León Trahtemberg
Correo, 17 de octubre del 2025
La psicoanalista Hilda Cortez dijo alguna vez: “Si no te ocupas de tu niño en la infancia, tendrás que ocuparte de él toda la vida”. Esa frase resume el costo emocional de criar hijos desde el conformismo social.
Muchos padres inteligentes y seguros en su vida profesional se vuelven inseguros cuando se trata de sus hijos. En eventos como comuniones, graduaciones o viajes de promoción, acaban cediendo a las presiones del grupo y haciendo lo que “todos hacen”: fiestas ostentosas, regalos costosos, libertades impropias, solo para no quedar fuera del molde. La consigna invisible parece ser “haz como todos”, aunque eso signifique renunciar a los propios valores.
Así se cría a niños atentos a lo que otros hacen para encajar. Pero esa misma lógica luego les juega en contra cuando lo que “todos hacen” —fumar, beber, drogarse o trasnochar— no es lo que los padres quieren.
¿Educamos hijos libres o carneritos que necesitan la aprobación del grupo? Vivir en comunidad es valioso, pero cuando se sacrifica el pensamiento propio o la autonomía ética, se convierte en un desvalor.
Educar para la libertad implica permitirles elegir, equivocarse y decidir sin mirar al costado. Prefiero hijos autónomos, con brújula interna, que dependientes de lo que marquen los demás. Porque cuando los padres educan para agradar al grupo, terminan llorando cuando el grupo dicta conductas que detestan.
Ser libre cuesta. Pero vivir pendiente de los otros cuesta mucho más.