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Olvidando la agenda prioritaria de la India

Olvidando la agenda prioritaria de la India

La pésima gestión económica del primer ministro de la India, Narendra Mohdi, ya empieza a verse reflejada en una creciente desaceleración de las cifras de crecimiento del mencionado país asiático. Ello complica la alta dinámica y absorción del mercado laboral de una economía emergente como la India, cuyo bono demográfico aún se mantiene presto a explotarse, y que es además considerado su principal determinante para asentarse como país líder del crecimiento económico en los próximos años.

Como escribimos en Lampadia: Crisis democrática en la India , la obsesión de Modi por el tema cultural y su deseo nacionalista de desterrar a los que él considera como los “viejos enemigos” de la República India, lo ha desenfocado por completo de lo que debiera ser su principal objetivo: profundizar en las reformas de mercado que emprendió en su primer gobierno y soltar todo el potencial de un país, cuyo capital humano le ha permitido establecerse como referente en sectores altamente complejos como es el de la industria de las TIC.

En un reciente artículo publicado por The Economist y que compartimos líneas abajo, se comparten propuestas muy audaces para apuntalar el crecimiento de la India, atacando la médula del problema financiero de dicho país: el sobreendeudamiento de la banca estatal.

Una inyección de liquidez en el corto plazo y una senda privatización en el mediano-largo, permitiría levantar el sistema financiero indio a la vez que corregiría los descalabros fiscales que subyacen en las cuentas del gobierno, que, en las actuales condiciones, imposibilitan realizar política contracíclica para arreglar las insuficiencias de demanda de esta economía.

Esperamos que Modi tome en cuenta estos planteamientos y no deje que su populismo nacionalista termine carcomiendo sus deseos de retomar el desarrollo de la India, que esperamos siga siendo su más grande anhelo. Lampadia

El embrollo que Modi hizo
Narendra Modi está dañando la economía y la democracia de la India

El país finalmente tiene un líder con el poder y los incentivos para impulsar grandes reformas. Pero no está actuando

The Economist
26 de octubre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Las historias de la represión en Jammu y Cachemira y la amenaza de despojar de la ciudadanía a millones de personas pobres y en su mayoría musulmanas en Assam, una forma de limpieza étnica por parte de la burocracia, se han infiltrado en la conciencia del mundo, pero muchos empresarios occidentales todavía están inclinados a defender el primer ministro indio. Incluso si Narendra Modi es malo para la democracia, dicen, su filosofía favorable a los negocios es buena para la economía. Pero, como demuestra nuestro informe especial de esta semana, ese argumento ya no funciona. La economía de la India se maneja de manera incompetente y va mal.

El crecimiento cayó del 8% a mediados del año pasado al 5% interanual en el trimestre más reciente. Puede que eso no suene tan mal, y otras economías emergentes también están sufriendo, pero India necesita crecer rápidamente solo para mantener a su vasta fuerza laboral totalmente empleada. Peor aún, la desaceleración parece menos un chapuzón que una ducha fría prolongada.

Algunos bancos y muchos otros prestamistas están en crisis, con una montaña de deudas incobrables de US$ 200,000 millones. En los seis meses que terminaron en septiembre, el flujo total de financiamiento a las empresas cayó un 88%. Cinco recortes sucesivos de las tasas por parte del Banco de la Reserva de la India, el banco central, no han logrado reducir las tasas de préstamos comerciales, y en cualquier caso las empresas no están invirtiendo. La demanda del consumidor también se ha estabilizado o disminuido. Las ventas de automóviles y motocicletas han caído un 20% o más. Y con el déficit fiscal combinado del gobierno federal y los estados que ya se acerca al 9% del PBI, más los ingresos fiscales cayendo muy por debajo de las expectativas, hay poco margen para el estímulo.

Cuando tomó el poder por primera vez en 2014, el gobierno de Modi heredó una economía con muchos problemas, pero hizo muy poco al respecto. La última frenada continúa ese patrón decepcionante. Con la excepción de un fuerte recorte en los impuestos corporativos a principios de este mes, al 25%, que pone a la India en línea con otros países de la región, la respuesta oficial ha sido dispersa y tímida. Esto, dicen los críticos, refleja tanto una escasez inusual de experiencia en el gobierno de Modi como puntos de vista conflictivos en su círculo, ya que los grupos de interés en competencia compiten por su oído. Sin embargo, las líneas generales de lo que hay que hacer son claras.

Para comenzar, Modi debería reclutar un equipo económico que se base en la competencia y la experiencia en lugar de la afinidad por la ideología hindú-nacionalista del Partido Bharatiya Janata. Debe abordar tanto la crisis financiera como la caída de la demanda. Para arreglar el sistema bancario, los bancos y los bancos en la sombra, ligeramente regulados que recientemente han estado prestando mucho necesitan ser sometidos a pruebas de resistencia y, cuando sea necesario, y los bancos recapitalizados. Eventualmente, los bancos estatales podrían privatizarse y los bancos en la sombra sometidos a las mismas regulaciones prudenciales de otros prestamistas.

Un programa de privatización más amplio le daría al gobierno el dinero que necesita para satisfacer la demanda. Debería hacer uso de palancas como el esquema nacional de empleo rural para llevar dinero al interior en dificultades. A largo plazo, el sistema tributario, las leyes laborales, la regulación de la propiedad de la tierra y los aranceles fiduciarios y proteccionistas deberían recibir una revisión exhaustiva.

Muchos de estos elementos han estado en la lista de tareas pendientes de todos los gobiernos indios durante décadas. Pero la larga historia de estasis solo fortalece el caso para el cambio. Y en Modi, con su control del parlamento, su reputación como amigo de los negocios y su necesidad de enderezar una economía en decadencia, India finalmente tiene un líder con el poder y los incentivos para impulsar grandes reformas.

El temor es que, en lugar de enfrentarse con la economía, Modi deje de hacerse pasar por un reformador y abrace completamente su alter ego, como un nacionalista hindú que golpea el pecho. Apenas unos meses después de su segundo mandato, ya ha abolido el único estado de mayoría musulmana de India y está amenazando con expandir al resto del país su plan para perseguir a supuestos intrusos extranjeros en Assam. Ante los crecientes problemas económicos de la India, el enfoque de Modi en los agravios comunales parece aún más censurable. Por desgracia, aún puede sacar la conclusión opuesta. Lampadia




Crisis democrática en la India

Crisis democrática en la India

La derecha política sigue degenerándose a nivel global con sus prácticas antidemocráticas y su desenfrenado populismo; cuya fuerza se alimenta principalmente de un rampante nacionalismo, el cual resulta muy atractivo hacia las grandes masas de los votantes que han sido engañadas por los supuestos males de la globalización y el libre comercio (ver Lampadia: El nuevo conservadurismo).

Ahora no solo es Occidente, con los movimientos euroescépticos, entre los cuales se destaca el Partido Conservador de Gran Bretaña liderado por Boris Johnson (ver Lampadia: ¿Qué futuro le depara a Gran Bretaña con Boris Johnson?) y en EEUU con el Partido Republicano del presidente Donald Trump. Inclusive en importantes países asiáticos – que justamente son de los que más han aprovechado las oportunidades de un mundo más integrado e interconectado – esta peligrosa ola de pensamiento político está que se apodera de las mentes de la clase política dominante. Este es el caso de la India.

Narenhdra Modi, de quien hemos escrito extensamente en anteriores oportunidades (ver Lampadia: Narendra Modi se perfila para un segundo mandado en la India, La admirable evolución de la India) prometía mucho en términos del bienestar para los habitantes de la India, por su clara visión respecto del rol fundamental que tiene el sector privado en el desarrollo de las economías.

Lamentablemente, sus primeros cien días de su segundo gobierno han dejado mucho que desear. Ello lo pone en evidencia un reciente artículo publicado por la revista Project Syndicate, y que compartimos líneas abajo.

No solo la economía india se encuentra de capa caída, sino que además Modi, como todo político populista, ha empezado a asaltar las instituciones vigentes, para satisfacer el clamor popular. Así, sus operadores políticos ya se encuentran atentando contra la libertad religiosa y personal de los hogares; a la vez que explotan los prejuicios de la población india hacia la población musulmana, acrecentando el conflicto en las relaciones comunitarias.

Lo más lamentable es que, a pesar de estos desaciertos, el mencionado primer ministro aún cuenta con amplio apoyo popular, el cual podría capitalizar para profundizar en las reformas de mercado emprendidas en el 2014, por su mandato, y así posicionar a un país que tiene todo liderar el crecimiento económico global de las próximas décadas, inclusive con mejores prospectos que China. Sin embargo, esto no parecería estar en la agenda de Modi.

Esperamos que Modi en los próximos meses pueda retomar la agenda prioritaria de desarrollo de la India, que de lejos debe ser la económica, y no se obsesione con el tema cultural, que lo único que ha hecho con ello ha sido profundizar la xenofobia entre grupos de orígenes distintos que han compartido muchos años juntos un país que les ha provisto de una mejora de calidad de vida notable. Lampadia

Una dictadura democrática en la India

Shashi Tharoor
Project Syndicate
13 de setiembre, 2019
Glosado por Lampadia

NUEVA DELHI –El gobierno del primer ministro indio Narendra Modi ha completado cien días de su segundo mandato, con bombos y platillos. Pese al deficiente desempeño de su gobierno, Modi en persona sigue siendo inmensamente popular. Esto no presagia nada bueno para la democracia india.

Los simpatizantes del gobierno de Modi aclaman una andanada de nuevas leyes represivas (entre ellas, la criminalización de la práctica musulmana de “divorcio instantáneo” llamada talaq-e-biddat) como muestra de determinación. En tanto, la reciente derogación del estatuto especial de Jammu y Cachemira (garantizado por el artículo 370 de la Constitución de la India) se llevó a cabo en un contexto de fuertes medidas restrictivas en toda la región; dirigentes políticos fueron arrestados y se interrumpieron las comunicaciones telefónicas y por Internet. Cuando se levante la tapa de la olla a presión, no hay modo de saber lo que sucederá; pero la mayoría de los indios siguen apoyando al gobierno sin vacilaciones.

Pero los partidarios de Modi pasan por alto temas como la economía, que está en caída libre, y las relaciones interreligiosas, tensas como nunca habían estado. (La misión no tripulada a la Luna de la que esperaban alardear fracasó cuando el robot explorador se estrelló contra la superficie lunar, en vísperas de la celebración de los cien días de gobierno.)

Para los críticos de Modi, la persistencia de su popularidad es difícil de explicar. La mayor parte de las recetas que aplicó hicieron más mal que bien. Por ejemplo, es probable que el desastroso intento que hizo en 2016 el gobierno de retirar de circulación el 86% del papel moneda de la India haya sido el peor golpe que sufrió la economía del país desde la independencia, con un costo de millones de puestos de trabajo y pérdida de crecimiento. Pero no parece que eso sea un obstáculo para la mayoría de los votantes, que ven en Modi a un líder decidido y práctico, dispuesto a romper con la tradición y probar soluciones audaces para los intratables problemas de la India.

Esta reacción ha dejado a muchos en la India perplejos. He aquí un primer ministro que echó por tierra casi todas las convenciones de la política india civilizada. Envió a la policía a detener a dirigentes opositores bajo acusaciones infundadas, ascendió a ministros que con su retórica divisiva generaron temor en los musulmanes y en otras minorías, e intimidó a los medios, al punto que la cobertura de prensa de su administración es una vergüenza para la cultura democrática de la India.

Además, el gobierno de Modi abandonó (por primera vez en la historia de las comisiones permanentes del Parlamento de la India) la tradición bipartidaria que adjudicaba la presidencia de la Comisión de Asuntos Exteriores (posición que yo ocupaba) a una figura del principal partido de oposición: ahora el Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party, BJP) de Modi decidió que se encargará de controlar a su propio gobierno.

Para muchos de los admiradores de Modi, semejantes muestras de autoritarismo no tienen la menor importancia. Consideran que tras décadas de una democracia demasiado “bondadosa” y de negociar con coaliciones de gobierno, la India necesitaba un líder “duro”. Quienes teníamos una fe absoluta en el sistema democrático de la India ahora nos encontramos con la triste realidad de que tal vez sus raíces no eran tan profundas como pensábamos.

La India se encuentra ahora en manos de un nacionalismo enfervorizado que exalta cada logro indio (real o imaginario) y califica de “antinacional” y hasta “sedicioso” cualquier desacuerdo político o protesta por insignificante que sean. Casi todas las instituciones independientes han sido vaciadas y convertidas en instrumentos del avasallante poder del gobierno.

Que se usen de tal modo las autoridades tributarias no sorprende tanto. Pero ahora hasta los organismos responsables de las investigaciones financieras, la policía y el aparato de inteligencia del gobierno, e incluso entidades manifiestamente autónomas como la Comisión Electoral y el sistema judicial, son parte de esta problemática.

Bajo Modi, la libertad política ya no se considera una virtud. La nueva norma del orden social es el control (por parte de las autoridades) y la conformidad (para todos los demás). Como señaló hace poco el académico y comentarista Pratap Bhanu Mehta, “es difícil recordar un tiempo” en el que “se alentara tanto la adecuación del discurso público y profesional a los deseos del Estado”.

Previsiblemente, bajo el gobierno del BJP, las relaciones intercomunitarias han empeorado drásticamente. La marginación de la comunidad musulmana de la India es tan grave que incluso algunos de los más firmes defensores del gobierno la reconocieron. La India fue durante tres mil años un refugio para los perseguidos de todas las naciones y creencias. Hoy rechaza a los refugiados musulmanes rohinyás de Myanmar y publicó un Registro Nacional de Ciudadanos que excluye a millones de personas (mayoritariamente musulmanas) que tuvieron que refugiarse en la India después de 1971, y con ellas a sus hijos nacidos en la India. También hay rumores de un nuevo intento de eliminar las leyes que permiten a las comunidades minoritarias mantener sus prácticas en lo referido a cuestiones de familia, y de sancionar otras con el objetivo de limitar las actividades de proselitismo religioso.

Ante nuestros ojos, un gobierno al que no le interesan las instituciones, las convenciones y las prácticas mantenidas desde la independencia está transformando el carácter mismo de la India. Parece que la “audacia” lo justifica todo.

Lo que preocupa cada vez más a demócratas liberales como yo es que esto pueda ser lo que la población india (medianamente educada y confundida por la habilidosa propaganda del BJP) realmente quiera. Como se pregunta Mehta: “¿Será que de algún modo esta exaltación del poder, del control y del nacionalismo es la satisfacción de nuestros propios deseos más profundos?”.

En cualquier caso, si estos primeros cien días del segundo quinquenio de gobierno de Modi sirven de indicación, es muy posible que pronto la India deje de ser el país por cuya libertad luchó Mahatma Gandhi. Lampadia

Traducción: Esteban Flamini

Shashi Tharoor, ex subsecretario general de las Naciones Unidas y ex ministro de Estado de Asuntos Exteriores de la India y ministro de Estado para el Desarrollo de Recursos Humanos, es miembro parlamentario del Congreso Nacional de India. Es autor de Pax Indica: India and the World of the 21st Century.




Se profundiza el populismo en América Latina

Se profundiza el populismo en América Latina

“Tal como están las cosas, parece que América Latina seguirá siendo la región del futuro por tiempo indefinido”. Esa es la frase con la que finaliza un reciente artículo escrito por el notable economista Kenneth Rogoff – publicado en la revista Project Syndicate y que compartimos líneas abajo – en el que analiza cómo el reciente ascenso de diversos líderes populistas en la región – entre los que destaca a AMLO, en México y a Bolsonaro en Brasil, así como al dictador Maduro en Venezuela – prolongaría su estancamiento económico y su crisis democrática (ver Lampadia:  Estancamiento de América Latina) a la luz de las políticas emprendidas por dichos gobiernos.

Esto no debería sorprendernos. En el caso de AMLO, como auguramos en Lampadia:  El populismo de AMLO en sus 100 primeros días, las políticas emprendidas por su gobierno en los primeros 3 meses – entre las que destacamos la cancelación de notables proyectos de infraestructura, como el aeropuerto internacional de México iniciado en el 2014, el bloqueo de ductos de combustible y el plantear la posibilidad de un control de precios en una serie de alimentos básicos –  constituían una oda al socialismo latinoamericano del siglo XXI que, como ha sido demostrado históricamente en nuestra región y del cual Venezuela sigue siendo el ejemplo emblemático, conduce a generar una desaceleración económica con alta inflación en el mediano-largo plazo, así como un endeudamiento del fisco a niveles insostenibles.

En el caso de Bolsonaro (ver Lampadia:  Los grandes retos de Bolsonaro, La democracia brasileña en riesgo, ¿Del populismo de izquierda al populismo de derecha?), si bien sostuvimos que en el ámbito económico se encontraba por el camino adecuado – al promover la privatización y el libre mercado en una economía que se encontraba entrampada durante dos décadas debido al proteccionismo, el asistencialismo y la corrupción heredados por Lula Da Silva – el populismo de derecha que ostentaba era sumamente peligroso para la democracia brasileña. Sus declaraciones homofóbicas y misóginas le han valido un rotundo rechazo de la población. Además, su falta de capacidad política y persistente confrontación con el Congreso no le ha permitido, a la fecha, avanzar con las reformas económicas que necesita Brasil. Nuestro país se encuentra en una situación similar, por ende, no debería sorprendernos la situación que aqueja a nuestro vecino oriental.

Sin embargo, los desastrosos resultados a los que llevarán dichos actos políticos en ambos países sí debieran llamar la atención a los votantes respecto de qué políticas son las adecuadas para alcanzar un eventual desarrollo económico y social, así como para consolidar los sistemas democráticos. Es fundamental que nuestra región sea consciente de la crisis democrática en la que se encuentra (ver Lampadia: Las democracias están en peligro en América Latinay se dé cuenta que los populismos tanto de derecha como de izquierda no representarán una solución a sus problemas. Lampadia

A medida que los populistas aumentan, las economías de América Latina caerán

Project Syndicate
5 de junio, 2019
Kenneth Rogoff
Traducido y glosado por Lampadia 

En el transcurso de un año, los populistas con tendencias autocráticas han asumido el poder en México y Brasil, y han sentado las bases para volver al poder en Argentina. Con las tres economías más grandes de América Latina destinadas a una mayor mala gestión, las perspectivas de crecimiento en la región son poco favorables.

Aunque el presidente de los EEUU, Donald Trump, tiende a apoderarse de la mayoría de los titulares, no es una excepción global. Los autócratas populistas han disfrutado de un impresionante ascenso al poder en países de todo el mundo, y en ninguna parte la tendencia es más pronunciada que en América Latina tras las elecciones del presidente de izquierda de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y el presidente de derecha de Brasil, Jair Bolsonaro. Los estadounidenses tienen razón al quejarse de las tendencias autocráticas de Trump, pero, como les recordaría el ex ministro de Finanzas de Chile, Andrés Velasco, Trump es un mero aprendiz en comparación con los populistas de América Latina.

Sin duda, esto no significa que las economías de México y Brasil compartan la misma suerte que la de Venezuela bajo Hugo Chávez y su dictador actual, Nicolás Maduro. Chávez y Maduro lograron llevar al país más rico de América Latina, hogar de una cuarta parte de las reservas mundiales de petróleo probadas, y convertirlo en un caso perdido con una inflación de más de 1,000,000% y una tasa de pobreza de más del 90%. Al menos 4 millones de los 32 millones de habitantes de Venezuela han huido del país, y las proyecciones sugieren que este número podría duplicarse este año si Maduro sigue en el cargo. Venezuela debe su difícil situación no tanto a las sanciones económicas de la era Trump, sino a sus propios líderes populistas. El país ha estado deteriorándose durante años, y la mayor parte de la caída en sus indicadores sociales y económicos es muy anterior al gobierno de Trump.

AMLO, como el carismático Chávez hace dos décadas, asumió el cargo el año pasado con la promesa de que mejoraría las vidas de la gente común. Uno de sus primeros actos oficiales fue cancelar la construcción de un nuevo aeropuerto que se necesitaba desesperadamente en la Ciudad de México, a pesar de que el proyecto ya estaba completo en un 30%, debido a que las aerolíneas son para los ricos. Luego lanzó un nuevo proyecto de aeropuerto en un lugar montañoso, poco práctico, más lejos, donde tiene menos posibilidades de terminar.

Aunque AMLO hizo campaña con la promesa de acabar con la corrupción, su gobierno ha rechazado la licitación competitiva por más del 70% de los contratos que ha adjudicado. Al igual que Trump, rechaza a los críticos de los medios como “noticias falsas” y advierte a los reporteros que “se comporten bien” o “sabes lo que te sucederá”. Sin embargo, los inversores globales se sienten alentados por el hecho de que AMLO ha dejado solo al banco central, al menos hasta ahora.

Pero incluso si el mercado no está evaluando un “riesgo de Venezuela” masivo para México, muchas de las celebridades, escritores, académicos y políticos de tendencia izquierdista que elogiaron a Chávez en los cielos se han mostrado notablemente reticentes a animar a AMLO. Después de haber visto a Trump convertir la tragedia venezolana en su ventaja política, los forasteros que pueden simpatizar con las ambiciones socialistas de AMLO son prudentes. La única excepción, por supuesto, es el líder de la extrema izquierda del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, un partidario del corrupto régimen chavista de Venezuela, quien asistió a la toma de posesión de AMLO en diciembre de 2018.

Mientras que AMLO representa una amenaza para la segunda economía más grande de América Latina, Bolsonaro está poniendo en peligro a la más grande. Como dice el viejo y triste refrán, Brasil, con sus abundantes recursos naturales y su gente talentosa, “es el país del futuro, y siempre lo será”. Su nuevo presidente, un ex capitán del ejército que quiere armar a los ciudadanos y arrasar grandes barrios de La Amazonía (que aceleraría significativamente el calentamiento global), se ha convertido en un pararrayo para protestas estudiantiles, ambientalistas y activistas de los derechos de los homosexuales. Anticipándose a las protestas masivas, recientemente canceló un viaje a Nueva York después de recibir críticas mordaces de su alcalde, Bill de Blasio.

Las cosas no están mucho mejor en casa. Los índices de aprobación de Bolsonaro se han reducido a la mitad desde que asumió el cargo a principios de año. Los primeros escándalos dejan en claro que está muy lejos de limpiar la corrupción endémica que paraliza la gobernanza de Brasil, y mucho menos demostrar las habilidades de formación de coaliciones necesarias para implementar la ambiciosa agenda de reformas económicas de su gobierno.

Para empeorar las cosas, la tercera economía más grande de América Latina, Argentina, se enfrenta ahora a la perspectiva de un retorno al gobierno socialista corrupto y autocrático después de una elección presidencial en octubre próximo. El actual presidente del país, Mauricio Macri, asumió el cargo en 2015, prometiendo un retorno a la salud económica después de que el ex presidente Nestor Kirchner y su sucesora / esposa, Cristina Fernández de Kirchner, despilfarraran los beneficios de un auge de las exportaciones agrícolas a principios de la década del 2000. Sin embargo, Macri, quien heredó una situación extremadamente difícil – no solo un gran déficit presupuestario y una capacidad de endeudamiento limitada – también ha cometido algunos errores críticos.

Para reducir la inflación, que probablemente había alcanzado alrededor del 30%, el gobierno de Macri trató de reducir la tasa de crecimiento del dinero y encontrar fuentes alternativas de financiamiento. Pero los funcionarios optaron por recurrir a préstamos a corto plazo en dólares extranjeros (un error clásico), y Argentina pronto se vio incapaz de pagar sus deudas. El tipo de cambio ahora se ha derrumbado, la inflación ha subido a más del 50% y el partido de los Kirchner está listo para recuperar el poder.

Si todos los líderes autocráticos fueran tan competentes como el fallecido Lee Kuan Yew, el padre fundador de Singapur, los recientes desarrollos políticos en las Américas podrían no ser tan preocupantes. Lamentablemente, este no es el caso, particularmente cuando se trata de los populistas en México, Brasil y Argentina. Tal como están las cosas, parece que América Latina seguirá siendo la región del futuro por tiempo indefinido. Lampadia

Kenneth Rogoff, profesor de economía y políticas públicas en la Universidad de Harvard y ganador del Premio Deutsche Bank 2011 en Economía Financiera.