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Soluciones sostenibles brindan oportunidades y bienestar

Soluciones sostenibles brindan oportunidades y bienestar

No solo está en auge la innovación tecnológica, sino que está dirigiéndose rápidamente hacia soluciones sostenibles orientadas a mejorar el bienestar de los más pobres. Por ejemplo, muchas de las 10 tecnologías más prometedoras del Foro Económico Mundial tienen un claro enfoque ambiental y social, como la purificación del agua, energía eficiente, nutrición mejorada para impulsar la salud a nivel molecular, conversión de dióxido de carbono (CO2), medición precisa de medicamentos a través de ingeniería a nanoescala, electrónica orgánica y energía fotovoltaica.

Hace unos días, publicamos en Lampadia La lucha contra el humo doméstico”, donde afirmamos que eliminar los humos domésticos es una de las iniciativas más importantes para superar las condiciones de vida que condenan a los más pobres a enfrentar sus problemas de  salud, tanto de las madres que cocinan para la familia, como de los niños menores que las acompañan.

Uno de nuestros lectores comentó una solución a la problemática planteada, que en hemos recogido en Lampadia. Agradecemos a nuestro lector por su aporte y ojalá se multipliquen este tipo de aportes.

La solución que nos propone nuestro lector es BioLite Energy, una empresa americana que tiene la misión de proporcionar fuentes de energía, asequibles y eficientes, que pueden ser utilizadas en cualquier lugar.

La solución: el primer producto de la empresa fue una estufa de camping que podía generar energía a partir del calor creado por la quema de palos y hojas mientras se cocinaba una comida. Esa energía se almacena en un paquete de batería incorporado y luego se puede usar para recargar un teléfono celular, un faro u otros dispositivos electrónicos pequeños. HomeStove reduce la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que habría provenido de las alternativas de cocina.

BioLite ha seguido desarrollando nuevos productos, incluidos paneles solares portátiles y paquetes de baterías USB, continuando esta tendencia, y permitiendo a los entusiastas y viajeros vivir en el campo durante largos períodos de tiempo. Recientemente, la compañía incluso presentó su nuevo kit SolarHome 620, que brinda una solución de energía solar asequible para cabañas remotas.

Pero quizás uno de los productos que en Lampadia nos llamó más la atención es el SolarHome, donde el público objetivo para este producto cambió por completo. De hecho, el producto se construyó originalmente con la idea de llevar luz y energía a rincones remotos de Kenia, un lugar donde esos recursos a menudo son escasos. Como pueden observar en el video líneas abajo, la instalación lleva solo unos minutos y puede transformar la vida de las personas que viven en África de manera inconmensurable. No solo proporciona energía para proporcionar luz, sino que también almacena energía para recargar un teléfono celular y encender una radio.

El kit SolarHome 620 incluye un panel solar de 6 vatios que se coloca en el techo de una casa, cabina o camioneta. Ese panel recolecta energía del sol todo el día, almacenándola en un centro de control de 20 vatios ubicado dentro de la estructura. Esa caja luego usa la energía recolectada para iluminar tres lámparas colgantes que se incluyen con el kit, llevando luz a lugares donde antes solo había oscuridad. Esto les permite a los estudiantes continuar sus estudios después del atardecer y hace la vida mucho más productiva y conveniente para las familias en general.

El centro de control SolarHome también está equipado con una radio FM para recoger transmisiones locales y tiene la capacidad de conectarse a un teléfono para reproducir archivos MP3. La caja multifuncional también incluye un puerto USB para cargar teléfonos celulares u otros dispositivos electrónicos.

Fue diseñado para ser fácil de instalar y requiere muy poco mantenimiento. Este producto está teniendo un impacto dramático en las vidas de muchas personas en Kenia. BioLite dice que ya se han instalado y operado más de 5,000 kits de SolarHome en todo el oeste de Kenia, donde el producto ha sido recibido con gratitud.

En Lampadia habíamos compartido anteriormente la historia de una empresa con una misión similar, el Grupo Total de Francia,  que lanzó unas lámparas de luces solares que se comercializarán entre las poblaciones de los países emergentes para permitir el acceso a la energía eléctrica a precios asequibles. Su meta era vender un millón de lámparas con el fin de llevar energía segura y sostenible a millones de personas.

Nosotros celebramos y fomentamos la aceleración del desarrollo tecnológico y mostramos cómo éste ha abierto la puerta al crecimiento económico en todo el mundo y permitirá que todos aprovechemos la sostenibilidad energética a la que se llegará, utilizando distintas fuentes de energía. Se estima que en un plazo relativamente corto (20 años para algunos) sustituiremos el uso de hidrocarburos por energía solar. (Ver en Lampadia: La ansiada energía renovable del futuro está en la puerta) y apreciar la velocidad de la reducción del costo de la energía solar en el siguiente gráfico:

Estos son claros ejemplos de cómo la innovación puede mejorar la vida de las personas. Como podemos ver, poco a poco la anunciada revolución tecnológica va generando soluciones para los temas más álgidos de la humanidad. Sigamos apuntando por recuperar el crecimiento económico y por un mejor clima de negocios para tener los recursos que nos permitan poner las tecnologías modernas al alcance de nuestros pobres. Lampadia




El poder de la blasfemia

El poder de la blasfemia

Por Mario Vargas Llosa

(La República, 19 de Abril de 2015)

 

Es poco menos que un milagro que Ayaan Hirsi Ali, una de las heroínas de nuestro tiempo,  esté todavía viva. Los fanáticos islamistas han querido acabar con ella y no lo han conseguido, y no es imposible que lo sigan intentando, pues se trata de uno de los más articulados, influyentes y valerosos adversarios que tienen en el mundo. Acaso tanto como sus ideas y su coraje, sea su ejemplo lo que atiza el odio contra ella de los militantes de Al Qaeda, el Estado Islámico y demás sectas fundamentalistas del Medio Oriente y del África. Porque Ayaan Hirsi Ali es una demostración viviente de que, no importa cuán estrictos sean el adoctrinamiento y la opresión que se ejerza sobre un ser humano, el espíritu rebelde y libertario siempre es capaz de romper las barreras  que se empeñan en sojuzgarlo.

Hirsi Ali nació en Somalia, en una familia conservadora, padeció la mutilación genital en la pubertad, y fue educada en Arabia Saudí y en Kenia dentro de la más severa observancia musulmana: llevó el hiyab, celebró la fatua que condenaba a muerte a Salman Rushdie, pero, cuando sus padres quisieron casarla con un lejano pariente en contra de su voluntad, se atrevió a huir y pidió asilo en Holanda. Allí aprendió el holandés, llegó a ser diputada por el partido liberal, y desde entonces comenzó una campaña, en la que no ha cesado hasta ahora, contra todo lo que hay de violento, intolerante y discriminatorio hacia la mujer en el Islam. En sus tres primeros libros se servía mucho de su propia autobiografía para mostrar los extremos de crueldad y ceguera a que podía conducir el fanatismo musulmán y a explicar las razones de su apostasía y ruptura con la religión de su familia.

En el que acaba de publicar en Estados Unidos, “Heretic. Why Islam Needs a Reformation Now” (que será editado en España por Galaxia Gutenberg con el título de “Reformemos el Islam”) critica, con su franqueza habitual, a los gobiernos occidentales que, para no apartarse de la corrección política, se empeñan en afirmar que el terrorismo de organizaciones como Al Qaeda y el Estado Islámico es ajeno a la religión musulmana, una deformación aberrante de sus enseñanzas y principios, algo que, afirma ella, es rigurosamente falso. Su libro sostiene, por el contrario, que  el origen de la violencia que aquellas organizaciones practican tiene su raíz en la propia religión y que, por ello, la única manera eficaz de combatirla, es mediante una reforma radical de todos aquellos aspectos de la fe musulmana incompatibles con la modernidad, la democracia y los derechos humanos.

Esta transformación, que Hirsi Ali compara con lo que significaron para el cristianismo las críticas de Voltaire y la reforma de Lutero, consistiría en modificar cinco conceptos que, a su juicio, mantienen al Islam detenido en el siglo séptimo: 1) la creencia de que el Corán expresa la inmutable palabra de Dios y la infalibilidad de Mahoma, su vocero; 2) la prelación que concede el Islam a la otra vida sobre la de aquí y ahora; 3) la convicción de que la sharia constituye un sistema legal que debe gobernar la vida espiritual y material de la sociedad; 4) la obligación del musulmán común y corriente de exigir lo justo y prohibir lo que considera errado, y 5) la idea de la yihad o guerra santa. A quienes se preguntan qué quedaría del Islam si éste renunciara a esos cinco pilares de su fe, Hirsi Ali responde que el cristianismo, antes de la reforma protestante, no era menos sectario, intolerante y brutal, y que sólo a partir de esta escisión la religión cristiana inició el proceso que la llevaría a separarse del Estado y a la coexistencia pacífica con otras creencias, gracias a lo cual prosperaron las libertades y los derechos civiles en el mundo occidental.

Más todavía, en los últimos capítulos de su libro, Hirsi Ali ofrece un detallado registro de reformadores –clérigos, profesores, intelectuales, políticos, periodistas– que, tanto dentro como fuera de los países musulmanes, según ella, han puesto ya en marcha esa reforma. Ella contaría con la callada solidaridad de gran número de creyentes –entre ellos, muchísimas mujeres– conscientes de que sólo gracias a esa puesta al día de su religión, podrían sus países abrazar la modernidad y salir del atraso medieval que significa, en pleno siglo XXI, seguir lapidando a las adúlteras, cortando las manos a los ladrones, decapitando a los impíos y apóstatas y considerando que, ante la ley, el testimonio de una mujer vale sólo la mitad que el de un hombre. Con mucha razón, Hirsi Ali exhorta a los gobiernos y a las dirigencias políticas de los países democráticos a dar su apoyo a quienes, arriesgando sus vidas, libran esa difícil batalla religiosa y cultural, en vez de, por razones de Estado, amparar a regímenes despóticos como el de Arabia Saudita donde perviven aquellos horrores, y otros no menos atroces, como los llamados crímenes de honor: el padre o los hermanos que asesinan a la mujer violada pues esta violación “deshonró” a la familia de la víctima.

Nada me gustaría más que creer, como dice Hirsi Ali, que esta reforma ya ha comenzado y que, en todos los países musulmanes, esa espesa tiniebla religiosa que envuelve en ellos la vida ha empezado a disiparse. Lo que me hace dudar son los ejemplos contrarios –la agravación del fanatismo y el atractivo irresistible que para tantos adolescentes y hasta niños ejercen las organizaciones terroristas– de los que da cuenta su libro. Son tan numerosos y están descritos con tanta precisión que la impresión que uno saca de esas páginas es más bien la opuesta. Es decir, que en vez de un proceso de liberación muchos de esos países, como demuestra el fracaso de la llamada primavera árabe, en vez de acercarse a la modernidad sacudiéndose de anacrónicas y sangrientas creencias, son éstas más bien las que parecen renacer, robustecerse e infectar a buena parte de la sociedad. Ella misma cuenta cómo, con la excepción de Túnez –donde el proceso de laicización parece haber prendido de veras– en ciudades como Bagdad, donde hace veinte y treinta años retrocedía el velo y muchas mujeres mostraban los cabellos y se vestían a la manera occidental, ahora es muy raro ver a alguna que no lleve el hiyab.

El caso de la propia Hirsi Ali es también muy elocuente. Cuando en Amsterdam el cineasta Theo van Gogh fue asesinado en 2004, el asesino, Mohammed Bouyeri, clavó en el pecho de su víctima una carta a Hirsi Ali advirtiéndole que ella sería la próxima asesinada por traicionar al Islam. En vez de solidaridad, ella se vio amenazada por la ministra de Inmigración de Holanda, una señora de mandíbula cuadrada llamada Rita Verdonk, de perder la nacionalidad holandesa y sus vecinos le pidieron que abandonara el piso donde vivía, pues los ponía en peligro de padecer un atentado. Ahora mismo, en Estados Unidos, donde vive, es objeto de críticas muy duras de supuestos “liberales” que la acusan de “islamófoba” y,  en el seminario que dicta en la Universidad de Harvard, no es raro que se inscriban alumnos y alumnas que lo hacen sólo para poder insultarla. Debe, por eso, vivir permanentemente protegida.

Lo extraordinario es que nada de eso parece hacerle mella. Ayaan Hirsi Ali, a juzgar por este cuarto libro, prosigue, vacunada contra el desaliento, ejerciendo lo que llama “el poder de la blasfemia”, su campaña contra el fanatismo y la estupidez que envilecen nuestro tiempo y lo llenan de  cadáveres, convencida de que la sensatez y la razón terminarán por imponerse a la irracionalidad y el espíritu de la tribu. Dos veces en mi vida he tenido ocasión de oírla hablar. La primera en Holanda y, la segunda, varios años después, en Washington. En ambos casos la oí exponer sus tesis con una solvencia intelectual de gran empaque y, a la vez, con una suavidad y una elegancia que daban todavía más fuerza persuasiva a aquello que decía. Y, en ambos, pensé lo mismo: qué extraordinario que sea una somalí, educada en Arabia Saudita y en Kenia, capaz de romper con el oscurantismo y la barbarie que quisieron imponerle, quien defienda con tanta convicción y tanto fuego la cultura de la libertad, la mejor contribución del Occidente al mundo, ante unos auditorios de occidentales apáticos y escépticos, que ignoran lo privilegiados que son y el tesoro que poseen, y que tenga que ser Ayaan Hirsi Ali, después de pasar por el infierno, quien venga a recordárselo.