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La madre de todas las batallas

La madre de todas las batallas

Fundación para el Progreso – Chile
Rafael Rincón-Urdaneta Z.
Publicado en El Líbero, 20.11.2019

Quizás pensamos que, de aquí en adelante, la madre de todas las batallas políticas será la constitucional.

La constitución de un país es tremendamente importante porque tiene consecuencias prácticas. Es fundamental, sí, pero no será necesariamente el gran factor decisivo de nuestro futuro como sociedad. Además, aún podemos hacer de ella algo bueno o permitir que algunos la diseñen a su medida. Podemos lograr que tenga un espíritu minimalista y que se parezca a los marcos institucionales de los países serios y avanzados o caer en los errores de algunas naciones latinoamericanas, y atribuirle más y más poderes al Estado. Y con eso, claro, a los políticos y burócratas, incluidos a los ineptos o corruptos. Podemos hacer que sea más ciudadana e inteligente —de libertades y limitación del poder— o dejarnos llevar por la ilusión ideológica, creada por los demagogos, de que se nos da más poder cuando en realidad se nos arrebata, todo adornado con palabras dulces que apuntan al corazón y neutralizan la cabeza.

Podemos, en suma, hacer aún muchas cosas buenas… o seguir «ejerciendo nuestro derecho a ser estúpidos», como dijo el historiador Niall Ferguson en su visita de 2014 a Chile.

Pero el tiempo pasará y un día, cuando entendamos que tenemos una visión absurdamente legalista e ideológica de las cosas, con tantos mitos, nos daremos cuenta de que nuestro real problema nunca fue la Constitución.

Comprenderemos, ojalá no demasiado tarde, que nuestro peor defecto ha estado en nuestra maltrecha cultura política, muy latinoamericana, que reduce la democracia a eso que llaman «el clamor popular», la mejor forma en que unos pocos ideólogos y manipuladores pueden aplastar a las minorías usando a las mayorías. Veremos cómo permitimos que se nos secuestrara por casi 30 días antes de lograr un acuerdo. No lo hicieron las personas que manifestaron sus descontentos civilizada y racionalmente, sino los que nos capturaron —los vándalos y terroristas organizados— mientras sus voceros, voluntarios o no, nos comunicaban las condiciones para no matarnos.

Lo peor es que seremos conscientes de cómo algunos llegamos a justificar y validar la violencia, el chantaje y el uso de vías no institucionales como forma de hacer política. Y recordaremos frases lindas que contrastaban, casi como insultos, con la catástrofe en las calles; cuando decían que «las movilizaciones sociales corrieron el cerco de lo posible», parecía más bien que fue nuestra situación de rehenes lo que hizo ceder. Y ya que lo hicimos esta vez, pues no nos quejemos si mañana nos pisotean o nos vuelven a amenazar. O si entre todos pisoteamos la nueva Constitución y salimos a la calle a desatar el infierno cuando no nos guste un resultado, una elección o una medida. Porque ni mil cartas magnas podrán curar la horrorosa incivilidad que estamos haciendo parte de nuestro ADN político. Ninguna constitución nos satisfará si nuestra voluntad es imponernos sobre los demás cueste lo que cueste, a sangre y fuego si es preciso.

El monstruo autoritario que llevamos dentro lo lucimos en cada colegio destruido, incluso por niños y adolescentes. En cada estación de metro arrasada, en cada iglesia quemada, en cada persona golpeada o muerta. En bandas armadas en las calles, azuzadas desde las tribunas públicas por personas irresponsables. Y, claro, protegidas por nuestras voces acusando a Carabineros y a las Fuerzas Armadas —cuando salieron, bastante atados de manos— de «esbirros del dictador», en nuestra ridícula ficción de un Chile setentero. También vimos al bicho oprobioso en cada peaje fascista que bautizamos como «El que baila pasa» y en cada vida arruinada cuando destruimos comercios y dejamos a personas desempleadas. En la celebración del golpe a la economía y a la imagen de Chile como «victorias populares», convencidos de que estábamos hiriendo al gobierno y a los ricos.

También descubriremos —y nos quedaremos cortos— la aterradora falta de buenos líderes e intelectuales visionarios, especialmente cuando veamos que esta discusión nos llevó al pasado, con políticos disfrazados de próceres (re)fundando la Patria —o resistiendo— mientras el siglo XXI, con sus desafíos colosales, corría afuera sin esperarnos. Pasamos de Greta Thunberg, que al menos era una conversación de estos tiempos, al Joker enloquecido en las calles y a delirios nostálgicos de luchas caducas. Hasta cayeron las estatuas de Valdivia y Arturo Prat, como afirmando que la cosa era «histórica», mientras otros animaban la pelea entre los espectros de Pinochet y Allende. Nos fascina darle épica a nuestros arranques y sentir que estamos reescribiendo la historia o vengándonos. Pero el futuro nos espera con la sonrisa de quien ve venir a un idiota golpeado por sí mismo. Y si no superamos los efectos de esa sobredosis, llegaremos a él ridículamente pobres y con nuestra mente atrofiada, sin una neurona sana, por la droga del subdesarrollo y la ideología del fracaso. Los estragos por las caídas de la APEC y la COP25 en Chile, así como nuestra desconexión de la globalización productiva por semanas, son aún reparables, pero imperdonables.

Y los intelectuales… ¡ah!… algunos se sentían tumbando al Zar Nicolás II. Y es que le habían advertido, años atrás, que la cosa —lo de la Constitución— sería «por las buenas o por las malas». Eso y figuras públicas, periodistas, actores y actrices, ingenua o deliberadamente, relativizando la violencia o directamente celebrándola. Si supieran —¿lo saben? — el daño que hacen y lo mal que se ven. Si tan solo amaran al país y a sí mismos más de lo que odian a sus adversarios.

El gran desafío de Chile es, pues, desarmar esta bomba de tiempo. Cortar el cable correcto. Y promover una nueva narrativa que renueve y revitalice la democracia, saneándola, liquidando el virus que podría llevarnos a enfrentarnos de nuevo. Esta es la madre de todas las batallas. ¡Y se puede ganar! Lampadia




Avances en la reforma política y electoral

Avances en la reforma política y electoral

Jaime de Althaus

Para Lampadia

Necesitamos definir primero el marco orgánico general y desprender de allí las normas electorales

Vale la pena resaltar la noticia de que el Congreso viene avanzando los trabajos para una reforma política y electoral. Cuando se conformó, dentro de la comisión de Constitución, el sub grupo de reforma electoral presidido por Patricia Donayre, surgió el temor de que dicha Comisión se abocara solo a la reforma electoral y no a la reforma política, que es la que realmente importa. Pero el discurso pronunciado por el presidente de la Comisión de Constitución, Miguel Torres, en la Audiencia Pública que se convocó el viernes 11 sobre reforma electoral, despejó todas las dudas: “Quiero poner de relieve que estamos ante una tarea de corto, mediano y largo plazo, que implica no solo modificar normas de cara a los próximos procesos electorales, sino de afirmar las bases para posibilitar las reformas institucionales, que produzcan un cambio significativo en nuestro sistema político, desde el diseño institucional, el sistema de partidos políticos  y la cultura política del país”. Y agregó: “…tenemos instituciones poco representativas y partidos políticos muy débiles, con una aguda y creciente fragmentación política”. Resumió así los temas que se vienen planteando y sobre los que la comisión deberá debatir:

  • Un “shock institucional” o una revolución institucional
  • La democracia interna de los partidos políticos y su institucionalización
  • El control del financiamiento privado en las campañas electorales
  • El rediseño de los distritos electorales y la creación del distrito electoral para los peruanos residentes en el extranjero
  • La promoción de partidos “light” o el “sistema de partidos por impuestos”
  • Las reformas necesarias a realizarse para los comicios electorales más próximos

Patricia Donayre, por su lado, informó que en la primera quincena de diciembre presentará a debate en la Comisión de Constitución el proyecto de Código Electoral que contiene los derechos y deberes de la ciudadanía, los candidatos y los partidos políticos. Pero solicitará a la Comisión de Constitución del Congreso una ampliación de 120 días para concluir con el conjunto de reformas que permitirán al país contar con un adecuado sistema de elecciones. Ese conjunto de reformas incluye posibles cambios constitucionales en los siguientes temas:

  • Bicameralidad
  • Voto preferencial
  • Voto voluntario
  • Renovación por mitades o tercios
  • Circunscripciones electorales (distritos uni o bi nominales)
  • Reelección  municipal y regional 

Hay, sin embargo, en esta secuencia un problema metodológico que no podemos soslayar. Por razones de calendario se está avanzando primero con las reformas electorales, pues se quiere tener listo el nuevo ordenamiento para las elecciones regionales y municipales del 2018. Pero desde un punto de vista ontológico, primero es la reforma política y de ella se deriva la reforma electoral. Habría que tener claro primero el sistema orgánico político-electoral que queremos, para desprender de allí la normatividad electoral. De lo contrario, podemos caer en el mismo vicio de siempre: dar medidas aisladas e incoherentes con el conjunto orgánico.

La definición del sistema orgánico depende, a su vez, de definir bien los objetivos que queremos con la reforma política y electoral. A juicio nuestro, esos objetos son:

  1. Construir un sistema de pocos partidos estables, superando la altísima fragmentación y volatilidad actual
  2. Construir adecuados sistemas de representación, es decir, canales eficientes de relación y comunicación entre representantes y representados, de modo los ciudadanos puedan canalizar adecuadamente demandas y preocupaciones.
  3. Mejorar las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo a fin de afianzar la gobernabilidad

Es cierto que el debate del sistema orgánico es complejo y requiere tiempo. Quizá se pueda avanzar la normatividad indispensable para ordenar mejor el proceso electoral mismo del 2018. Pero vemos que el proyecto de código electoral que se está elaborando es muy comprehensivo. Incluye lo que ahora es la propia ley de partidos, por ejemplo.

Y así debe ser, pero, repetimos, eso requiere definir previamente el esquema general. Por ejemplo, tenemos que emitir normas para las elecciones venideras, pero si lo que queremos es fortalecer el sistema de partidos, debemos tomar decisiones acerca de los movimientos regionales o locales, que en cada elección han venido creciendo a costa de los partidos. Decisiones acerca de endurecer los requisitos para su inscripción, o la exigencia de que participen en varias regiones, por ejemplo. Sobre esto no parece haber nada en el proyecto de código electoral elaborado. 

Sobre los partidos, debemos definir si queremos poner las barreras en el número de firmas para su inscripción o en el número de comités físicos activos, o más bien en que presenten candidatos a un mínimo de circunscripciones, por ejemplo. 

De otro lado, los capítulos del proyecto de código electoral sobre los candidatos al Congreso y sobre los procesos electorales, suponen una definición previa acerca de la circunscripción electoral, es decir, si vamos a ir a un sistema de distritos uni o bi nominales por ejemplo, lo que podría requerir una modificación constitucional previa. Las propias cuotas de género o de comunidades dependen de esa definición.

En suma, sin dejar de avanzar las normas electorales indispensables para el próximo proceso, es indispensable concentrarse desde ahora en la discusión mayor acerca del sistema político-electoral que queremos, que es un sistema orgánico, para tener las definiciones necesarias que nos permitan desprender luego las reformas específicamente electorales. Pero eso requiere compromiso. Requiere que los partidos políticos presentes en el Congreso realmente tomen este asunto en serio y realicen discusiones internas sobre la base de propuestas bien elaboradas. Todos, comenzando por Fuerza Popular, cuyo aporte a la construcción institucional sería bien recibido.  

Lampadia