César Campos Rodríguez
Expreso, 25 de mayo del 2025
Como integrante del Consejo Consultivo de la Fundación Miguel Grau Seminario, tuve el privilegio de asistir el pasado jueves al lanzamiento de la XIV edición de la Cruzada Nacional de Valores “Somos Grau, seámoslo siempre”, la cual persigue fortalecer las aptitudes cívicas, morales y patrióticas inspiradas en la vida y legado del gran almirante, quien recibió con justicia la nominación de “el peruano del milenio”.
El acto tuvo lugar en Arequipa y fue promovido por la Marina de Guerra, la empresa Telefónica y nuestra fundación. Otro de mis privilegios —junto a diversos periodistas— fue testimoniar hace 14 años el nacimiento de dicha cruzada en casa de Ludwig Meier (entonces ejecutivo de Telefónica), quien explicó las razones de involucrar la intachable figura de Grau en una campaña permanente que reconstruya los fundamentos principistas de nuestra sociedad desde los colegios y las organizaciones ciudadanas. Porque a esas alturas —y a las presentes— la ausencia de valores constituía la mayor falencia nacional que impide o frustra toda promesa de bienestar y desarrollo.
En efecto, escuchando al presidente de la fundación, Miguel Grau Malakowski, y al comandante general de la Marina, almirante AP Luis José Polar, describir los ejes de la cruzada basados en las virtudes del héroe del Huáscar (integridad, honestidad y lealtad), reparé en el largo camino que falta recorrer para siquiera asomar las narices a un escenario cuyos pilares sean las mismas. Universalizarlas será (debería ser) el logro de las generaciones que trasciendan el umbral del 2050, cuando algunos ya formemos parte de la dimensión desconocida.
Porque hoy por hoy nada de íntegro tiene el compatriota promedio que actúa, legisla, ordena o pregona solo en función a sus intereses y convierte en ridícula o estúpida la alternativa de los demás. Impera el deshonesto público de derecha, centro e izquierda que saca ventajas de su cargo, emplea a familiares, mocha el sueldo de los subalternos, hace lobby con los poderes reales y fácticos, titiritea a los actores del sistema de justicia con sus plataformas mediáticas, santifica o demoniza a las figuras eclesiales en función al provecho pecuniario y un largo etcétera.
Y que no nos hablen de lealtad quienes, por ejemplo, llegan a una curul parlamentaria por un partido y ni siquiera aguardan 48 horas para trasladarse a otro según repentina “toma de conciencia” consagrada legalmente por el Tribunal Constitucional de Eloy Espinosa-Saldaña y compañía.
Llegar a los valores de Grau —hombre creyente en la familia, el que rechazó el golpe de los Gutiérrez exclamando que no reconocía más caudillo que la Constitución y tuvo el gesto de recoger los bienes de su rival chileno Arturo Prat (muerto en el combate naval de Iquique durante la guerra del Pacífico) para entregárselos junto a una hermosa carta a la viuda del mismo, resaltando la entrega y valentía del difunto (estampa resaltada este último 21 de mayo por el presidente del vecino país Gabriel Boric a través de las redes sociales)— ciertamente costará un extenso derrotero. Pero no tengamos duda de transitarlo.