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Este Congreso ha resultado más peligroso que el anterior

Este Congreso ha resultado más peligroso que el anterior

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Este congreso ha resultado mucho más peligroso que el vilipendiado y disuelto Congreso anterior. Este último era ruidoso, belicoso y se oponía básicamente al enfoque de género y a propuestas de reforma política planteadas por el Ejecutivo. Para lograr que se aprueben, el gobierno hacía cuestión de confianza, lo que a la postre derivó en la disolución del Parlamento.

Pero ese detestado Congreso no aprobaba leyes que rompen contratos, afectan el estado de derecho, desalientan inversión futura y comprometen el desarrollo nacional. La más nociva y demagógica ley de los últimos años, la del retiro del 95.5% de los fondos en las AFP, por ejemplo, fue obra del congreso 2011-2016, no del disuelto.

El Congreso actual no es verbalmente agresivo contra el gobierno, pero no le hace caso y aprueba leyes que no solo horadan el financiamiento de la lucha contra el coronavirus, como la del retiro de 25% de los fondos previsionales -que linda con la traición a la patria-, sino una que golpea las bases mismas del desarrollo nacional, como la que elimina los peajes que cobran las concesionarias privadas.

Los congresistas no saben que según el artículo 62 de la Constitución los contratos no pueden ser modificados por leyes. O saben y no les importa. La ley tampoco establece compensación por la eliminación del peaje. Es, entonces, confiscatoria: destruye el principio de la propiedad privada, que es la base del desarrollo de cualquier sociedad. Con tamaño hachazo, ninguna empresa de nivel global querrá venir al Perú a invertir en obras de infraestructura y, de seguir así, pocos querrán invertir en general.

Pero la preocupación no cesa con esta ley. Hay decenas de proyectos sobre control de precios, de tasas de interés, pensiones, impuestos, etc., cada uno más populista que el otro. Mientras tanto, el Ejecutivo casi no discute, no ejerce contrapeso. Vergonzosamente no observó la ley del 25% de las AFP, pese a que el MEF tenía lista la observación. Quizá el presidente, goloso, no quiera arriesgar un punto de popularidad. Sí observó la ley de peajes, pero en el Perú el Congreso puede insistir solo con la mitad de congresistas, de modo que el presidente carece de poder de veto. Podría hacer cuestión de confianza, pero eso se vería ridículo en plena batalla contra el coronavirus. O la aprobación de la que goza es tan alta que no necesita confrontar al Congreso, algo por lo demás quizá poco efectivo desde que el demonio fujimorista es casi invisible. Las bancadas se aprovechan y hacen lo que quieren.

¿Qué está pasando?

¿A qué se debe que este Congreso tenga una conducta más populista que el anterior? Hay varias causas. La más estructural tiene que ver con el excesivo número de bancadas o partidos. Esto está acreditado en la ciencia política. En un sistema bipartidista, por ejemplo, el partido que está en la oposición sabe que tiene altas probabilidades de ser gobierno en el próximo periodo, entonces no aprueba leyes que socaven el futuro. Piensa no solo en el aplauso inmediato, sino en el mediano y largo plazo. Y se preocupa de tener un plan de gobierno listo para ser aplicado al momento de asumir el poder.

Por el contrario, a mayor número de bancadas o partidos, menos responsabilidad. Los grupos, para sobresalir de alguna manera, solo se interesan en lo que puede darles rédito inmediato. Y se vuelven altamente sensibles a la presión de grupos de interés (sindicatos, gremios, etc.) vistos como bolsones electorales, lo que lleva al clientelismo rentista, cuando no a la corrupción. En la ley de peajes, por ejemplo, el único beneficiario ha sido el poderoso sector de camioneros y transportistas. Un indicador de por qué aprobaron la ley que les exime del marco actual sobre declaración de intereses, algo que habla por sí solo.   

En el Congreso disuelto, en cambio, había una bancada fuerte, que tenía pretensiones de llegar al poder. Desarrolló una oposición vocinglera y antipática, que le resultó fatal, pero no afectó las bases del modelo de crecimiento, aunque también hubiera intereses creados y aprobara algunos proyectos clientelistas.

Ese populismo cortoplacista de un congreso con 9 bancadas pequeñas se potencia aún más con la cercanía del proceso electoral. Hay que posicionarse a como dé lugar. A nivel individual ocurre lo propio, porque los congresistas actuales, por lo general la segunda fila en sus partidos, sienten que tienen poco tiempo para destacar si pretenden postular a gobernaciones regionales y alcaldías.

También ha fallado la institución de la disolución del Congreso. Su objeto es romper un entrampamiento para buscar mayoría propia. Pero el presidente ni siquiera tenía partido.

Lecciones y recomendaciones

  • Tener mayoría propia en el Congreso -y un número pequeño de bancadas– será fundamental para el próximo gobierno, cuya tarea primordial será la reconstrucción económica del país. Necesitará tener gobernabilidad. Si este Congreso va a dejar en suspenso reformas orientadas a reducir el número de partidos que participen en las elecciones, lo que sí debe aprobar es la elección del Congreso junto con la segunda vuelta presidencial, para que el próximo Ejecutivo tenga más probabilidades de tener mayoría y existan menos bancadas. Y que la insistencia en una ley observada se apruebe con los 2/3 de los votos.
  • Lo mínimo que deberían tener los proyectos en una democracia racional y respetuosa del ciudadano, es un análisis de costo-beneficio real, serio. Debe crearse en el Congreso una Oficina de Análisis Económico e Impacto Regulatorio de los proyectos de ley, aunque suene ingenuo pedirlo.

Lampadia




El ciudadano debe protagonizar la batalla contra la pandemia

El ciudadano debe protagonizar la batalla contra la pandemia

Fausto Salinas Lovón
Desde Cusco
Exclusivo para Lampadia

Las cifras de la Pandemia que se acercan a los 3 millones de contagios y 200,000 muertos a nivel mundial y que en el Perú bordean los 21,000 contagios y 600 fallecidos dejan una primera y fatal evidencia: algo está mal en la batalla contra el virus. Las cifras del desempleo global  que según cifras conservadoras y preliminares de la OIT al 08 de abril originarán la pérdida de 195 millones de empleos (26 millones de solicitudes de subsidio por desempleo en USA a la fecha), la calificación de la crisis económica como una  “crisis nunca vista que requiere respuestas nunca vistas” por parte de la Directora Gerente del FMI Kristalina Georgieva y la gravísima advertencia del Director Ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos David Beasley, en el sentido de que vamos hacia una “catástrofe humanitaria mundial” donde habrán otras 130 millones de personas más expuestas a condiciones de hambre extrema, dejan una evidencia aún peor: la cura esta siendo peor que la enfermedad.

¿Donde está el error?

No hay ciertamente un solo error y el propósito de esta columna no es hacer un recuento de ellos que saturan las redes, las columnas de opinión y los medios, ya que ello es lo último que necesita la moral y el esfuerzo de médicos, enfermeras, personal sanitario, policías, militares, autoridades, vendedores de productos esenciales, repartidores de alimentos y tantas otras personas que enfrentar esta pandemia en la primera línea, mientras otros estamos refugiados en la tranquilidad de nuestros hogares. Sin embargo, es precisamente desde esta posición que se puede advertir con más de claridad un aspecto en el que pocos se detienen: el cambio de protagonista de esta batalla.

El protagonista de esta batalla debió ser siempre el ciudadano y su familia. No el Estado. Fatal error.

Por esa fatal arrogancia que tienen todos aquellos que quieren dirigir el destino de las sociedades, los países y el mundo, se fue dejando de lado al ciudadano en esta tarea. Se pensó por él. Se actuó al margen de él. Se le fue pidiendo que obedezca, no que actúe. Aunque se le habló de que él era responsable de lo que iba a suceder (porque es políticamente correcto hacerlo e inclusive porque lo piensan en su fuero interno), con los hechos se borró este mensaje ya que organismos internacionales, gobiernos nacionales, autoridades sub nacionales y medios entregaron el protagonismo de la batalla al Estado y sus agentes. Convirtieron al Estado en responsable de que el virus no llegue al país, en responsable de que no se propague, en encargado de curarnos cuando nos infecte y en él responsable de salvar nuestro empleo, nuestros ahorros y nuestra economía. Obviamente, los agentes del Estado, entusiasmados de este protagonismo asumieron el papel de inmediato. Se convirtieron en los salvadores y empezaron a decidir cómo, cuando, donde, porque y para qué.

  • ¿Cuándo fue que olvidamos todos que el Estado (por lo menos en América Latina) estaba imposibilitado de enfrentar una “crisis nunca vista”?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que un Estado y sus agentes, que no pudieron reconstruir una ciudad (Pisco) luego de un terremoto de segundos podrían enfrentar una pandemia de meses?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que un Estado que no pudo abastecer a sus tropas en el Cenepa y las obligaba a comer animales salvajes mientras caían proyectiles ecuatorianos podía abastecer bien a policías y militares en estas circunstancias?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que un Estado que dejó morir a policías y militares en manos de un enajenado insurrecto en Andahuaylas, podía defender la vida de militares y policías frente a un enemigo más audaz como el corona virus?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que un Estado que claudica, transige, capitula y recula como en la curva del diablo, en el puente de Moquegua, en Tía María, en la Parada o en Bagua, podría ordenar y controlar una inamovilidad absoluta?
  • ¿Cuándo fue que aceptamos que un Estado minado por la corrupción podía gerenciar bien una crisis de esta magnitud y no dejar espacio para la cutra, la coima y el sobre precio en la compra de pruebas, mascarillas, raciones de alimentos y fumigaciones de comisarías?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que el Estado, (curiosamente bajo la misma conducción), no pudo restablecer los daños causados por las inundaciones en el norte peruano el 2017?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que el Estado que le hace perro muerto a maestros, jubilados, enfermeras, docentes universitarios y acreedores de bonos agrarios podía resolver nuestra falta de ingresos?
  • ¿Cuándo fue que olvidamos que el Estado no construyó los hospitales que ofreció a inicios de esta administración?
  • ¿Cuándo fue que no advertimos que el Estado no podía asumir lo que nos tocaba asumir a todos?
  • ¿Cuándo fue que creímos que el Estado podía impedir que millones de compatriotas sin empleo, sueldo, prestaciones sociales ni subsidios saliera a buscar el pan de cada día en las calles aún a riesgo de contagiarse porque calculaba que era mejor correr ese riesgo que morir de hambre?
  • ¿Cuándo fue que dejamos de ser los protagonistas de esta batalla para convertirnos en simples demandantes de vacunas, camas hospitalarias, remedios, subsidios, exoneraciones, subvenciones, prórrogas y demás?

En el momento en que pensamos que el Estado podía hacer lo que nunca hizo cometimos el primer y más serio error. En ese momento renunciamos a protagonizar la batalla, a defender nuestra familia, a defender nuestros ingresos y empleos, a protegernos frente al contagio, a hacer el análisis de costo beneficio antes de salir a la calle, a creer que la solución está en manos de otros y no en la nuestra. En ese momento comenzamos a aplaudir en lugar de actuar. En ese momento dejamos que el Estado tome el rol que no le corresponde, que deje de hacer lo que realmente debe en esta batalla y que haga lo que nos toca hacer a cada uno de nosotros.

Siempre estaremos a tiempo de asumir el rol que nos toca y no dejar que la fatal arrogancia de otros nos destruya. Lampadia




Ejemplo de Ciudadano, Jurista y Político

En estos días que extrañamos una clase dirigente que sepa hacerse presente en los momentos de debilidad de la Patria, en días en los que clamamos por ejemplos de virtud y compromiso cívico en la política, queremos destacar la figura del ínclito, don José Luis Bustamante y Rivero.

Bustamante y Rivero se desempeñó con pulcritud y generosidad como jurista, Presidente del Perú entre 1945 y 1948, y Juez de la Corte Internacional de la Haya entre 1961 y 1969, presidiendo la corte entre el 67 y 69. En 1980 coronó con éxito su labor de mediador en el conflicto limítrofe entre Honduras y El Salvador, y en un gesto que asombra y lo enaltece, rechazó el honorario que le ofrecieron ambos países, respondiendo: “La paz no tiene precio”.

El mes pasado en Arequipa, su sobrino Luis Bustamante Belaunde, Rector Emérito de la UPC, como vicepresidente del Patronato José Luis Bustamante y Rivero, con motivo de la donación de la ‘banda presidencial’ a la Universidad Católica San Pablo, nos regaló unas palabras que resaltan las virtudes de ese peruano ejemplar.

Hoy queremos compartir con nuestros lectores esas palabras, para recordar que los peruanos hemos producido grandes figuras públicas, y llamar, nuevamente, a nuestros mejores hijos a dar de sí, participando en la vida nacional.

Palabras en la ceremonia de donación de la banda presidencial del Dr. José Luis Bustamante y Rivero en favor de la Universidad Católica San Pablo

Arequipa, 20 abril 2018

En la vida de los pueblos y en el desarrollo de todas las sociedades, los símbolos están llamados a desempeñar un papel importante y revelador.  Desde la aparición de las primeras civilizaciones, la humanidad ha buscado y usado imágenes y objetos que representen sus aspiraciones y sus logros, sus victorias y sus sueños. 

Esos símbolos visibles, sus usos y sus mezclas, han revestido diversas formas y variados ritos según el tiempo vivido y de acuerdo con cada orden y de cada jerarquía.  Antoine de Saint-Exupéry hace decir a uno de sus personajes en El Principito que “los ritos son necesarios”.  Y así lo ha entendido la gente a lo largo y ancho de la historia. 

De este modo, en el orden religioso, aparecen los hábitos, los ornamentos, los báculos, los anillos, y las mitras.  En el orden político, los signos guardan relación con la naturaleza de los regímenes.  Cada sistema político ha empleado, para sus autoridades y sus mandos, un conjunto de signos materiales que los identifiquen y traduzcan de algún modo su origen, su naturaleza y su propósito. Esos signos han conformado una suerte de gramática cívica, y su empleo, su combinación, su supresión o sus cambios han sido parte de lo que podríamos llamar la liturgia civil o ciudadana.  Las monarquías emplean para sus reyes y reinas los tronos, las coronas, los títulos de nobleza, los sellos y los cetros.  Y en los regímenes republicanos —como el nuestro— son otros los distintivos, quizás deliberadamente más limitados, pero no por ello menos solemnes, como las cintas y las medallas para los representantes de los poderes del Estado, y, para sus más altos exponentes, un escueto bastón de mando y una banda generalmente sencilla cuyos colores la familiarizan con la bandera nacional.

La banda presidencial viene a ser, de este modo, en una república, la síntesis visible del poder que el pueblo reconoce en quien ejerce, gracias a su mandato y por disposición de la Constitución, la más alta magistratura de la nación, a la cual personifica, y quien en virtud de ello queda investido como su primer mandatario, esto es, quien ha recibido los mayores mandatos o poderes, y desempeña la más alta responsabilidad por voluntad de los ciudadanos que lo eligieron.  De allí que la sencilla banda presidencial resulte el signo tangible más representativo de un régimen político republicano. 

En nuestro país, la banda que en julio de 1945 fue solemnemente impuesta por el Presidente del Congreso, el Dr. José Gálvez Barrenechea, al recién elegido Presidente, el Dr. José Luis Bustamante y Rivero, es una que este recibió con la singular humildad que siempre lo caracterizó, que supo dignificar día a día con la limpieza de su trayectoria y con el testimonio de su ejemplo, y que jamás fue manchada por acto ni por omisión algunos que pudieran deshonrarla. 

Esta banda era apenas una promesa en el horizonte complicado e incierto de los umbrales de 1945 cuando el entonces Embajador del Perú en Bolivia recibe la invitación del recientemente constituido Frente Democrático Nacional para asumir la candidatura civil a la presidencia de la República y que, según su propia confesión, le plantea un problema de angustiosas proyecciones y abruma su sentido de responsabilidad, llevándole a redactar en el mes marzo el llamado Memorándum de La Paz, donde resume los ocho puntos que considera como requisitos básicos de su participación en el proceso electoral de dicho año.

Esta banda fue toda una meta de esperanza nacional cuando se cumple y desarrolla la campaña electoral, tan breve como intensa, del mencionado Frente Democrático Nacional, integrado por seis partidos y movimientos políticos de alcance nacional y por numerosas delegaciones y comités de carácter regional.

Esta banda encarnó el legítimo triunfo en una limpia victoria electoral, que alcanzó un porcentaje de votos no superado en la historia de las elecciones libres del país al sumar los dos tercios de los votos favorables frente a un tercio obtenido por el candidato contendor, esto es, lográndose una ventaja en la proporción de dos a uno.

Esta banda fue la serena posesión de quien hizo de su tarea de gobierno un monumento de respeto a la Constitución y la ley, y cumplió un papel decisivo en la construcción en nuestro país de un Estado de Derecho, en el cual la autoridad se somete a las limitaciones de su poder en lugar de utilizarlo para someter a los demás a sus dictados.

Esta banda fue callada herramienta en la laboriosa misión —aún penosamente inconclusa— de la edificación de una democracia representativa como pareja inseparable de la idea republicana de un gobierno civil que busca incansablemente un sistema de libertades y el juego responsable y constructivo de las distintas opciones partidarias.

Esta banda se vio luminosamente honrada al compartir su titular las tareas del gobierno con ilustres peruanos que sirvieron al país como ministros tan competentes como leales, entre los que cabría recordar, por citar tan solo algunos nombres en orden alfabético, el Dr. Luis Alayza Paz Soldán, el Dr. Jorge Basadre, el Dr. Rafael Belaunde Diez Canseco, el Dr. Javier Correa Elías, el Dr. Honorio Delgado, el Dr. Luis Echecopar García, el Ing. Rómulo Ferrero Rebagliati, el Dr. Enrique García Sayán, el Dr. Alberto Hurtado, el Dr. José León Barandiarán, el Dr. Julio Ernesto Portugal, el Gen. Armando Revoredo, el Dr. Óscar Trelles, el Dr. Luis E. Valcárcel, el Ing. Pedro Venturo o el Dr. Julio César Villegas.

Esta banda fue la silenciosa compañera en la soledad y en los infortunios propios del poder cuando este se ejerce dentro de las limitaciones de la ley, y muy particularmente cuando el comportamiento partidario en el Congreso impuso el ausentismo entre los miembros de una de sus Cámaras, impidiendo su funcionamiento, causando el receso parlamentario y obligando a la adopción de medidas extraordinarias para evitar la parálisis institucional, política y económica del país.

Esta banda fue la gloriosa testigo de singulares decisiones históricas que supusieron el cambio del mapa nacional con la declaración extensiva de las aguas jurisdiccionales y la proclamación del dominio marítimo o mar territorial —esto es, el derecho a la propiedad del territorio subyacente a dichas aguas y al aprovechamiento soberano de sus recursos— dentro del zócalo continental hasta el límite de las 200 millas al oeste de la costa, según el Decreto Supremo 781 de 1 de agosto de 1947.

Esta banda fue también la víctima paciente de la aguda confrontación de intereses egoístas que buscaban desplazar y desnaturalizar al interés nacional, que comenzaron por complotar silenciosas conjuras hasta realizar osados boicoteos que impactaron la normalidad institucional y desembocaron en la franca traición que culminó en el asalto armado al poder a través del cuartelazo de octubre de 1948.

Esta banda fue, a la vez, la solidaria compañía de quien se resistió a toda costa a renunciar a la presidencia de la República como consecuencia de ese golpe de Estado y que hubo de ser hecho prisionero y forzado al destierro y al doloroso exilio antes que faltar al compromiso nacido de las urnas y olvidar su responsabilidad de gobernante.

Y esta banda fue, finalmente, y al término de la indigna dictadura que despojó a su titular del mandato electoral, muda espectadora de la genuina reivindicación que la nación entera supo rendir al presidente derrocado, poniendo a cada quien en el lugar ganado en verdad y en justicia ante la historia.

La banda presidencial fue legada por el Presidente Bustamante y Rivero a su hijo, don José Luis Bustamante y Rivera, quien a su vez lo hizo en favor de su hijo mayor, don José Luis Bustamante Gubbins.  La decisión de donarla el día de hoy a la Universidad Católica San Pablo dice muchísimo de la profunda generosidad y del admirable desprendimiento de José Luis Bustamante Gubbins, su esposa y sus hijos.  Pero dice también mucho de la institución universitaria receptora que, al tomar posesión de ella, recibe el símbolo y el mensaje de una porción especialmente importante de la historia nacional y, con ella,  asume, o más bien, reafirma el compromiso que le corresponde —como institución educativa y como faro de la conciencia nacional— de recordar permanentemente al país el sentido de la vida de José Luis Bustamante y Rivero como ejemplar testimonio de servicio al Perú y como singular modelo de conducta para todos los peruanos.

Ver reseña biográfica en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Luis_Bustamante_y_Rivero
Lampadia