)

Comentario de Lampadia:

El artículo de Garton Ash coincide plenamente con nuestro artículo del 7 de julio del 2014. Ver en Lampadia: La caída de nuestros líderes es una tragedia.

¿Qué fue del mesías? Hablo de aquel por el que los estadounidenses bailaron en las calles gritando “yes we can!” en la inolvidable noche electoral de hace solo seis años. Aquel cuyo nombre estaba en boca de todos los europeos. Aquel que prometió que la humanidad recordaría ese momento “en el que se frenó la subida de los mares y nuestro planeta empezó a curarse”.

En vísperas de las elecciones legislativas del 4 de noviembre, exactamente seis años después de la elección de Barack Obama, los candidatos demócratas no quieren aparecer junto a él. Elizabeth Drew, una veterana observadora de la política norteamericana, escribe: “Es muy probable que no haya habido tanto rechazo de los candidatos a figurar junto al presidente de su partido desde la época de Richard Nixon”. Su índice de aprobación está en torno al 40%. En Europa ya casi no hablamos de él: hemos pasado del “¡Obama! ¡Obama!” al “No-drama-Obama” y luego al “Nobama”.

¿Qué ha ocurrido? ¿O esta desilusión es tan poco realista como la euforia inicial? Este verano, en Estados Unidos, he pedido a varios comentaristas que hicieran un balance de la presidencia de Obama. Por supuesto, todavía pueden pasar muchas cosas en los dos años largos que le quedan, pero seguramente ha tomado ya la mayoría de sus grandes decisiones, y cada vez da más la impresión —con sus canas, su desapego y sus discursos cansados— de que preferiría estar jugando al golf.

Hay que recordar que ningún presidente, desde 1945, había empezado en una situación tan difícil. Llegó al poder con la peor crisis financiera desde los años treinta, tras la desastrosa e innecesaria guerra de George W. Bush en Irak, con un sistema político disfuncional en torno a un Congreso manipulado y dominado por el dinero, y en pleno cambio histórico del equilibrio mundial de poder. Este año, China sobrepasará a Estados Unidos como primera economía del mundo (medido en paridad de poder adquisitivo). En un artículo que escribí desde Washington al día siguiente de la elección de Obama ya expresé mis dudas de que aquel ánimo esperanzado bastara para superar todos esos obstáculos.

Y no supe prever otro obstáculo. Aunque se proclamó que la llegada de un negro a la Casa Blanca era el final de la peor mancha en la mayor democracia del mundo, resulta que sigue habiendo muchos prejuicios. “Es innegable”, dice Drew, “que la raza del presidente es un factor importante en el lenguaje y los métodos tan destructivos que se emplean para atacarle”.

Dicho esto, ¿cuál es el balance provisional? Mi respuesta es: moderadamente bueno en política interior, muy malo en política exterior. La economía estadounidense es la que mejor va de todas las desarrolladas. Ha crecido casi el 8% desde el primer trimestre de 2008, mientras que la de la Eurozona ha caído más de un 2% en ese mismo periodo. El paro ha caído a menos del 6%. El déficit fiscal para el año 2014 fue inferior al 3% del PBI (el límite teórico de la Eurozona). Podemos debatir sin descanso de quién es el mérito —el Gobierno, Ben Bernanke, el gas de esquisto, el dinamismo de un mercado interior inmenso, el innato espíritu emprendedor de los estadounidenses, Dios Todopoderoso—, pero todo eso ha pasado durante la presidencia de Obama. Las restricciones de la ley Dodd-Frank al sistema financiero son tímidas e incompletas, pero la Agencia de Protección Financiera para el Consumidor, creada por él, ofrece nuevas formas de amparo frente a los banqueros. Asimismo, Obama ha hecho todo lo posible para empezar a reducir las emisiones de carbono, a pesar del poder de los grupos de presión en el Congreso.

El lanzamiento inicial de la página web de Obamacare fue un desastre, pero el programa ha permitido que alrededor de 10 millones de personas tengan por primera vez un seguro de salud. Dos profesores de Princeton han descubierto que, en su primer mandato, Obama dedicó mucho más dinero a programas contra la pobreza que otros presidentes demócratas. Ha hablado menos de los pobres pero ha hecho mucho más por ellos. Falta (todavía) una gran reforma de la inmigración, pero el motivo fundamental es que los republicanos están más preocupados en asegurarse las primarias frente al Tea Party que en obtener los votos de los hispanos. No está mal para ser una época de vacas flacas.

Por el contrario, en política exterior, el presidente del que el mundo esperaba tantas cosas ha hecho muy poco. No ha cometido “estupideces” como invadir Iraq. Pero eso es todo.

El estadista visionario del discurso de 2009 en El Cairo no aprovechó la oportunidad de la primavera árabe, en especial en Egipto, donde más de 1.000 millones de dólares de ayuda otorgaban a Estados Unidos la capacidad de influir en el ejército, de nuevo dominante y represor. Obama declaró una línea roja sobre el uso de armas químicas en Siria y luego dejó que el presidente El Asad la cruzara con impunidad. El Asad dirigió sus ataques contra la oposición moderada, para la que Hillary Clinton había pedido a Obama más ayuda. El resultado fue que el Estado Islámico (EI) se hizo fuerte. Su debilidad en las negociaciones con el primer ministro chií de Iraq, Nouri al Maliki empujó a algunos suníes descontentos a unirse también al EI. Y ahora Estados Unidos ha vuelto a intervenir en Iraq.

El prematuro premio Nobel de la Paz no se ha dedicado (aún) en cuerpo y alma a buscar una solución de dos Estados para Israel y Palestina, como hizo Bill Clinton, a pesar de saber que debe hacerlo. Ha reaccionado con tibieza a la indignante agresión de Vladimir Putin en Ucrania. La primavera pasada declaró que Rusia no era más que una potencia regional y que le preocupaba más que pudiera estallar un arma nuclear en Manhattan. El escándalo del programa masivo de vigilancia de la NSA ha irritado a varios aliados cruciales, sobre todo los alemanes, y él ni siquiera ha despedido a su máximo responsable de inteligencia, el general James Clapper, que había mentido al respecto ante el Congreso. El giro hacia Asia es una buena idea, pero ni China ni los aliados de Estados Unidos en la región están muy satisfechos con los resultados. Y luego está el desarrollo. El hombre que llegó al poder hablando de Norte y Sur en lugar de Oriente y Occidente ha contribuido menos al desarrollo en el Sur del planeta que George W. Bush, con los Objetivos del Milenio y otras iniciativas. Ah, y no ha cerrado Guantánamo. ¿Tengo que seguir?

Todo esto lleva a una pregunta interesante: ¿los votantes de las primarias demócratas se equivocaron al ordenar sus prioridades históricas? ¿El primer afroamericano antes que la primera mujer? Aunque ni Clinton ni Obama habían ocupado puestos de gobierno, Hillary tenía más experiencia y seguramente habría sido más dura en casi todos los temas. En 2008 tenía la edad apropiada, mientras que, si gana en 2016, tendrá 69 años. Y con ocho años más, más tiempo en el Senado y un periodo como secretario de Estado o vicepresidente, Obama habría estado más preparado para afrontar los retos de un mundo peligroso. Un buen ejemplo de historia alternativa.




“Alza del costo del financiamiento puede atrasar decisiones de inversión”

“Alza del costo del financiamiento puede atrasar decisiones de inversión”

Entrevista a Liliana Rojas-Suárez, economista, investigadora principal del Center for Global Development

Por: Luis Hidalgo Suárez

(Gestión, 21 de Agosto del 2014)

En entrevista con gestión, la economista advirtió que en un contexto en el que está disminuyendo la rentabilidad de proyectos de inversión, se podría romper el puente de inversión que garantice el crecimiento económico del país.

Llegan datos mixtos respecto a la economía mundial. ¿Cómo está la economía de Estados Unidos?

Está bastante bien y mejorando. El ‘bache’ del primer trimestre asustó a muchos, pero el segundo mejoró y las perspectivas para el tercero y cuarto son buenas. De Europa no hay mucho que decir, no se perciben cambios importantes en las políticas y está creciendo muy débil. En parte, ello se debe a que en Europa no existen mecanismos de reestructuración de deudas.

¿En ese contexto, cómo se comportarán los precios de las materias primas?

Los precios de las materias primas definitivamente no se van a recuperar a niveles altos. Si bien el crecimiento de EE.UU. podría hacer prever lo contrario, el crecimiento de China se está desacelerando y va a desacelerar más. Este año prevé 7.5% y creo que la va cumplir, pero a costa de demasiada expansión fiscal en inversiones que no necesariamente son productivas.

Entonces, por el lado de los precios y demanda de materias primas prevé un panorama negativo para economías como el Perú…

Así es, pero hay más, está el tema del tapering (retiro del estímulo monetario) y el alza de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal de los EE.UU.

La FED anunció que en octubre próximo terminaría el tapering y subiría la tasa de interés a mediados del 2015…

Lo que pasa es que, en mi opinión, la FED está hoy entrampada en sus propios anuncios. Dijo que aumentaría su tasa de interés cuando bajara la tasa de desempleo en EE.UU. a 6.5% y cuando la inflación pasara la valla del 2%. El desempleo está en 6.1% y las proyecciones de inflación señalan que estará entre 1.8% y 2.2%, pero la FED dice que el desempleo de largo plazo es 6% y no 6.5%, y los analistas dicen que ya es tiempo de subir la tasa de interés.

¿Lo hará la FED, o esperará hasta mediados del 2015?

Ante el dilema de asegurarse de que la economía de EE.UU. esté totalmente recuperada y el riesgo de formar burbujas en los mercados de activos, la FED ha escogido lo primero, sabiendo que está tomando un riesgo.

¿Cuál es ese riesgo?

Los mercados de acciones en EE.UU., están ahora disparados. Pero lo que preocupa más es que el rendimiento de los bonos ‘basura’ (junk bonds) está muy alto. Entonces, la FED enfrenta un entrampamiento porque, si se recuerda, en mayo del 2013, cuando solo anunció que iba a comenzar el tapering, los mercados financiero a nivel mundial se volvieron locos y no quiere que vuelva a pasar eso si ahora anuncia una subida de tasas de interés; sin embargo, eso es lo que aconsejan los indicadores. Creo que la FED esperará.

¿Qué efectos puede tener eso para nuestro país?

Actualmente muchas corporaciones de Latinoamérica y de Perú están encontrando muy fácil colocar bonos en el exterior de capitales, es decir, ya no se están endeudando tanto en el sistema bancario (porque además las regulaciones bancarias se han endurecido). Mi preocupación es que si el aumento de la tasa de interés de la FED se demora y el endeudamiento de las empresas de la región a través de bonos continúa, cuando suba la tasa de interés de la FED, el costo de este financiamiento les pegará (subirá) y, además, esos bonos ya no serán atractivos (baja su rendimiento) en el mercado internacional.

¿Puede explicar eso?

A los proyectos de inversión nuevos que se están anunciando para el Perú, la subida de la tasa de interés de la FED los puede agarrar en el momento en el que estructuran su financiamiento, en cuyo caso el costo financiero podría subir.

El crecimiento de la economía peruana ha venido desacelerándose, pero las proyecciones oficiales indican que en el segundo semestre dará la vuelta y creceremos este año 4.0% a 4.5%. ¿Cómo ve el panorama?

Yo diría que máximo crecerá 4% este año. Definitivamente en esto hay factores externos, lo cual se demuestra en el hecho de que casi todas las economías de la región están desacelerando, pero también hay factores internos como el tema de la corrupción en gobiernos nacionales y sus efectos en la inversión pública. El tema es que muchos proyectos de inversión nuevos van a comenzar y si no hubiera ninguna restricción, con el ingreso de estos, la economía peruana podría seguir creciendo impulsada, pero eso no es tan sencillo.

¿Por qué?

Porque no solo es el hecho de que esos proyectos se decidan hacer (estén adjudicados) sino que está el tema del costo del financiamiento, que ya comenté, y el de las expectativas de rentabilidad de los mismos en un nuevo escenario mundial en el que China ya no crecerá tanto como antes. Entonces, probablemente el crecimiento del Perú se va a recuperar en el segundo semestre, pero yo no estaría tan optimista hacia más adelante por los problemas señalados, a los que se suman los de siempre: no se ha hecho mucho para ganar productividad, instituciones, infraestructura, capital humano, innovación, etc.

¿Cómo califica las medidas reactivadoras que ha dado el Gobierno para impulsar la demanda?

Yo diría que hasta cierto punto ha sido tímido y tardío, lo cual se ha juntado con el tema de corrupción en las regiones que ha atemorizado las decisiones de inversión pública. Pero, lo que va a jalar la economía peruana son los proyectos que ya están para iniciarse o han iniciado recién (Toromocho, Las Bambas, entre otros). Mi preocupación mayor es sobre el indicador de confianza.

No debe ría por que la encuesta del BCR dice que las expectativas de los empresarios se han recuperado…

Sí, pero viene afectado tanto por los factores externos: los inversionistas nacionales pueden preferir esperar a ver qué pasa con las tasas de interés de la FED, y ver cómo se acoda el mundo; como también por factores internos: estamos cerca de la etapa electoral presidencial. Por lo que puede ocurrir que se esté juntado lo que ocurre en el panorama internacional (subida de costos y disminución de rentabilidad) justamente con los factores internos. Y eso puede atrasar las decisiones de inversión de inversionistas nacionales.

¿Qué tanto debe preocupar la desaceleración del crecimiento de la economía?

Me preocupa el quantum, que la tasa de crecimiento caiga mucho no es buena señal. Pero más me preocupa si el ‘puente’ para asegurar el crecimiento futuro, que significan los nuevos proyectos de inversión grandes, se va a lograr o no.

Porque en el medio está toda esta subida de tasas de interés que viene de afuera (con el aumento de la tasa de la FED) y puede romper ese puente de crecimiento entre, además de los problemas que viene por el período electoral y porque no se ha avanzado mucho en el tema institucional y demás reformas (laboral, judicial, infraestructura) de segunda generación.

¿Qué se debería hacer?

Hay que tener un plan B, por ejemplo, líneas de crédito contingentes en el mercado. Pero además están las líneas de crédito de los organismos multilaterales; el Perú tendría que estar concretando ahora esas líneas de crédito (a tasas muy bajas por el grado de inversión que tiene) para que se activen en el momento que se requieran. Hay que prepararse.

¿Comparte la opinión de que el ‘milagro peruano’ se acabó?

En conferencias que he dado, siempre he dicho que no pongan al Perú como estrella, porque las estrellas se caen, y eso es parte de lo que viene pasándole a Brasil, a Chile. En el Perú se dieron muchas buenas cosas en materia económica, pero no un milagro, lo mejor fue el manejo macroeconómico que logró estabilizar la economía, y hay que mantener, pero hay reformas que se han quedado por hacer, por ejemplo, la del Poder Judicial, capital humano, reforma laboral, entre otros.

Moody´s elevó la calificación de riesgo crediticio del Perú argumentando la solidez fiscal. ¿Cuál es su opinión?

Las calificadoras de riesgo lo que ven es si los países tienen superávit fiscal. Pero no se dan cuenta que a veces la fortaleza fiscal es alta porque no se está gastando cuando se debe gastar.

Alto crecimiento del crédito no se mantendría

El crédito bancario en el Perú está creciendo a un promedio de 15%, pero Liliana Rojas considera que esta tasa no se sostendrá.

“Esas tasas de crecimiento no se van a mantener porque cuando suba la tasa de interés de la FED, todas las demás van a subir”, argumenta.

De otro lado, considera que si bien actualmente el BCR del Perú bajó su tasa de interés en 0.25 puntos porcentuales, “en algún momento, máximo a mediados del 2015 (cuando la FED suba) empezará a subirla”.

Es más, refiere, algunos bancos centrales, como el de Colombia, ya empezaron a subir las tasas de interés anticipándose a lo que hará la FED.

“Con ello, el costo del crédito va a subir y la tasa de crecimiento de este bajará. No me preocupa, se corregirá solo”, acota.

También opina que la disminución de la tasa de interés del BCR tenía que hacerse como señal de confianza a la inversión, porque “la política fiscal no estaba acompañando (para reactivar la economía), pero no la ha vuelto a bajar por que prefiere crear incertidumbre sobre el precio del dólar.