Maite Vizcarra
El Comercio, 25 de setiembre del 2025
“Lo que nos debería sorprender es que nosotros sigamos analizando la política como si nada hubiera cambiado”.
Decían que los más jóvenes no estaban interesados en la política, que vivían en TikTok distraídos, que solo bailaban ‘trends’ y hacían memes. Pero bastó que la generación Z se presentara en público para que esa caricatura se desplomara: sí les interesa, solo que no la política de siempre.
El lugar común de que “a los jóvenes no les importa la política” es cómodo, pero falaz. Lo que está en crisis no es el interés por la política, sino su formato. Los Z no se desentienden de la cosa pública. Lo que rechazan es esa política que repite promesas como eslóganes vacíos, que convierte las ideologías en citas simplonas y que se especializa en decepcionar. Y no lo digo yo, lo dice Mauricio Pahuara, notable representante de los Z y joven demócrata que resume el tema con precisión: no hay desafección ni indiferencia, hay desencanto.
Porque, claro, ¿cómo entusiasmarse con partidos que funcionan como clubes cerrados? ¿Cómo confiar en instituciones que escuchan poco y hablan siempre en un monólogo eterno?
De cara a los comicios del 2026, la pregunta no debería ser si los jóvenes son de izquierda o de derecha. Ese es un caset rayado. La verdadera pregunta es: ¿qué entienden ellos por política? Y la respuesta es clara, vistas las evidencias: participación ciudadana desde otros códigos. Porque los Z se organizan en comunidades de causas disímiles, en protestas feministas que llegan hasta Roblox, en sesiones de videojuegos donde se debaten temas que al Congreso ni se le cruzan en la agenda.
Los distraídos son otros, porque los jóvenes Z hacen política en el sentido más puro: identifican problemas, proponen soluciones y exigen respuestas. Y lo hacen en serio, aunque el escenario sea Fortnite.
Lo que está empezando a desconcertar a quienes ostentan el poder formal es que estas formas no se ajustan a su molde. Son más horizontales, colectivas y urgentes. No hay líderes eternos ni jerarquías blindadas, hay causas compartidas que mueven multitudes, según temporadas en un constante ‘plug and play’.
Un estudio reciente del CIOP de la Universidad de Piura revelaba que el 58% de jóvenes universitarios no se identifica con ninguna tendencia política y que más del 70% desconfía de los partidos, Ejecutivo y Legislativo. El análisis tradicional interpreta esto como apatía. Pero la lectura bien contextualizada con base en el impacto de estas nuevas formas de acción es que esos moldes ya no sirven.
Estamos frente a un desafío de polendas: cómo lograr un diálogo intergeneracional que acerque en lugar de separar. Porque lo peor que podemos hacer es refugiarnos en estereotipos edadistas: los mayores llamando “ingenuos” a los jóvenes, y los jóvenes llamando “dinosaurios” a los mayores. Con esa lógica no vamos a construir nada, salvo un muro de incomunicación.
Entonces, no debería sorprendernos que estos jóvenes estén interesados en lo público. Lo que nos debería sorprender es que nosotros sigamos analizando la política como si nada hubiera cambiado. Como escribí hace poco en X: es hora de hablar más de activistas digitales –hacktivistas– y menos de dibujitos. Porque si seguimos tratándolos como caricaturas, lo único que vamos a lograr es que se salten nuestra película y filmen la suya solos.