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¿El fin del antifujimorismo?

¿El fin del antifujimorismo?

 

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Hay quienes ven la configuración de la segunda vuelta como el peor escenario posible, como una elección fatal entre las dos opciones más peligrosas o negativas, y en la que debemos resignarnos a escoger el mal menor. Pero también puede ser vista como la gran oportunidad para poner fin a la división más destructiva que ha tenido la política peruana en los últimos diez años: fujimorismo versus antifujimorismo. Más precisamente, para amainar el antifujimorismo, la identidad política no solo más grande sino más radical del Perú, que experimentó una transmutación de su esencia: se convirtió en aquello que rechazaba. Pasó a negar en la práctica el derecho del fujimorismo –que representa a un sector en la sociedad- a participar en la vida política y procuró su eliminación, cosa que estuvo a punto de conseguir. No era un adversario, sino un enemigo.

Eso habría tenido fundamento si Alberto Fujimori postulaba. Pero no lo tenía con Keiko. Ella había rechazado la presencia de Montesinos cuando aún era primera dama, había formado un partido político –cosa que su padre jamás hizo- en plena era de descomposición de los partidos –es decir, había fortalecido por esa vía la democracia-, había sido congresista y su agrupación había estado en el Congreso en varias ocasiones respetando claramente las reglas del juego democrático.

Por eso, las “obligaciones” que le ha exigido Mario Vargas Llosa en realidad ya están cumplidas. No implican una suerte de “hoja de ruta” que implique un cambio de orientación de la candidata hacia la democracia liberal o el respeto a la división de poderes. Keiko Fujimori no es su padre en los temas institucionales.

Es cierto que el comportamiento de su bancada en el congreso disuelto no fue constructivo y tuvo episodios obstruccionistas y beligerantes que fueron incluso alentados y capitalizados por Vizcarra y que son su mayor pasivo en esta segunda vuelta, pero eso debe ser considerado un error político y de falta de compromiso con el país que se paga luego en las urnas, no una conducta que revele un designio anti democrático. ¿Podríamos calificar al APRA de ser un partido contrario a la democracia por la oposición obstruccionista que junto con la UNO realizó contra el primer gobierno de Belaunde, que fue mucho más intensa y fuerte que la de Fuerza Popular contra PPK? Esa oposición se tumbó 11 ministros e impidió que el gobierno ejecutara las reformas sociales como la agraria. La de Fuerza Popular finalmente se focalizó en el sector educación, pero aprobó en lo esencial todo el programa económico del gobierno. El Congreso actual, más bien, lo está destruyendo todo.

Lo que pasó fue que al perder a último minuto el Ejecutivo luego de estar a 8 puntos de ventaja dos semanas antes de la segunda vuelta, y ganar largamente el Congreso, cayó en una triple trampa de la que no tuvo la visión y frialdad para poder escaparse. Primero, la sensación de que le habían robado la elección, que desató la propensión a la venganza. Segundo, tener poder político y no Ejecutivo lleva a la impotencia, a la incapacidad de ejecución y a la crítica desbordada e irresponsable. Tercero, tener el control irascible del poder más impopular del sistema político, es fatal.

De ello se aprovechó claramente Martín Vizcarra para pasar al ataque al Congreso casi desde el principio, desde el 28 de julio del 2018, cuando pidió la no reelección de los congresistas, pese a que perfectamente hubiese podido concertar con el Congreso un programa de gobierno porque Keiko Fujimori ya había saciado su sed venganza con la salida de PPK y su bancada había perdido 20 legisladores. Estaba en una predisposición positiva y tenía menos fuerza. Pero Vizcarra eligió la ruta confrontacional del populismo político, y no paró hasta disolver el Congreso, cumpliendo así la consigna de eliminar al enemigo con el apoyo enardecido de la inteligentzia antifujimorista, que aún no reconoce el engaño en el que cayó ni el exceso que cometió.

Soy de la convicción de que el país se hubiese ahorrado estos últimos diez años de relativo estancamiento económico y estos últimos cinco de anarquía y absurda confrontación política, si Keiko Fujimori hubiese llegado al poder el 2011 o el 2016, como hubiese ocurrido si en ambas ocasiones no hubiese sido impedida a último minuto precisamente por la muy eficaz organización antifujimorista y también por errores propios.  

No deja de ser paradójico que pueda llegar ahora a la presidencia en su momento más débil, apenas salvada del exterminio político. Si llega, lo que tampoco será fácil, tendrá confirmar el aprendizaje de estos últimos cinco años en un esfuerzo de concertación política que tendrá que ser titánico para alcanzar la gobernabilidad en un Congreso tan fragmentado. Pero será imposible si el antifujimorismo no baja sus niveles de animadversión y se convierte en una fuerza crítica pero constructiva, lo mismo que le reclamó al fujimorismo estos últimos cinco años. Una leal oposición. Lampadia




Cuando el anti-fujimorismo se torna enfermedad

Las izquierdas defienden con las uñas el regalo que PPK les dio el 11 de abril pasado, un día después de las elecciones, en que decidió (equivocadamente) gobernar cerca de ellos y lejos del fujimorismo.


Fuente:  El Molino Rojo – Piet Mondrian

Es evidente que esta alianza implícita es inconducente a un gobierno exitoso. Más allá de las ‘ideas muertas’ que profesan, que no aportan nada positivo, la respuesta de las izquierdas ha sido exacerbar las contradicciones (técnica marxista),  agudizando los conflictos sociales que han, prácticamente, parado las grandes inversiones privadas ante la lenidad del gobierno. Tanto en las inversiones vinculadas a los recursos naturales, como en el ‘pet project’ de PPK de los ‘7 millones de turistas’ y la paz social en Lima con Santos (libre) conduciendo la asonada de Puente Piedra. 

Hace pocos días, Carlos Contreras, historiador y profesor de la PUCP, escribió en El Comercio, “Los ‘antis’ en nuestra historia política”. Contreras nos dijo:

Los ‘antis’ en nuestra historia política (glosado)

Después de las elecciones del 2011, Keiko Fujimori trabajó por disminuir el rechazo que el fujimorismo despertaba en amplios sectores de la población electoral, sobre todo la juvenil, que no había vivido la experiencia de los años noventa.

Por un momento pareció una estrategia adecuada para sus intereses, pero pronto descubrió que a medida que acrecían sus posibilidades de triunfo en las elecciones del año pasado, despertaba simultáneamente el fantasma que había querido evitar y que ya le había arrebatado una posible victoria en el pasado: el antifujimorismo.

Quizás el primer movimiento ‘anti’ nacional sea el que despertó Simón Bolívar en su relativamente breve paso por el Perú. [Luego Contreras describe los antis que se dieron con el Partido Civil de Manuel Prado, con el pierolismo, aprismo, comunismo, velasquismo, fujimorismo, humalismo y nuevamente el antifujimorismo]. 

En cierta forma, el fujimorismo es una identidad robusta y extendida en el país por la misma tenacidad con que es combatido. La fuerza de esta oposición es la que lo nutre y sostiene. Titulares cotidianos contrarios en la prensa, caricaturistas y columnistas atacando a sus dirigentes y ridiculizando sus afirmaciones, o discursos y gestos de desafecto en las pantallas, tanto lo dañan cuanto lo vigorizan; a la vez que una mayor intención de voto por el fujimorismo traerá más antifujimorismo, dentro y fuera del Perú.

El Perú es un país de grandes fracturas, pero dada la fuerte carga de violencia que conllevan, cabría preguntarse si los movimientos ‘antis’ son la mejor dinámica política para una comunidad nacional.

Efectivamente, en las últimas elecciones hubo un ensañamiento del establisment contra Keiko Fujimori. Se produjo una clara ruptura social y política en la que las clases populares favorecían a Fuerza Popular y el establishment lo denostaba. Esto continua hasta estos días, lo que podemos constatar en la última encuesta de Ipsos, en la que los niveles socio económicos A y B muestran una aprobación de PPK del orden de 60%, y los de C, D y E, del orden de 40%.

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Fuente: IPSOS

Pero el Perú no es su establishment. Este no puede refugiarse en Versallles y desconocer la revolución francesa, pues tarde o temprano, perderá todo atractivo e influencia en las clases populares.

Veamos algunos comentarios de personajes de la izquierda, que llegan a extremos de querer desconocer la presencia política de Fuerza Popular en el país:

Luis Pásara, en entrevista [glosada] de Maritza Espinoza, en La República (1 de enero de 2017), que le abre las puertas a los ex senderistas, pero se las cierra al fujimorismo. Veamos:

¿Cicatrizará la herida dejada por Sendero y la guerra interna?

Esta es una herida muy fresca y que está lejos de la cicatrización. Dos de los conversadores del libro han afrontado el tema con claridad: mantener como apestados a quienes estuvieron en Sendero y el MRTA –y tuvieron o no condena por eso–, es insostenible en una democracia. Que no se les dé trabajo, que no se les admita en política, que se les arrincone hasta que mueran… ¿Se les preferiría de regreso en la lucha armada? No solo es un asunto de humanidad, sino de cálculo político.

Entonces, ¿qué debe pasar para que esa herida cicatrice?

Tenemos que aceptar que son peruanos, como los demás, y que, cancelada la lucha armada que tanto daño hizo, tenemos que convivir con ellos. Pero de eso estamos lejos, en parte porque los políticos y medios de comunicación creen sacar provecho, una vez más, de la tarea de enfrentar a los peruanos, unos contra otros.

¿Cómo ve el presente político del Perú, con un Presidente debilitado frente al poder parlamentario del fujimorismo?

La condición “debilitada” del Presidente no viene del resultado electoral, que le fue favorable, sino que la está construyendo el propio PPK. Su decisión de no hacer cuestión de confianza de la censura al ministro con mayor reconocimiento por su tarea en la reforma educativa es un error político de larga duración. “Diálogo y no confrontación” con quienes solo buscan debilitarlo para declarar su vacancia o verlo llegar con las justas a las elecciones de 2021 y hacerse del poder, es una apuesta equivocada. Veremos cuánto tarda en llegar la siguiente censura a un ministro. Con el recurso constitucional que tiene PPK en su manos –y no tuvo Fernando Belaunde en su primer gobierno frente a una oposición semejante–, no se entiende por qué ha optado por el camino del debilitamiento que terminará en la esterilidad de su gobierno.

Alberto Adrianzén en entrevista [glosada] de Paco Moreno del Diario UNO (16 de diciembre, 2016).

—Usted que conoce los peligros del fujimorismo, ¿cómo cree que el gobierno debe actuar ante el fujimorismo?

—Yo creo que el gobierno debe congregar a todos los sectores no fujimoristas y hacer un acuerdo entre ellos para defender la democracia y la estabilidad del país. Una cosa es que el gobierno se defienda solo, además en un gobierno débil con una bancada semidividida, y otra que haya una alianza, una coalición de fuerzas que de alguna manera se expresó en el Congreso y así se puede enfrentar al fujimorismo.

MUCHO CUIDADO

—¿Y es muy peligroso el avance del fujimorismo?

—Claro que sí, por todo lo que significa. Yo creo que Keiko cree que la única forma de ganar en el 2021 es asegurándose el control de las instituciones, por ejemplo, para que no la sigan investigando. Quiere copar todas las instituciones que tienen que ver con la lucha anticorrupción. Además, creo que ella quiere marginalizar al sector antifujimorista que está en el gobierno y también que está fuera del gobierno. Bueno, el antifujimorismo es más fuerte en la sociedad. Se ha demostrado ya, en las elecciones pasadas, que las corrientes antifujimoristas decidieron la suerte de Keiko Fujimori. Lo que se viene es que el fujimorismo tratará de separar del gobierno al sector antifujimorista y golpear a los sectores sociales y políticos que nada quieren con Keiko.

—¿Cuál cree que es la lógica de Keiko?

—Ella sabe pierde el 2016 por su antivoto. Ella tiene que bajar ese antivoto, porque no puede llegar al 2021 con el mismo escenario porque pierde otra vez, entonces ella está haciendo todo lo posible para los que están contra ella no tengan poder.

—¿Cuál es su opinión acerca de la protesta ciudadana contra el copamiento fujimorista, integrada principalmente por los jóvenes?

—Me parece fundamental. Me parece que es acaso lo más avanzado que hay en este país. Lo que pasa es que es un segmento que no tiene representación política. Si uno mira el panorama regional han sido los jóvenes los motores del cambio. Hasta en China. En Brasil, en Argentina, el movimiento de los jóvenes ha sido muy importante. Los jóvenes se han convertido en un motor de cambio y está muy bien su reacción ante la arremetida de los fujimoristas.

(…) Sería bueno que ellos tengan una representación política porque pueden significar el cambio de la política.

Esta situación de ensañamiento es mala a todas luces. Ojalá que PPK y su partido sepan aquilatar las contradicciones entre un país necesitado de convergencia constructiva y las malas artes de sus halcones y de los ubicuos operadores políticos de las izquierdas de las ‘ideas muertas’. Lampadia