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The Economist sobrestima nuestra vulnerabilidad

The Economist sobrestima nuestra vulnerabilidad

En el actual contexto en el que se prevé que las condiciones crediticias en América Latina serán más estrictas -debido a la menor disponibilidad de financiamiento por el esperado retiro del estímulo monetario de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED)-, The Economist anunció que había cometido un error a favor del Perú en la publicación de su índice de vulnerabilidad; ahora, la economía peruana sería más vulnerable (que lo que indicaron en su primer análisis), a una abrupta salida de capitales que otros países con fundamentos macroeconómicos menos sólidos como Venezuela o Argentina.

El índice publicado por The Economist combina los siguientes cuatro factores para medir la vulnerabilidad de 26 economías emergentes ante un congelamiento de capitales externos:

·      El déficit en cuenta corriente(que aproxima los requerimientos de financiamiento externo).

·      La deuda de corto plazo con respecto a las reservas (que muestra el nivel de resistencia de un país para evitar crisis temporales de liquidez).

·      El crecimiento del crédito (que puede indicar niveles de sobreendeudamiento rápido en la economía).

·      La apertura del sistema financiero (que facilita la entrada y rápida salida de capitales de corto plazo).

Si bien en el índice global el Perú sería la sexta economía más vulnerable de las 26 analizadas, solo por debajo de México (4) y Colombia (5), lo cierto es que en el análisis desagregado de los componentes que conforman este indicador, damos cuenta de que el país que tiene varias fortalezas, como por ejemplo, un impresionante nivel de reservas internacionales, que suman más de  de US$ 67 mil millones (representando cerca del 32% del PBI), las cuales cubren 7 veces la deuda externa público y privada de corto plazo y respalda el 97% del total de las obligaciones de las instituciones financieras con el sector privado.

Por otro lado, el Perú es la tercera economía con mayor apertura financieraentre los países considerados. El problema es que la metodología de The Economist considera que la apertura juega en contra de una economía, a pesar de que las menores restricciones para el movimiento financiero también reducen los riesgos privados de colocar capitales en economías emergentes, y que los sistemas financieros más abiertos suelen asociarse a una mayor fortaleza institucional. Por ello, es engañoso que, considerando los sólidos fundamentos macroeconómicos y las políticas prudenciales del BCRP asociadas a la elevación de los encajes de los pasivos de corto plazo y el control del crecimiento del crédito en dólares, la apertura financiera sea para The Economist un factor adicional de riesgo. Consideramos que con las condiciones de la economía peruana la apertura financiera es más bien una fortaleza ante un episodio de crisis de confianza. ¿O alguien cree que Venezuela, teniendo el sistema financiero más cerrado a los capitales internacionales, tiene una ventaja sobre el Perú al tener un ratio de deudas sobre reservas que alcanza el 275% y una devaluación acumulada de su moneda doméstica que supera el 32% en lo que va del año?

Con relación a la cuenta corriente, esta registró un déficit de 5,4% del PBI en el primer semestre, debido al resultado negativo (luego de once años) en la balanza comercial, que se produce luego una caída en el precio de las exportaciones y un contexto donde la demanda interna crece a un ritmo superior al del producto. Sin embargo, este déficit no representa un riesgo real para la economía peruana en la medida en que ha sido financiado con US$ 13,6 mil millones de capitales de largo plazo y las cuentas fiscales se mantienen ordenadas.

En su última nota semanal, el BCRP remarca que el riesgo-país mantuvo su tendencia descendente en el mes de septiembre y el Perú registra una evolución por debajo del promedio de Latinoamérica y de los países emergentes en este indicador, a niveles muy similares de Colombia y Chile.  Este indicador es importante en el análisis de la vulnerabilidad porque la confianza y expectativas influyen mucho en la entrada y salida de capitales.  De esta forma, entre junio y septiembre los anuncios de inversión de largo plazo para el periodo 2013-2015 se incrementaron en cerca deUS$ 3,600 millones de dólares, al pasar de US$ 41,981 millones a US$ 45,595 millones, mientras que el BCRP estima que en el año el flujo de capitales externos de corto plazo será negativo en US$ 1,400 millones. Esto último no debería ser un problema considerando la elevada capacidad de respuesta del BCRP para acomodar posibles choques externos, y el aumento de la resistencia del sistema financiero doméstico.

Frente a las conclusiones de The Economist, la agencia calificadora de riesgo Moody´s sostiene que el Perú tiene, junto a Chile, el nivel más bajo de vulnerabilidad en la región. Esta calificadora remarca las fortalezas del Perú frente a Argentina, Venezuela y Brasil, para resistir la inestabilidad financiera externa, incrementos de tasas de interés y restricciones de liquidez.  Es que a diferencia de The Economist, la metodología de Moody’s diferencia los componentes asociados a la “exposición”, como el grado de apertura, de los componentes asociados a la “resistencia”, como el nivel de reservas o endeudamiento, donde nuestra economía goza de una muy alta firmeza. 




Hacia el final de la pobreza

Hacia el final de la pobreza

De la edición impresa del The Economist, 1 de junio del 2013
Traducción de LAMPADIA

En su discurso inaugural en 1949, Harry Truman dijo que “más de la mitad de las personas del mundo viven en condiciones cercanas a la miseria. Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y la habilidad para aliviar el sufrimiento de las personas”. Nos ha llevado mucho más tiempo del que Truman esperaba, pero finalmente el mundo ha hecho progresos extraordinarios en sacar a la gente de la extrema pobreza. Entre 1990 y 2010, su número se redujo a la mitad como porcentaje de la población total de los países en desarrollo, del 43% al 21%, una reducción de casi mil millones de personas.

Ahora el mundo tiene una gran oportunidad de redimir la promesa de Truman de mejorar a los menos afortunados. De los 7 mil millones de personas del planeta, 1,100 millones subsisten por debajo del umbral de extrema pobreza de US$ 1,25 al día, según el estándar aceptado  internacionalmente. A partir de esta semana y durante todo el próximo año, la ONU congregará a políticos y funcionarios de gobiernos y organismos internacionales, para elaborar una nueva lista de objetivos que reemplacen los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que se acordaron en septiembre del 2000 y expirarán en el año 2015. Los gobiernos deberían adoptar, como una nueva meta principal, el objetivo de reducir la pobreza extrema en otros mil millones de personas para el año 2030.

Nadie en el mundo desarrollado vive remotamente cerca de la línea de pobreza de US$ 1,25 al día. La línea de pobreza de Estados Unidos es US$ 63 por día para una familia de cuatro (US$15/persona). En las partes más ricas del mundo emergente la barrera de la pobreza es de 4 dólares diarios(como en el caso de Perú). Pero el flagelo de la pobreza es feroz debajo de US$ 1,25 (el promedio de las propias líneas de pobreza de los 15 países más pobres, medido en dólares del 2005 y corregido por las diferencias en el poder adquisitivo): las personas por debajo de ese nivel, viven vidas que son pobres, desagradables, brutales y cortas. Les falta no sólo educación, salud, ropa apropiada y refugio, que la mayoría de la gente en casi todo el mundo da por sentado, sinoincluso alimentossuficientes para la salud física y mental. Sacar a las personas de ese nivel de miseria no es una ambición suficiente para un planeta próspero, pero es necesario.

Los logros del mundo en la reducción de la pobreza son, en casi cualquier medida, impresionantes. Aunque muchos de los objetivos originales del milenio, como reducir la mortalidad materna en tres cuartas partes y la mortalidad infantil en dos terceras partesno se podrán cumplir, el objetivo de reducir a la mitad la pobreza mundial, entre 1990 y 2015, se alcanzó cinco años antes.

Los ODM pueden haber contribuido marginalmente, creando de un punto de referencia para medir el progreso, y centrando las mentes en la maldad de la pobreza. La mayor parte del crédito por los avances, sin embargo, debe ir al capitalismo y el libre comercio, ya que permiten el crecimiento de las economías y fue el crecimiento, sobre todo, lo que disminuyó la indigencia.

Las tasas de pobreza comenzaron a derrumbarse a finales del siglo 20 en gran parte por la aceleración del crecimiento de los países en desarrollo, de una tasa anual promedio de 4,3% entre  1960 y 2000, al 6% entre 2000 y 2010. Alrededor de dos tercios de la reducción de la pobreza en estos países provino del crecimiento. La mayor igualdad también ayudó, contribuyendo con el tercio restante. Un aumento del 1% de los ingresos en los países más desiguales produce solo una reducción de 0.6% en la pobreza, en los países más igualitarios, se produce una reducción de hasta  4.3%.

China (que nunca ha mostrado ningún interés en los ODM) es responsable de tres cuartas partes de sus logros. Su economía ha estado creciendo tan rápido que, a pesar de que la desigualdad está aumentando rápidamente, la pobreza extrema está desapareciendo. China ha sacado a 680 millones de personas de la miseria entre 1981 y 2010, y redujo su tasa de extrema pobreza del 84% en 1980, a un 10% actual.

Esa es una razón por la cual,ahora será más difícil sacar otras mil millones de personas de la extremapobreza en los próximos 20 años, como se hizo en los últimos 20. Una menor gobernabilidad en India y África, los próximos dos objetivos, significaría que es poco probable que la experiencia de China se replique rápidamente allí. Otra razón es que el logro de llevar a la gente sobre la línea de US$ 1,25 al día ha sido relativamente fácil en los últimos años, debido a que muchas personas estaban justo debajo de esa línea. Con menos gente por debajo del límite oficial de la miseria, será más difícil llevar grandes cantidades de gente por encima del mismo.

La precaución se justifica, pero el objetivo sigue pudiendo lograrse. Si los países en desarrollo mantienen el impresionante crecimiento que han logrado desde el año 2000, si los países más pobres no se dejan atrás por el mayor crecimiento de los de ingresos medios, y si la desigualdad no se amplíay los ricos se llevan toda la crema del crecimiento, entonces los países en desarrollo podrían reducir la pobreza extrema del 16% de su población actual al 3% en el 2030. Eso reduciría el número absoluto en mil millones. Si el crecimiento es algo más rápido y el ingreso más equitativo, la pobreza extrema podría caer a 1,5%, lo más cercano a cero que es posible, de manera realista. El número de los indigentes sería entonces de unos 100 millones, la mayoría de ellos en países complicados del África. La miseria en miles de millones, se quedaría consignada a los anales de la historia.

Mercados versus miseria

Acá hay muchos“si es que”. Pero hacer que estas cosas suceden no es tan difícil como los cínicos profesan. El mundo sabe ahora cómo reducir la pobreza. Una gran cantidad de políticas dirigidas a redes de seguridad básica en seguridad social y los planes de transferencia de efectivo, como Bolsa-Familia de Brasil, ayudan. Así también ayuda la eliminación de subsidios a los combustibles a la clase media de Indonesia y el sistema de registro de hogares (hukou) de China que aumentan la desigualdad. Pero la mayor y mejor medida de reducción de la pobreza, es liberalizar los mercados para dejar que los pobres se hagan más ricos. Eso significa, liberalizar el comercio entre los países (África sigue siendo cruelmente castigada por los aranceles) y dentro de ellos (el gran salto adelante de China se produjo porque permitiócrecer a las empresas privadas). Tanto la India como el África están llenos de monopolios y prácticas restrictivas al comercio.

Muchos occidentales han reaccionado a la recesión, limitando los mercados y el rol de la globalización en sus propios países, y quieren exportar estas ideas al mundo en desarrollo.Ellos no necesitan este tipo de asesoramiento. Lo están haciendo muy bien, gracias en gran medida a los mismos principios económicos que ayudaron a los países desarrollados a enriquecerse y que ahora pueden sacar a los más pobres de la miseria.




Obama y Xi tienen que frenar el ascenso de una rivalidad riesgosa

Obama y Xi tienen que frenar el ascenso de una rivalidad riesgosa

El mundo estará observando el lenguaje corporal esta semana en la cumbre EE.UU. – China. Si Barack Obama y Xi Jinping logran establecer una relación amistosa, cuestionarán la noción fatalista de que China y EE.UU. están condenados a la confrontación. Esta visión pesimista se apoya en un giro económico que incomoda a los norteamericanos: para el 2016, el último año de la presidencia del Sr. Obama, la economía china probablemente será mayor que la de EE.UU.

Este vaticinio –hecho por el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, el club de las naciones industrializadas – es tan sensible que solo el pronunciarlo genera aullidos de negación en EE.UU.

Pues sí es verdad que a estas proyecciones las ayuda el ajuste para el costo de la vida en ambos países. Pero si se usan tipos de cambio reales, la fecha en la que China pueda llegar a ser el  número uno retrocede solo un poco – hasta el 2018, según “The Economist” (esos dos años más son un alivio tan grande).

Es verdad que, aun después de que China llegue a ser la mayor economía del mundo, el norteamericano promedio será mucho más rico que el chino promedio. También es cierto que las Fuerzas Armadas estadounidenses gozan de una sofisticación que China todavía está lejos de igualar. El aire es más limpio en Washington que en Beijing, y las hamburguesas también son más sabrosas. Pero nada de esto puede disfrazar el hecho de que el ascenso de China significa que el reinado estadounidense como única superpotencia está llegando a su fin. La cuestión geopolítica central de nuestros días es cómo los dos países van a negociar este giro.

Ambas partes saben bien que si las cosas van terriblemente mal, esto podría conducir a una guerra. Graham Allison, profesor de Harvard, le llama “la trampa de Tucídides”: la tendencia, observada por primera vez por el historiador griego, de una potencia en ascenso de chocar con una potencia gobernante. Esta observación histórica comenzó a sentirse más verdadera y amenazante a principios de este año, cuando surgieron tensiones entre China y Japón sobre unas disputadas islas, lo cual potencialmente ha disparado la garantía de seguridad norteamericana con Japón.

Una actitud china más asertiva hacia las disputas territoriales ha reforzado la impresión de que la influencia militar en Beijing está en ascenso. Los ataques cibernéticos chinos también han avivado el miedo en Washington de que en última instancia Beijing tiene la intención de socavar el poder estadounidense.

Mientras tanto, ha crecido el miedo chino sobre las intenciones norteamericanas, al moverse EE.UU. a reforzar su red de alianzas asiáticas. Esta política hasta tiene un nombre pegajoso: “el pivote asiático.”

Si este pivote fuera simplemente la afirmación de que EE.UU. tiene la intención de seguir siendo una potencia central en la región Asia-Pacífico, sería difícil cuestionarla. El problema es que en Beijing ha sido interpretado como un nombre elegante para la contención de China. Los trozos más cacareados de este pivote han sido de naturaleza militar: en particular, la decisión de basar mayor parte de la Armada estadounidense en el Pacífico y rotar más tropas norteamericanas por Australia y las Filipinas. Hasta los aspectos no militares podrían parecer antichinos, como el empuje norteamericano por un acuerdo de libre comercio en el Pacífico que hasta ahora no incluye a China.

Si este crecimiento de mutua sospecha entre EE.UU. y China fuera solo un caso de malentendidos, sería menos preocupante. Sin embargo, bajo estas rivalidades hay una genuina diferencia de visión. La política estadounidense sigue siendo que China debe convertirse en un “participante responsable” en el actual sistema global. En otras palabras, el ascenso de China estará perfectamente bien siempre y cuando siga las reglas de juego establecidas. La respuesta china, sin embargo, es que estas reglas fueron establecidas durante un período de hegemonía estadounidense. Según Beijing, el sistema tiene que cambiar para reconocer el ascenso de China.

A los norteamericanos les preocupa poco darle a China una mayor voz en las instituciones internacionales, como el FMI. La verdadera dificultad es sobre el deseo chino de tallarse una “esfera de influencia” en su vecindario inmediato. Para los chinos, nada podía ser más natural. Después de todo, EE.UU. asume que siempre será la potencia dominante en el hemisferio occidental.

¿Por qué una China en ascenso no puede aspirar al mismo papel en el Asia del Este? Pero a punto de convertirse el Asia del Este en el núcleo de la economía mundial, EE.UU. se muestra reacio a conceder este dominante papel regional a China. Esta es la lucha que yace detrás del deseo estadounidense de establecer una comunicación mucho más eficaz entre los militares de los dos países, para evitar choques potenciales en las tensas aguas del Asia del Este. A los oídos norteamericanos, esta idea suena eminentemente sensata. Pero China ha contenido el refuerzo de estos procedimientos de manejo de crisis, por el riesgo que parezca una concesión tácita al derecho de la Armada estadounidense a patrullar cerca de la costa china.

En cuanto a lo que Beijing se refiere, la solución es que EE.UU. simplemente retroceda. Sin embargo, los norteamericanos creen que, si fueran a hacer eso, estarían enviando una desastrosa señal de debilidad a su red de aliados asiáticos, quienes ya se preguntan si EE.UU. tiene suficiente poder de permanencia para seguir siendo la potencia militar dominante en el Pacífico. Esta semana, los norteamericanos dejaron saber que la Armada china ha comenzado a hacer apariciones ocasionales en aguas territoriales estadounidenses, probablemente frente a la costa de Guam.

Los pesimistas argumentarían que más incidencias de este tipo de rivalidad son inevitables. Pero si el Sr. Obama y el Sr. Xi logran sorprender a los escépticos esta semana, llegando a un nuevo entendimiento sobre el ciberespacio o las patrullas navales, podrían cuestionar las profecías autocumplidas sobre una mayor rivalidad entre los dos países.

Publicado por El Comercio, 5 de junio del 2013