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El mundo le perdona la corrupción a Lula

En diez días más, Brasil elegirá a su nuevo presidente entre Jair Bolsonaro y Fernando Haddad; un populista de derecha y el representante del PT, el partido del reo Lula da Silva.

Lula, el ex presidente izquierdista, armó una sofisticada organización criminal para dominar la política brasileña y para, de paso, auspiciar a las izquierdas latinoamericanas, ya sea mediante el Foro de Sao Paulo o por medio de subsidios políticos y económicos directos a los dirigentes regionales, incluido el chavismo. Pero la cosa no quedó allí. Propició además la penetración de empresas brasileñas corruptas que tomaron posición en varios países mediante acciones ilícitas de toda laya. Este escándalo, llamado Lava Jato, debe ser el peor caso de corrupción regional en la historia de Latinoamérica.

Por su lado, Bolsonaro, un ex militar y ex parlamentario, adolece de los excesos del populismo de derecha, se presenta muy ofensivo y discriminatorio, con tintes autoritarios y fascistas.

A la fecha, el favorito de las elecciones es Bolsonaro, según reportan todas las encuestadoras. La eventual victoria del candidato derechista no se da desde un partido político en particular; es más bien un fenómeno social amplio que recoge el rechazo de los brasileños a Lula, el PT y Haddad, rompiendo décadas de liderazgo del PT en la política brasileña.

Curiosamente, el resto del mundo ha cerrado filas detrás de Haddad-(Lula), y se opone visceralmente a Bolsonaro. Esta toma de posición va desde The Economist, que afirma que sería un presidente ‘desastroso’, hasta los medios y analistas más variopintos.

Esta falta de sintonía del sentir de los brasileños y la media del resto del mundo, ha generado un hecho gracioso y sintomático. Veamos un despacho de El Comercio de hace un par de días:

El pobre Roger Waters se metió una buena quemada con su gesto políticamente correcto.

Pero lo que esto permite ver es que el mundo perdona todos los delitos a los izquierdistas. Les perdona sus despropósitos, su incapacidad y sus crímenes. No se ha aprendido nada. Sigue pasando lo mismo que pasó con Jean Paul Sartre sobre los crímenes de Stalin en el imperio moscovita: ignorar y perdonar.

¡Algo inaceptable!

¿Pero cómo es posible que los medios más serios, incluso los de corte liberal como The Economist, se tapen los ojos y dejen de denunciar la corrupción?

En buena medida, esto se debe a la orientación política de los corresponsales de los medios occidentales en Latinoamérica. Lo mismo pasa con el Financial Times, y el caso de El País de España, ya es muchas veces grotesco.

En un ambiente así, es difícil tener criterio propio y cuidarse de estos sesgos, para no hablar de la pos-verdad. De ahí sale la metida de pata de Waters, que, sin tener capacidad de análisis, rebotó lo que estimaba políticamente correcto. Buena pifiada.

Por ello, mayor razón para esperar una clase dirigente militante detrás de la veracidad y de los balances correctos.

En Lampadia esperamos que el 28 de octubre próximo, la izquierda corrupta brasileña, con Lula, el PT y Haddad, sean derrotados, como hoy se prevé. Posteriormente habrá que preocuparse por cortar los excesos y exabruptos del populista Bolsonaro, que por lo menos ofrece un manejo ortodoxo de la economía más grande del sub-continente. Lampadia




Gane quien gane, el Brasil ya cambió

Sebastiao Mendonca Ferreira
Centro Wiñaq
Para Lampadia

Estos son los últimos días de la campaña presidencial en Brasil. El domingo 7 se realizará la primera vuelta del proceso electoral. Son 13 los candidatos a la presidencia, pero, en estos momentos solo dos tienen posibilidades de pasar a la segunda vuelta: Jair Bolsonaro y Fernando Haddad. Los demás candidatos ya están fuera de carrera. Entre los fracasos se destacan: Geraldo Alckmin, candidato por el PSDB, el eterno rival del PT, que se estancó en 10% a pesar de ser el candidato con la alianza política más amplia de todas, Marina Silva (ex-ministra del ambiente del PT), quien comenzó en segundo lugar con 16% y ahora tiene sólo 4% y sigue cayendo, el populista Ciro Gomes (ex-ministro del PT) que soñaba ser el opositor a Bolsonaro, pero que ya cayó al tercer puesto, el millonario Henrique Meirelles, del MDB, el partido del presidente Michel Temer, con sólo 2% y Guilherme Boulos, de PSOL (división radical del PT) con 0%.

Como expliqué en un artículo anterior, la polarización entre Bolsonaro y Haddad/Lula frenó el crecimiento de los candidatos de centro y generó una dinámica en que los electores opuestos al PT optarían por Bolsonaro como su alternativa, y los opositores a Bolsonaro busquen a Haddad/Lula como su opción realista de victoria. Una parcela importante de los votos de Marina migró a Haddad y muchos de los potenciales electores de Alckmin se fueron a Bolsonaro y a Haddad, bloqueando su despegue y consolidando la polarización derecha-izquierda.

Esa polarización tiene dos bases: una política y otra ideológica. La polarización política es anti-PT, es decir, la agrupación de todos los aquellos que son contrarios al retorno del PT al Brasil. La polarización ideológica es anti-Bolsonaro, la unión de las corrientes ideológicas que son contrarias a sus valores conservadores.

Como se puede ver en el cuadro anterior, construido por el Movimento Brasil Livre, MBL, en base al promedio de las 10 principales encuestadoras del país (http://mbl.org.br/analise/), Bolsonaro ha venido subiendo en forma consistente, alcanzando un techo de 30% de intención de voto, y Hadad ha subido en forma rápida estabilizándose en 23%. Si las elecciones fueran hoy Bolsonaro obtendría cerca de 36% de los votos válidos y Haddad obtendría 28%.

Con esos resultados los dos candidatos irían a una segunda vuelta tres semanas después, el 28 de octubre. A pesar de la brevedad del tiempo, la segunda vuelta tiene una dinámica propia, y sus perspectivas se presentarán en forma más clara después de conocer los resultados de la primera vuelta. Sin embargo, una encuesta reciente de Datafolha (vista por muchos como pro-PT) puede dar una idea del tipo de panorama que puede presentarse.

El PT ha organizado su campaña electoral en base a tres ideas: “Lula libre”, con “Lula estábamos mejor”, y “Mujeres contra Bolsonaro”. Sus mítines no han sido multitudinarios, con excepción de las marchas de mujeres en contra de Bolsonaro que sí fueron multitudinarias. Las ideas centrales de Bolsonaro fueron: “No a la corrupción”, “defensa de la familia, honradez, etc.” y “Bolsonaro es el cambio que necesitamos”. Las manifestaciones a favor de Bolsonaro han sido espontaneas y también multitudinarias, aún más grandes que las del PT. En las marchas del PT se observa una gran carga ideológica (marxista y post-moderna), en las de Bolsonaro lo característico es la indignación hacia la corrupción. Ambos grupos se consideran defensores de la democracia, y acusan al otro lado de ser pro-dictaduras.

El PT (Lula) dispone de una gigantesca maquinaria partidaria y mediática. Son más de un millón de militantes formados y financiados en dos décadas de control del estado (primero local, y después nacional) y de adoctrinamiento de universidades y medios de comunicación. El PT dispone de los equipos de marketing electoral más sofisticados de América Latina, y los medios internacionales liberales (The Economist, New York Times, BBC, etc.) se han posicionado en contra de Bolsonaro asociándolo a Trump, apoyando implícitamente el retorno de Lula, vía Haddad.

El movimiento de Bolsonaro, no tiene una organización partidaria significativa, su núcleo intelectual es reducido y su presencia mediática es casi nula. El punto fuerte de los partidarios de Bolsonaro es que son una especie de movimiento social masivo y espontaneo, con amplio espectro ideológico: conservadores, liberales e indignados en general. Socialmente, Bolsonaro se apoya en los sectores más educados de la clase media, en los pequeños emprendedores y en los grupos religiosos. Lula se apoya en los beneficiarios del programa Bolsa Familia, en los millones de empleados públicos y en los sectores ideologizados de la clase media.

Lula continúa argumentando su inocencia, se declara un perseguido político y ha advertido que, si él gana, habrá represalias contra la operación Lava Jato, el juez Sergio Moro y todos los jueces que lo condenaron. José Dirceu, estratega del PT, ya avisó que ahora la lucha no es por ganar unas elecciones sino por tomar el poder.

Bolsonaro apoya a la operación Lava Jato, y promete combatir a la corrupción y a la delincuencia y a defender la familia y los ciudadanos de bien. A pesar de su origen militar, y de contar con el apoyo de las Fuerzas Armadas, Bolsonaro promete respetar la institucionalidad democrática, aunque su pasado genera dudas sobre sus promeses democráticas.

Este tipo de polarización política (derecha x izquierda) es una novedad en la política brasileña, pues el predominio de la izquierda ya tiene muchas décadas, y tanto los liberales como los conservadores no han contado con apoyo social masivo desde los años 30 del siglo pasado, y esto ha cambiado en los últimos 5 años. Sin dudas, este proceso electoral está rediseñando el panorama político brasileño.

Como hice notar antes, es imposible predecir quien va vencer, con la información disponible. Lo que sí es posible predecir es que, con la victoria de Lula, se acaba la lucha contra la corrupción, y que, si Bolsonaro gana, él va enfrentar una fuerte oposición desde el primer día de gobierno. Lampadia




La democracia brasileña en riesgo

La democracia brasileña en riesgo

Parece que la ola populista sigue avanzando, Jair Bolsonaro, el principal candidato presidencial en Brasil, es conocido como el “Donald Trump de Brasil” algo que, lejos de incomodarle, se jacta diciendo que “Trump es un ejemplo para mí”. Jair Bolsonaro es un candidato de extrema derecha que pone en riesgo la democracia en Brasil.

Bolsonaro es un exmilitar de extrema derecha con un discurso machista y antisistema, que promete mano dura contra la inseguridad. Bolsonaro, a quien llaman “el Mito”, hoy por hoy es uno de los políticos más populares en Brasil. Con más de cuatro millones de seguidores en Facebook, a menudo es abordado por sus fans para hacerse “selfies”. Sus opiniones y medidas se confunden con las de su principal asesor económico, Paulo Guedes, educado en la Universidad de Chicago, un bastión de ideas de libre mercado, que favorece la privatización de todas las empresas estatales de Brasil y la simplificación “brutal” de los impuestos.

Pero también se le conoce por sus opiniones “polémicas”. Como cuando afirmó que “la única razón por la que no violó” a una congresista fue “porque ella no se lo merecía” o cuando declaró que la homosexualidad se debe a “no haber recibido suficientes palizas”. Ya antes habíamos anunciado en Lampadia su peligroso ascenso en las encuestas: ¿Del populismo de izquierda al populismo de derecha?.

Ahora, recuperándose en un hospital, después de un atentado contra su vida, el “Trump brasileño” subió cuatro puntos porcentuales en las encuestas. Que un candidato como Bolsonaro haya logrado ascender hasta el primer lugar en las encuestas se explica por el daño que ha causado la recesión provocada por las políticas económicas del PT, que ha fragmentado a un país que podría terminar apoyándolo, especialmente después del ataque que recibió con un cuchillo en una manifestación de campaña.

Y es que el PT, dirigido por Lula, el principal símbolo del populismo latinoamericano moderno, montó un mecanismo muy efectivo de expansión política regional corrupta que ha dejado a Brasil con dos décadas perdidas. Ahora, los países latinoamericanos tardarán muchos años para resolver los problemas generados y pagar los costos en destrucción política, económica e institucional provocada por el PT y Lula en toda la región. Lula, pues ha sido uno de los elementos más perniciosos de la política regional. Gobernó el país durante cuatro períodos, dos directamente y otros dos a través de Dilma Rousseff (quién no pudo terminar el último mandato), y lo llevó hacia el proteccionismo y el asistencialismo, cooptando a sus opositores y promoviendo altísimos niveles de corrupción gubernamental. Ver en Lampadia: La peor Red de corrupción latinoamericana.

Como explicamos anteriormente, uno de los factores de la interrupción nuestro desarrollo es producto de los escandalosos niveles de corrupción diseñados y ejecutados por el ‘putch’ imperialista de la izquierda brasileña, comandada por el ‘gran Lula da Silva’ y sus socios del chavismo y del castrismo. Ver en Lampadia: Brasil corrompe política y negocios – Y nosotros disparamos fuera del objetivo.

Bolsonaro representa una nueva marca de populismo en América Latina, una que regresa a sus orígenes populistas en todo el mundo. El ascenso de Bolsonaro debe servir como un recordatorio de que estamos experimentando una crisis de democracia en todo el mundo, una que no se limita al triunfo o al surgimiento de la extrema derecha en Europa.

Brasil, con sus 200 millones de habitantes, a diferencia del Perú, tiene una cierta capacidad de jugar a políticas internas para manejar, o más bien, pretender manejar, su desarrollo. Así lo hizo Lula, que desestabilizó la Iniciativa de las Américas, de mediados de los años 90, optando por una economía cerrada; igual que con la creación del Foro de Sao Paulo, junto con Fidel Castro, optando por un socialismo decimonónico.

Líneas abajo, compartimos un último artículo de The Economist sobre las elecciones brasileñas que, al igual del resto de sus reportes sobre Latinoamérica, está teñido de una visión un poco ‘caviar’; pero que, de todas maneras, nos permite analizar la política brasileña y sus impactos en la región. Lampadia

Ver artículo líneas abajo:

Elecciones presidenciales en Brasil
Jair Bolsonaro, la amenaza más reciente de América Latina

Sería un presidente desastroso

20 de setiembre, 2018
The Economist
Traducido y glosado por Lampadia

“Dios es brasilero”, es un dicho popular que se convirtió en el título de una conocida película. La belleza, la riqueza natural y la música de Brasil a menudo hacen que parezca un país especialmente bendecido. Pero, en estos días, los brasileros deben preguntarse si, al igual que en la película, la deidad se ha ido de vacaciones. Su economía es un desastre, las finanzas públicas están bajo presión y la política está completamente podrida. El crimen callejero también está aumentando. En el ránking de las 20 ciudades más violentas del mundo, siete de ellas son brasileras.

Las elecciones nacionales del próximo mes le dan a Brasil la oportunidad de comenzar de nuevo. Sin embargo, si es que (parece demasiado posible) la victoria es para Jair Bolsonaro, un populista de derecha, corren el riesgo a empeorar las cosas. Bolsonaro, cuyo segundo nombre es Messias, o “Mesías”, promete la salvación; la realidad es que él es una amenaza para Brasil y América Latina.

Bolsonaro es el último de una larga lista de populistas, desde Donald Trump en Estados Unidos, hasta Rodrigo Duterte en Filipinas y una coalición de izquierda-derecha que presenta a Matteo Salvini en Italia. En América Latina, Andrés Manuel López Obrador, un agitador de izquierda, asumirá su cargo en México en diciembre. Bolsonaro sería una adición particularmente desagradable al club. Si ganase, podría poner en riesgo la propia supervivencia de la democracia en el país más grande de América Latina.

Amargura brasileña

Una economía fallida es una y, en Brasil, el fracaso ha sido catastrófico.

  • En la peor recesión de su historia, el PBI per cápita se redujo en un 10% en el período de 2014-16 y aún no se ha recuperado.
  • La tasa de desempleo es de 12%.
  • El olor a conveniencias de élite y corrupción es otro agravio y en Brasil es un gran problema.
  • Las investigaciones conocidas como Lava Jato han desacreditado a toda la clase política.
  • Decenas de políticos están bajo investigación.
  • Michel Temer, que se convirtió en el presidente de Brasil en 2016 después de que su predecesora, Dilma Rousseff, fuera acusada por cargos no relacionados, ha evitado el juicio de la corte suprema solo porque el Congreso votó por perdonarlo. Luiz Inácio Lula da Silva, otro ex presidente, fue encarcelado por corrupción y descalificado para participar en las elecciones.
  • Los brasileños les dicen a los encuestadores que las palabras que mejor resumen a su país son “corrupción”, “vergüenza” y “decepción”.

Bolsonaro ha utilizado su furia de una manera brillante. Hasta antes de los escándalos de Lava Jato, era un congresista de siete períodos del estado de Río de Janeiro. Tiene una larga historia de ser groseramente ofensivo. Dijo que no violaría a una congresista porque era “muy fea”; dijo que preferiría un hijo muerto a uno gay; y sugirió que las personas que viven en asentamientos fundados por esclavos fugados son gordos y perezosos. De alguna manera, esa disposición a romper tabúes se está tomando como evidencia de que él es diferente de los hacks políticos tradicionales en la ciudad capital, Brasilia.

Para los brasileños, desesperados por deshacerse de los políticos corruptos y traficantes de drogas asesinos, Bolsonaro se presenta como un sheriff sensato. Cristiano evangélico, mezcla el conservadurismo social con el liberalismo económico, al cual se ha convertido recientemente. Su principal asesor económico es Paulo Guedes, educado en la Universidad de Chicago, un bastión de ideas de libre mercado. Favorece la privatización de todas las empresas estatales de Brasil y la simplificación “brutal” de los impuestos. Bolsonaro propone recortar el número de ministerios de 29 a 15 y poner a generales a cargo de algunos de ellos.

Su fórmula le está ganando votos de apoyo. Las encuestas le dan el 28% [a la fecha, obtiene 30% según Ipobe y 17 según Folha, y definitivamente ganaría en la segunda vuelta] de los votos y es el claro favorito en la primera ronda de las elecciones del 7 de octubre. Este mes fue apuñalado en el estómago en una manifestación, lo que lo llevó al hospital. Eso solo lo hizo más popular y lo protegió de un examen más minucioso por parte de los medios y sus oponentes. Si se enfrenta a Fernando Haddad, el candidato del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) de Lula en la segunda vuelta a fin de mes, muchos votantes de la clase media y alta, que culpan a Lula y al PT por los problemas de Brasil, podrían terminar votando por él.

La tentación de Pinochet

Los votantes no deben ser engañados. Además de su visión social antiliberal, Bolsonaro tiene una preocupante admiración por la dictadura. Dedicó su voto a acusar a Rousseff, la comandante de una unidad responsable de 500 casos de tortura y 40 asesinatos bajo el régimen militar, que gobernó Brasil de 1964 a 1985. El compañero de lista de Bolsonaro es Hamilton Mourão, un general retirado que, el año pasado, mientras vestía uniforme, pensó que el ejército podría intervenir para resolver los problemas de Brasil. La respuesta de Bolsonaro al crimen es, en efecto, matar a más delincuentes, aunque, en 2016, la policía mató a más de 4,000 personas.

América Latina ha experimentado antes con la mezcla de políticas autoritarias y economía liberal. Augusto Pinochet, un brutal gobernante de Chile entre 1973 y 1990, fue asesorado por los “Chicago Boys” del libre mercado. Ayudaron a sentar las bases para la relativa prosperidad de hoy en Chile, pero a un terrible costo humano y social. Los brasileños tienen un fatalismo sobre la corrupción, resumido en la frase “rouba, mas faz” (“roba, pero actúa”). No deberían enamorarse de Bolsonaro, cuya máxima podría ser “torturaron, pero actuaron”. América Latina ha conocido todo tipo de hombres fuertes, la mayoría de ellos terribles. Para pruebas recientes, solo observemos los desastres de Venezuela y Nicaragua.

Bolsonaro podría no ser capaz de convertir su populismo en una dictadura de estilo Pinochet, incluso si quisiera. Pero la democracia de Brasil todavía es joven. Incluso un coqueteo con el autoritarismo es preocupante. Todos los presidentes brasileños necesitan una coalición en el Congreso para aprobar legislación. Bolsonaro tiene pocos amigos políticos. Para gobernar, podría verse obligado a degradar aún más la política, lo que podría allanar el camino para alguien aún peor.

En lugar de caer en las vanas promesas de un político peligroso con la esperanza de que pueda resolver todos sus problemas, los brasileños deberían darse cuenta de que la tarea de sanar su democracia y reformar su economía no será ni fácil ni rápida. Se han logrado algunos avances, como la prohibición de donaciones corporativas a fiestas y la congelación del gasto federal. Se necesitan muchas más reformas. Bolsonaro no es el hombre para lograrlo. Lampadia




¿Se ha malogrado el libre comercio?

Continuando con nuestro seguimiento de la campaña “Open Future” realizado por The Economist, queremos compartir el debate sobre la realidad del libre comercio y la necesidad de apoyar con medidas efectivas a los perdedores del comercio y la globalización.

Lamentablemente, los países más ricos como EEUU y los europeos, donde la globalización alentó la movilidad internacional del trabajo, o la deslocalización del empleo a países emergentes, empezando por China, más la crisis financiera del 2008/9 y la revolución tecnológica que reduce la demanda de empleo, han originado, entre los más ricos, la aparición de un neo populismo político en Europa y EEUU.

Este aumento de la tendencia populista, que responde a situaciones internas de los más desarrollados, está restando legitimidad y aprobación a los beneficios del libre comercio y la globalización. El aumento del apoyo al populismo de derecha y de izquierda en las democracias occidentales ya está alterando la historia, transformando la política y representando una amenaza para las democracias más prestigiosas.

Donald Trump fomentó una ola de populismo que lo llevó a la Casa Blanca. Lo mismo sucedió en el Reino Unido, donde los populistas lograron el voto por el Brexit. El éxito de la Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) en las elecciones  alemanas muestra que el populismo se queda en Europa (ver en Lampadia: Gran Bretaña al límite, Alemania en veremos). Al parecer, los votantes están hartos de las elites tradicionales y de la política dominante y prefieren ir con movimientos que creen que escucharán sus preocupaciones.

Uno de los grandes problemas es que, como afirmó Wolf en Polarización entre ‘perdedores’ y élites, durante mucho tiempo,  “los proyectos de la elite de derecha han sido bajar las tasas marginales de impuestos, inmigración liberal, globalización, cortar costosos ‘programas de ayuda social’, mercados laborales desregulados y buscar la maximización del valor para el accionista. (…) En el proceso, las élites se han desprendido de las lealtades y preocupaciones nacionales, formando en su lugar una súper-elite global. No es difícil ver por qué la gente común, en particular hombres nativos, se sienten alienados. Son perdedores, al menos relativamente; no comparten por igual las ganancias. Se sienten usados y abusados. Después de la crisis financiera y la lenta recuperación en los niveles de vida, ven a las elites como incompetentes y depredadoras. La sorpresa no es que muchos estén enojados, sino que no lo estén todos.”

Veamos el debate realizado por The Economist:

Mercados abiertos
Lo que los gobiernos pueden hacer por los perdedores del libre comercio

Jared Bernstein
The Economist
Open Future
22 de mayo de 2018
Traducido por Lampadia

Jared Bernstein es miembro senior del Center on Budget and Policy Priorities. Anteriormente, fue economista jefe y asesor económico del vicepresidente Joe Biden y director ejecutivo de la Fuerza de Tarea de la Casa Blanca para la clase media.

Cuando me uní al Economic Policy Institute a principios de la década de 1990, estábamos entre los únicos economistas que documentaban cómo ciertos grupos de trabajadores y sus comunidades se veían cada vez más desplazados por el libre comercio. Los sindicatos eran nuestros aliados, pero desde el centro, de izquierda a derecha, fuimos castigados como proteccionistas que no entendieron los fundamentos de la ventaja comparativa. En ese momento, el consenso de élite era que todos se beneficiaban del libre comercio, y cualquier “costo de transición” era rápido y sin complicaciones. Nuestros crecientes déficits comerciales no fueron más que evidencia de la voluntad de otros países de prestarnos, por lo que podríamos felizmente consumir más de lo que producimos.

Quienes apoyaban la globalización no le hicieron ningún favor a la globalización al ignorar a los perdedores

De hecho, ayudaron a entregarnos al presidente Donald Trump. La historia ha demostrado repetidamente que una forma confiable de alimentar la política nacionalista, insular y populista es ignorar las desventajas de un cambio económico perturbador.

Ahora que finalmente estamos más “despiertos” con respecto a las desventajas del comercio, ¿cómo podemos ayudar a los que quedan atrás? La agenda política debe guiarse por una frase recientemente ofrecida por el presidente francés Emmanuel Macron: “protección, no proteccionismo”.

En esencia, los trabajadores desplazados de empleos de alto valor agregado necesitan que se les reemplace su ingreso, y, por razones culturales, políticas y de dignidad, debe ser a través del trabajo. Eso no implica recuperar empleos que se pierden, pero sí requiere que la política vaya más allá de las intervenciones solo de oferta, como capacitación o apoyo educativo. Específicamente, necesitamos un programa donde el gobierno cree empleos en lugares donde hay muy pocas oportunidades de empleo.

La respuesta típica de un economista es la movilidad: las familias deben ir donde están los trabajos, lo que en Estados Unidos tiende a significar moverse del corazón a algún lugar donde se pueda obtener un café con leche de soya en cualquier esquina. De hecho, la investigación muestra que dicha movilidad ha estado disminuyendo durante mucho tiempo, lo que significa que las políticas necesitarán traer empleos a los trabajadores.

Esto podría tomar la forma de empleos públicos o privados (con un subsidio salarial) en infraestructura, incluida la infraestructura ambientalmente sostenible: aislamiento, instalaciones renovables, modernización de edificios públicos, incluidas las escuelas públicas (que realmente necesitan la ayuda). Los trabajos de servicio técnico también serán importantes en este espacio, como los técnicos de atención médica. Estas posiciones a menudo requerirán un nuevo entrenamiento. El modelo de aprendizaje, recibir un salario mientras aprende, es algo natural para esta población.

La historia ha demostrado repetidamente que una manera confiable de alimentar una política nacionalista, insular y populista es ignorar los inconvenientes de un cambio económico disruptivo.

Los trabajos subsidiados, sin embargo, a menudo pagan muy poco a los trabajadores de mediana edad, incluso asumiendo un cónyuge que trabaja. Esto requiere mayores beneficios salariales que vayan más allá de nuestros insignificantes programas de “asistencia para el ajuste al comercio, TAA” (los trabajadores manufactureros desplazados se refieren a TAA como “seguro funerario”).

Para administrar sus costos, es necesario que los trabajos subsidiados tengan un límite de tiempo. Incluso un programa generoso del tipo que se está discutiendo raramente respaldará puestos durante más de un par de años. Por lo tanto, es necesario que haya un componente de inversión para ayudar a generar una actividad económica duradera del sector privado.

Una solución potencial interesante puede ser la de las “zonas de oportunidad” (OZ). Creado en el plan impositivo de 2017, las OZ crean un incentivo fiscal para que los inversionistas comprometan las ganancias de capital de los fondos que deben invertir en lugares rezagados. Las políticas de inversiones no han sido especialmente inspiradoras, pero las OZ están diseñadas para incentivar un capital más paciente, que es lo que se necesita para lograr una diferencia duradera. El programa está en pañales, pero las preocupaciones iniciales de que las reducciones de impuestos se destinen a las áreas de aburguesamiento, en lugar de lugares que realmente necesitan la ayuda, no parecen haber sido mitigadas.

Si esta agenda suena como que se está renunciando al empleo manufacturero, permítanme enfáticamente corregir eso. En primer lugar, existe la necesidad de una comisión independiente para analizar lo que es realista en términos de preservar o expandir nuestro sector industrial. Si bien la mayoría de los empleos perdidos no regresan, ¿podría la política de inversiones crear la oportunidad para que los Estados Unidos reclamen participación de mercado en nuevas industrias, como la producción de baterías? ¿Podríamos expandir nuestro programa existente de Asociación de Manufactura para ayudar a nuestros pequeños fabricantes a crecer, conectándolos con las cadenas de suministro globales?

La agenda política debe guiarse por “protección, no proteccionismo”

Si tu respuesta a esto es “no elegimos ganadores”, entonces:

a) te equivocas (mira nuestro código de impuestos),

b) estás atrapado en el viejo pensamiento que nos metió en este lío en primer lugar, y

c) veamos qué se le ocurre a una comisión no partidaria liderada por eruditos sin pulgares en la balanza.

Finalmente, debemos reconocer que los déficits comerciales están lejos de ser benignos. Esto no significa que no debamos seguir el comercio equilibrado. Significa -y nótese que este punto de vista es sostenido cada vez más por los economistas de la corriente principal- que deberíamos presionar rigurosamente a los países que manejan sus monedas para aumentar sus superávits comerciales y nuestros déficits.

La venerable teoría de la ventaja comparativa nunca argumentó que el comercio creara solo ganadores. Por el contrario, argumentaba de manera correcta y poderosa que el aumento del comercio podría generar suficientes beneficios como para que los ganadores pudieran compensar a los perdedores y salir adelante. Pero es una teoría económica, desprovista de política.

Si queremos ayudar a la globalización, será mejor que empecemos a ayudar a los perjudicados por ella.

En el caso estadounidense, no es simplemente que los ganadores no hayan podido compensar a los perdedores. Es mucho peor: han utilizado sus ganancias en nuestro sistema político para jugar a comprar políticos y políticas para proteger y aumentar sus ganancias a expensas de los perdedores.

Dado ese modelo, no sorprende que los que están en el lado equivocado de la globalización lo rechacen, o que surja algún carismático, falso populista para representar sus reclamos legítimos. En otras palabras, si queremos ayudar a la globalización, será mejor que empecemos a ayudar a los perjudicados por ella.

The Economist organizó recientemente (7 de mayo) un debate en línea sobre si el sistema de comercio mundial está roto. En una próxima entrega presentaremos el debate y sus comentarios. Lampadia




Contra todo pronóstico Trump consolida su poder

Hasta hace pocas semanas, inclusive los críticos de Trump, relativizaban los impactos de su gobierno, pues al año de iniciado no parecía ir adelante con sus promesas (amenazas) electorales más drásticas.

Pero, iniciado su segundo año, contra viento y marea, a desempolvado sus discursos de campaña para llevarlos a la práctica. Veamos:

  • Empujó la construcción del ominoso muro en la frontera con México
  • Ha desquiciado el tratado de libre comercio de América del Norte
  • Ha despedido de mala manera a casi la totalidad de su gabinete e importantes funcionarios públicos
  • Ha iniciado acciones que pueden devenir en una guerra comercial abierta con China
  • También ha amenazado a sus socios europeos con sanciones comerciales
  • Se retiró definitivamente del tratado de comercio Trans-Pacífico
  • Retiró a EEUU del convenio nuclear con Irán, sin contemplar las objeciones de los demás participantes, sus socios europeos, cómo Alemania, Francia y el Reino Unido

Parecía haber salido ganando, en la relación con Corea del Norte, en la que aparentemente logró acobardar a Kim Jong Un con amenazas más extremistas que las del dictador coreano. Pero ayer se ha producido una ruptura del proceso de convergencia, con la reacción de Kim Jong Un, a maniobras militares (evidentemente inoportunas) de EEUU con Corea del Sur.

En resumen, Trump está siendo todo lo malo que se esperaba, tanto en los círculos institucionalistas de EEUU, como entre los analistas de todo el mundo que promueven la globalización y el libre comercio (entre ellos Lampadia), por ser el mejor espacio para la prosperidad de los países emergentes.

Algo que también ha cambiado en los últimos meses, es la sensación de precariedad del gobierno de Trump, habiéndose llegado a especular sobre su impeachment y su incapacidad de renovar su mandato. Pero, cómo explica The Economist en el artículo que compartimos líneas abajo, Trump ha logrado tomar prácticamente el control absoluto del partido republicano, y diluir buena parte de los augurios sobre permanencia en el gobierno.

Hoy pues tenemos, un mundo que se desliza al debilitamiento del comercio internacional y una situación geopolítica exacerbada, con un líder extremista que se afianza en el poder. ¡SOS! Lampadia  

Cómo el elefante obtuvo su ‘Trump’ (por ‘triunfo’)
Trump tiene prácticamente el control total de su partido

No se podrá deshacer con facilidad

The Economist
19 de abril, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

“Un partido NUNCA ha abandonado y huido de sus principios y creencias, profundamente arraigadas, tan rápido como mi partido lo hizo.”, dijo Jeff Flake, un senador republicano de Arizona, en un discurso en marzo. “Nos hemos vuelto extraños ante nosotros mismos”. La velocidad con la que el establishment del Partido Republicano apoyó a un candidato, y luego a un presidente, que desprecia todo tipo de normas y rompe muchos límites de decencia, así como compromisos políticos, no tiene ningún precedente.

Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, pasó de negarse a hacer campaña con Donald Trump, a fracasar en condenarlo (cuando, ya como presidente, habló de “muy buenas personas en ambos lados “de enfrentamientos entre neonazis y manifestantes en Charlottesville, Virginia”). El 11 de abril anunció que no buscará la reelección. Como el propio Flake, un senador que comparó a la Casa Blanca de Trump con una “guardería diurna para adultos”.

Sin embargo, el análisis de Flake también es defectuoso. Trump no infectó en su mayor parte a los republicanos con nuevas creencias más allá de su conocimiento. Convirtió el anti-elitismo que el partido ha fomentado durante mucho tiempo en sus partidarios contra su propio liderazgo. Al romper tabú tras tabú, hizo lo que muchos habían deseado hacer y escuchar. Es como los monstruos “psicoplasmáticos” en la película de terror de David Cronenberg “The Brood”: la identificación de la fiesta hecha carne.

Es bueno ser el rey

Esta conexión indudable y persistente, junto con una sorprendente cantidad de lealtad de otros en el partido, hace que el presidente sea bastante inexpugnable. Trump, según las encuestas, goza del apoyo del 85% de los republicanos, en comparación con el 65% de Ryan y el 40% de Mitch McConnell, líder de la mayoría en el Senado. Eso no significa que puede obtener lo que quiere. Su enfoque del comercio va en contra de la historia de su partido, pero en cuanto al control de armas, algo en lo que parecía estar a favor en el pasado, parece haber cambiado. [Ya] se retiró del acuerdo con Irán.

Criticarlo o actuar de una manera que ayude a sus críticos -por ejemplo, buscando iluminar la naturaleza de sus negocios- ahora es casi imposible para un republicano que quiere seguir funcionando como tal. Como dijo Corker, los votantes republicanos “no se preocupan por los problemas”. Simplemente “quieren saber si estás con Trump”.

Los funcionarios electos cuyas reservas sobre Trump no son tan fuertes como para querer pasar más tiempo con sus familias callan, contentos con desahogarse cuando están en compañía de personas de confianza. Algunos han remarcado críticas anteriores. En 2016, Mitt Romney, un ex gobernador y candidato presidencial, denunció a Trump como un “fraude”. A principios de este año, llamó a los estallidos de inmigrantes africanos que, según los informes, el presidente hizo “contradictorios con la historia de Estados Unidos y antitéticos a los valores estadounidenses”. Ahora, buscando un escaño en el Senado en Utah, ha aceptado el respaldo de Trump y saluda su “extraordinaria capacidad para comprender cómo funciona nuestra economía para crear empleos”, mientras afirma ser “más halcón que el presidente en inmigración”.

La toma de control de las instituciones del partido ya está casi completa. Como es habitual cuando el candidato de un partido gana la presidencia, el Comité Nacional Republicano (RNC, por sus siglas en inglés) se ha convertido en una filial de la Casa Blanca. De acuerdo con el tenor de su nueva propiedad, ahora tiene un sitio web, LyinComey.com, dedicado a atacar al ex jefe del FBI.

Las elecciones primarias para las elecciones de noviembre verán a cientos de aspirantes compitiendo por verse lo más cerca posible de Trump. No habrá victorias fáciles, si es que hay alguna victoria, para sus críticos. Han decidido, por el momento, que Trump es el verdadero conservador que querían desde el principio.

No lo es. Lo que él ofrece a la política no es una agenda conservadora. No es una agenda, o una ideología, en absoluto. Es un conjunto de sentimientos: sobre el patriotismo, sobre quién es un verdadero estadounidense y quién no, sobre los extranjeros, sobre las élites, sobre la soberanía y sobre el poder.

A pesar de estar unidos, están extrañamente divididos en cuestiones que a menudo han definido el derecho en Estados Unidos y en otros lugares, como cuál debe ser el rol del Estado. Andrea Volkens del Centro de Ciencias Sociales de Berlín y sus coautores compararon los manifiestos del Partido Republicano con los de otros partidos y concluyeron que los Republicanos se sentirían más cerca del Frente Nacional de Francia que de los Conservadores en Gran Bretaña o Canadá (ver cuadro 1).

Este no es el Partido Republicano de Ronald Reagan. Pero entonces, como sabía Reagan, las fiestas se reinventan. Los republicanos lo han hecho más de una vez desde que su partido fue fundado en 1854 como un apéndice del movimiento antiesclavista. Después de la guerra civil, estaba en ascenso, proporcionando 11 de los 15 presidentes desde la muerte de Lincoln hasta la Depresión. Este era el partido de la unión, las ciudades del norte, los industriales y los protestantes, dirigido por liberales clásicos que creían en un estado de vigilantes, contentos de conquistar a una o dos colonias pero recelosos de las guerras extranjeras. Cayó estrepitosamente junto con Wall Street en 1929, en un momento en que los demócratas ya tenían sureños, inmigrantes del norte y católicos de su lado. Con la depresión y el New Deal, los demócratas ascendieron. Los republicanos perdieron todas menos dos de las nueve elecciones presidenciales entre la victoria de Herbert Hoover en 1928 y la de Richard Nixon en 1968; tuvieron el control de la cámara del congreso, solo cuatro de los 60 años entre 1935 y 1995.

La aprobación de la legislación de derechos civiles en la década de 1960 y la nominación de Barry Goldwater para la presidencia en 1964 provocaron una nueva transformación. Goldwater prometió un regreso a las raíces del pequeño gobierno del partido, que se oponía a la noción de la Gran Sociedad de que cada problema requería un programa gubernamental y, por lo tanto, le daba las bases a Reagan. Los derechos civiles, también vistos por algunos como un asunto pequeño de gobierno, hicieron que consiguieran a muchos sureños blancos. “Por mucho que odie admitirlo, George Wallace no puede ser nominado. Ronald Reagan sí. Tiene razón en los problemas “, publicó un anuncio de Reagan en 1976, haciendo un guiño a la oferta pasada del gobernador de Alabama de” segregación para siempre”.

Los comunes del Nuevo Oeste

Cuando Reagan fue elegido, su partido se equilibró en tres patas. Los conservadores económicos querían que el gobierno gastara menos y gravara menos; los conservadores sociales, incluidos muchos cristianos evangélicos, querían que el gobierno prohibiera más y permitiera menos cosas; y los halcones de seguridad nacional querían que el gobierno ejerciera un enorme poder en el exterior.

Pero dentro de esta extraña y exitosa alianza, ya existía una gran cantidad de electores que deseaban lo que más tarde Trump ofrecería. Pat Buchanan se presentó en las primarias de 1992 y 1996 con una plataforma de oposición a la inmigración, el libre comercio, los derechos de los homosexuales y el multiculturalismo.

A principios de la década de 2000, con Estados Unidos atacado por terroristas y crecientes invasiones extranjeras, muchas de estas personas se unieron al presidente. La disidencia interna en el partido recurrió al tema de los impuestos: una cuestión clave para los activistas conocidos como el Tea Party. La posición populista resurgió en 2008, cuando el partido ya no necesitaba apoyar a un presidente en funciones y algunos se enamoraron de la candidata a la vicepresidencia, Sarah Palin, una gobernadora de Alaska.

Esta forma de republicanismo atrajo a un número de ex demócratas. Bartels: “Encuentro muy poco cambio en el partidismo entre 2015, cuando Trump estaba surgiendo por primera vez como figura política nacional, y a finales de 2017”, escribió recientemente. Muchos de los partidarios de Trump se unieron al partido antes de hacerlo él mismo.

Palin fue la precursora en 2008.

Los candidatos a la vicepresidencia aún podrían ser controlados por la maquinaria del partido. Los no candidatos no podrían serlo. Fox News, que llegó a dominar las noticias por cable en la década de 2000, proporcionó una plataforma para políticos conservadores y populistas.

La campaña de Trump en 2016 podría haber fracasado en otras circunstancias. Pero Fox, con Trump se enfrentó por primera vez a un político cuyo poder lo superaba. La audiencia de Fox News en horario estelar es de alrededor de 2.4m. En su show “The Apprentice”, el reality show de Trump, a veces era visto diez veces más. Cuando Megyn Kelly, un presentador de Fox News, le hizo algunas preguntas moderadas a la fiscalía mientras moderaba un debate, Trump amenazó con boicotear la red. Kelly no fue despedida, pero Fox se unió firmemente al equipo de Trump.

No seas estúpido, sé más inteligente

¿Qué pasó entre 2009 y 2015 para provocar el cambio en los votantes en blancos no universitarios a quienes benefició Trump? La gran recesión que siguió a la crisis financiera de 2008 podría sugerir una causa económica; la presidencia de Barack Obama sugiere una racial. Ninguna de las explicaciones es completamente satisfactoria.

La presidencia de Obama comenzó con la reducción del crédito, el cierre de fábricas y la recuperación de viviendas. Pero estas condiciones golpean más duramente a las minorías con voto demócrata. La frustración por los ingresos estancados podría ser la culpable, pero Reagan y Bush fueron elegidos mientras que los salarios promedio crecían lentamente. Es difícil ver por qué una continuación de las mismas condiciones debería resultar en la victoria de Trump. Y los datos publicados después de las elecciones mostraron que los salarios de los trabajadores manuales habían estado creciendo a su mayor ritmo en años.

Entre los opositores del Partido Republicano de izquierda, se admite ampliamente que la elección de Obama sacó prejuicios raciales del tipo que los republicanos han utilizado desde la “estrategia sureña” de Nixon. Hay algo de verdad en esto, aunque también una simplificación excesiva.

También estaban sucediendo otras cosas. El auge de las redes sociales permitió que las personas hablaran de política de una manera no mediada, leyendo y diciendo cosas que nunca se habrían dicho en la televisión abierta o en los periódicos. Fox entendió, hasta cierto punto, cómo funcionaba este nuevo discurso libre de restricciones y con frecuencia libre de hechos. Trump lo sabía en sus huesos. Podía, y lo hacía, hablar el lenguaje del resentimiento vulgar como un profesional. Para muchos de sus seguidores, cuanto más desaprobaba esto, más válido y admirable parecía.

Fiesta de uno

¿Cuánto tiempo puede durar su dominio? La derecha estadounidense tiene una característica permanente que en otros lugares se encuentra principalmente entre los revolucionarios de izquierda: se come a sus hijos. Antes de que apareciera Trump, el ciclo generalmente se desarrollaba así: un retador ganaría una elección primaria republicana acusando a su oponente de ser un conocedor de Washington que había traicionado a la causa conservadora. Luego se dirigiría a Washington para luchar contra los negocios habituales durante algunos ciclos electorales antes de ser atacado a su vez como representante del odiado establecimiento.

Por el momento, esta dinámica parece estar favoreciendo a Trump, silenciando a los oponentes y recompensando a los leales. En algún momento, sin embargo, el ciclo cambiará. Los salvadores de hoy serán los traidores del mañana.

Los partidos políticos centrados en una sola personalidad se derrumban después de que el líder se va. Es difícil para un partido colapsar por completo en un sistema de tan solo dos partidos. También es raro que uno vuelva a ser lo que alguna vez fue. Debido a que el partido se estaba volviendo Trumpiano mucho antes de que Trump tomara el poder, ya no volverá a los años 80 en su ausencia, sino a la década de 1880. Trump no creará un legado de un conjunto de ideas políticas como Reagan hizo con aquellos que había heredado de Goldwater y otros. Pero las actitudes que ha montado en el cargo lo sobrevivirán.

Si el Trumpismo va a definir al Partido Republicano para la próxima década o más allá, hay tres formas en que podría desarrollarse.

Lo más preocupante sería que el partido eligiera a otro líder como Trump, que no se preocupe por la separación de poderes, la independencia judicial o la libertad de prensa, pero que, a diferencia de Trump, los socave eficazmente.

Una segunda posibilidad es que el partido pierda poder y se convierta en el ala electa de un movimiento antigubernamental, su escenario predeterminado cuando los demócratas tienen el poder.

Hay una tercera posibilidad. Las actitudes de Trump podrían conducir a políticas orientadas a la creación de un nuevo New Deal, como lo plantea Geoffrey Kabaservice del Centro Niskanen.

Un proyecto nacional que la derecha de Estados Unidos podría apoyar, pues aliviaría la rigidez de un movimiento que raya en el anarquismo por su hostilidad hacia el gobierno y que en gran medida equivale a un compromiso con la traición. Pero si se basa en el resentimiento blanco, y por lo tanto intenta excluir de sus ofertas a algunos estadounidenses, podría atrincherar tantos problemas como soluciones. Lampadia




La batalla por el mejor espacio para la prosperidad

Nuestra Misión en Lampadia es defender la economía de mercado, la inversión privada, el desarrollo y la modernidad, además promovemos el Estado de Derecho y la meritocracia para los funcionarios públicos. Esto implica que defendemos el libre comercio, la globalización y el mercado como el espacio de expresión de la creatividad e iniciativa individual. 

En esa línea, hemos analizado y destacado cómo el libre comercio, la más clara expresión de la globalización económica de las últimas décadas, produjo los grandes avances para la humanidad en términos de reducción de la pobreza y de la desigualdad, la mortalidad infantil, el aumento de la esperanza de vida, la emergencia de una clase media global y el crecimiento de la población mundial al doble de lo que fue hace pocas décadas, con mejor calidad de vida, salud e ingresos.

Lamentablemente, aprovechando las confusiones y mentiras sobre la evolución de los ingresos y la desigualdad en los países más ricos, se ha desarrollado un discurso populista que cuestiona el libre comercio y la globalización. Este impulso populista ha conquistado buena parte del discurso político de nuestros días. Inclusive, se ha llegado cuestionar la vigencia del liberalismo y hasta del libre albedrío.

Esta ola populista presenta grandes riesgos y peligros para el mundo y especialmente, para países como el Perú que solo podemos derrotar la pobreza en un mundo abierto. Por eso nos da mucho gusto que The Economist, una fuente líder de análisis sobre desarrollo y asuntos mundiales, haya anunciado esta semana la creación de “Open Future”, una iniciativa editorial que tiene como objetivo rediseñar el argumento de los principios fundacionales de The Economist del liberalismo británico clásico que están siendo desafiados desde la derecha y la izquierda, en el actual clima político de populismo y autoritarismo.

Esta campaña es fundamental para recuperar un espacio que fomente e incentive el libre comercio y la globalización como el espacio fundamental para generar prosperidad. Solo ese espacio puede traer los beneficios que necesitamos los países emergentes como el Perú, porque en el es que se puede traer parte de la riqueza de los países más ricos a nuestros pobres, exportando nuestros magníficos productos como frutas, hortalizas, pescados, minerales, maderas, confecciones y servicios como el turismo y la gastronomía, creando mayor riqueza y beneficios para nuestra sociedad, algo que solo pueden darse en una sociedad abierta. 

Líneas abajo compartimos la carta de la editora de The Economist presentando su iniciativa:

Explicando qué es ‘Open Future’

Una carta a los lectores del editor

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Zanny Minton Beddoes
The Economist
16 de abril de 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Querido lector,

Este año The Economist celebra su 175 aniversario. James Wilson, un fabricante de sombreros de Escocia, fundó este periódico en septiembre de 1843 para argumentar contra las Leyes de Maíz de Gran Bretaña, que imponían aranceles punitivos a los cereales. Desde entonces hemos defendido el libre comercio, los mercados libres y las sociedades abiertas.

A lo largo de los años, también hemos defendido muchas causas controversiales, desde la privatización hasta la legalización de las drogas y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Al hacerlo, siempre nos hemos guiado por los valores liberales clásicos: una creencia en el progreso humano, la desconfianza en los intereses poderosos y el respeto por la libertad individual. Este es el liberalismo de grandes pensadores del siglo XIX como John Stuart Mill. (Confusamente, en Estados Unidos, el término “liberal” se ha convertido en sinónimo de izquierdismo de los grandes estados. Eso no es lo que defendemos).

Aunque el mundo ha cambiado drásticamente desde 1843, creemos que los valores que guían a The Economist son tan relevantes como siempre. Sin embargo, en un período de creciente populismo y, en muchas partes del mundo, de creciente autoritarismo, se enfrentan a una mayor resistencia hoy de lo que lo han hecho durante muchos años. En medio de la ira por la desigualdad, la inmigración y el cambio cultural, los elementos básicos del credo liberal, desde la globalización hasta la libertad de expresión, son atacados desde la derecha y la izquierda.

Así que hemos lanzado Open Future, una iniciativa para rediseñar el argumento de los valores y las políticas liberales en el siglo XXI. Queremos que esta exploración de ideas involucre tanto a nuestros críticos como a nuestros seguidores, y atraiga a una audiencia joven. Estamos llevando a cabo la conversación en todas las plataformas de The Economist: en el periódico, en este sitio web, a través de podcasts, películas y en las redes sociales. La iniciativa culminará en un evento mundial, el Open Future Festival, que se realizará simultáneamente en Hong Kong, Londres y Nueva York el sábado 15 de septiembre.

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta web es el centro de las discusiones de Open Future. Aquí encontrarán regularmente debates en línea, en los que destacados colaboradores externos toman un punto de vista en un tema controvertido y ustedes, nuestros lectores, pueden votar y comentar. (Nuestro primer debate de esta semana es si las universidades deberían prohibir a los oradores ofensivos.) Encontrarán detalles de un concurso de ensayos para jóvenes, con fecha límite para postular hasta el 15 de julio. Y encontrarán una amplia variedad de artículos sobre mercados libres y sociedades abiertas. En los próximos meses, publicaremos contribuciones de invitados y nuevos artículos del personal de The Economist. Celebraremos la historia del liberalismo con una serie de informes sobre grandes pensadores liberales. Y miraremos hacia adelante con un informe especial sobre el futuro del liberalismo.

Hemos organizado los debates en torno a cinco temas. Open Markets examinará el futuro del capitalismo; Open Ideas analizará la libertad de expresión; Open Society discutirá el equilibrio entre la diversidad, la política de identidad y la corrección política; Open Borders se enfocará en inmigración y Open Progress considerará si la tecnología sigue siendo una ruta para el progreso humano.

Cuando James Wilson lanzó este periódico en 1843, dijo que su misión era “participar en una contienda severa entre la inteligencia, que sigue adelante, y una ignorancia tímida e indigna que obstruye nuestro progreso”. Open Future es la última versión de esa misión. Los animo a que se unan a la conversación. Participen en nuestros debates, voten en las encuestas, participen en el concurso de ensayos y envíenos sus comentarios a openfuture@economist.com.

 

 

Zanny Minton Beddoes, Editora en Jefe
Explore el centro de Open Future Hub de The Economist

The Economist desarrollará su gesta promoviendo el análisis y debate sobre cinco grandes temas:

  • Open Markets examinará el futuro del capitalismo;
  • Open Ideas analizará la libertad de expresión;
  • Open Society discutirá el equilibrio entre la diversidad, la política de identidad y la corrección política;
  • Open Borders se enfocará en inmigración y
  • Open Progress considerará si la tecnología sigue siendo una ruta para el progreso humano.
  1. Open Markets

La primera sección analiza qué salió mal con el capitalismo en las economías avanzadas y qué se puede hacer al respecto. Primero se analiza bajo el punto de vista del comercio, luego, competencia y, por último, el rol que desempeña el gobierno en la economía moderna.

The Economist aclara que actualmente existe la sensación de que la economía ya no trae muchos beneficios para muchas personas, a pesar de que la globalización ha traído enormes beneficios para el mundo en general. Sin embargo, “las personas de ingresos medios en los países ricos parecen haber tenido un mal desempeño en los últimos años”.

Open Markets se enfoca en tres temas:

El primero es el comercio. Los economistas han argumentado durante mucho tiempo que el libre comercio enriquece a todos. Pero últimamente esa visión ha sido atacada.

Luego, competencia. El capitalismo funciona mejor cuando las personas y las empresas compiten en igualdad de condiciones.

Por último, consideramos el rol que desempeña el gobierno en la economía moderna. En particular, examinamos una idea que le interese a economistas, políticos y titanes tecnológicos: un ingreso básico universal (UBI).

2. Open Ideas

Estamos en una época muy importante para la libertad de expresión. Las redes sociales permiten que haya una comunicación directa entre políticos y los ciudadanos y opinólogos. Sin embargo, también es una época de desinformación, mentiras y confusión por la gran cantidad de publicaciones al alcance de todos nosotros en el Internet.

Por eso, The Economist sigue, desde el 2016, cuatro reglas:”

  • Nunca tratemos de silenciar puntos de vista con los que no estamos de acuerdo.
  • Respondamos a un discurso objetable con palabras.
  • Ganemos la discusión sin recurrir a la fuerza.
  • Tengamos una piel más dura.

3. Open Society

Actualmente existe la duda de cómo equilibrar los derechos de diferentes personas. Estos desacuerdos, ya sea en igualdad de género, distintas sexualidades racismo, etc, se han convertido en un campo de batalla importante en la sociedad y The Economist siempre ha apoyado a las sociedades abiertas.

Ahora, busca crear debates sobre cómo equilibrar estas preocupaciones con el objetivo de crear una sociedad tolerante en nuestros tiempos: “Esta sección analizará derechos civiles y diversidad, y formulará las preguntas incómodas que deben responderse para tener una sociedad que funcione para todos”.

4. Open Borders

La mayoría de las personas se encuentran en un incómodo punto medio sobre el tema de las fronteras abiertas y las políticas de muchas democracias liberales incorporan elementos de ambos lados: reconocen el derecho de asilo, pero también tienen límites a los números de inmigrantes y las leyes que prevén la deportación de los inmigrantes ilegales.

La verdad es que las políticas de migración existentes ya no son adecuadas para nuestra coyuntura actual. Como dice The Economist, “los países ricos pueden y deben hacer más para ayudar a aquellos acosados por la guerra, la persecución o la coerción económica. Cómo pueden hacer esto sin poner en peligro sus propias democracias es una de las preguntas más difíciles que enfrentan los liberales hoy en día”.

Pero la única solución sostenible a los problemas causados por la migración, es actuar sobre los países de origen de la misma, tratando de evitar el abuso de los regímenes autoritarios que auyentan a su población y generando viabilidad al desarrollo económico y social.

5. Open Progress

Una preocupación actual es que las tecnologías están creando una disrupción descontrolada en el mundo. Después del escándalo de Facebook, se teme que podrían operar fuera de la transparencia y la responsabilidad que exige la democracia. Pero los sistemas, suministrados por empresas privadas, no están abiertos a la inspección externa, generalmente por razones de seguridad o propiedad intelectual.

Entonces. La última sección de The Economist analiza la lucha por el liberalismo en el siglo XXI: hombre versus algoritmo. En esta sección, el objetivo es examinar “las controversias y las consecuencias que surgen de tecnologías emergentes, como las interfaces cerebro-computadora y los autos sin conductor. La tecnología parece destinada a tocar y transformar prácticamente todo: la necesidad de comprenderla en el marco de los valores liberales es esencial.”

Sobre el evento

La iniciativa de Open Future se inicia con un debate entre Larry Summers y Evan Smith sobre las plataformas y la libertad de expresión en las universidades. Summers es profesor de la Universidad Charles W. Eliot y presidente emérito de la Universidad de Harvard. Se desempeñó como secretario del Tesoro para el presidente Clinton y como director del Consejo Económico Nacional para el presidente Barack Obama. Evan Smith es investigador en historia en la Universidad Flinders en Adelaide, Australia, y está escribiendo un libro sobre la historia de la no-formación de plataformas.

El 15 de septiembre The Economist será el anfitrión del Open Future Festival, que se celebrará simultáneamente en Hong Kong, Londres y Nueva York. También habrá un concurso de ensayos de Open Future para jóvenes; encuestas y otras visualizaciones de datos; podcasts; programas de redes sociales y nuevo video de Economist Films.

De esta manera, The Economist se está posicionando como un baluarte contra una ola creciente de populismo y autoritarismo en todo el mundo con el lanzamiento de su iniciativa ‘Open Future’ y reafirmando sus principios fundamentales. En Lampadia, apoyamos los mismos valores y seguiremos muy de cerca su campaña. Lampadia




La nueva división política no es entre izquierda y derecha, sino abierta-o-cerrada

En una reciente publicación de The Economist, se enmarcan las nuevas tendencias de la política global: ya no es la izquierda contra la derecha, ahora son los abiertos contra los cerrados, los que quieren construir puentes versus los que quieren levantar muros.

Un grupo, llamados los que ‘levantan muros’ está en contra de los inmigrantes, a favor del cierre de las fronteras, aboga por el proteccionismo, y teme a la competencia (una fusión típica entre el colectivismo izquierda y derecha), mientras que el otro grupo, quienes ‘abren puentes’, es pro apertura de las fronteras, está a favor del libre comercio, de la competencia y en contra del proteccionismo.

Los ‘levanta muros’ abogan y alimentan el miedo – miedo a los inmigrantes y a la competencia extranjera que, según ellos, se llevan los empleos domésticos, el miedo de la globalización, y el miedo del terrorismo (llevado a cabo por, obviamente, inmigrantes). Este grupo representa a los supuestos ‘perdedores’ de la globalización, los trabajadores poco cualificados que perdieron sus puestos de trabajo, así como las clases medias cansadas ​​de una creciente desigualdad y de la disminución de la movilidad social. Perdieron su creencia en un mundo justo y meritocrático, y se han inclinado hacia un extremo.

Los ‘abre puentes’ les dan la bienvenida a los inmigrantes, abogan por la globalización y destacan sus ventajas y beneficios a largo plazo. Son apoyados por los expertos y las élites actuales.

Hasta ahora, en la mayoría de los países europeos, estos radicalismos extremos todavía están en lados opuestos del antiguo espectro político izquierda-derecha (por ejemplo, Syriza y Amanecer Dorado en Grecia, la AFD y Die Linke en Alemania, Frente Nacional y los comunistas en Francia, etc.). Sin embargo, en algunos países se están fusionando. Polonia es un buen ejemplo. Su partido Ley y Justicia sirvió de inspiración para uno de los artículos de The Economist (Constuyendo Puentes):

¿Es el gobierno de Polonia de derecha o de izquierda? Sus líderes veneran a la iglesia católica, se comprometen a proteger a los polacos del terrorismo al no aceptar ningún refugiado musulmán y fulminan contra la “ideología de género” (se refieren a la idea de que los hombres pueden convertirse en mujeres o casarse con otros hombres). Sin embargo, el partido gobernante, Ley y Justicia, también arremete contra los bancos y las empresas de propiedad extranjera, y quiere reducir la edad de jubilación a pesar de tener una población que envejece rápidamente. Ofrece folletos para mejorar el manejo del presupuesto a los padres que tienen más de un hijo. Esto será pagado en parte con un impuesto sobre los grandes supermercados, que insisten en que (de alguna manera) no aumentarán el precio de los alimentos.”

Marine Le Pen de Francia es un ejemplo parecido, como lo es Victor Orban en Hungría. El ejemplo más claro, sin embargo, es el de EEUU. Donald Trump, un multimillonario anti-sistema (una paradoja política), con un punto de vista anti-globalización y sin conocimiento elemental de la política exterior, se convirtió en un candidato de un partido que siempre se diferenció de los demócratas por su apoyo al libre comercio y una fuerte presencia global.

La lista de estos desarrollos es interminable, lo único en común es que todos representan una extraña mezcla de políticas económicas tradicionalmente de izquierda, envueltas en un nacionalismo de derecha. También se puede argumentar que el Brexit ha alineado tanto a los votantes de extrema derecha (opuestos a la inmigración) como a los votantes de extrema izquierda (que se oponen al libre mercado que se hace más necesario para Europa). 

¿Cómo podemos explicar esta explosión de tendencias pro cierre de las fronteras, anti-inmigración, anti-globalización, proteccionismo y nacionalismo? The Economist lo resume (traducido y glosado por Lampadia):

“El éxito de los ‘levanta muros’ en muchos países es impulsado por varios factores subyacentes. Los dos principales son la dislocación económica y el cambio demográfico.

La primera es económica. Alrededor de 65-70% de los hogares en los países ricos vio un declive o un estancamiento en sus ingresos reales entre los años 2005 y 2014, dice el McKinsey Global Institute, un centro de estudios. Si se incluyen los efectos de la reducción de impuestos y transferencias del gobierno, el panorama es menos severo: sólo el 20-25% de los hogares vio caer sus ingresos. No obstante, está claro que muchos de los trabajadores menos calificados en los países ricos se sienten muy presionados. Entre los votantes que respaldaron el Brexit, la proporción que piensan que la vida es peor ahora que hace 30 años fue 16% mayor que la proporción de los que piensan que es mejor. Un abrumador 69% de los estadounidenses creen que su país va por el camino equivocado, de acuerdo con RealClearPolitics; solo el 23% piensa que está en la dirección correcta.

Muchos culpan a la globalización por su situación económica. A pesar de que el comercio ha mejorado la situación económica de la mayoría de los países y personas, sus beneficios se han extendido de forma desigual. Para muchos trabajadores de cuello azul en los países ricos, los beneficios de mejores productos a un mejor precio han sido superados por la pérdida de empleos en las industrias no competitivas. La inseguridad económica hace que otros miedos luzcan más grandes. A pesar de que los buenos empleos son abundantes, algunas personas culpan a los inmigrantes por su desempleo. De ahí surge la brecha entre la gente con educación universitaria, que se sienten seguros de su capacidad para hacer frente al cambio, y los menos educados, que no lo logran.

(…)

La segunda fuerza que impulsa estas sensaciones es el cambio demográfico. Los países ricos de hoy son las sociedades menos fértiles que nunca. En 33 de los 35 países de la OCDE, nacen muy pocos bebés para mantener una población estable. A medida que la cifra de los hijos de los nativos se encoge, los inmigrantes de los lugares más pobres se mudan a cubrir los vacíos. La migración en gran escala es aceptada por algunos nativos, pero otros lo encontrarán inadecuado.

Esto no los hace racistas. Como el periodista Jonathan Haidt señala en el American Interest, una revista trimestral, los patriotas “piensan que su país y su cultura son únicos y digno de ser preservados”. Sostiene que la inmigración no tiende a provocar una discordia social si se da en una escala modesta, o si los inmigrantes se asimilan rápidamente. Pero, históricamente, cada vez que un país tiene altos niveles de inmigración de países con costumbres muy diferentes y sin un programa de asimilación fuerte y exitoso, una contra-reacción autoritaria será inevitable.

The Economist está en lo correcto. Existe una nueva división política y traerá consecuencias. Los debates tradicionales liberal-conservadores (reducir los impuestos vs. el incremento del gasto, austeridad vs. estímulo fiscal) todavía existen, pero están siendo sustituidos por debates más dominantes de inmigración y globalización. La extrema izquierda y la extrema derecha están uniendo fuerzas contra los pro mercado. Esto está sucediendo claramente en Europa y no debe tomarse a la ligera.

La conclusión del artículo es positiva. Se hace hincapié en que las generaciones más jóvenes tienen una mentalidad mucho más abierta y, por tanto, son mucho menos propensos a estar en el lado de los perdedores de la globalización, lo que significa que dentro de 10 años, cuando los votantes más jóvenes maduren y hagan pleno uso de sus oportunidades globales, el radicalismo será derrotado de nuevo. Sin embargo, mientras tanto se hará mucho daño. 

Lampadia

 

La globalización y la política

La nueva división política

Adiós, izquierda versus derecha

Lo que importa ahora es ‘abierto o cerrado’

Por The Economist

Publicado el 30 de julio de 2016

Traducido y glosado por Lampadia

Como teatro político, las convenciones de los partidos de Estados Unidos no tienen paralelo. Los activistas de derecha e izquierda convergen para elegir a sus candidatos y celebrar el conservadurismo (republicano) y el progresismo (demócrata). Pero este año fue diferente, y no sólo porque Hillary Clinton se convirtió en la primera mujer en ser nominada a la presidencia por un partido importante. Las convenciones pusieron en relieve una nueva línea divisoria de la política: no entre izquierda y derecha, sino entre abierto y cerrado. Donald Trump, el candidato republicano, resumió uno de los lados de esta brecha con su habitual concisión. “Americanismo, no globalismo, será nuestro credo“, declaró. Pero sus diatribas anti-comerciales, también fueron repetidas por el sector de Bernie Sanders en el Partido Demócrata.

EEUU no está solo. En toda Europa, los políticos de moda son los que argumentan que el mundo es un lugar desagradable, amenazante, y que las naciones sabias deben construir muros para mantenerlo fuera. Estos argumentos han ayudado a elegir a un gobierno ultranacionalista en Hungría y un polaco que ofrece una mezcla trumpiana de xenofobia con desprecio por las normas constitucionales. Los partidos populistas y autoritarios europeos de derecha o izquierda disfrutan ahora de casi el doble de apoyo del que tenían en el año 2000, y ya están en el gobierno o en una coalición de gobierno en nueve países. Hasta el momento, la decisión británica de abandonar la Unión Europea ha sido la victoria más importante de los anti-globalistas: el voto en junio sobre abandonar el club de libre comercio más exitoso del mundo fue ganado al complacer cínicamente los instintos insulares de los votantes, partiendo en dos a los principales partidos.

A diario aparecen noticias que fortalecen el mensaje de los anti-globalizadores. El aumento de la sensación de inseguridad da lugar a nuevas victorias electorales para dirigentes favorables a un mundo cerrado. Este es el riesgo más grave para el mundo libre desde el comunismo. Nada importa más que pararlo.

Muros más altos, peores niveles de vida

Empecemos por recordar lo que está en juego. El sistema multilateral de instituciones, normas y alianzas, liderado por los EEUU, impulsó la prosperidad mundial por siete décadas. Permitió la reconstrucción de la Europa en la posguerra, se deshizo el mundo cerrado del comunismo soviético y, mediante la conexión de China a la economía mundial, trajo la mayor reducción de pobreza de la historia.

Un mundo de constructores de muros sería más pobre y más peligroso. Si Europa se divide en trozos enfrentados y América se refugia en el aislacionismo, el vacío será llenado por poderes menos benignos. La afirmación de Trump de que quizá no defendería a los aliados de EEUU bálticos si fuesen amenazados por Rusia es incomprensiblemente irresponsable. América ha jurado tratar un ataque a cualquier miembro de la alianza de la OTAN como si fuera un ataque contra todos. Si Trump puede despreocupadamente deshonrar un tratado, ¿por qué un aliado de confianza confiaría  nuevamente en los EEUU? Sin ni siquiera haber sido elegido, él ha alentado a los pendencieros del mundo. No es de extrañar que Vladimir Putin lo apoye. Aún así, que Trump inste a Rusia a que siga pirateando los correos del partido Demócrata es indignante.

Los constructores de muros ya han hecho un gran daño. Gran Bretaña parece estar dirigiéndose hacia una recesión, gracias al Brexit. La Unión Europea se tambalea: si Francia eligiese a la nacionalista Marine Le Pen como presidente el próximo año y luego siguiera la senda de salida inaugurada por Gran Bretaña, la UE podría colapsar. Trump ha chupado la confianza de las instituciones globales como sus casinos chupan dinero de los bolsillos de los jugadores. Con un posible presidente de la mayor economía del mundo amenazando con bloquear nuevos acuerdos comerciales, descartar los existentes y retirarse de la Organización Mundial del Comercio si no consigue lo que busca, ninguna empresa que comercie en el extranjero puede llegar a 2017 con ecuanimidad.

En defensa de la apertura

La lucha contra los constructores de muros requerirá una retórica más fuerte, políticas más audaces y tácticas más inteligentes. En primer lugar, la retórica. Los defensores del orden mundial abierto necesitan defender su postura de forma más clara. Deben recordar a los votantes por qué la OTAN es importante para los EEUU,  por qué la Unión Europea es vital para Europa, cómo la apertura comercial y la apertura al exterior enriquecen a las sociedades, y por qué luchar contra el terrorismo con eficacia exige cooperación. Se están replegando demasiados amigos de la globalización, musitando acerca de un “nacionalismo responsable”. Sólo un puñado de políticos -Justin Trudeau en Canadá, Emmanuel Macron en Francia- son lo suficientemente valientes para defender la apertura. Los que creen en ella deben luchar para defenderla.

También deben darse cuenta, sin embargo, en dónde se necesita mejor la globalización. El comercio crea muchos perdedores, y una inmigración acelerada puede perturbar a las comunidades. Pero la mejor manera de abordar estos problemas no es creando barreras. Es idear estrategias políticas que preserven los beneficios de la apertura al mismo tiempo que alivien sus efectos secundarios. Dejemos que los bienes y las inversiones fluyan libremente, pero reforcemos la red de seguridad social para ofrecer apoyo y nuevas oportunidades a aquellos cuyos trabajos son destruidos. Para gestionar mejor los flujos inmigratorios, invirtamos en infraestructura pública, aseguremos que los inmigrantes trabajen, y permitamos la  aplicación de normas que limiten los aumentos repentinos del número de personas (al igual que las normas comerciales globales permiten a los países limitar los aumentos repentinos de importaciones). Pero no equiparemos la gestión de la globalización con el abandono de la misma.

En cuanto a las tácticas, la pregunta a los partidarios de la apertura, que se encuentran en ambos lados de la tradicional divisoria partidista de izquierda y derecha, es cómo ganar. El mejor enfoque posible es  diferente según cada país. En los Países Bajos y Suecia, los partidos de centro se han unido para bloquear a los nacionalistas. Una alianza similar derrotó a Jean-Marie Le Pen, del Frente Nacional, en la segunda vuelta por la presidencia de Francia en 2002, y puede ser necesaria para derrotar a su hija en 2017.  La Gran Bretaña sin embargo, puede que necesite a un nuevo partido de centro.

En Estados Unidos, donde lo más importante está en juego, la respuesta debe venir desde las propias estructuras partidistas. Los republicanos que están comprometidos en derrotar a los anti-globalización deben taparse la nariz y apoyar a Clinton. Y la propia señora Clinton, ahora que se ha ganado la nominación, debe convertirse en campeona de la apertura, con claridad, en lugar de titubear. Su elección de Tim Kaine, un globalista de habla española, como su compañero de fórmula, es una buena señal. Sin embargo, las encuestas todavía muestran resultados muy estrechos. El futuro del orden mundial liberal depende de que ella tenga éxito.

Lampadia




La mayor redistribución proviene del crecimiento económico

La mayor redistribución proviene del crecimiento económico

La crisis económica del 2008 ha generado en occidente un descontento con los líderes políticos y las estructuras de la economía de mercado. Poco importa que en el caso de Europa, algunos de sus miembros no hayan sido buenos exponentes de verdaderas economías de mercado y, más bien, hayan establecido incentivos anti inversión y anti creatividad, como Francia; o que hayan jugado a ser alemanes siendo solo helenos, como España; o que hayan jugado al ‘pos-pos-modernismo’, con retiros tempranos, jugosas pensiones, poco esfuerzo productivo y una burocracia desmedida (con dinero prestado), como los griegos.

La frustración de las generaciones que esperaban superar los beneficios y prebendas de sus padres, tuvieron que enfrentar la dura realidad  de tener que asumir un menor bienestar. En este contexto, los líderes actuales, liberales o de izquierda, tuvieron que cargar con la furia de sus ciudadanos, sin tener ya, la autoridad moral para explicar causas y efectos de sus propios errores.

Así es como los embates contra el capitalismo, las tesis populistas y el apurado socialismo redistributivo se desempolvaron y se lanzaron alegremente al ruedo. Lo lamentable, es que muchas de estas ideas están ganado cierta aceptación en la vieja Europa, donde el triunfo de Tsipras en Grecia y los aprontes electorales de Podemos en España, marcan un cambio desde la madurez política a la improvización, otrora, monopolio latinoamericano.

 

 

Para esto, desde fines del siglo XX en América Latina se ‘inventa’ el socialismo del siglo XXI, que ha llevado a sus seguidores a situaciones de crisis extremas. Tanto en lo económico como en lo democrático. Esto incluye a Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia y recientemente, Chile que según Niall Ferguson “está ejerciendo su derecho a ser estúpido”.

Entre las nuevas ofertas políticas está la de vender la idea que la redistribución es tarea del Estado. El error de este planteamiento lo explica conceptualmente y con brillantez Agustín Laje (ver en Lampadia: ¿Porque hay tantos niños ricos de izquierda?). Su tesis es que el joven acomodado y mantenido por sus padres, proyecta su realidad familiar a la sociedad, donde se hace imposible de replicar.

Un ejemplo más mundano se ve el la soberbia de Lula (siendo presidente) en su visita al Perú en junio del 2013, en que retó al Presidente García con su política asistencialista de distribuir para crecer, versus crecer para distribuir, que le habría planteado García. Entonces, en Lampadia publicamos el reto de Lula y lo ilustramos con cifras comparativas en las que, evidentemente, las realizaciones del Perú, derrotaban en todos los planos a las de Brasil. Ver en Lampadia: Luces y sombras de la visita de Lula al Perú. Y eso que entonces, Brasil todavía no se había derrumbado, como sucedió poco tiempo después.

Estos son justamente los preconceptos que se hallan en las doctrinas redistributivas: una torta preexistente (producida ¿del aire?) y un ente paternalista que parte y reparte. Ambos, la llevan irremediablemente al fracaso y, ante el fracaso económico a posibles rebotes antidemocrático de consecuencias muy graves. Al no procurarse la inversión privada y el aumento de la producción para que el mercado produzca tortas más grandes, se cae en trampas perversas, que solo empeoran las cosas.

Nada de esto significa un rechazo al Estado, como algunos aducen sin fundamento. Todo lo contrario, una buena economía de mercado no puede prosperar sin un estado presente, fuerte e inteligente;  que apueste por una buena Gobernanza, meritocracia en el servicio público, instituciones sólidas, mejoras en educación, salud, infraestructuras y capacidades tecnológicas.

Otra debilidad del análisis usual en occidente, es que todavía se ve el mundo sin considerar la evolución del oriente, donde con el liderazgo de China e India ha nacido una clase media de más de 2,500 millones de personas y reduciendo la pobreza global a 1,200 millones de personas, y se espera que estas puedan dejar de serlo hacia el 2030. Ver en Lampadia: El próximo gran salto adelante de la humanidad – Hacia el final de la pobreza (The Economist).

Para no ir más lejos, esto es justamente lo que ha ocurrido en el Perú en que la pobreza bajó de 58.7% en el 2004 a 23.9 en el 2013, con una pobreza extrema de solo 4.7%. Todo indica, como han mostrado Juan Mendoza, Elmer Cuba y Mónica Rubio que alrededor del 85% de la disminución  en la pobreza desde el mismo año, se debe al crecimiento económico, y solo el 15% restante se puede atribuir a los abultados y abundantes programas sociales. (Ver en Lampadia: Al menos 80% de la reducción de la pobreza es por el crecimiento).

Además, es importante machacar que el crecimiento indicado más arriba, estuvo fuertemente influído por la inversión minera. Así lo muestra, una vez más el Indicador Compuesto de Actividad Económica (ICAE), desarrollado por el Instituto Peruano de Economía (IPE). Su último informe para el 2014, señala que el crecimiento de Junín y Apurímac (los de mayor crecimiento) responde a la puesta en operación de Toromocho y a la construcción de Las Bambas, respectivamente. Mientras que las tasas más negativas correspondieron a Madre de Dios, Áncash, Lambayeque, Cajamarca y Arequipa, departamentos vinculados a frustaciones de la inversión minera y en el caso de Lambayeque a la cuestionable gestión de su industria azucarera.

 

 

Como advierte bien el economista de la Universidad de Columbia, Xavier Sala i Martín: “El capitalismo no es un sistema económico perfecto. Pero cuando se trata de reducir la pobreza en el mundo, es el mejor sistema económico que jamás ha visto el hombre”

Queda entonces claro que la clave para derrotar la pobreza es crear riqueza. El crecimiento económico es el mejor programa social, el mejor redistribuidor de la riqueza (a la que multiplica), y el campeón de la inclusión. Lampadia