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Naturaleza humana y ética

¿Existe una naturaleza humana? ¿Cuáles son sus implicancias para la ética? ¡Preguntas de ayer, hoy y de mañana!

“En la actualidad, nuestra situación ética es un desastre”, nos dice Massimo Pigliucci en Project Syndicate, y no le falta razón. Muchas de nuestras sociedades han perdido el sentido de la ética como consecuencia de fenómenos complejos y variados.

Muchos han planteado la ética desde la perspectiva de la definición de la naturaleza humana, que han definido como:

  • Innatamente buena
  • Fundamentalmente corrompida por el pecado
  • Solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve
  • Maleable
  • Una combinación de altruismo y egoísmo
  • Una especie particular dentro de los primates, o
  • Algoritmos sin libre albedrío, como plantea Harari

Yuval Noah Harari, en su libro: Homo Deus, plantea el futuro del pos-humanismo y afirma que los seres biológicos somos algoritmos y por lo tanto niega la existencia del libre albedrío. “Dudar del libre albedrío no es solo un ejercicio filosófico. Tiene implicaciones prácticas. Si los organismos en verdad carecen de libre albedrío, ello implica que podemos manipular e incluso controlar sus deseos mediante el uso de drogas, ingeniería genética y estimulación directa del cerebro”.

Según Aristóteles, el niño es un hombre en potencia y el hombre es un niño en acto. El tránsito de la Potencia al Acto es el de la Libertad y la Ética. 

Por otro lado, podemos decir que el ser humano está metafísicamente vacío, y pretende llenar ese vacío con una meta, un sentido, una razón de ser o una manera de ser. El único ser que necesita tener conciencia o darse un sentido de vida. De allí la Libertad y de allí la Ética.

Libertad negada por la biología moderna. Con lo inteligente que se muestra Harari, en Lampadia preferimos considerar su interpretación como parte del estadío de desarrollo de la biología y no como una verdad determinística.

Veamos el análisis de Pigliucci:

La naturaleza humana y la vida ética

Project Syndicate
Oct 1, 2018 
MASSIMO PIGLIUCCI
Traducción: Esteban Flamini

¿Existe una naturaleza humana? La respuesta tiene implicaciones para todo aquel a quien interese la ética. En una era definida por un liderazgo político amoral y la erosión de los valores sociales, pensar en la esencia de la humanidad es más importante que nunca.

El concepto filosófico de “naturaleza humana” tiene una larga historia. En la cultura occidental, su estudio comenzó con Sócrates en el siglo V a. C., pero fue Aristóteles quien sostuvo que la naturaleza humana se caracteriza por atributos únicos, en particular, la necesidad de socializar y la capacidad de razonar. Para los estoicos de la Grecia helenística, la naturaleza humana daba significado a la vida, y contribuyó a su adopción del cosmopolitismo y la igualdad.

  • Antiguos filósofos chinos como Confucio y Mencio creían que la naturaleza humana es innatamente buena, mientras que Xunzi pensaba que es malvada y carente de brújula moral. En las tradiciones judeo‑cristiano‑islámicas, se considera que la naturaleza humana está fundamentalmente corrompida por el pecado, pero que podemos redimirnos aceptando a Dios, a cuya imagen hemos sido creados.
  • Los filósofos occidentales modernos que escribieron en los siglos XVII y XVIII ampliaron estas ideas. El filósofo inglés Thomas Hobbes sostuvo que nuestro estado natural conduce a una vida que es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”; por eso necesitamos una autoridad política centralizada fuerte (el así llamado Leviatán).
  • En cambio, Jean-Jacques Rousseau creía que la naturaleza humana es maleable, pero que en nuestro estado original no tenemos razón, lenguaje o comunidad. Concluyó que la inadecuación entre la condición primitiva y la civilización moderna es la causa de nuestra infelicidad, y propugnó un regreso a la naturaleza en sentido literal. El siempre razonable y moderado David Hume propuso que los seres humanos se caracterizan por una combinación de altruismo y egoísmo, y que esa combinación se puede moldear parcialmente para bien (o para mal) mediante la cultura.
  • Las investigaciones de Charles Darwin a mediados del siglo XIX volvieron insostenibles muchas de las primeras visiones “esencialistas” de la naturaleza humana. La idea de que los seres humanos poseemos una reducida serie de rasgos exclusivos no se condice con el lento y gradual avance de la evolución darwinista. Aunque el Homo sapiens evolucionó como una especie particular dentro de los primates, eso no implica un quiebre claro entre nuestra biología y la de otras especies.

El debate filosófico sobre la naturaleza humana continúa, actualizado con los hallazgos de la biología. Hoy algunos filósofos interpretan a Rousseau y Darwin en el sentido de que la naturaleza humana misma es inexistente, y que, aunque la biología ponga límites al cuerpo, no restringe la mente ni la volición.

Los psicólogos evolutivos, e incluso algunos neurocientíficos, dicen que eso es absurdo. El mensaje que extraen de Darwin (y en parte de Rousseau) es que estamos mal adaptados a un contexto moderno: básicamente, somos monos del Pleistoceno que de pronto nos encontramos equipados con teléfonos móviles y armas nucleares.

Como biólogo evolutivo y filósofo de la ciencia, mi visión es que la naturaleza humana sin duda existe, pero que no se basa en ninguna clase de “esencia”, sino que nuestra especie, igual que cualquier otra especie biológica, se caracteriza por un conjunto de rasgos dinámico y en evolución, que son estadísticamente típicos de nuestro linaje, pero ni están presentes en todos sus miembros ni ausentes en todas las demás especies.

¿Qué importancia tiene esto para alguien que no sea científico ni filósofo? Se me ocurren al menos dos buenas respuestas. Una es personal; la otra es política.

En primer lugar, la interpretación que hagamos de la naturaleza humana tiene amplias implicaciones para la ética, en el antiguo sentido grecorromano de un estudio sobre cómo hay que vivir. Alguien que sostenga una visión judeo‑cristiano‑islámica de la naturaleza humana estará naturalmente inclinado a adorar a Dios y guiarse por los preceptos religiosos. En cambio, alguien que siga una filosofía existencialista según los lineamientos de Jean‑Paul Sartre o Simone de Beauvoir pensará que, puesto que “la existencia es anterior a la esencia”, somos radicalmente libres para moldear nuestras vidas según nuestras propias elecciones, y no necesitamos la ayuda de Dios en el proceso.

Además, las ideas sobre la naturaleza humana afectan las concepciones éticas. Y en la actualidad, nuestra situación ética es un desastre. Un estudio reciente en Estados Unidos calificó la presidencia de Donald Trump como la “más antiética” de la historia estadounidense; y la encuesta anual de Gallup en el mismo país sobre cuestiones éticas habla de una erosión permanente de los valores morales. Si todos nos tomáramos un momento para analizar dónde nos situamos en el debate sobre la naturaleza humana, podríamos obtener una valiosa comprensión de nuestras creencias, y por extensión, de las creencias ajenas.

Personalmente, me inclino hacia la ética naturalista de los estoicos, para quienes la naturaleza humana limita y sugiere –sin determinar rígidamente– lo que podemos y debemos hacer.

Pero cualquiera sea la orientación religiosa o filosófica de cada uno, la reflexión sobre quiénes somos –en sentido biológico y en general– es un buen modo de hacernos más dueños de nuestras acciones, un ejercicio que (no hace falta decirlo) le vendría bien a más de uno. Lampadia

Massimo Pigliucci is the K.D. Irani Professor of Philosophy at the City College of New York. He is the author of How to Be a Stoic: Using Ancient Philosophy to Live a Modern Life




Aristóteles, robot esclavos, y un nuevo sistema económico

Aristóteles, robot esclavos, y un nuevo sistema económico

Por John G. Messerly, publicado en “Reason and Meaning” el 27 de mayo 2015

Traducido y comentado por Lampadia

John G. Messerly es un Académico Afiliado del ‘Institute for Ethics and Emerging Technologies’ (IEET). Recibió su doctorado en filosofía en la Universidad de St. Louis en 1992.

Comentario de Lampadia:

Recientemente, estamos siguiendo de cerca la llamada ‘tercera revolución industrial’ que está basada en un salto tecnológico exponencial. Esta tendrá muchísimos impactos en la vida de los seres humanos. Uno de los más angustiantes es el del empleo y otro, poco analizado aún, es el de los aspectos éticos.

En este artículo de Messerly, encontramos una excelente contribución a estos temas, que mientras más pronto podamos conocer, más pronto podremos prepararnos, y ojalá, ser parte del diseño del futuro que empieza a desenvolverse.

En Lampadia vamos a crear pronto un nuevo repositorio sobre la revolución tecnológica, sus impactos y nuestras capacidades para superarlos.

 

Aristóteles, robot esclavos, y un nuevo sistema económico – Messerly

El libro de Jaron Lanier “¿Quién posee el futuro?”, trata sobre el papel que juega la tecnología tanto en la eliminación de puestos de trabajo y el aumento de desigualdad de ingresos. Al inicio del libro, Lanier cita el libro ‘Política’ de Aristóteles:

“Si cada instrumento pudiera realizar su propio trabajo, obedeciendo o anticipándose a la voluntad de otros, como las estatuas de Dédalo, o los trípodes de Hefesto, que, dice el poeta, por su propio acuerdo entraron en la asamblea de los dioses; Si, de igual manera, el aparato tejiera y el plectro tocara la lira sin una mano que los guíe, los jefes de los obreros no querrían siervos, ni los amos esclavos.”

 

 

Aristóteles vio que la condición humana depende en gran medida de lo que las máquinas pueden y no pueden hacer; por otra parte, podemos imaginar que las máquinas van a hacer mucho más.

Si las máquinas hicieran más de nuestro trabajo, todo el mundo, incluso los esclavos, serían más libres. Entonces, ¿cómo respondería Aristóteles a la tecnología actual? ¿Abogaría por un nuevo sistema económico que responda a las necesidades básicas de todos, incluidos los que ya no tienen que trabajar; o trataría de eliminar a aquellos que no poseen las máquinas que dirigen la sociedad?

Seguramente esta pregunta es relevante en el mundo moderno. Si, como sugiere Lanier, sólo aquellos cerca de los equipos que ejecutan la sociedad tienen buenos ingresos, entonces que ocurre con el resto de nosotros? ¿Qué pasa con los trabajadores de la fábrica de acero y las fábricas de automóviles, los carniceros y cajeros de los bancos, y cada vez más, los contadores, profesores, abogados, ingenieros y médicos cuando la inteligencia artificial mejora? (Lanier analiza cómo va a suceder en su libro.)

A Lanier le preocupa que los autómatas, especialmente la Inteligencia Artificial (IA) y la robótica, crearan una situación en la que no tenemos que pagarles a otros. ¿Por qué pagar por un servicio de limpieza si se tiene una sirvienta robótica, o a los ingenieros de software si los equipos son auto-programables? Aristóteles utiliza la música para ilustrar su punto. Dijo que fue terrible esclavizar a la gente para que hagan música (tocar instrumentos en su tiempo era indeseable e involucraba mucha mano de obra), pero necesitamos la música, así que alguien debe ser esclavizado. Si tuviéramos máquinas para hacer música o pudiéramos vivir sin ella, eso sería mejor. La música es una opción interesante, porque en la actualidad muchos quieren utilizarla para ganarse la vida, pero casi nadie hace dinero por su música a través de la publicidad de Internet. Las personas pueden ser seguidas en línea por su música o su blog, pero rara vez se les paga por ello.

Así que, ¿qué hacemos? ¿Tenemos que eliminar a las personas aparentemente innecesarias, para ya no tener que lidiar con ellas? (Recuerde que casi todos nosotros serremos innecesarios en un futuro cercano) ¿Tendrán que retirarse del país o de la comunidad cerrada donde nuestra aparente seguridad es comprada por puestos militares del imperio y sus mercenarios pagados de todo el mundo? ¿Cuando las primeras víctimas de la sociedad duermen en las calles, pueblan nuestras prisiones, sufren desempleo, o involuntariamente se ven forzadas a unirse a nuestros ejércitos voluntarios? (Recuerde esto ustedes contadores, abogados, profesores e ingenieros de software, ¡que este mundo está viniendo para ustedes también!) ¿O deberíamos reconocer cómo nos beneficiamos de los demás, de nuestros diversos temperamentos y talentos, desde la seguridad y el sustento que logramos en números?

 

 

Así que la pregunta a la que nos enfrentamos ahora es la siguiente: ¿qué sucede con las personas ‘extra’, casi todos nosotros, cuando la tecnología hace todo el trabajo o uno es remunerado solo por el trabajo que las máquinas no pueden hacer? ¿Al resto de nosotros nos eliminan o morimos de hambre lentamente? Sorprendentemente Lanier piensa que estas preguntas están fuera de lugar. Después de todo, la inteligencia humana y los datos humanos son los que impulsan las máquinas. Más bien, la cuestión es cómo pensamos sobre la labor que las máquinas no pueden hacer.

Creo que Lanier está en lo cierto. Podemos pensar en el trabajo no automatizado desde algo escencial hasta algo frívolo. Si pensamos en ello como frívolo, entonces también lo son las personas que lo producen. Si no nos preocupamos por la expresión humana en el arte, la literatura, la música, el deporte o la filosofía, entonces ¿por qué preocuparnos por las personas que lo producen?

Pero incluso si las máquinas escriben mejor música o poesía o blogs sobre el significado de la vida, aún podríamos valorar el esfuerzo humano. Incluso si las máquinas hicieran todo el trabajo de la sociedad aún podríamos compartir la riqueza con la gente que quiere pensar y escribir y tocar música. Tal vez la gente simplemente quiere disfrutar de estas actividades. Ningún ser humano juega al ajedrez tan bien como las mejores supercomputadoras, pero la gente todavía disfruta jugando al ajedrez; yo no juego al golf tan bien como Tiger Woods, pero igual lo disfruto.

Voy a ir más lejos. Supongamos que alguien quiere sentarse en la playa, surfear, esquiar, jugar golf, fumar marihuana, ver la televisión, o coleccionar monedas. ¿Y a mí que me importa? Tal vez una sociedad compuesta por personas satisfechas haciendo lo que quieren es mejor que una informada por la ética protestante del trabajo. Una sociedad de fumones, que miran televisión, esquían, juegan golf y surfean, probablemente sería más feliz que en la que vivimos ahora. (La evidencia muestra que los países más felices son los que tienen las redes más fuertes de protección social, los que tienen las vacaciones pagadas y más generosas licencia políticas; los países europeos y escandinavos occidentales.) La gente todavía escribe música y libros, levantar pesas, hace voluntariado, y visita a sus nietos. ¡No necesariamente se convertirán en adictos a las drogas!

Esto es lo que yo imagino. Una sociedad donde las máquinas hacen todo el trabajo que los humanos no quieren hacer; y los seres humanos se expresarán de la manera que quieran, sin perjudicar a los demás. Una sociedad mucho más como Dinamarca y Noruega, y mucho menos como Alabama y Mississippi. Sí creo que todas las personas tienen el derecho, sí derecho, de vivir con la cantidad mínima que se necesita para vivir una vida humana decente. Todos nosotros nos beneficiaríamos de esta disposición, ya que todos tenemos mucho que aportarnos el uno al otro. Les dejo con algunas palabras inspiradoras del joven californiano auto-didáctico, Eliezer Yudkowsky:

No existe ningún mal que tenga que aceptar porque “no hay nada que pueda hacer al respecto”. No hay niño maltratado, ningún campesino oprimido, ningún mendigo hambriento, ningún joven adicto al crack, ningún paciente de cáncer, literalmente, no hay uno al que no pueda mirar a los ojos. Estoy trabajando para salvar a todo el mundo, sanar el planeta, resolver todos los problemas del mundo.