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La primavera chilena

CEP Chile
Leonidas Montes
Director del CEP

Foto: Internet

Fue un fin de semana triste y también deprimente. Un alza de pasajes gatilló situaciones que nadie hubiera imaginado. La efervescencia social nos recordó una vez más ese estado de naturaleza hobbesiano, donde la vida fuera de la sociedad sería ‘solitaria, pobre, repugnante, brutal y corta’. Por eso, según Hobbes, debemos ceder parte de nuestra libertad para establecer un contrato social que nos garantiza vivir en paz. En estos días de rabia y bronca –ya hablaremos de la ira- hemos olvidado lo que significa ese principio hobbesiano que nos limita e impone deberes, pero también esa vieja idea aristotélica del zoon politikón, ese animal social que somos nosotros. En efecto, somos seres humanos que vivimos en sociedad, con otros. Esta idea fundamental sienta los cimientos del Estado moderno. Y del liberalismo que inspira nuestra sociedad moderna. No en vano John Locke establecía los principios de “la vida, la libertad y la propiedad” como los cimientos la sociedad.

Partamos por lo principal. La tolerancia, ese gran valor liberal, nos exige un esfuerzo para tolerar aquello con lo cual no concordamos o que nos produce rechazo. La tolerancia es un ejercicio social que nada tiene que ver con la simple indiferencia. Ésta es solo el acto de ignorar. No nos exige nada, solo centrarse en uno mismo. La tolerancia, en cambio, nos exige ponernos en la situación del otro, tratar de entenderlo y eventualmente esforzarnos por tolerar aquello con lo que no estamos de acuerdo. Pero lo que no se puede tolerar es la violencia y los atentados contra “la vida, la libertad y la propiedad”. Esto atenta contra el tejido que mantiene unida a la sociedad. Destruir los cimientos de nuestra sociedad es atentar contra lo más sagrado de nuestra convivencia: nuestro estado de derecho. Son inquietantes las imágenes de los robos y saqueos, y de la ira destruyendo aquello que nos enorgullece y nos une: el Metro de Chile. Es un ataque cobarde y egoísta a un símbolo de integración y unión. El Metro es una empresa estatal que es de todos y para todos. Destruirlo es intolerable e inaceptable y nos distancia del sentido humano del zoon politikón.

Ahora vamos a la ira. Sloterdijk, en su libro Ira y Tiempo, cuyo título evoca a Heidegger con su Ser y Tiempo, nos recuerda que desde la Ilíada la ira ha acompañado la historia de Occidente. Y su tesis más provocativa es que durante el siglo XX la izquierda fue la banca de la ira ciudadana, una ira que, por supuesto, también era esperanza. Los ciudadanos depositaban su ira a la espera de los intereses que se prometían y esperaban. Con el fracaso del socialismo y la crisis de corrupción que ha azotado a la política, los ciudadanos ahora no tienen una banca para depositar la ira. Como no hay banco, los intereses y las esperanzas han desaparecido. Y lo que es peor, los ciudadanos depositan la ira en sí mismos. Una ira que explota y se define en la subjetividad. Existe un individualismo que es preocupante. Y aquí hay un gran desafío para nuestra clase política que no canaliza la ira, ni refleja las esperanzas.

Las razones detrás del individualismo, eso que algunos pretenden reducir solo al neoliberalismo, es más profunda. Tiene que ver con esa pérdida del sentido social, con esa orfandad que genera el olvidar que somos seres sociales que vivimos con otros. Chile ha vivido un rápido y sostenido crecimiento muy centrado en el individualismo metodológico que es propio de la economía neoclásica. Hablamos mucho de la planilla Excel, como dijo alguna vez Lucía Santa Cruz, pero soslayamos que vivimos en sociedad. El progreso, bien lo sabemos, es más complejo que el PIB per cápita. En cierto sentido nos quedamos solo con el Adam Smith de la Riqueza de las Naciones, y todavía no hemos visto la importancia de su Teoría de los Sentimientos Morales. Hay una preocupante carencia de empatía a todo nivel.

En esta crisis social y política, todos somos responsables. Pero los más irresponsables son los que ignoran lo que está en juego: los principios que sostienen nuestra vida en común.




Hacia una teoría económica ajustada

La ciencia económica, cuyo origen histórico se remonta a la publicación de aquella famosísima obra del filósofo y economista escocés Adam Smith publicada en 1776, “La riqueza de las naciones”,  se ha caracterizado por ser objeto de una constante lucha de diversas escuelas de pensamiento que buscaban su predominio en su enseñanza tanto en el método como en la teoría.

En lo concerniente a la teoría, tras la publicación del libro de Smith a finales del siglo XVIII, el pensamiento de la escuela clásica predominó durante todo el siglo XIX y una pequeña parte del siglo XX, hasta la llegada de la crisis del crack del 29 en EEUU, la cual puso en tela de juicio uno de los principales supuestos de la teoría clásica: los mercados son eficientes.

A partir de ahí, el keynesianismo empezó a ser la regla de política económica en prácticamente todo el mundo desarrollado, hasta la llegada de la estanflación en la década de los 70 – inflación con estancamiento del PBI- un fenómeno que esta escuela no podía explicar con su instrumental teórico vigente, y que, la teoría de expectativas racionales, liderada por el Nobel de Economía Robert Lucas Jr. pudo explicar.

Es a partir del éxito de Lucas que, aunque implícito en la escuela clásica, se introduce fuertemente el supuesto de racionalidad de los individuos, sobre el cual descansa toda la teoría económica “mainstream” que, hasta el día de hoy, domina la enseñanza de la gran mayoría de facultades de economía en las universidades.

Sin embargo, este supuesto, aunque predominante en la academia, ha sido objeto de duras críticas recientemente por parte de economistas que argumentan que fue el principal causante de que la teoría económica no pudiera predecir la crisis financiera mundial del 2008, debido al comportamiento errático observado en los agentes económicos.

Ante ello, hay quienes proponen que se empiece a reformular la teoría relajando este supuesto y las alternativas no se han hecho esperar. La más famosa es la revolución generada por la economía del comportamiento, liderada por los economistas Daniel Kahneman, Richard Thaler y Robert Shiller.

Como indica un reciente artículo de Fareed Zakaria, titulado “¿Es el fin de la teoría económica? (ver artículo líneas abajo) en la revista Foreign Policy, “Lo que mostraron los economistas del comportamiento es que el supuesto de racionalidad en realidad produce malentendidos y malas predicciones”.

Como Zakaria indica, asumir que los individuos maximizan su utilidad y/o beneficios durante todo momento en el tiempo, no parece ser una forma útil de comprender por qué las sociedades actúan de la manera en que lo hacen.

De hecho los individuos no solo pensamos, también sentimos y parecería razonable que la teoría económica pudiese modelar estos comportamientos emocionales, de manera que mejore sus dotes predictivos y sea de mayor utilidad para los tomadores de política.

La discusión, sin embargo, sigue siendo cuál es la manera adecuada de hacerlo. El supuesto de racionalidad, con todas las limitaciones que ostenta, ha sido muy útil, en particular, para formular política macroeconómica tanto monetaria como fiscal, dada la simplicidad matemática que provee a los modelos. Por ello, consideramos que no debería ser descartado en el ámbito de la macroeconomía, por lo menos.

Por otra parte, en el ámbito de la microeconomía, en los hogares, la economía del comportamiento puede brindarnos nuevas reflexiones y de hecho, podría revolucionar esta rama desde sus cimientos, si es que ya no lo está haciendo.

Otra discusión que Zakaria también pone en la mesa es que se debe recurrir a las otras ciencias como la sociología o la ciencia política, además de la economía, que fue la panacea para comprender los fenómenos sociales.

En este respecto, no podemos estar más de acuerdo. Siempre el ámbito multidisciplinario permite acércanos más a la realidad, y más aún si estudiamos la realidad humana. Por ello, bien haría la ciencia económica en incorporar conceptos de estas otras ciencias sociales, como lo viene haciendo con la sicología, a través de la economía del comportamiento.

Todo sea para que la teoría económica pueda ser una verdadera expresión del mundo y se conduzca hacia el que debería ser su principal objetivo: generar bienestar y mejorar la calidad de vida. Lampadia

¿El Fin de la Teoría Económica?

Los seres humanos rara vez son racionales, así que es hora de que todos dejemos de fingir que lo son

El 29 de marzo de 2018, la estatua de Fearless Girl mira la escultura de Wall Street Charging Bull en Nueva York. (Volkan Furuncu/Anadolu Agency/Getty Images) 

Fareed Zakaria
Foreign Policy
22 de enero, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

En 1998, cuando la crisis financiera asiática estaba causando estragos en lo que habían sido algunas de las economías de más rápido crecimiento en el mundo, el New Yorker publicó un artículo que describía los esfuerzos de rescate internacional. Presentó el perfil del super diplomático de la época, un hombre de gran idea que The Economist había comparado recientemente con Henry Kissinger. El neoyorquino fue más allá y observó que cuando llegó a Japón en junio, este oficial estadounidense fue tratado “como si fuera el general [Douglas] MacArthur”. En retrospectiva, tal reverencia parece sorprendente, dado que el hombre en cuestión, Larry Summers, era un nerd desaliñado y algo incómodo que servía como secretario adjunto del Tesoro de los EEUU. Su extraordinario estatus se debe, en parte, al hecho de que Estados Unidos era entonces (y sigue siendo) la única superpotencia del mundo y el hecho de que Summers era (y sigue siendo) extremadamente inteligente. Pero la razón principal de la bienvenida de Summers fue la percepción generalizada de que poseía un conocimiento especial que evitaría el colapso de Asia. Summers era un economista.

Durante la Guerra Fría, las tensiones que definían el mundo eran ideológicas y geopolíticas. Como resultado, los expertos superestrellas de esa época fueron aquellos con experiencia especial en esas áreas. Y los formuladores de políticas que podrían combinar un entendimiento de ambos, como Kissinger, George Kennan y Zbigniew Brzezinski, ascendieron a la cima del montón, ganándose la admiración de los políticos y el público. Sin embargo, una vez que terminó la Guerra Fría, los problemas geopolíticos e ideológicos se desvanecieron en importancia, eclipsados ​​por el mercado global en rápida expansión a medida que los países anteriormente socialistas se unieron al sistema de libre comercio occidental. De repente, el entrenamiento intelectual más valioso y la experiencia práctica se convirtieron en la teoría económica, que se vio como la salsa secreta que podía hacer y deshacer a las naciones. En 1999, después de que la crisis asiática disminuyera, la revista Time publicó un artículo de portada con una fotografía de Summers, el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Robert Rubin, y el Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, y el titular “El Comité para Salvar el Mundo”.

En las tres décadas transcurridas desde el final de la Guerra Fría, la economía ha disfrutado de una especie de hegemonía intelectual. Se ha convertido en el primero entre iguales en las ciencias sociales y también ha dominado la mayoría de las agendas políticas. Los economistas han sido muy buscados por las empresas, los gobiernos y la sociedad en general, y sus perspectivas se consideran útiles en todos los ámbitos de la vida. La economía popularizada y el pensamiento de tipo económico han producido un género completo de libros más vendidos. La raíz de toda esta influencia es la noción de que la economía proporciona el lente más poderoso a través del cual entender el mundo moderno.

Esa hegemonía ya ha terminado. Las cosas comenzaron a cambiar durante la crisis financiera mundial de 2008, que tuvo un impacto mucho mayor en la disciplina de la economía de lo que se entiende comúnmente. Como señaló Paul Krugman en un ensayo de septiembre de 2009 en el New York Times Magazine, “pocos economistas vieron venir nuestra crisis actual, pero este fallo predictivo fue el menor de los problemas del campo. Más importante fue la ceguera de la profesión ante la posibilidad misma de fallas catastróficas en una economía de mercado”. El izquierdista Krugman no fue el único en hacer esta observación. En octubre de 2008, Greenspan, un libertario de toda la vida, admitió que “todo el edificio intelectual… se derrumbó en el verano del año pasado”.

Para Krugman, la razón era clara: los economistas habían confundido “la belleza, vestida con matemáticas de aspecto impresionante, con la verdad”. En otras palabras, se habían enamorado del supuesto rigor que se deriva de la suposición de que los mercados funcionan perfectamente. Pero el mundo había resultado ser más complejo e impredecible que las ecuaciones.

La crisis de 2008 puede haber sido la llamada de atención, pero fue solo la última señal de advertencia. La economía moderna se había basado en ciertas suposiciones: que los países, las empresas y las personas buscan maximizar sus ingresos por encima de todo lo demás, que los seres humanos son actores racionales y que el sistema funciona de manera eficiente.

Pero en las últimas décadas, un nuevo y convincente trabajo de estudiosos como Daniel Kahneman, Richard Thaler y Robert Shiller ha comenzado a mostrar que los seres humanos no son predeciblemente racionales; de hecho, son predeciblemente irracionales. Esta “revolución del comportamiento” dio un golpe debilitante a la economía dominante al argumentar que lo que quizás fue el supuesto central de la teoría económica moderna no solo era incorrecto sino, aún peor, inútil.

En las ciencias sociales, generalmente se entiende que las suposiciones teóricas nunca reflejan la realidad, son abstracciones diseñadas para simplificar, pero proporcionan una forma poderosa de entender y predecir. Lo que mostraron los economistas del comportamiento es que el supuesto de racionalidad en realidad produce malentendidos y malas predicciones. Vale la pena señalar que uno de los pocos economistas que predijeron tanto la burbuja punto-com que causó el colapso del 2000 como la burbuja de la vivienda que causó el colapso del 2008 fue Shiller, quien ganó el Premio Nobel en 2013 por su trabajo en economía del comportamiento.

Los eventos recientes han clavado aún más clavos en el ataúd de la economía tradicional. Si la gran división de la política del siglo XX fue sobre los mercados libres, las divisiones clave que surgieron en los últimos años incluyen inmigración, raza, religión, género y todo un conjunto de temas relacionados con la identidad y la cultura. En el pasado uno podía predecir la elección de un votante en función de su posición económica, hoy en día los votantes están más motivados por las preocupaciones sobre el estatus social o la coherencia cultural que por el interés propio económico.

Si la economía no ha logrado captar con precisión los motivos del individuo moderno, ¿qué pasa con los países modernos? En estos días, la búsqueda de maximizar las ganancias no parece ser una forma útil de comprender por qué los estados actúan de la manera en que lo hacen. Muchos países europeos, por ejemplo, tienen una mayor productividad laboral que los Estados Unidos. Sin embargo, los ciudadanos deciden trabajar menos horas y tomar vacaciones más largas, disminuyendo su producción, porque, podrían argumentar, priorizan la satisfacción o la felicidad sobre la producción económica. Bután ha decidido explícitamente buscar la “felicidad nacional bruta” en lugar del producto interno bruto. Muchos países han reemplazado los objetivos orientados exclusivamente al PBI con estrategias que también hacen hincapié en la sostenibilidad ambiental. China aún coloca al crecimiento económico en el centro de su planificación, pero incluso tiene otras prioridades iguales, como preservar el monopolio del poder del Partido Comunista, y utiliza mecanismos de libre mercado para hacerlo. Mientras tanto, los populistas de todo el mundo ahora otorgan mayor valor a la conservación de empleos que a la creciente eficiencia.

Permítanme ser claro: la economía sigue siendo una disciplina vital, una de las formas más poderosas que tenemos para entender el mundo. Pero en los precipitados días de la globalización posterior a la Guerra Fría, cuando el mundo parecía estar dominado por los mercados y el comercio y la creación de riqueza, se convirtió en el dominio dominante. La disciplina, la clave para entender la vida moderna. El hecho de que la economía se haya deslizado de ese pedestal es simplemente un testimonio del hecho de que el mundo está desordenado. Las ciencias sociales difieren de las ciencias duras porque “los temas de nuestro estudio piensan”, dijo Herbert Simon, uno de los pocos académicos que sobresalieron en ambos. A medida que intentemos comprender el mundo de las próximas tres décadas, necesitaremos desesperadamente la economía, pero también la ciencia política, la sociología, la psicología, y quizás incluso la literatura y la filosofía. Los alumnos de cada una deben retener algún elemento de humildad. Como dijo Immanuel Kant, “De la madera torcida de la humanidad, nunca se hizo nada recto”. Lampadia




Desmitificando el discurso de Stiglitz

A pesar de haber acumulado un historial marcado por pronósticos dudosos y análisis erróneos, Joseph Stiglitz sigue siendo muy considerado entre las élites de los medios de comunicación, incluido Paul Krugman del New York Times, quien lo llama “un economista increíblemente grande”. Y Stiglitz sigue siendo influyente en los círculos políticos.

Pero, ¿cómo podría un economista con su presunta sofisticación respaldar públicamente las políticas desastrosas de Hugo Chávez? Recordemos que, en 2006, el economista ganador del Premio Nobel Joseph Stiglitz elogió las políticas económicas de Hugo Chávez.

  • El presidente venezolano dirigió uno de los “gobiernos de izquierda” en América Latina que fueron injustamente “castigados por ser populistas”, escribió Stiglitz.
  • De hecho, también elogió que el gobierno de Chávez se proponga “brindar beneficios de educación y salud a los pobres y luchar por políticas económicas que no solo generen un mayor crecimiento, sino que también aseguren que los frutos del crecimiento se compartan más ampliamente”.
  • Continuó repitiendo sus elogios en el 2007, en un foro de mercados emergentes en Caracas, patrocinado por el Banco de Venezuela. La tasa de crecimiento económico de la nación fue “muy impresionante”, señaló y agregó que “el presidente Hugo Chávez parece haber tenido éxito en brindar salud y educación a las personas de los barrios pobres de Caracas”.

Desde la perspectiva de Stiglitz, los mercados están plagados de fallas en el procesamiento y la transmisión de información y los gobiernos debe estar listo para corregir estas fallas. No es raro escuchar que Stiglitz hable de haber “socavado” las teorías de libre mercado de Adam Smith, afirmando que la “mano invisible” de Smith no existía o se había “paralizado”. De hecho, su enfoque favorece al gobierno. Este contexto ayuda a explicar su respaldo a Chávez.

Como destacó Stiglitz en su conferencia Nobel, “se requiere una competencia perfecta para que los mercados sean eficientes”. Tenía razón en que, al desafiar la idea de mercados perfectamente competitivos, la economía de la información significaba un cambio de paradigma. Pero la teoría de la competencia perfecta es tan abstracta que solo los economistas cegados por sus propias pruebas matemáticas podrían suscribirse a ella. Cualquier institución creada y dirigida por seres humanos imperfectos está destinada a fallar.

Entonces, ¿cuál es la credibilidad de Stiglitz? Irse en contra del modelo capitalista no es la manera de generar riqueza en el mundo.

  • El capitalismo nos ha traído muchísimos beneficios.
  • Ha integrado efectivamente los mercados globales y han producido inmensos beneficios para la humanidad en su conjunto, como una gran disminución de la pobreza global y de la desigualdad entre los países más ricos y los más pobres.

Recordemos que, en los últimos 40 años:

  • Se ha duplicado la población mundial y se ha formado una clase media global de 3,600 millones de habitantes (el 50% de la humanidad) y,
  • Hoy los más pobres tienen mejores condiciones de vida que nunca antes
  • Mayor esperanza de vida
  • Mejor alimentación y
  • Mejor salud.

Se estima que en 20 años podamos superar del todo la pobreza. Como afirmó Xavier Sala-i-Martín, “El capitalismo no es un sistema económico perfecto. Pero cuando se trata de reducir la pobreza en el mundo, es el mejor sistema económico que jamás ha visto el hombre”.

En Lampadia somos tercos defensores de la economía de mercado y el libre comercio. Hemos insistido innumerables veces que el capitalismo nos ha traído muchísimos beneficios, ha integrado efectivamente los mercados globales y han producido inmensos beneficios para la humanidad en su conjunto, como una gran disminución de la pobreza global y de la desigualdad entre los países más ricos y los más pobres.

Líneas abajo compartimos un artículo que explica a más detalle las fallas del pensamiento de Stiglitz y esperamos aclare que el capitalismo todavía es el modelo económico que mejor funciona en el mundo y en nuestra sociedad:

Lo siento, Stiglitz: lo que está mal es el socialismo, no el capitalismo

Mises Wire
Willian L. Anderson, profesor de Economía en la Universidad Estatal de Frostburg en Maryland
14 de noviembre, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Desde que ganó el Premio Nobel en “Ciencia Económica” en 2001, Joseph Stiglitz ha sido una banda de un solo hombre para la defensa del crecimiento del estado. Después del 11 de septiembre, por ejemplo, solicitó la formación de una agencia federal para brindar seguridad a los pasajeros de las aerolíneas, que según él enviaría una “señal” de calidad. (Stiglitz ganó su premio por “probar” que los mercados libres son “ineficientes” y siempre dan resultados menos que óptimos debido a información asimétrica. Solo el gobierno en manos de gente realmente inteligente como Stiglitz puede dirigir la producción y el intercambio de manera consistente hacia resultados eficientes y “justos”.

Hace más de una década, Stiglitz prodigó elogios al gobierno socialista del difunto Hugo Chávez en Venezuela, declarando:

El presidente venezolano, Hugo Chávez, parece haber tenido éxito en llevar la salud y la educación a la gente de los barrios pobres de Caracas, a aquellos que anteriormente vieron pocos beneficios de la riqueza petrolera del país.

Continuó afirmando que las políticas de Chávez de expropiar la estructura de capital de las compañías petroleras privadas en Venezuela daría lugar a una distribución más “igualitaria” de la riqueza, algo que él cree que es deseable en todas partes. Curiosamente, dado que el “experimento” socialista de Venezuela fue al sur, completo con hiperinflación y una de las peores crisis financieras y económicas jamás vista en el hemisferio occidental, Stiglitz ha permanecido en silencio, al menos cuando se trata de explicar por qué el llamado milagro económico en Venezuela era insostenible.

Aunque Stiglitz ya no elogia al prodigioso socialismo venezolano, apenas guarda silencio sobre su creencia de que solo el poder estatal ampliado puede “salvar” a la economía de los Estados Unidos de la autodestrucción. En un artículo reciente en Scientific American, declara que “La economía estadounidense está dañada”.

Aquellos que conocen las declaraciones públicas de Stiglitz, Paul Krugman y otros en el campo de “los mercados son internamente destructivos”, nada de lo que escribe Stiglitz en el artículo es sorprendente. En realidad, es puro Stiglitz tenerlo en Scientific American, ya que puede decir que está involucrado en el discurso científico, algo que puede probar con muchas ecuaciones matemáticas que “prueban” que los mercados libres son malos:

Desde la perspectiva de Stiglitz, los mercados están plagados de fallas en el procesamiento y la transmisión de información, y el gobierno debe estar listo para corregir estas fallas. En su conferencia Nobel, Stiglitz habló de haber “socavado” las teorías de libre mercado de Adam Smith, afirmando que la “mano invisible” de Smith no existía o se había vuelto “paralizada”. Señaló que los principales debates políticos de las dos últimas décadas han tendido a centrarse en la “eficiencia de la economía de mercado” y en la “relación apropiada entre el mercado y el gobierno”. Su enfoque favorecía al gobierno.

Además, declaró en su conferencia de Nobel que “se requiere una competencia perfecta para que los mercados sean eficientes” (cursiva suya). Para los economistas austriacos, su declaración plantea la pregunta de por qué debemos asumir que los gobiernos de alguna manera poseen la información necesaria para producir resultados “eficientes” en los intercambios económicos, pero Stiglitz nunca ha tratado de ir allí. Simplemente asume la superioridad gubernamental con respecto a la información y luego se ejecuta con esa suposición.

El último artículo de Stiglitz establece el tema según el cual los mercados producen desigualdad de manera sistemática, y que con el tiempo nos enfrentamos a la situación en la que solo unas pocas personas privilegiadas se benefician del sistema capitalista mientras que la gran mayoría se desliza hacia el abismo económico. El escribe:

En su célebre tratado del 2013 Capital en el siglo XXI, el economista francés Thomas Piketty cambia la mirada hacia los capitalistas. Sugiere que los pocos que poseen gran parte del capital de un país ahorran tanto que, dado el rendimiento estable y alto del capital (en relación con la tasa de crecimiento de la economía), su participación en el ingreso nacional ha aumentado. Su teoría, sin embargo, ha sido cuestionada en muchas bases. Por ejemplo, la tasa de ahorro de incluso los ricos en los Estados Unidos es tan baja, en comparación con los ricos en otros países, que el aumento de la desigualdad debería ser menor aquí, no mayor. 

Una teoría alternativa es mucho más acorde con los hechos. Desde mediados de la década de 1970, las reglas del juego económico han sido reescritas, tanto a nivel mundial como nacional, de manera que beneficien a los ricos y perjudiquen al resto. Y se han reescrito aún más en esta dirección perversa en los EEUU, a pesar de que, en otros países desarrollados, las reglas en los EEUU ya eran menos favorables para los trabajadores. Desde esta perspectiva, aumentar la desigualdad es una cuestión de elección: una consecuencia de nuestras políticas, leyes y regulaciones.

En EEUU, el poder de mercado de las grandes corporaciones, que en principio era mayor que en la mayoría de los otros países avanzados, ha aumentado incluso más que en otros lugares. Por otro lado, el poder de mercado de los trabajadores, que comenzó menor que en la mayoría de los otros países avanzados, ha caído más que en otros lugares. Esto no solo se debe al cambio a una economía del sector de servicios, se debe a las reglas de juego amañadas, reglas establecidas en un sistema político que está a su vez amañado por la burla electoral, la supresión de votantes y la influencia del dinero. Se ha formado un espiral vicioso: la desigualdad económica se traduce en desigualdad política, lo que conduce a reglas que favorecen a los ricos, lo que a su vez refuerza la desigualdad económica.

Todo esto se traduce en lo que él llama un “circuito de retroalimentación” que se traduce en una espiral descendente. Debemos asumir que el crecimiento en la desigualdad de ingresos crecerá hasta que estemos en el estado marxiano de “ejército de reserva de desempleados”, o al menos un ejército de reserva de personas que no pueden encontrar trabajo que les permita mantenerse a sí mismos.

Al igual que muchos otros que han afirmado que el capitalismo está destruyendo a la clase media, Stiglitz recurre a las políticas creadas durante la Gran Depresión y después de la Segunda Guerra Mundial para la salvación, considerando el período desde 1930 hasta finales de los 50 como una supuesta era dorada de prosperidad. El escribe:

Después del New Deal de la década de 1930, la desigualdad estadounidense entró en declive. En la década de 1950, la desigualdad había retrocedido hasta tal punto que otro premio Nobel de economía, Simon Kuznets, formuló lo que se conoció como la ley de Kuznets. En las primeras etapas de desarrollo, a medida que algunas partes de un país aprovechan nuevas oportunidades, las desigualdades crecen, postuló; en las etapas posteriores, se encogen. La teoría encaja con los datos, pero luego, a principios de la década de 1980, la tendencia se invirtió bruscamente.

Para revertir esta tendencia de aumento de la desigualdad y el aumento de la pobreza, Stiglitz exige un retorno a las políticas de la era de la Depresión con altos impuestos marginales y el uso de la estructura regulatoria para recrear los cárteles financieros y comerciales construidos por las regulaciones del New Deal que dominaron la producción y las finanzas estadounidenses, y el transporte en ese momento. De hecho, aparte de las leyes contra la discriminación que ahora forman parte del panorama legal moderno, Stiglitz cree que la única esperanza para nuestro futuro es regresar al pasado:

  • …necesitamos impuestos más progresivos y educación pública de alta calidad financiada por el gobierno federal, incluido el acceso asequible a las universidades para todos, sin requerir a préstamos ruinosos.
  • Necesitamos leyes modernas sobre la competencia para hacer frente a los problemas planteados por el poder del mercado del siglo XXI y una aplicación más estricta de las leyes que tenemos.
  • Necesitamos leyes laborales que protejan a los trabajadores y sus derechos a sindicalizarse.
  • Necesitamos leyes de gobierno corporativo que frenen los salarios exorbitantes otorgados a los jefes ejecutivos, y
  • Necesitamos regulaciones financieras más estrictas que impidan que los bancos se involucren en las prácticas de explotación que se han convertido en su sello distintivo.
  • Necesitamos una mejor aplicación de las leyes contra la discriminación: es inconcebible que las mujeres y las minorías reciban un pago de una mera fracción de lo que reciben sus homólogos de raza blanca.
  • También necesitamos leyes de herencia más sensatas que reduzcan la transmisión intergeneracional de ventajas y desventajas.

Desafiando la lógica de Stiglitz

Stiglitz casi no es el único economista moderno que quiere que la economía estadounidense se reestructure para parecerse a cómo se veía en 1939. Paul Krugman muchas veces pidió un “Nuevo New Deal” y en realidad afirma que la clase media de los Estados Unidos ni siquiera existió hasta que el presidente Franklin D. Roosevelt lo creó con sus políticas.

Al leer el discurso “necesitamos” de Stiglitz, está claro que él ve la economía como mecanicista y determinista. El capital tendrá rendimientos crecientes porque, bueno, el capital tiene rendimientos crecientes, lo que significa que, con el tiempo, el capital aumentará los ingresos de sus propietarios y todos los demás se volverán más pobres. De hecho, a medida que se revisa todo el artículo, se puede concluir que cree, como Marx, un sistema de mercado es inestable internamente y que siempre implosionará porque algunas personas verán aumentar sus ingresos, pero solo a expensas de las masas, que verán disminuir sus ingresos.

De hecho, si uno sigue a Stiglitz a sus conclusiones lógicas, debería asumir que la economía de los Estados Unidos es una trampa de explotación y miseria para los trabajadores estadounidenses, ya que trabajan más horas y observan cómo se escapa su nivel de vida. El escribe:

Al igual que Krugman, Stiglitz usa una serie de estadísticas y gráficos para “probar” que, antes de que Ronald Reagan y Margaret Thatcher tomaran el poder, las economías estadounidense y británica estaban integradas en la “igualdad” y la prosperidad. Sin embargo, por alguna razón desconocida, las ideas de mercado libre surgieron repentinamente de la nada para influir en los políticos para crear un nuevo sistema económico que deshiciera la cuidadosa economía estructurada posterior al New Deal que había creado a la clase media estadounidense y los había llevado a la pobreza.

Hay un problema con el análisis de Stiglitz: está equivocado teórica y empíricamente. Primero, la década de 1970 fue una década de inflación y declive económico tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña. En los EEUU, la economía osciló entre el auge inflacionario (con una inflación que llegó a más del 10 por ciento) y los derrumbes devastadores, incluida la recesión de 1974-75, y en Gran Bretaña, la situación fue aún peor, como se demostró en un broadcast de “60 minutos” “¿Habrá siempre una Inglaterra?” [En Gran Bretaña, los añós 70 terminaron con el llamado ‘winter of discontent’ (invierno del descontento) y solicitudes de financiamiento al FMI].

Lo triste es que Stiglitz está tratando de afirmar que los estadounidenses estaban mejor económicamente en 1980 de lo que están ahora, lo que solo puede significar que cree que los estadounidenses tenían un mejor nivel de vida hace 40 años que hoy. Sin embargo, como señaló Philip Brewer, es fácil confundir algo como la igualdad de ingresos con niveles de vida más altos. La llamada Edad de Oro de la década de 1950 fue una época en que un tercio de los estadounidenses vivían en la pobreza. Escribe Brewer:

En las décadas de 1950 y 1960, un hombre trabajador podía mantener a una familia con un nivel de vida de clase media con un solo ingreso. Podría sorprenderle saber que una persona que trabaja a tiempo completo, incluso con un salario mínimo, aún puede apoyar a una familia de cuatro personas con ese nivel de vida. Hoy en día lo llamamos “vivir en la pobreza”. 

En teoría, Stiglitz sostiene que, con el tiempo, los propietarios del capital y recursos reciben rendimientos crecientes del capital, lo que tiene el efecto de aumentar el ingreso de los propietarios con el tiempo, pero solo a expensas de todos los demás. Por lo tanto, en su opinión, el capital es el culpable, y como una economía acumula cantidades crecientes de capital, la desigualdad de ingresos y la pobreza siguen lógicamente. Él cree que la única forma de revertir esta tendencia es que el estado confisque enormes cantidades de ingresos de los propietarios de capital y recursos y los transfiera a personas de bajos ingresos a través de pagos de asistencia social o la disponibilidad de servicios gubernamentales.

Si Stiglitz tiene razón, sería la primera vez en la historia registrada que la acumulación de capital obtenida a través de un sistema de pérdidas y ganancias sería responsable de disminuir el estándar general de vida en una economía. Además, Stiglitz parece ignorar el rol económico del capital: aumentar la oferta de bienes y servicios en una economía. Al observar solo los ingresos que ganan los propietarios de capital y al no entender la importancia económica real de la acumulación de capital, Stiglitz se queda con la aplicación de un análisis marxista en el que los “ricos” ganan una mayor proporción de ingresos, dejando a todos los demás con una menor participación en los ingresos: el resultado es un “exceso” general de bienes que no se pueden vender, lo que lleva a un número creciente de despidos, desempleo y un colapso económico final. Lo que los economistas de Jean Baptiste le dicen a Ludwig von Mises, y, debo agregar, el registro histórico, han desacreditado sus argumentos para evitar que Stiglitz los repita.

Al publicar su artículo en Scientific American y expresar su análisis en el lenguaje de la ciencia, Stiglitz quiere que creamos que sus puntos de vista son sistemáticos y tienen el aura de la inevitabilidad, como si estuviera describiendo los resultados de la Ley de Gravedad. En realidad, Stiglitz simplemente repite las falacias de Thomas Malthus, Karl Marx y John Maynard Keynes y presenta una visión rígida, mecanicista y absolutamente falsa de cómo funciona una economía.

A lo largo de la historia, hemos visto cómo el socialismo hace retroceder una economía, ya se trate de las prácticas de la antigua USSR, la China de Mao, Cuba y ahora Venezuela. No pudo comprender cómo se derrumbaría el “milagro socialista” de Venezuela, y ahora intelectualmente no puede y no está dispuesto a comprometerse con la verdad de por qué el deterioro de una economía socialista se traduce en riqueza para unos pocos y pobreza real para las masas. En otras palabras, no puede comprender por qué la economía socialista está amañada. Lampadia




Realizaciones Empresariales

A principios de marzo pasado escribimos el análisis:  En defensa de las empresas – La inversión privada no es una fuerza invasora, en el que decíamos que:

En el Perú hemos dejado que las prédicas anti inversión privada, distorsionen el sentido común sobre los elementos fundamentales del desarrollo, y en vez de entender la importancia del mercado para el bienestar general (de la ‘mano invisible’ de Adam Smith), nos dejemos llevar por los cantos de sirena del poder del Estado para resolver las necesidades de los ciudadanos a espaldas, y hasta en contra del sector privado. Un nefasto intervencionismo de los políticos, que configura una suerte de ‘mano negra’, que pretende diseñar nuestras vidas.

En Lampadia, estamos comprometidos con: La defensa de la economía de mercado, la inversión privada, el desarrollo y la modernidad, así como con la promoción del Estado de Derecho y la meritocracia de los funcionarios públicos. En general, no nos ocupamos de casos de empresas individuales, pero la situación que estamos viviendo, nos lleva a ampliar nuestra cobertura de análisis. 

Hoy queremos compartir un video sobre Graña y Montero, una empresa que más allá de las investigaciones a las que está sujeta, ha desarrollado, a lo largo de su existencia, innumerables obras de primera calidad. Veamos: 




Una mirada económica a la educación

Una mirada económica a la educación

A lo largo de la historia, los economistas solían considerar la educación como una búsqueda puramente intelectual. El hecho de que los países más ricos tuvieran poblaciones más educadas se atribuía a que la educación era un lujo que solo los ricos podían permitirse, no a que la educación era un factor que contribuía a la prosperidad económica.

Después de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de economistas, entre ellos Gary Becker, Arthur Lewis y Theodore Schultz (ganadores del Premio Nobel) propusieron una interpretación diferente para la educación, popularizando el término “capital humano”. En lugar de analizar la educación como una actividad intelectual no relacionada con la productividad del trabajo, la trataron como un esfuerzo que un individuo hace para mejorar sus habilidades, incluidas las de interés para los empleadores.

Fuente: unoauno987.com

El capital humano es un término relativamente familiar hoy en día, sin embargo, la idea de que los seres humanos son un tipo de capital fue controversial cuando apareció por primera vez. Como afirmó Becker en su conferencia de aceptación del Premio Nobel de 1992, “hasta la década de 1950, los economistas generalmente asumían que la fuerza de trabajo era dada y no aumentable”. Su concepto del capital humano cambió todo eso.

Lo que Becker destaca es que la gente hace varias elecciones de vida, que tienen un impacto significativo en sus destinos económicos. “En la teoría del capital humano, la gente evalúa racionalmente los beneficios y costos de las actividades, como la educación, la capacitación, los gastos en salud, la migración y la formación de hábitos que alteran radicalmente su forma de ser”.

La teoría de Becker proporcionó una descripción de la forma en que los individuos analizan sus vidas. La educación se convierte en una inversión estratégica para uno mismo. Las relaciones son contratos económicos, con costos y beneficios para cada parte. Y estamos cada vez más conscientes de que nuestras dietas, regímenes de ejercicio, sueño y ocio influyen en nosotros y cómo trabajamos eficazmente. La implicancia subyacente de la obra de Becker es tanto existencial como económica: cada uno de nosotros decide qué tan exitoso desea ser.

Fuente: chicagobooth.edu

La razón del término “capital” en el capital humano es que se considera una inversión: el inversor tiene un costo inicial, que incluye las matrículas y las ganancias del mercado de trabajo perdidas debido a estar matriculado en educación a tiempo completo, a cambio de un retraso en el retorno, lo que representa un aumento de los ingresos del mercado de trabajo después de la graduación.

Diferentes tipos de capital humano varían en su valor de mercado de trabajo, dependiendo de la disponibilidad de otras personas con el mismo capital humano y la eficacia generadora de ingresos de ese capital humano. Así, algunas inversiones, como un doctorado en historia del arte, ofrecen una tasa de retorno muy pobre, y probablemente negativa, en comparación con una licenciatura en ingeniería mecánica.

Fuente: slideshare.net

Los avances en la disponibilidad de datos han permitido a los economistas estudiar la relación entre ingresos y educación, en parte como una forma de probar el modelo de capital humano en la educación. El modelado estadístico ha proporcionado una fuerte confirmación de que los individuos y los países con niveles más altos de educación también muestran mayores niveles de ingresos.

La convicción de que la educación mejora las habilidades y por lo tanto los ingresos han llevado a muchos economistas a apoyar los subsidios públicos para la acumulación de capital humano. La abundancia de educación de bajo costo en todo el mundo, a veces incluso hasta el nivel de doctorado, confirma que los políticos han sido convencidos por tales argumentos. En este entendido, resulta incomprensible que un país pobre como el Perú, en vez de asociarse con la inversión privada en educación, la ha estado combatiendo. Lampadia

Lea el informe completo sobre el concepto de capital humano de Becker:

Seis grandes ideas

El concepto de capital humano de Gary Becker

Becker convirtió a la gente en el centro de la economía. El segundo de nuestra serie sobre grandes ideas económicas

The Economist
3 de agosto de 2017
Traducido y glosado por
Lampadia

¿Por qué las familias de los países ricos tienen menos hijos? ¿Por qué las empresas de los países pobres a menudo ofrecen comidas para sus trabajadores? ¿Por qué cada nueva generación ha pasado más tiempo en la escuela que la anterior? ¿Por qué han aumentado las ganancias de los trabajadores altamente calificados, aun cuando su número también ha aumentado? ¿Por qué las universidades deben pagar los gastos de matrícula?

Este es un conjunto increíblemente diverso de preguntas. Las respuestas a algunas pueden parecer intuitivas; otras son más desconcertantes. Para Gary Becker, un economista estadounidense que murió en 2014, un hilo común pasó por todos ellos: el capital humano.

En pocas palabras, el capital humano se refiere a las habilidades y cualidades de las personas que las hacen productivas. El conocimiento es el más importante de estos, pero otros factores, desde un sentido de puntualidad hasta el estado de la salud de alguien, también importan. La inversión en capital humano se refiere principalmente a la educación, pero también incluye otras cosas: la inculcación de valores por parte de los padres, por ejemplo, o una dieta saludable. Así como la inversión en capital físico -ya sea la construcción de una nueva fábrica o la modernización de las computadoras- puede ser rentable para una empresa, por lo que las inversiones en capital humano también pagan a las personas. Las ganancias de individuos bien educados son generalmente más altas que las de la población más amplia.

Todo esto puede parecer obvio. Desde Adam Smith en el siglo XVIII, los economistas habían observado que la producción dependía no sólo de los equipos o de la tierra, sino también de las capacidades de las personas. Pero antes de los años cincuenta, cuando Becker examinó por primera vez los vínculos entre la educación y los ingresos, poco se pensó en cómo esas habilidades se ajustaban a la teoría económica oa la política pública.

En cambio, la práctica general de los economistas era tratar el trabajo como una masa indiferenciada de trabajadores, reuniendo a los trabajadores calificados y no calificados. En la medida en que se pensaban temas como el entrenamiento, la visión era pesimista. Arthur Pigou, un economista británico al que se le atribuye el término “capital humano”, creía que habría un suministro insuficiente de trabajadores capacitados porque las empresas no querrían enseñar habilidades a los empleados sólo para verlos irsedonde sus rivales.

Después de la segunda guerra mundial, cuando el proyecto de ley de Estados Unidos ayudó a millones de estudiantes a completar la escuela secundaria y la universidad, la educación comenzó a recibir más atención por parte de los economistas, Becker entre ellos. El hijo de padres que nunca habían superado el octavo grado, pero que llenaba su hogar de infancia con discusiones sobre política, quería investigar la estructura de la sociedad. Gracias a las lecciones de Milton Friedman en la Universidad de Chicago, donde Becker completó sus estudios de posgrado en 1955, aprendió el poder analítico de la teoría económica. Doctorado en la mano, Becker, entonces a mediados de los 20s, fue contratado por la Oficina Nacional de Investigación Económica para trabajar en un proyecto de cálculo de los retornos de la escolarización. Lo que parecía una pregunta sencilla le llevó a darse cuenta de que nadie había desarrollado todavía el concepto de capital humano. En años subsecuentes lo desarrolló en una teoría verdadera que podría ser aplicada a cualquier número de preguntas y, después, a las ediciones consideradas previamente como fuera del ‘reino de la economía’, del matrimonio a la fertilidad.

Una de las primeras contribuciones de Becker fue distinguir entre capital humano específico y general. El capital específico surge cuando los trabajadores adquieren conocimientos directamente vinculados a sus empresas, tales como la forma de utilizar software propietario. Las empresas están felices de pagar por este tipo de formación porque no es transferible. Por el contrario, como Pigou sugirió, las empresas son a menudo reacios al capital humano general: enseñarle a los empleados a ser buenos programadores de software y se pueden ir a cualquier compañía que pague más.

Pero esto fue sólo el comienzo de su análisis. Becker observó que las personas adquieren capital humano general, pero a menudo lo hacen a sus expensas, más que a la de los empleadores. Esto es cierto en la universidad, cuando los estudiantes asumen deudas para pagar la educación antes de ingresar a la fuerza de trabajo. También es cierto para los trabajadores en casi todas las industrias: los pasantes, los aprendices y los empleados jóvenes comparten el costo de hacerlos actualizar al ser pagados menos.

Becker supuso que la gente sería dura en el cálculo de cuánto invertir en su propio capital humano. Compararían las ganancias futuras esperadas de diferentes opciones de carrera y consideran el costo de adquirir la educación para seguir estas carreras, incluyendo el tiempo pasado en el salón de clases. Sabía que la realidad era mucho más desordenada, con decisiones plagadas de incertidumbre y complicadas motivaciones, pero describió su modelo como una “manera económica de ver la vida”. Sus suposiciones simplificadas acerca de que las personas eran decididas y racionales en sus decisiones sentaron las bases para una elegante teoría del capital humano, que expuso en varios artículos fundamentales y un libro a principios de los años sesenta.

Su teoría ayudó a explicar por qué las generaciones jóvenes pasaban más tiempo en la escuela que las mayores: una esperanza de vida más larga aumentaba la rentabilidad de adquirir conocimientos. También ayudó a explicar la difusión de la educación: los avances en la tecnología hicieron más rentable tener habilidades, lo que a su vez aumentó la demanda de educación. Se demostró que la subinversión en capital humano era un riesgo constante: los jóvenes pueden ser miopes debido al largo período de recuperación de la educación; y los prestamistas se cuidan de apoyarlos debido a su falta de garantía (atributos como el conocimiento siempre se quedan con el prestatario, mientras que los activos físicos del prestatario puede ser incautado). Sugirió que no había un número fijo de buenos empleos, pero que el trabajo altamente remunerado aumentaría a medida que las economías produjeran graduados más capacitados que generaran más innovación.

“La teoría de Becker arrojó una amplia gama de ideas poderosas. Dio luz sobre el empequeñesimiento de las familias en los países ricos: si se asigna un valor cada vez mayor al capital humano, los padres deben invertir más en cada niño, haciendo que las familias numerosas sean costosas. Se demostró que los jóvenes, a menudo miopes, corrían el riesgo de invertir en el capital humano equivocado, adquiriendo habilidades que no ayudarían en el mundo del trabajo. Sugirió que no había un número fijo de buenos puestos de trabajo, pero que el trabajo altamente remunerado aumentaría a medida que los países produjeran a graduados más calificados generando más innovación. Becker señaló a países asiáticos de Corea del Sur a China como ejemplos de economías que habían utilizado la educación para alimentar su crecimiento. A pesar de tener pocos recursos naturales, habían desarrollado su capital humano y cosechado las recompensas. Para otros que buscan seguir su ejemplo, el mensaje es simple pero vital: invertir en la gente.”, afirmó TheEconomist en ‘El concepto de capital humano de Gary Becker’.

El “becklash” (la crítica a Becker)

El capital humano también podría aplicarse a temas que van más allá de las retribuciones a los individuos de la educación. La idea era una variable poderosa para explicar por qué algunos países se comportaban mucho mejor que otros: para promover el crecimiento de los ingresos durante muchos años, era necesaria una fuerte inversión en educación. Ello arroja luz sobre por qué las empresas de los países pobres tienden a ser más paternalistas, proporcionando dormitorios y comedores: cosechando ganancias de productividad inmediatas de los trabajadores descansados y bien alimentados. Informó grandes aumentos en el número de mujeres que estudian derecho, finanzas y ciencias desde la década de 1950: la automatización de muchos trabajos domésticos significaba que las mujeres podían invertir más en la construcción de sus carreras. Y ayudó a explicar el encogimiento de las familias en los países ricos: si se asigna un valor cada vez mayor al capital humano, los padres deben invertir más en cada niño, haciendo costosas las familias numerosas.

Pero cualquier teoría que intente explicar tanto es obligada a encontrar un pushback (una crítica). Muchos críticos se erizaron ante la lógica impulsada por el mercado de Becker, que parecía reducir a la gente a máquinas frías y calculadoras. Aunque el “capital humano” es un término antiestético -en 2004 un grupo de lingüistas alemanes consideró Human kapital la palabra más ofensiva del año.

Dentro de la disciplina, algunos objetaron que Becker había exagerado la importancia del aprendizaje. La educación no importa porque transmita conocimiento, dicen los críticos, sino por lo que señala sobre las personas que completan la universidad, a saber, que son disciplinados y más propensos a ser trabajadores productivos. En cualquier caso, las personas de mayores habilidades son las que tienen más probabilidades de obtener grados más altos en el primer lugar.

Sin embargo, los análisis empíricos cada vez más sofisticados han revelado que la adquisición de conocimientos es en realidad una gran parte de lo que significa ser un estudiante. El propio Becker destacó los hallazgos de la investigación de que una cuarta parte del aumento en los ingresos per cápita de 1929 a 1982 en los Estados Unidos se debió a aumentos en la escolaridad. Gran parte del resto, insistió, fue el resultado de ganancias más difíciles de medir en el capital humano, como capacitación en el trabajo y mejor salud.

También le gustaba señalar el éxito de las economías asiáticas como Corea del Sur y Taiwán, dotadas de pocos recursos naturales, más allá de sus propias poblaciones, como prueba del valor de invertir en capital humano y, en particular, en la construcción de sistemas educativos. El análisis original de Becker se centró en los beneficios privados para los estudiantes, pero los economistas que siguieron sus pasos ampliaron su campo de estudio para incluir las ganancias sociales más amplias de tener poblaciones bien educadas.

Ahora se da por sentada la importancia del capital humano. Lo que es más controvertido es la cuestión de cómo cultivarlo. Para aquellos que apoyan Estados más grandes, el gobierno debería invertir en la educación y hacerla ampliamente disponible a un bajo costo. Para un liberal, la conclusión podría ser que los beneficios privados de la educación son tan grandes que los estudiantes deberían asumir los costos anuales.

Aunque los escritos académicos de Becker rara vez se desvanecieron en las recetas de política, en sus escritos populares -una columna mensual de Businessweek que comenzó en los años ochenta y posts en años posteriores- ofreció un buen número de sus puntos de vista. Para empezar, habló de “mala desigualdad”, pero también de “buena desigualdad”, una idea pasada de moda hoy en día. Las ganancias más altas para los científicos, los médicos y los programadores informáticos ayudan a motivar a los estudiantes a abordar estos temas difíciles, en el proceso de impulsar el conocimiento hacia adelante, desde esta perspectiva, la desigualdad contribuye al capital humano. Pero cuando la desigualdad es demasiado extrema, la escolarización e incluso la salud de los niños de familias pobres sufren, con sus padres incapaces de proveerlos adecuadamente. Este tipo de desigualdad deprime el capital humano, dejando peor a la sociedad.

En cuanto al debate sobre si las universidades financiadas por el gobierno deberían aumentar las tasas de matrícula, Becker pensó que sólo era justo, dado que sus graduados podían esperar mayores ganancias de por vida. En lugar de subsidiar a los estudiantes que se convierten en banqueros o abogados, argumentó que sería más productivo para el gobierno financiar la investigación y el desarrollo. Sin embargo, preocupado por el aumento de la desigualdad en EEUU, pensó que debía hacerse más para invertir en la educación de la primera infancia y mejorar el estado de las escuelas.

La economía del conocimiento

Becker aplicó sus propias reservas prodigiosas de capital humano mucho más allá de la educación. Utilizó su “enfoque económico” para examinar todo, desde los motivos de los delincuentes y los drogadictos hasta la evolución de las estructuras familiares y la discriminación contra las minorías. En 1992 fue galardonado con el Premio Nobel por ampliar el análisis económico a nuevas esferas de la conducta humana. Sigue siendo uno de los economistas más citados del último medio siglo.

La manera de hacer economía de Becker, inicialmente un desafío radical a la convención, fue atacada a medida que pasaba a la corriente principal. El surgimiento de la economía conductual, con su énfasis en los límites de la racionalidad, socava su representación de las personas como agentes racionales que buscan maximizar el bienestar. Las mejoras en la recolección y análisis de datos también dieron lugar a una investigación empírica más detallada, en lugar de los amplios conceptos que él favoreció.

Sin embargo, precisamente porque el análisis de Becker tocaba tanto, todavía tiene mucho que ofrecer. Considere el debate sobre cómo los gobiernos deben responder a los cambios tecnológicos que causan disrupción en distintos sectores. Desde el punto de vista del capital humano, una respuesta es obvia. Los avances tecnológicos significan que el conocimiento que las personas adquieren en la escuela se está volviendo obsoleto más rápidamente que antes. Al mismo tiempo, las esperanzas de vida más largas significan que los retornos de la formación a mitad de carrera son más altos que en el pasado. Por lo tanto, es necesario y posible reponer el capital humano mediante el diseño de mejores sistemas para el aprendizaje permanente.

Este es sólo un elemento de la respuesta a la disrupción tecnológica, pero es vital. Becker nunca quiso que su teoría del capital humano explicara todo en economía, sólo que explicara un poco. A este respecto, su trabajo sigue siendo indispensable. Lampadia

 

 




La Sabiduría del Libre Comercio

La Sabiduría del Libre Comercio

Comentario de Lampadia

Más abajo reproducimos un artículo del economista Mankiw de Harvard, que explica que en una de las pocas cosas en que todos los economistas estadounidenses están de acuerdo es en las ventajas del comercio internacional, pero, lamentablemente, los políticos y muchos ciudadanos todavía son víctimas de prejuicios que nublan su razón.

Mankiw sustenta con mucha claridad los elementos que hacen de la apertura comercial una muy buena política económica y explica el detalle de los problemas políticos que aún enfrenta.

Este tema es especialmente relevante para el Perú, pues, para empezar, acá ni siquiera los economistas están de acuerdo con la apertura comercial. Hay algunos que lo consideran aberrante, como, por ejemplo economistas representativos de la PUCP (Jimenez, Fairly, Francke e Iguiñez). Durante el debate del TLC con EEUU, gran parte del establishment peruano estaba en contra del acuerdo, sin embargo, el 75% de la población lo aprobó.

El tema de la apertura de la economía es un tema pendiente en el debate político. Recordemos que hace muy pocos años, en sus respectivas campañas, García y Humala amenazaron con revisarlo. Afortunadamente, una vez sobre el caballo, no se atrevieron a cambiar de política.

Actualmente, está pendiente la aprobación del tratado Transpacífico y sus opositores en el Perú, ya nos han amenazado con todos los males posibles.

Como podemos ver en el siguiente artículo, “en todas partes se cuecen habas”, pero en el Perú, como repetía Alonso Polar, “solo se cuecen habas”.

 

Economistas coinciden en algo: La Sabiduría del Libre Comercio

Por N. Gregory Mankiw,  Profesor de Economía en Harvard,  The New York Times, 24 de abril 2015

Traducido, glosado y comentado por Lampadia

 

Si se le tomase un examen de Economía 101 al Congreso [EEUU], ¿pasaría? Estamos a punto de averiguarlo.

El tema en cuestión es si el Congreso le brindará al presidente Obama la autoridad de “vía rápida” para negociar un acuerdo comercial con nuestros socios comerciales en el Pacífico. La aprobación final del Congreso está lejos de ser certera.

Entre economistas, el tema es obvio

 

Descarga de un barco de contenedores en Tokio el año pasado. El economista del siglo 18, Adam Smith, escribió que las naciones pueden beneficiarse tanto de las importaciones como de las exportaciones, cambiando la visión de la sabiduría convencional. Fuente: TOSHIFUMI KITAMURA / AGENCE FRANCE-PRESSE — GETTY IMAGES

 

Escribimos, “El comercio internacional es fundamentalmente bueno para la economía de Estados Unidos, beneficioso para las familias estadounidenses a través del tiempo, y acorde con las prioridades nacionales. Por eso apoyamos la renovación de Trade Promotion Authority (TPA) para hacer posible que Estados Unidos llegue a acuerdos internacionales con nuestros socios económicos en Asia a través del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP) y en Europa a través de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI). “

Los economistas son famosos por estar en desacuerdo entre ellos. Pero ellos tienen un acuerdo casi unánime en algunos temas, como en el comercio internacional.

El argumento económico para el libre comercio se remonta a Adam Smith, el autor de “La Riqueza de las Naciones”. Smith reconoció que el caso del comercio con otras naciones no era diferente al caso del comercio con otros individuos dentro de una sociedad. Smith estaba respondiendo a una doctrina entonces prevaleciente llamada mercantilismo, que favorecian las exportaciones, pero desconfiaban de las importaciones.

Smith cambió esta perspectiva. Una nación se beneficia de las importaciones, argumentó, porque amplía sus oportunidades para el consumo.

En la actualidad el fetichismo sobre el oro casi no existe, pero hay una nueva forma de mercantilismo que impregna el debate moderno sobre el comercio. A menudo los políticos y expertos retroceden ante las importaciones debido a que “destruyen” puestos de trabajo nacionales, mientras que aplauden las exportaciones, ya que crean puestos de trabajo.

Los economistas responden que el pleno empleo es posible con cualquier patrón de comercio. El problema principal no es el número de puestos de trabajo, sino qué puestos de trabajo. Los estadounidenses deberían trabajar en aquellas industrias en las que tenemos una ventaja en comparación, y debemos importar los productos que se pueden producir de forma más barata allí.

Si los economistas están tan seguros acerca de los beneficios del libre comercio, ¿por qué es que el público y sus representantes electos son escépticos? Una posible respuesta está en el   libro (2007) de Bryan Caplan, llamado “El mito del votante racional: por qué las democracias elijen malas políticas.”

Caplan argumenta que los votantes son peores que simplemente ignorantes con respecto a los principios de las buenas políticas. La ignorancia sería aleatoria en una población grande podría promediarse. En vez de ser simplemente ignorantes, los votantes se aferran a creencias erróneas.

Los políticos, cuyo objetivo principal es ser elegido, moldean esas creencias erróneas en una mala política. Caplan escribe: “¿Qué pasa si políticos plenamente racionales compiten por el apoyo de votantes irracionales – específicamente, votantes con creencias irracionales sobre los efectos de las diversas políticas? Es una receta para la mentira”.

En el caso del comercio internacional, él identifica tres prejuicios muy relevantes.

El primero es un prejuicio anti-extranjero. La gente tiende a ver su propio país en competencia con otras naciones y subestima los beneficios de tratar con extranjeros. Sin embargo, la economía enseña que el comercio internacional no es como la guerra, ambos lados pueden ganar.

El segundo es un prejuicio anti-mercado. La gente tiende a subestimar los beneficios de los mecanismos del mercado como una guía para la asignación de recursos. Sin embargo, la historia ha enseñado repetidamente que la alternativa – una economía planificada – actúa de manera deficiente.

El tercero es un prejuicio contra el “make-work” (un puesto de trabajo que no tiene un beneficio financiero inmediato para la economía). La gente tiende a subestimar el beneficio de la conservación de la mano de obra y por lo tanto se preocupa de la destrucción de empleos que generan las importaciones en las industrias que compiten con importaciones. Sin embargo, el progreso económico de largo plazo encontrará maneras de reducir el factor trabajo y logrará la redistribución de los trabajadores a nuevas industrias en crecimiento.

Una vez, el economista de Princeton Alan Blinder propuso la ley de Murphy de la política económica: “Los economistas tienen la menor influencia en la política en lo que saben más y están más de acuerdo; y tienen la mayor influencia en la política donde saben menos y están en desacuerdo vehementemente”.

El debate sobre el comercio internacional es un ejemplo de ello.