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Mercado Marítimo Peruano a la Deriva

Mercado Marítimo Peruano a la Deriva

William Bishop

El Poder Ejecutivo, al amparo de las facultades legislativas delegadas, acaba de modificar en forma integral el régimen jurídico del transporte internacional marítimo de carga. Mediante el Decreto Legislativo Nº 1492 ha normado el contenido del contrato de carga marítima y, mediante el Decreto Supremo Nº 012-2020-RE, ha procedido a “denunciar” (entiéndase retirarse de) las Reglas de la Haya, el convenio internacional que contiene las normas que rigen el transporte marítimo de mercancías bajo la modalidad de “conocimiento de embarque”, sin que el Perú sea parte de los otros convenios posteriores, como son las Reglas de Hamburgo o las Reglas de Róterdam. Es decir, el Perú ha optado por retirarse de la normativa internacional que rige el derecho marítimo, quedando a la deriva.

Se ha adoptado una posición antiglobalización, al retirarse de las reglas internacionales. Y ha creado paralelamente un régimen jurídico interno, nacional, para una actividad que es típicamente internacional, como es el transporte marítimo de carga. El Perú parece olvidar que muchos de los contratos de carga por vía marítima se celebran en el extranjero donde no rige la ley peruana, lo que va a crear un desfase entre porteadores navieros y cargadores. Además, le puede crear problemas tributarios a los armadores por la supuesta e irreal percepción de ingresos que en realidad no les correspondan.

La actividad logística es una de las actividades más creativas, innovadoras, flexibles y adaptativas. Al encerrar el contrato de transporte marítimo en una jaula legal reglamentarista y restrictiva, contraria a la libertad contractual, nuestro mercado no va a avanzar, sino que va a retroceder, se va a empobrecer. En los últimos 20 años las importaciones marítimas han permitido un crecimiento espectacular del “retail” que ha dado lugar al desarrollo de “malls” no solo en los distritos acomodados sino incluso en los de bajos ingresos, todo gracias a que el comercio marítimo por sus grandes volúmenes y la dura competencia entre las líneas navieras tiene costos muy económicos. Si transportar por mar fuera caro no habría bienes en el mercado al alcance de las grandes mayorías.

Pero eso no es todo, las agroexportaciones peruanas han alcanzado niveles record en el mundo, tal el caso de los espárragos, paltas, arándanos, mangos, uvas, mandarinas, banano orgánico, etc. Nada de eso hubiera sido posible sin un transporte marítimo con costos internacionalmente competitivos.

El transporte marítimo es la viga maestra del comercio exterior y les ha dado muchos éxitos a los cargadores, sean estos importadores, como en el caso del “retail”, o exportadores, como en el caso citado de las agroexportaciones, por no mencionar los potentes rubros tradicionales (minerales y harina de pescado).

Aunque desde que nació el transporte marítimo de carga, hace más de cinco mil años, hay una natural contraposición de intereses entre los armadores navieros o porteadores, y los cargadores, respecto al precio del transporte o flete, es una actitud desleal que en medio de la pandemia por el Covid-19 los cargadores saquen ventaja y se aprovechen para tratar de cambiar el modelo del negocio marítimo.

Es desleal, además, porque paralelamente a la crisis sanitaria que estamos padeciendo hay una grave tendencia política hacia el populismo y el estatismo, como ha quedado demostrado con la Ley 31018 que suspende el cobro de peaje en toda la red vial nacional, departamental y local, ley que para curarse en salud dispone que la suspensión establecida no causará ni generará derecho compensatorio. Es decir, ahora es el momento de defender el modelo de libre mercado, no de atacarlo promoviendo la intervención estatal en un negocio privado sujeto a la libre competencia y la libre contratación como es el negocio marítimo (o promoviendo plataformas logísticas estatales de tipo antepuerto en el Callao).

Quienes aplauden la intervención estatal en el comercio marítimo olvidan que fácilmente esa tendencia podría volverse en su contra como un bumerang. A algún burócrata inspirado se le podría ocurrir ponerle un impuesto especial al movimiento de contenedores (en línea con la idea del impuesto a la riqueza) ya que los operadores de comercio exterior están hablando que con la nueva norma van a ahorrar hasta varios cientos de dólares. ¿Qué opinarían en ese caso?

Por último, sin que esto sea menos importante, hay que recordar que el Decreto Legislativo 1492 que establece la nueva normativa del contrato de transporte internacional marítimo de carga (que ha arrastrado al Perú a retirarse de las Reglas de la Haya), es una norma dada al amparo de la Ley 31011, por la cual se “delega en el Poder Ejecutivo la facultad de legislar en diversas materias para la atención de la Emergencia Sanitaria producida por el Covid-19.”

Teniendo en cuenta que el régimen jurídico del contrato internacional marítimo de carga no es un tema específico de la “Emergencia Sanitaria producida por el Covid-19” el Congreso de la República deberá considerar que el Poder Ejecutivo se ha excedido en las facultades delegadas y, al amparo del articulo 104 de la Constitución, proceder a derogar el mencionado régimen. Lampadia




La importancia de África en la geopolítica internacional

El destino que seguirá África – continente cuya población superará hacia el 2025 la población china – en los próximos años en materia política y económica es un tema que viene siendo opacado por otras cuestiones relacionadas a la coyuntura internacional, tales como el conflicto comercial EEUU-China, el Brexit, las elecciones del Parlamento Europeo, entre otras; sin embargo, no por ello, deja de ser un asunto sumamente relevante para el mundo en el mediano-largo plazo.

Como escribimos en Lampadia: Las gratas y no gratas sorpresas de la Fundación Gates en el 2018, Bill y Melinda Gates, en su Carta Anual 2019, advirtieron acerca de la importancia de este continente por contener a la población más joven del planeta, en un contexto cada vez más evidente de envejecimiento poblacional, un fenómeno que inclusive nuestra región no está dejando de experimentar. Así, recomendaban que es fundamental asegurar servicios de salud y educación de calidad, de manera que este ingente capital humano pueda enfrentar al mundo en igualdad de condiciones que el mundo desarrollado.

Sin embargo, como deja entrever un reciente artículo de The Economist (ver artículo líneas abajo), la importancia de África para con el mundo, va más allá del ámbito social. Es de hecho, un tema íntimamente ligado con la geopolítica internacional y por ende con la economía y el comercio.

En esta línea, destaca cómo África ha experimentado, sólo en la última década, una apertura extranjera – en términos de relaciones, comercio internacional, inversión extranjera y lazos militares – sin precedentes en la historia:

  • Entre el 2010 al 2016, se inauguraron más de 320 embajadas, constituyéndose como el mayor auge de la construcción de embajadas en la historia.
  • Su comercio hacia Occidente y Oriente ha mostrado una tendencia favorable en este período. Así, mientras que el comercio hacia Turquía e Indonesia se ha triplicado, en el caso de la UE, ha crecido en un 41%.
  • En cuanto a inversión directa extranjera, se observan fuertes lazos con grandes potencias económicas mundiales, incluidos, EEUU, Gran Bretaña y Francia.
  • Sus nexos militares abarcan a China como principal vendedor de armas en lo que corresponde al África subsahariana pero también hay fuertes lazos con EEUU, Francia y Rusia.

Pero como destaca The Economist, Aun así, los africanos pueden hacer más para aumentar su parte de los beneficios.” Y las iniciativas que propone básicamente inciden en los siguientes puntos:

  • Insistir en la transparencia de las operaciones comerciales, de manera que no surjan los perversos mercantilismos estatales.
  • Fortalecer la unión del continente, tomando como referencia la exitosa experiencia de la UE.
  • Ser globales como lo han estado haciendo en el comercio internacional, sin favorecer a determinado bloque económico, ya sea China, Rusia o EEUU.
  • Fortalecer los mecanismos democráticos, para lograr una mayor competencia en la política, de manera que se capitalicen adecuadamente las necesidades de los votantes.

En un contexto de fuerte sentimiento antiglobalización y anticomercio, –que parece no mostrar señales de aminoramiento – África podría convertirse en una suerte de mediador entre los dos grandes bloques económicos e ideológicos, Rusia-China y EEUU-UE. Las iniciativas propuestas por The Economist sin duda abogan por ello y por ende, las avalamos en un 100%. Lampadia

La nueva lucha por África
Geopolítica

Esta vez, los ganadores podrían ser los mismos africanos.

The Economist
7 de marzo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

La primera gran oleada de interés extranjero en África, apodada la “revuelta”, se dio cuando los colonos europeos del siglo XIX dividieron el continente y se apoderaron de la tierra de los africanos.

La segunda fue durante la guerra fría, cuando Oriente y Occidente compitieron por la lealtad de los nuevos estados africanos independientes; la Unión Soviética apoyó a los tiranos marxistas, mientras que Estados Unidos apoyó a los déspotas que decían creer en el capitalismo.

Una tercera oleada, ahora en curso, es más benigna. Los forasteros han notado que el continente es importante y se está volviendo cada vez más importante, no solo por su creciente participación en la población mundial (para 2025, la ONU predice que habrá más africanos que chinos). Gobiernos y empresas de todo el mundo se apresuran a fortalecer los lazos diplomáticos, estratégicos y comerciales. Esto crea grandes oportunidades. Si África maneja la nueva lucha sabiamente, los principales ganadores serán los africanos.

El alcance de la participación extranjera no tiene precedentes. Empieza con la diplomacia. De 2010 a 2016, se abrieron más de 320 embajadas en África, probablemente el mayor auge de la construcción de embajadas en la historia. Turquía solo abrió 26. El año pasado, India anunció que abriría 18. Los lazos militares también se están profundizando. EEUU y Francia están prestando fuerza y tecnología a la lucha contra el yihadismo en el Sahel. China es ahora el mayor vendedor de armas del África subsahariana y tiene vínculos de tecnología de defensa con 45 países. Rusia ha firmado 19 acuerdos militares con estados africanos desde 2014. Los estados árabes ricos en petróleo están construyendo bases en el Cuerno de África y contratando mercenarios africanos.

Los lazos comerciales están cambiando. En 2006, los tres socios comerciales más importantes de África fueron EEUU, China y Francia, en ese orden. Para 2018 era China primero, India segundo y EEUU tercero (Francia era séptimo). Durante el mismo período, el comercio de África se ha triplicado con Turquía e Indonesia, y se ha cuadruplicado con Rusia. El comercio con la Unión Europea ha crecido en un modesto 41%. Las mayores fuentes de inversión extranjera directa siguen siendo las empresas de EEUU, Gran Bretaña y Francia, pero las chinas, incluidas las organizaciones respaldadas por el estado, se están recuperando, y los inversores de la India y Singapur están ansiosos por unirse a la refriega.

El estereotipo de los extranjeros en África es de explotadores neocoloniales, interesados solo en los recursos naturales del continente, no en su gente, y listos para sobornar a los peces gordos locales en negocios turbios que no hacen nada por los africanos comunes. El estereotipo es a veces cierto. Demasiadas empresas petroleras y mineras están sucias. Los líderes africanos corruptos, de los cuales todavía hay abundancia, siempre pueden encontrar habilitadores extranjeros para lavar el botín. Y los contratos con firmas de países que se preocupan poco por la transparencia, como China y Rusia, a menudo son confusos. Tres periodistas rusos fueron asesinados el año pasado mientras investigaban a un grupo mercenario vinculado al Kremlin que, según informes, protege al presidente de la República Centroafricana desgarrada por la guerra y permite la extracción de diamantes allí. Comprensiblemente, muchos vieron una bocanada de imperialismo anticuado.

Sin embargo, el compromiso con el mundo exterior ha sido mayormente positivo para los africanos. Los extranjeros construyen puertos, venden seguros y traen tecnología de telefonía móvil. Las fábricas chinas zumban en Etiopía y Ruanda. Turkish Airlines vuela a más de 50 ciudades africanas. Una mayor apertura al comercio y la inversión es una de las razones por las cuales el PBI per cápita al sur del Sáhara es dos quintos más alto que en 2000 (Las políticas macroeconómicas más sólidas y menos guerras también ayudaron). Los africanos pueden beneficiarse cuando los extranjeros compran todo, desde textiles hasta vacaciones y servicios digitales.

Aun así, los africanos pueden hacer más para aumentar su parte de los beneficios.

  • Primero, los votantes y activistas pueden insistir en la transparencia. Es alentador que Sudáfrica esté investigando los supuestos acuerdos fraudulentos del presidente anterior, Jacob Zuma, pero es alarmante que el comportamiento aún peor en la República Democrática del Congo no se haya aprobado, y que los términos de los préstamos chinos a algunos gobiernos africanos peligrosamente endeudados sean secretos. Para estar seguros de que un trato público es bueno tanto para la gente común como para los hombres grandes, los votantes deben saber qué hay en él. Los periodistas, como los kenianos que expusieron escándalos por un proyecto ferroviario chino, tienen un gran papel que desempeñar.
  • Segundo, los líderes de África necesitan pensar más estratégicamente. África puede ser casi tan poblada como China, pero comprende 54 países, no uno. Los gobiernos africanos podrían lograr mejores acuerdos si demostraran más unidad. Nadie espera que un continente heterogéneo que incluye zonas de batalla anárquicas y democracias prósperas esté tan integrado como Europa. Pero seguramente puede ser mejor que dejar que China negocie con cada país individualmente, a puerta cerrada. El desequilibrio de poder entre, digamos, China y Uganda es enorme. Podría reducirse en cierta medida con un área de libre comercio o si los bloques regionales africanos se unieran. Después de todo, los beneficios de los proyectos de infraestructura se extienden a través de las fronteras.
  • Tercero, los líderes africanos no tienen que elegir bandos, como lo hicieron durante la guerra fría. Pueden hacer negocios con las democracias occidentales y también con China y Rusia, y cualquier otra persona que tenga algo que ofrecer. Debido a que ahora tienen más opciones que nunca, los africanos deberían ser capaces de impulsar tratos más difíciles. Y los forasteros no deberían ver esto como un concurso de suma cero (como lo hace la administración Trump, cuando le presta atención a África). Si China construye un puente en Ghana, un automóvil estadounidense puede conducir sobre él. Si una empresa británica invierte en una red de datos móviles en Kenia, un empresario keniano puede usarla para establecer una empresa transfronteriza.

Por último, los africanos deben tomar lo que algunos de sus nuevos amigos les dicen con una pizca de sal.

China sostiene que la democracia es una idea occidental; el desarrollo requiere una mano firme. Este mensaje sin duda atrae a los hombres fuertes africanos, pero es una tontería. Un estudio realizado por Takaaki Masaki del Banco Mundial y Nicolas van de Walle de la Universidad de Cornell encontró que los países africanos crecen más rápido si son más democráticos. La buena noticia es que, a medida que la educación mejora y los africanos se trasladan rápidamente a las ciudades, se vuelven más críticos con sus gobernantes y tienen menos miedo de decirlo. En 1997, el 70% de los partidos gobernantes africanos obtuvieron más del 60% de los votos, en parte haciendo que los jefes rurales invitaran a los aldeanos a respaldarlos. Para 2015 solo el 50% lo hizo. A medida que la política se vuelva más competitiva, la influencia de los votantes crecerá. Y podrán insistir en una forma de globalización que funcione tanto para africanos como para extranjeros. Lampadia




El legado del liberalismo de Margaret Thatcher

Como hemos advertido previamente en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, en los últimos años la producción de artículos con sesgos antiglobalización y anticomercio ha crecido formidablemente, ahora, a cargo de prestigiosos académicos. Ello no debería terminar por nublar nuestro entendimiento de que ambos procesos generan desarrollo. Al respecto, queremos hacer referencia a uno en particular publicado recientemente en la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo) y analizarlo a la luz de la evidencia empírica presentada en nuestras publicaciones previas.

En esta ocasión, el ataque se enmarca en una fuerte crítica de lo que su autora, Paola Subacchi – profesora visitante de la Universidad de Bolonia – denomina como “thatcherismo”, que es básicamente el conjunto de lineamientos de política que implementó la primera dama del Reino Unido, Margaret Thatcher, a finales de la década de los 70 en su país, caracterizado por una reducción notable del tamaño del Estado en la economía y por la ejecución de reformas a favor del libre mercado y de la iniciativa privada. Como señala Subacchi, fue tal la influencia de Thatcher en la política internacional que no solo países desarrollados como EEUU -con el entonces presidente Reagan- y Alemania adoptaron su enfoque sino que su filosofía se extendió masivamente alrededor del mundo, alcanzando inclusive a los países emergentes.

La tesis central de la crítica de la mencionada académica sostiene que, si bien las políticas introducidas por Thatcher han aportado en diseminar el comercio internacional a un sinnúmero de países y a generar cierto consenso en torno a la mejor manera de hacer política macroeconómica de corto plazo, tanto fiscal como monetaria, no abordan por sí solas el impacto que genera la globalización en la desigualdad al interior de los países tanto desarrollados como emergentes. Asimismo, destaca con especial animadversión la desregulación financiera – introducida por las políticas thatcherianas – como principal causante de la crisis financiera del 2008.

Al respecto tenemos tres atingencias que señalar para rebatir dichos argumentos:

  • En primer lugar,  Subacchi descalifica el enfoque adoptado por Thatcher, sin considerar el adverso contexto económico, político y social que enfrentaba el Reino Unido de finales de los 70, el cual fue determinante para su ascenso al poder como primera ministra. El país no solo enfrentaba una aguda crisis económica, que terminó con un préstamo otorgado por el FMI, sino también por una crisis política reflejada en un Partido Laborista, que había dominado toda la escena política en el período de la posguerra y cuyas políticas de corte socialista sólo habían generado trabas en la economía. Como la historia demostró después, la salida de la crisis del Reino Unido gracias a las reformas de mercado emprendidas por Thatcher – que no menciona Subacchi – explican gran parte de su éxito en la adopción de su filosofía política en Occidente. Esta es una primera falla de comunicación que comete Subacchi en su argumentación.
  • En segundo lugar, no es cierto que la globalización ha generado un aumento notable de la desigualdad al interior del mundo desarrollado, ni en el Tercer Mundo. Por el contrario, como hemos explicado en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, Retomemos el libre comercioOtra mirada al mito de la desigualdad, no solo EEUU ha experimentado un aumento nada despreciable de los ingresos familiares –51% entre 1979 al 2014- sino que más de la mitad de la clase media en América Latina se ha duplicado en la última década, gracias al crecimiento económico impulsado por la globalización y el libre comercio. Dada la evidencia, es hasta irresponsable darle la espalda a ambos procesos que han generado un círculo virtuoso de prosperidad para todos estos países.
  • Y finalmente, no es cierto que la desregulación financiera fue la principal causante de la crisis financiera del 2008. Como otrora en 1963, el economista anarcocapitalista Murray Rothbard demostrara en su obra seminal “America’s Great Depression” que la crisis del crack del 29, fue inducida por la política monetaria y no por el mercado de valores, las causales de la crisis del 2008 también pueden ser explicadas en los mismos términos. Fue, pues, la expansión monetaria inducida por la FED, a través de recortes sucesivos de tasas en los 6 años previos a la crisis, las que indujeron a la economía estadounidense a operar fuera de sus límites de equilibrio, precipitando en el 2008, una crisis financiera de enormes magnitudes. No se puede hablar de un desregulación financiera per sé, cuando la oferta de dinero se determina endógenamente ante movimientos de la tasa de interés generados por una entidad estatal.

En conclusión, no es la globalización la que genera los problemas de distribución del ingreso y menos las llamadas crisis del capitalismo. Por el contrario, de no ser por este proceso, el crecimiento económico mundial probablemente solo hubiera podido beneficiar a aquellos países que llegaron primero a los estratos altos de la distribución del ingreso, mientras que aquellos emergentes seguirían en niveles muy bajos en cuanto a PBI per cápita.

Y en lo que respecta a Margaret Thatcher, fue gracias a su vehemencia e insistente entrega, que las políticas en torno al libre mercado, la globalización y el libre comercio siguen teniendo vigencia en Occidente y en muchos países de nuestra región, aún con todos los ataques que siguen recibiendo en el día a día desde todos los flancos de la sociedad. Nosotros seguiremos en esta cruzada a favor de ellas. Lampadia

El Camino desde el Thatcherismo

Este año se cumplen cuatro décadas desde que Margaret Thatcher llegó al poder como la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Gran Bretaña, inaugurando una era de fundamentalismo de mercado que aún hoy sigue presente. ¿Por qué una ideología tan obviamente agotada mantiene su control sobre los responsables políticos en todo el mundo?

Paola Subacchi
Project Syndicate
15 de febrero, 2019 
Traducido y glosado por Lampadia

Los últimos años, con el auge del populismo en todo el mundo desarrollado, han parecido el fin de una era. Esto es quizás lo más cierto de la economía, donde la revolución del libre mercado que surgió hace cuarenta años ahora parece haberse desvanecido en denuncias, dudas y recriminaciones.

En mayo de 1979, Margaret Thatcher se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Gran Bretaña, después de haber sido elegida líder por el Partido Conservador cuatro años antes. A pesar de ser rechazado inicialmente por muchos de sus colegas masculinos, Thatcher se convertiría en una de las líderes políticas más influyentes y controvertidas de la historia.

Cuando Thatcher llegó al poder, fue la primera líder nacional de una gran economía desde el final de la Segunda Guerra Mundial en exigir un papel más pequeño para el estado y un papel más importante para el mercado. Su gobierno inauguró una nueva era de formulación de políticas económicas guiada por el principio de laissez-faire.

En breve, la administración entrante de Ronald Reagan en los Estados Unidos adoptó un enfoque similar. Al igual que el Thatcherismo, el Reaganismo se basó en la idea de que los mercados siempre lo resuelven mejor. Después de la estanflación y aparente ruptura del consenso keynesiano de la posguerra en la década de 1970, la marca del fundamentalismo de mercado de Thatcher y Reagan, que pronto se conoció como neoliberalismo, se arraigó y se extendió a los países desarrollados y en desarrollo.

A pesar de varias mutaciones a lo largo de los años, los principios fundamentales del neoliberalismo (privatización, desregulación de los mercados de productos y trabajo, bajos impuestos, libre comercio y liberalización del mercado de capitales) siguen siendo los mismos. Y, no por casualidad, las décadas de su reinado han estado marcadas por la inestabilidad financiera, la creciente desigualdad y, en última instancia, el descontento político. Con la aceleración del cambio tecnológico junto con los grandes cambios en el orden económico mundial, existe una demanda creciente de políticas de ingresos, mercado laboral e industriales más activas. Pero el Thatcherismo sigue estando muy presente entre nosotros.

La confianza cerebral

Cuando Thatcher llegó al poder, Gran Bretaña estaba profundamente dividida y sometida a una economía en crisis. Era considerado como el “enfermo de Europa”. Luego, en 1976, la libra esterlina se desplomó alrededor de un 25% frente al dólar, lo que obligó al gobierno a pedir prestamos Fondo Monetario Internacional.

Este episodio socavó gravemente la credibilidad del Partido Laborista como un administrador competente de la economía. Durante el ‘invierno de descontento’ en 1978, las huelgas del sector público pusieron al país de rodillas. Los votantes estaban listos para el cambio, y Thatcher estaba lista para aprovechar la oportunidad con el mensaje poderoso y conciso “El laborista no está dando resultados”.

Una vez en el cargo, Thatcher siguió una política económica “neo-conservadora” que se había forjado en los think tanks a favor del mercado, como el Institute of Economic Affairs (IEA) en Gran Bretaña y la Fundación Heritage en los EEUU.

Thatcher confió en los economistas de la IEA que habían sido fuertemente influenciados por Friedrich Hayek y Milton Friedman.

El tiempo de TINA

Thatcher presentó su nueva agenda conservadora como una respuesta práctica a circunstancias dramáticas. En Gran Bretaña, se necesitaba reducir la inflación, aumentar el empleo e impulsar el crecimiento económico. El enfoque de Thatcher se volvió casi inevitable, lo que se reflejó en su famoso eslogan: “No hay alternativa” (There is no alternative, o TINA, como se hizo ampliamente conocido).

La solución de Thatcher para los problemas económicos de Gran Bretaña fue reducir el gasto público y los programas de asistencia social, frenar el poder sindical, restringir los salarios, privatizar las empresas de propiedad pública y recortar los impuestos. [Y que tuvo buenos resultados ya que se salió exitosamente de la crisis económica].

Para 1989, los ingresos de la privatización ascendieron a £ 24 mil millones ($ 49 mil millones). Pero en lugar de invertir estos fondos en educación y desarrollo del país, Thatcher los utilizó para financiar más recortes de impuestos. A finales de la década de 1980, los altos ingresos que habían pagado un impuesto del 83% sobre su ingreso marginal, en 1979 pagaban solo el 40%.

Desde entonces, el paradigma de los mercados eficientes dominó casi todos los debates de política económica en Occidente. En el Reino Unido, las políticas a favor del mercado y la probidad fiscal se convirtieron en una realidad en todo el espectro político. En Gran Bretaña, un gobierno laborista del Primer Ministro Tony Blair fue responsable de la desregulación del sector financiero. En los Estados Unidos, el presidente Bill Clinton, un demócrata, hizo lo mismo con Wall Street y recortó los beneficios de asistencia social. Y en Alemania, los socialdemócratas del canciller Gerhard Schröder impusieron un tope al crecimiento salarial [origen del éxito económico de Alemania].

Beneficios y pauperización

Y, sin embargo, en la patria de la revolución neoliberal, el neoliberalismo no logró un crecimiento más fuerte. Entre 1980 y 1989, el PBI real anual (ajustado por inflación) creció en promedio un 2,6%, tal como lo había hecho entre 1970 y 1979. Lo que sí cambió fue la distribución del producto, y no para mejorar. En la década de 1980, el PBI per cápita apenas aumentó, después de haber crecido alrededor del 50% entre 1958 y 1973. El coeficiente de Gini del Reino Unido (donde 0 representa la igualdad absoluta y 1.0 significa que una sola persona posee todo) aumentó de 0.25 en 1979 a 0.32 en 1992.

Durante este período, Gran Bretaña, como los EEUU, estaba atravesando un cambio estructural. En 1948, el 42% del PBI del Reino Unido provino de la manufactura y el 15% de los servicios; sin embargo, en la actualidad, los servicios representan alrededor del 79% del PBI, en comparación con solo el 15% de la manufactura.

Técnicamente, el neoliberalismo, a través de la desregulación y la sindicalización del mercado laboral, ha ayudado a lograr el pleno empleo, que fue el objetivo principal de las políticas keynesianas de posguerra que Thatcher, Reagan y sus seguidores dejaron de lado. Pero no ha llevado a una prosperidad generalizada ni a una distribución más justa de los recursos. De hecho, los trabajadores se encuentran cada vez más atrapados en la pobreza como resultado de los bajos salarios y los altos costos de vida.

En el Reino Unido, la desigualdad agregada no ha aumentado significativamente en las últimas décadas, por lo que el coeficiente de Gini del país está alineado con el promedio de la OCDE, y solo ligeramente por debajo del promedio en relación con la UE.

Haciendo al mundo un espacio del deudor

En general, las sociedades que han abrazado el neoliberalismo se han dividido cada vez más en términos de poder económico, influencia, educación y salud. Esto, a su vez, ha producido una profunda polarización política y una sensación de falta de poder e inseguridad generalizadas. Si la ingeniería social, la pesadilla de la nueva agenda conservadora, fue en realidad el objetivo final, ha sido un éxito rotundo.

Aunque esa agenda a menudo se asocia con el libre comercio y la integración en el mercado internacional (es decir, la globalización), su principal imperativo siempre ha sido la desregulación financiera. Desde la revolución de Thatcher, la ingeniería financiera, en lugar de la política social, se ha mantenido como la única solución para fallas de mercado masivas como las descritas anteriormente.

Además, después del impulso de Thatcher por la desregulación financiera, un enorme auge de los préstamos facilitó el examen de los problemas emergentes. Si bien los ingresos se quedaron por detrás del crecimiento de la productividad, las personas pudieron obtener préstamos para comprar casas y luego financiar el gasto de los hogares. Por lo tanto, en el momento de la crisis del 2008, la deuda de los hogares británicos había alcanzado el 160% de los ingresos, en comparación con el 100% de la década anterior; hoy en día, se mantiene en torno al 130%.

Desde entonces, la liberalización de la cuenta de capitales, junto con la privatización y los profundos recortes en el gasto público, han llegado a resumir los programas del FMI para los países que necesitan apoyo financiero. El llamado Consenso de Washington exportó la austeridad de Thatcher y los recortes de impuestos de Reagan al resto del mundo, imponiendo políticas de libre mercado a los países en desarrollo que luchan con los problemas de la balanza de pagos.

El legado global del thatcherismo

El récord internacional del thatcherismo es mixto. La expansión del comercio en las últimas cuatro décadas ha contribuido inequívocamente al crecimiento económico y al desarrollo en todo el mundo. Y los marcos macroeconómicos que comprenden bancos centrales independientes, una política fiscal prudente y una buena gobernanza han sustentado la estabilidad y el crecimiento en muchos países.

El problema es que estos marcos no abordan el impacto distributivo de la globalización. [Falso, excepto en el análisis parcial en los propios países más ricos]. Después de Thatcher, la opinión predominante ha sido que los gobiernos no deberían intervenir para corregir las fallas del mercado, financiar o invertir en bienes públicos, o redistribuir los ingresos para reducir la pobreza y la desigualdad.

El legado de la desregulación financiera no es mejor. La crisis de 2008 mostró que los mercados no siempre se ajustan solos, ya que están plagados de intereses creados, riesgos morales y deshonestidad impulsada por la avaricia. En el evento, las medidas para detener la crisis finalmente apuntalaron un sistema que debía ser reformado fundamentalmente. El rescate masivo de las instituciones financieras privadas por parte de los contribuyentes, junto con la austeridad fiscal, el crecimiento económico deprimido y la penalización de los hogares de bajos ingresos, socavan gravemente la legitimidad de los sistemas políticos nacionales.

A nivel internacional, la crisis de 2008 se encontró con una agenda de reforma incremental centrada principalmente en el fortalecimiento de la regulación. Y, sin embargo, el enfoque de política prevaleciente sigue alineado con la doctrina neoliberal de reformas estructurales de la oferta, mercados laborales flexibles (que conducen a menores costos laborales) y gasto público restringido.

¿A dónde va la contra-revolución?

En 1979, Thatcher aprovechó el descontento popular con el gobierno disfuncional y promovió una visión de la sociedad basada en individuos libres y autorrealizados. Como ella dijo de la famosa “sociedad”, “No hay tal cosa”. “Hay hombres y mujeres individuales y hay familias, y ningún gobierno puede hacer nada excepto a través de las personas, y las personas se miran a sí mismas primero”.

A diferencia de las crisis económicas de la década de 1970, el desplome de 2008 no llevó a un replanteamiento radical de la economía política. Lo que siguió fue la negación de la necesidad de nuevas políticas de distribución y formas de gestión económica. El resultado de esta complacencia se hizo evidente en 2016, con el referéndum Brexit en el Reino Unido y la elección del presidente Donald Trump en los Estados Unidos.

Existe un tradeoff entre mantener las economías de mercado abierto y garantizar la estabilidad política. A menudo, las medidas para redistribuir recursos y apoyar las economías domésticas son tanto necesarias como apropiadas. El impulso de pretender que este tradeoff no existe, y que los mercados se regulan a sí mismos, es uno de los legados perdurables del Thatcherismo. También es el colmo de la pereza intelectual.

Asegurar que una ciudadanía democrática siga comprometida con los valores liberales requiere que las transiciones económicas y políticas sean administradas por los estados y las instituciones públicas. Resulta que hay una cosa tal como la sociedad después de todo. Lampadia

Paola Subacchi es investigadora principal en Chatham House y profesora visitante en la Universidad de Bolonia. Es la autora, más recientemente, de The People’s Money: Cómo China está construyendo una moneda global.