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La transición del Orden Global

La transición del Orden Global

La última cumbre del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos), solo ha terminado por confirmar que el orden global está en transición hacia un ambiente desestructurado con menor globalización.

El G7, a pesar de ser poco representativo del mundo global, pues excluye a China, India y Rusia, entre otros, como si lo hace el G20, ha venido marcando un cierto bloque convergente que hoy está prácticamente diluido. Con Trump en plena guerra comercial, que va más allá de China, y Boris Johnson empujando un Brexit agresivo, el bloque no guarda mayor significancia.

Más allá del G7, es claro que la humanidad está en un período de transición hacia la desglobalización. No solo hablamos de temas de comercio, también se trata de temas tecnológicos y geopolíticos.

Esto es muy malo para países como el Perú, que solo pueden traer riqueza del exterior. Un ambiente internacional más restrictivo dificulta el crecimiento de nuestras exportaciones y los flujos de inversión y el crecimiento económico. Ver en Lampadia: Estrategia para la creación de empleo y generación de riqueza en el Perú durante los próximos 20 años. Lampadia

El crepúsculo del orden global

Project Syndicate
2 de setiembre de 2019
ANA PALACIO

La reciente cumbre del G7 en Biarritz marcó un cambio más amplio en la gobernanza internacional, alejándose de la cooperación constructiva y hacia discusiones vagas y soluciones ad hoc. La conclusión de la cumbre podría ser un marcador del futuro del orden mundial, que no termina con una explosión, sino con un gemido.

MADRID – Vivimos en una era de hipérboles, en la que los relatos apasionantes de triunfos monumentales y desastres devastadores tienen prioridad sobre las discusiones realistas sobre el progreso gradual y la erosión gradual. Pero en las relaciones internacionales, como en todo, las crisis y los avances son solo una parte de la historia; Si no nos damos cuenta de las tendencias menos sensacionales, es posible que nos encontremos en serios problemas, posiblemente después de que sea demasiado tarde para escapar.

La reciente Cumbre del G7 en Biarritz, Francia, es un buen ejemplo. A pesar de algunos acontecimientos positivos, el presidente francés, Emmanuel Macron, por ejemplo, fue elogiado por mantener a su homólogo estadounidense, Donald Trump, bajo control; poco se logró. Y, más allá de la cuestión de los resultados sustantivos, la estructura de la cumbre presagia una erosión progresiva de la cooperación internacional, un lento y constante desprendimiento del orden global.

Es algo irónico que el G7 presagie el futuro, porque en muchos sentidos es una reliquia del pasado. Formado en la década de 1970, en el apogeo de la Guerra Fría, se suponía que serviría como foro para las principales economías desarrolladas: Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos.

Después de la caída de la Unión Soviética, el G7 continuó dando forma a la gobernanza global en temas que van desde el alivio de la deuda hasta las operaciones de paz y la salud global. En 1997, el G7 se convirtió en el G8, con la incorporación de Rusia. Aún así, el cuerpo personificó una era de preeminencia occidental en un orden mundial liberal institucionalizado en plena floración.

Esa era se fue hace mucho tiempo. La crisis financiera de 2008 perjudicó a los miembros principales del organismo, lo que, junto con el auge de las economías emergentes, especialmente China, significaba que el grupo ya no poseía la masa crítica necesaria para guiar los asuntos mundiales.

El G20 más grande y diverso, formado en 1999, superó gradualmente al G8, reemplazando formalmente a este último como el foro económico internacional permanente del mundo una década más tarde. En un entorno global cada vez más complejo y dividido, el estilo flexible de formulación de políticas del G20, incluida la preferencia por compromisos no vinculantes, se consideró más viable que los métodos de leyes duras de las instituciones multilaterales más antiguas.

El G8 se desplazó como un mero caucus. Cuando se suspendió la membresía del G8 de Rusia en 2014, una respuesta a su invasión de Ucrania y anexión de Crimea, se hizo aún menos importante, aunque más cohesivo, y sus miembros compartieron una visión del mundo más coherente. (Algunos, incluido Trump, ahora piden la reintroducción de Rusia en el grupo).

Pero incluso esa ligera ventaja fue demolida con la elección de Trump en 2016. Su administración comenzó a atacar a los aliados y rechazó las reglas, normas y valores compartidos. La situación llegó a su punto más bajo en la Cumbre del G7 de 2018 en Quebec, donde un petulante Trump criticó a su anfitrión, el primer ministro canadiense Justin Trudeau, y rechazó públicamente el comunicado final de la cumbre tan pronto como se emitió.

En ese contexto, la cumbre de este año en Biarritz provocó una gran inquietud. Con pocas esperanzas de consenso sobre cualquier tema consecuente, los anfitriones franceses de la reunión se centraron en mantener las apariencias, eligiendo la conveniencia sobre el impacto. Los objetivos se mantuvieron vagos. De hecho, Macron anunció antes del evento que no habría una declaración final, declarando que “nadie lee los comunicados”.

Pero esa decisión representó una pérdida importante. Los comunicados finales son documentos de política, que proporcionan señales importantes sobre compromisos importantes para la comunidad internacional. La declaración de 2018, que Trump rechazó, tenía 4.000 palabras, identificando un conjunto de prioridades compartidas y enfoques comunes para abordarlas.

La cumbre de Biarritz, por el contrario, terminó con una declaración de 250 palabras que era tan vaga y anodina que carecía de sentido. En Irán, por ejemplo, los líderes del G7 solo podrían estar de acuerdo en que “comparten completamente dos objetivos: garantizar que Irán nunca adquiera armas nucleares y fomentar la paz y la estabilidad en la región”. En Hong Kong, reafirmaron “la existencia y la importancia de la Declaración Conjunta sino-británica de 1984 sobre Hong Kong “y pidió huecamente” para evitar la violencia “. En Ucrania, Francia y Alemania prometieron organizar una cumbre” para lograr resultados tangibles “.

Sin duda, se tomaron algunas medidas positivas en Biarritz. La aparición sorpresa del ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, creó una posible apertura para futuras conversaciones entre Estados Unidos e Irán. Se presionó a Brasil para que respondiera a los incendios que diezman el Amazonas. Y Estados Unidos y Francia rompieron un punto muerto sobre un impuesto francés sobre los gigantes tecnológicos. Pero cualquier reunión internacional de alto nivel produce este tipo de acciones limitadas, simplemente al facilitar la interacción entre los líderes mundiales.

Muchos han reconocido las deficiencias de la última cumbre del G7. Pero, atraídos por la calamidad como a menudo lo hacemos, las evaluaciones a menudo se centran en el posible colapso del cuerpo el próximo año, cuando Trump celebrará la cumbre del G7 en los EEUU, Que no se acercará a la medida en que Macron fue a celebrar el último uno juntos (Por el contrario, el interés de Trump en la cumbre parece girar en torno a su deseo de celebrarlo en su complejo de golf en Doral, Florida).

Pero esta perspectiva no reconoce todas las implicaciones de la cumbre de Biarritz: señala un cambio más amplio en la gobernanza internacional lejos de la cooperación política concreta hacia declaraciones vagas y soluciones ad hoc. Hasta cierto punto, el G20 fue pionero en este enfoque, pero al menos tenía visión y una dirección establecida. Eso ya no se puede esperar.

A menos que los líderes evalúen la tendencia actual, la conclusión de la cumbre de Biarritz será un marcador del futuro del orden mundial, que no terminará con una explosión, sino con un gemido. Lampadia

Ana Palacio es ex ministra de Asuntos Exteriores de España y ex vicepresidenta sénior y asesora general del Grupo del Banco Mundial. Es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.




¿Sigue importando el G20?

Como hemos explicado anteriormente, el mundo tiene problemas de gobernanza. Estamos transitando hacia un mundo multipolar con las instituciones del siglo XX, en medio de fuertes enfrentamientos. Ver en Lampadia: ¿Un nuevo orden global? – Levellers y Leviatanes, La divergencia del ‘nuevo orden global’.

Líneas más abajo presentamos un último artículo de Jim O’Neill en Project Syndicate, en el que analiza las limitaciones del G20, después de su reciente reunión en Osaka, Japón.

O’Neill adelanta su descontento con la efectividad de este foro, que acumula más planes que realizaciones.

En medio de la guerrea comercial, tecnológica y geopolítica entre EEUU y China, se hace muy importante analizar el ambiente global, que sigue deteriorándose paulatinamente y malogrando el espacio de desarrollo que necesitan países pobres como el Perú.

Hace 75 años:

“Hemos llegado a reconocer que la forma más inteligente y efectiva de proteger nuestros intereses nacionales es a través de la cooperación internacional, es decir, a través del esfuerzo conjunto para lograr objetivos comunes”.

El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Morgenthau Jr, discurso de clausura en la Conferencia de Bretton Woods, el 22 de julio de 1944

Fuente: Financial Times, July 9, 2019

Veamos la nota de O’Neill:

Project Syndicate
10 de julio, 2019
JIM O’NEILL

Las primeras reuniones del G20, en el apogeo de la crisis financiera mundial, dieron resultados concretos y parecían prometer un futuro auspicioso para la gobernanza mundial. Pero en los años posteriores, el grupo ha reemplazado cada vez más la acción con palabras vacías, acumulando cada vez más objetivos por encima de los objetivos no alcanzados de las cumbres pasadas.

LONDRES – Cuando los líderes del G20 celebraron su primera cumbre a fines de 2008, muchos dieron la bienvenida a lo que parecía un nuevo foro diverso y altamente representativo para diseñar soluciones comunes a los problemas globales. El grupo se absolvió bien para responder a la crisis financiera mundial y, por un tiempo, su aparición como un foro para la coordinación de políticas internacionales pareció ser uno de los únicos aspectos positivos de ese lío.

Sin duda, estuve entre los que aplaudieron los logros iniciales del G20. Desde 2001, cuando identifiqué el auge de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) como una característica clave de la economía mundial del siglo veintiuno, pedí una revisión importante de las estructuras de gobernanza global. Como argumenté en ese momento, el predominio continuo del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y los Estados Unidos) estaba cada vez más desfasado con el complejo mundo de principios de la década de 2000. Hasta el día de hoy, la exclusión de China por parte del G7 es una omisión flagrante, empeorada por la presencia de tantos países europeos, la mayoría de los cuales comparten una moneda y se rigen por las mismas normas de política fiscal y monetaria.

Desafortunadamente, tras la cumbre del G20 en Osaka, Japón, el mes pasado, no puedo dejar de preguntarme si esa reunión también ha perdido su propósito. De hecho, el único desarrollo relevante que surgió de la cumbre fue un acuerdo al margen entre el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping, quien negoció otra “tregua” en la guerra comercial de sus países.

Parte del problema, por supuesto, es que la gobernanza global en general ha sido marginada, ahora que los Estados Unidos han renunciado a su papel como custodios del orden internacional. Pero también hay problemas con el G20 en sí. Por un lado, el grupo parece un vehículo apropiado para facilitar el diálogo global. Su membresía representa alrededor del 85% del PIB mundial y abarca la mayoría de las principales economías emergentes, incluidas aquellas que no han adoptado la democracia liberal de estilo occidental. Con la excepción de Nigeria, la mayor economía de África y el país más poblado, los países que uno esperaría tener un asiento en la mesa tienen. Y en el futuro, uno podría imaginar a Vietnam y algunos otros que se unen a ellos.

Por otro lado, si bien el G20 ha sido muy bueno emitiendo comunicados grandiosos para reconocer la existencia de desafíos globales, se ha demostrado que es absolutamente incapaz de promover soluciones para ellos. Para estar seguros, se podría argumentar que no es realista esperar que un grupo de burócratas arregle todo lo que está roto en el mundo. En todo caso, es el deber de los activistas, empresarios y otros pensadores creativos presionar y persuadir a los líderes políticos sobre la necesidad de cambio. Y, sin embargo, cuando se trata de problemas que solo pueden abordarse de manera cooperativa a nivel global, no hay alternativa a organismos como el G20. Incluso si los líderes políticos han adoptado todas las ideas correctas, todavía necesitan un foro para convertir esas ideas en políticas coordinadas.

En mi opinión, hay dos barreras que se interponen en el camino del G20. Primero, aunque es representativo, también es demasiado grande. Como he argumentado desde 2001, lo que realmente necesita el mundo es un G7 más representativo, que incluya a Estados Unidos, Japón, la Unión Europea y los países BRIC. Esta nueva agrupación residiría dentro del G20 y representaría tres cuartos del PIB mundial. Si bien Canadá y un Reino Unido posterior al Brexit perderían parte de su influencia actual, no tendrían menos de eso que los países en situación similar, como Australia. En cualquier caso, no deben preocuparse: no hay razón para esperar una revisión diplomática de esta escala en el corto plazo.

La segunda deficiencia del G20 es que (al igual que el G7) carece de un marco objetivo a través del cual establecer metas y medir el progreso hacia ellas. Desde el éxito inicial del grupo hace una década, su agenda ha sido fluida, con cada país anfitrión agregando algo nuevo a la mezcla en cada reunión anual. En el caso de la cumbre de Osaka, el gobierno japonés introdujo el objetivo de la atención médica universal.

Nadie duda de que la atención universal de salud es una causa digna. Pero el G20 tampoco ha hecho nada para ayudar a los estados miembros a expandir la provisión de atención médica. Peor aún, el tiempo dedicado a prestar atención a este nuevo objetivo podría haberse utilizado para discutir temas destacados como la resistencia a los antimicrobianos, que se agregó a la agenda del G20 en 2016. El lenguaje sobre la RAM en el último comunicado fue notablemente similar al de la anterior. cumbres, lo que sugiere que se ha avanzado poco.

Mientras tanto, el mercado de nuevos antibióticos se está deteriorando rápidamente. Sin una respuesta internacional concertada, las superbacterias resistentes a los medicamentos podrían acabar con diez millones de vidas por año para 2050, dando como resultado una pérdida acumulada de alrededor de $ 100 billones en la producción mundial. Lo que el mundo necesita ahora es acción, no palabras vacías. Lampadia

Jim O’Neill, ex presidente de Goldman Sachs Asset Management y ex ministro de Hacienda del Reino Unido, es presidente de Chatham House.




Donald Trump inició su guerra comercial contra todos

Llegó el día que tanto temíamos. Donald Trump ha iniciado la guerra comercial que siempre quiso. Y está afectando más a algunos de sus países aliados que a China, el país que acusó repetidamente por prácticas comerciales desleales. La semana pasada, anunció que aplicaría aranceles del 25% a las importaciones de acero de Canadá, la Unión Europea y México. Un arancel de 10% entró en vigor para el aluminio importado de los mismos países.

Con los distintos conflictos comerciales en los que está involucrada la administración Trump, es cada vez más difícil saber qué viene luego. Las tarifas impuestas son las que se anunciaron en marzo pasado; pero China solo exporta alrededor de tres mil millones de dólares en acero y aluminio a los Estados Unidos, mientras que entre Canadá y la Unión Europea exportan más de veinte mil millones de dólares, por lo que serán más afectados.

Canadienses, europeos y mexicanos prometieron responder a la movida estadounidense imponiendo aranceles a las exportaciones estadounidenses, como soya, bourbon y jeans. Así es como escalan las guerras comerciales, se sabe cuando empiezan, pero no como terminan. Una espiral de ojo por ojo podría poner en peligro el crecimiento de la economía de EEUU. Trump parece convencido que extraerá concesiones muy amplias de los socios comerciales más cercanos de Estados Unidos. La semana pasada, Trump ordenó al Departamento de Comercio abrir una investigación que podría conducir a la imposición de fuertes aranceles a los automóviles y camiones importados de Europa. El jueves, nuevamente amenazó con retirar a los Estados Unidos del acuerdo del TLCAN con Canadá y México.

En Europa y Canadá, el nivel de ira hacia Trump está aumentando drásticamente. “Esto es proteccionismo, puro y simple”, dijo el jueves Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. En el Financial Times, el columnista Edward Luce escribió: “El presidente de EEUU está comprometido con la búsqueda de una guerra comercial de todos contra todos… El hecho de que representa una amenaza para el orden global es una característica, no es un error, de sus acciones”.

En resumen, Trump está llevando a los EEUU a un enfrentamiento simultaneo con México, Canadá, Europa, Rusia y China.

De la guerra comercial a la destrucción del Estado de Derecho

Parece que Trump ya se esta saliendo de control. Con respecto a las investigaciones sobre la trama rusa durante las últimas elecciones presidenciales, Trump afirmó que tiene el “poder absoluto” para otorgarse el perdón presidencial, indultarse a sí mismo.

“Como ha sido establecido por numerosos estudiosos legales, yo tengo el derecho absoluto para PERDONARME a mí mismo.
¿Pero por qué tendría que hacerlo, si no he hecho nada malo? Mientras tanto, la interminable cacería de brujas,
dirigida por 13 molestos y conflictivos demócratas (y otros) continua hasta las elecciones de mitad del período”.

En ABC’s This Week, Giuliani, quien representa al presidente en el caso del fiscal especial desde hace unas pocas semanas, dijo, por ejemplo, que Trump “probablemente” tenía el derecho de perdonarse a sí mismo, mientras aseguraba que él “no tenía la intención” de hacerlo. “Sería impensable que el presidente de Estados Unidos se perdone a sí mismo”, dijo el ex alcalde de Nueva York. “Eso probablemente conduzca de inmediato a una destitución”.

Ya nada puede sorprendernos con respecto a Trump. Esta amenaza es un ataque a la base del Estado de Derecho y el balance de poderes, en una democracia que pretendía ser un modelo institucional. 

Más allá de que Trump pueda citar a algunos juristas que respalden semejante afirmación, esta amenaza constituye una de las afrentas más sucias a la institución presidencial de EEUU y, en nuestra opinión, hace innecesario esperar otros elementos de juicio para concluir que este personaje debe abandonar el poder cuanto antes.

Volviendo al tema comercial, es muy lamentable que, como respuesta al proteccionismo de Trump, se haya desatado una oportunista ola de mercantilismo por parte de muchas empresas en EEUU, que están mirando el corto plazo,  a expensas de la salud del país y del resto del planeta. Lampadia

Por qué el EEUU corporativo ama a Trump

Los ejecutivos estadounidenses apuestan a que el presidente es bueno para los negocios. Pero no a largo plazo.

The Economist
24 de mayo, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

La mayoría de las élites estadounidenses creen que la presidencia de Trump está perjudicando a su país. Los mandarines de la política exterior están aterrorizados de que las alianzas de seguridad se estén arruinando. Los expertos finanzas advierten que el endeudamiento se está descontrolando. Los científicos deploran el rechazo al cambio climático. Y algunos expertos legales advierten sobre una inminente crisis constitucional.

En medio del tumulto hay una sorprendente excepción. Los que dirigen empresas han hecho sus cálculos sobre la era de Trump. En el balance, les gusta. Los ejecutivos reconocen que el valor de los recortes de impuestos, la desregulación y las posibles concesiones comerciales de China superan los brumosos costos de instituciones más débiles y guerras comerciales. Y están dispuestos a jugar con la visión económica elaborada en la casa del presidente Donald Trump, en la que las empresas se liberan del Estado y de la competencia desleal extranjera, y las ganancias, la inversión y, finalmente, los salarios se disparan.

Los fuegos artificiales financieros en exhibición en el primer trimestre de este año sugieren que esta visión se está haciendo realidad. Las ganancias de las empresas que cotizan en bolsa aumentaron un 22% en comparación con el año anterior; la inversión aumentó un 19%. Pero el aumento de la inversión es diferente a las anteriores: está sesgado hacia los gigantes tecnológicos, no hacia las empresas con fábricas. Cuando se trata de calcular los costos totales de la era Trump, América Inc es miope y descuidada.

La vista desde la suite presidencial

Desde que ganaron el Congreso y la Casa Blanca, los republicanos han tratado de desatar el poder de los negocios. Después de las elecciones, Trump celebró cumbres televisadas en vivo con magnates desde la sala de juntas en la Trump Tower y más tarde desde su nuevo cuartel general en la Oficina Oval. Aunque los ejecutivos se han cansado de este tipo de pantomima, particularmente después de las equivocaciones de Trump en las protestas por la supremacía blanca en Virginia, siguen siendo alcistas (bullish). Una razón es la reforma republicana de impuestos corporativos aprobada en diciembre, la primera en esa escala desde 1986, que da varias cosas de alto impacto, incluida la reducción de las tasas corporativas a niveles promedio europeos. Un ahorro anual de US$100 mil millones para las empresas, que representa un 6% de sus ganancias antes de impuestos. También representa una décima parte del déficit fiscal.

La desregulación está en pleno apogeo. Esta semana se produjo una relajación de las reglas bancarias. Los líderes de muchas agencias han sido reemplazados por los designados por Trump. El cambio de funcionarios a cargo, dicen las empresas, implica que están siendo más útiles. Un sorprendente número de mesas directivas respaldan una postura firme sobre el comercio con China. Si, por razones de argumento, China capitulara a las demandas estadounidenses e importara US$200 mil millones más bienes al año, podría aumentar las ganancias de America Inc en otro 2%. Los beneficios para los negocios de Trump son claros, por lo tanto: menos impuestos y trámites burocráticos, posibles ganancias comerciales y un aumento del 6-8% en las ganancias.

El problema es que las empresas suelen ser pobres en la evaluación de riesgos nebulosos, y la visión general del entorno de los CEOs es falible. Durante los años de Obama, la América corporativa estaba convencida de que estaba sitiada cuando, de hecho, a juzgar por los números, estaba en una era dorada, con ganancias promedio 31% por encima de los niveles de largo plazo. Ahora los ejecutivos piensan que han entrado en un nirvana, cuando la realidad es que las reglas del sistema de comercio del país se están tambaleando, la apertura y los tratados multilaterales giran hacia la arbitrariedad, la insularidad y los acuerdos transitorios.

A medida que los contornos de este nuevo mundo se vuelvan más claros, también lo harán sus costos para las empresas en términos de complejidad y previsibilidad. Tome la complejidad primero. Una de las ironías de la agenda del equipo Trump es que, si bien quieren salir de la regulación de las empresas en casa, cuando se trata de comercio internacional quieren regular. Cuando juegan con los aranceles, un gran número de empresas tiene que escabullirse para responder porque tienen cadenas de suministro globales. Los aranceles al acero propuestos en marzo cubren apenas el 0.5% de las importaciones estadounidenses, pero en lo que va del mes 200 firmas estadounidenses listadas han discutido el impacto financiero de los aranceles en sus conferencias con los inversores.

Con el tiempo, se acumulará una red de distorsiones. Debido a que el comercio se está volviendo más regulado, está surgiendo una nueva burocracia de vigilancia. El 23 de mayo, el Departamento de Comercio lanzó una investigación sobre las importaciones de automóviles. Un proyecto de ley en el Congreso prevé examinar todas las inversiones extranjeras en Estados Unidos para garantizar que no pongan en peligro el “liderazgo tecnológico e industrial del país en áreas relacionadas con la seguridad nacional”. Las empresas estadounidenses tienen US$8 billones de capital hundidos en el extranjero; las empresas extranjeras tienen US$7 billones en Estados Unidos; y ha habido 15,000 ofertas empresariales entrantes desde 2008. El costo involucrado en el monitoreo de toda esta actividad podría ser en última instancia enorme. A medida que Estados Unidos evita la cooperación global, sus empresas también enfrentarán una mayor regulación duplicativa en el exterior. Europa ya ha introducido nuevos regímenes este año para instrumentos financieros y datos.

El gasto de volver a regular el comercio podría incluso superar los beneficios de la desregulación en casa. Eso podría ser tolerable, si no fuera por el otro gran costo de la era Trump: la imprevisibilidad. En casa, los recortes tributarios corporativos expirarán en parte después de 2022. Los negociadores de Estados Unidos están buscando una cláusula de caducidad de cinco años en un nuevo acuerdo NAFTA, aunque Canadá y México preferirían algo permanente. Los ejecutivos corporativos esperan que la beligerancia en el comercio sea una estratagema tomada de “The Apprentice”, y que surjan acuerdos estables. Pero imaginen que Estados Unidos firma un acuerdo con China y que el déficit comercial bilateral no disminuye, o las empresas chinas dejan de comprar componentes estadounidenses de alta tecnología a medida que se vuelven autosuficientes, o se genera una burla a Trump por tener un mal acuerdo. Si es así, la Casa Blanca podría romperlo.

Las nuevas leyes de la jungla

Otra razón de la creciente imprevisibilidad es el impulso de Trump de mostrar su poder con actos de pura discrecionalidad política. Acaba de pedirle al servicio postal que aumente los precios de entrega para Amazon, su bête noire y la segunda firma cotizada más valiosa del mundo. Podría atacar con ira a otras firmas de Silicon Valley, después de todo, controlan cada vez más el flujo de información política. El destino de ZTE, una firma de telecomunicaciones china prohibida en Estados Unidos por violaciones a las sanciones, se ha vuelto su capricho personal. Inevitablemente, otros países también están jugando más duro. La autoridad antimonopolio de China está bloqueando la adquisición por parte de Qualcomm por US$52,000 millones de NXP, una empresa rival de semiconductores, como moneda de cambio. Cuando la política se convierte en una negociación continua, el lobby explota. El entorno empresarial menos predecible que resulte aumentará el costo del capital.

A medida que la expansión de Estados Unidos se extiende, estas intervenciones arbitrarias podrían intensificarse. Trump espera que los salarios aumenten, pero se prevé que el 85% de las empresas del S&P 500 amplíen los márgenes en 2019, lo que refleja un control de los costos. O los accionistas, o los trabajadores y Trump, van a estar decepcionados. Dado que las tasas de interés están aumentando, es probable que haya una recesión en los próximos años. En una recesión, las empresas estadounidenses pueden encontrar que su legendaria flexibilidad se ve comprometida porque la política de despedir trabajadores y reducir costos se ha vuelto tóxica.

Los republicanos tienen razón en que los recortes de impuestos y una sabia desregulación pueden impulsar la competitividad de las empresas. Pero se avanza poco en otras prioridades, incluida la reparación de la infraestructura, garantizar que las pequeñas empresas no sean aplastadas por los monopolios y la reforma del sistema educativo. La mayoría de las empresas se enorgullecen de ser sensatas, pero en algún momento eso se convierte en complacencia. Las empresas estadounidenses pueden concluir un día que este fue el momento en que experimentaron todos los beneficios de la era Trump, al tiempo que no contabilizaban los costos. Una estrategia que asume ingresos pero no gastos raramente tiene sentido. Lampadia




¿Acaso Mercedes Aráoz no sabe lo que necesitamos?

¿Acaso Mercedes Aráoz no sabe lo que necesitamos?

En opinión de Aráoz, los gobiernos “compraron” muy pronto la globalización, pero ahora se está viendo “quién gana y quién pierde” con ella. “No hemos podido producir los resultados que queríamos para nuestros países”, admitió. (Gestión).

La Primer Ministro del Perú, Mercedes Aráoz, acaba de hacer las peores declaraciones de su vida en el Foro Económico Mundial.

Es absolutamente inaceptable que el primer ministro de un país emergente, como el Perú, cometa una torpeza tan grande, máxime habiendo sido previamente Ministra de Comercio.  

Como hemos explicado en reiteradas ocasiones, una de las mejores formas de lograr el crecimiento de los países pequeños, es exportando sus productos y servicios a los países de mayores recursos. Esto conceptualmente. Pero, además, a una persona como Aráoz, no se le pueden escapar los impactos que la globalización y el libre comercio han tenido en el mundo emergente. Y, menos aún, los impactos recibidos en el Perú, que pasó de ser un Estado fallido en 1990 a una estrella internacional el 2011, gracias a que supimos aprovechar el mejor tiempo de la globalización y el libre comercio.

Además, de este tema, la primer ministro, se despachó sobre la corrupción, en términos descalificadores para el Perú.  

En nuestra humilde opinión, o Mercedes Aráoz les pide perdón a los peruanos, por haber hecho una representación tan negativa del país en el exterior, o debe dar un paso al costado, por una aguda crisis de confusión intelectual y política. Lampadia

Líneas abajo reproducimos la nota de Gestión:

Mercedes Aráoz:

Los gobiernos “compraron” muy pronto la globalización

Gestión.pe              
23 de enero, 2018

La presidenta del Consejo de Ministros intervino en uno de los coloquios organizados hoy por el Foro Económico Mundial en la estación alpina de Davos, que estuvo dedicado a analizar “la política después del orden establecido”.

Mercedes Aráoz: Los gobiernos “compraron” muy pronto la globalización

AGENCIA EFE / 23.01.2018 – 11:27 AM

La “corrupción sistémica” está debilitando a los gobiernos de Latinoamérica, según reconoció hoy la presidenta del Consejo de Ministros del Perú, Mercedes Aráoz, quien pidió luchar contra ella colectivamente y superar este debate para dedicarse a los problemas reales de la gente.

La representante peruana intervino en uno de los coloquios organizados hoy por el Foro Económico Mundial en la estación alpina de Davos, que estuvo dedicado a analizar “la política después del orden establecido”.

Un año después de sonoros éxitos populistas como fueron calificados el Brexit (ruptura británica con la Unión Europea) y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, los participantes en el foro conversaron sobre el balance de los movimientos y líderes surgidos de la “rabia” ciudadana.

En opinión de Aráoz, los gobiernos “compraron” muy pronto la globalización, pero ahora se está viendo “quién gana y quién pierde” con ella. “No hemos podido producir los resultados que queríamos para nuestros países”, admitió.

“Tenemos otro problema en Latinoamérica: una corrupción sistémica”, advirtió la primera ministra peruana, quien se refirió en especial al caso “proveniente de Brasil y que ha infectado a toda Latinoamérica”.

Estos escándalos “están debilitando a nuestras democracias porque solo vemos involucrados a políticos”.

La primera ministra peruana se lamentó, no obstante, de que “el único debate en los medios y en las redes sociales sea algo así como quién es el más corrupto”, sin atención a los demás problemas.

“Perú está atravesando un período muy difícil en este momento”, admitió, “pero no sólo somos nosotros, vemos crecer este problema en todas partes”.

En su opinión, la Cumbre de las Américas, que se celebrará en Lima a mediados de abril, debería marcar un “momento importante” para que todos los países americanos comiencen a abordar juntos la lucha contra la corrupción, así como la “construcción de un nuevo liderazgo”. 

Critica las redes

Araóz criticó el hecho de que las redes sociales fomenten debates en los que “sólo participa el 15% de la población” descuidando todas las demás preocupaciones.

“Los gobiernos tienen que centrarse más en los problemas de la gente, en lugar de en esos debates que dominan en los periódicos”, dijo la primera ministra e insistió en que “los problemas reales están en otros lugares”.

Aráoz abogó por avanzar en Latinoamérica en la lucha contra la desigualdad y en la defensa de “la integridad”.

“Damos la bienvenida a las inversiones, pero haciendo frente al problema de la desigualdad en las zonas donde se va a invertir”, explicó.

Y, desde luego, “queremos que vengan los inversores pero, por favor, no los sobornos”, dijo a la vez que señaló que los políticos y el sector privado tienen que “trabajar juntos” en esa dirección.

Otra gran prioridad para la región es la protección del medio ambiente, como ha resaltado el papa Francisco en su reciente viaje a Perú respecto a la preservación de la Amazonía.

Para todos estos objetivos “necesitamos una agenda latinoamericana”, porque, según la política peruana, “no son cuestiones de un solo país”.

También señaló que es preciso “hablar con los extremos, porque la polarización está ahí”.

Junto a la representante peruana participaron en el coloquio el viceprimer ministro belga, Alexander De Croo; el ministro de Ferrocarriles y Carbón de la India, Piyush Goyal; el consejero delegado de FiscalNote, Timothy Hwang; y el profesor de políticas de la Universidad de Princeton Jan-Werner Müller. Lampadia